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Ya sea por tierra, mar o aire, la inflación se nota en todos los rincones. Es el caso de los restaurantes de la isla de Tabarca, donde al incremento de costes de las materias primas e ingredientes para elaborar menús y hacer frente a los gastos de luz y mantenimiento, cuentan además con el añadido del transporte de las mercancías en barco.
Es durante los meses de temporada baja, entre octubre y abril, cuando los establecimientos van más desahogados al carecer de aglomeraciones de turistas. En verano son más de 5.000 personas las que visitan la isla a diario, mientras que en estas fechas «sigue viniendo algo de gente, pero poco a poco menos», explica Juanba Chacopino del restaurante Anita.
«Cuando deja de venir el barco de Benidorm la temporada flojea», hasta el punto de contar con «200 personas al día» entre turistas y los pocos residentes que quedan en Tabarca. Una situación por la que muchos restaurantes optan por bajar la persiana hasta el inicio de la temporada alta a la vez que otros continúan abiertos para avituallar a todo aquel que decida sentarse en una de las terrazas montadas.
Es aquí donde algunos ya habrán podido apreciar que los menús han aumentado su coste respecto a meses atrás. La carta ha aumentado en un par de euros, «no mucho porque la gente se asusta», resalta Manuel Manzanaro, de Casa Ramos. La inflación «se nota mucho» a la hora de comprar y para hacer frente a la viabilidad de los negocios «hemos subido un poco más el precio de la carta».
Este es el motivo por el que «me he visto obligado a hacerlo», incide también Chacopino. «Llevamos muchos años sin subir el precio», pero incide en que «vamos muy justos para muchas cosas» al notar el incremento del coste de la vida, aplicado también a los productos alimentarios. A ello se suma también el incremento de la luz que han notado los hogares, tanto en la península como en la isla, en los anteriores meses.
«Tenemos todo el día encendidas las cámaras frigoríficas, el botellero, la cafetera, el ordenador» y durante los meses de verano los ventiladores «desde que abrimos hasta que cerramos», ya que el calor se hace insoportable en las horas puntas y «la gente se pelea por sentarse debajo».
Aún así, Manzanaro incide también en que los turistas de la isla deben tener en cuenta el gasto que supone la visita al «contar con barco, comer, con el suvenir, el helado», en caso de querer pasar un día en Tabarca y disfrutar de sus platos típicos como el caldero o los arroces.
Otro de los restaurantes abiertos en la isla es el Mar Azul. Su propietaria, Mar Valera, también presidenta de APHEA, abre las puertas del establecimiento tras el verano «para alargar la temporada a los trabajadores» y así «mantenerlos un poco más de tiempo para que no se les haga tan duro el invierno».
Aún así, el paso de turistas en los meses fríos del año es considerablemente menor. «La isla es un negocio de verano, de turistas», subraya Chacopino. Además de que esta época cuenta con mayor dificultad de acceso ante la falta de «un transporte frecuente». Los viajeros y locales tienen que «moldearse al horario de los barcos» y al clima de la jornada. «Una vez fui un martes a Santa Pola y no pude volver hasta el sábado» debido al temporal del mar por una tormenta.
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En este sentido, Valera insiste en que «dependemos mucho de que haya barcos que vayan y vengan porque son los que nos dan vida en invierno». Además son estos los que también permiten abastecer los hogares y negocios de la isla, una situación que cada año se dificulta por el precio de las mercancías. «Los que en tierra cuesta un euro, en la isla se multiplica por tres».
Fue esta falta de transporte y las dificultades provocadas por el clima y el temporal -sobre todo «en los años 80»- cuando los habitantes de la isla sintieron «miedo» y «comenzaron a emigrar a Santa Pola», recuerda Manzanaro, quien pasó la infancia en la isla de Tabarca. Fue este éxodo a tierra el que «acabó con el ganado y el cultivo», dos factores por los que no «hacía falta ir a la península» al disponer la isla de más servicios como «panaderías, carnicerías y colegios».
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En defnitiva, son este tipo de situaciones las que llevan a los vecinos a pedir soluciones para estar más conectados con otros puertos y localidades, como Santa Pola. Para ello, comparten opiniones con otros habitantes como la instalación de «una pasarela en la que ir y venir andando», así «será más fácil» al no «depender de barcos ni del clima». Con un puente «si ocurre algo, tienes todo más a mano», lanza Chacopino.
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