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Sofía y Rosa no se conocen, aunque las dos viven en Islandia y las dos son de Alicante. Algo que resultaría totalmente normal en un país como Alemania (83 millones de habitantes) o Francia (67 millones de habitantes), no lo es en esta pequeña isla en el norte del Atlántico que suma, tan solo, 368.792 habitantes -Alicante ciudad son con 338.577- su capital Reykiavic 133.262, algo más pequeña de Tarragona.
El país se ha convertido en los últimos años en uno de los destinos favoritos de los turistas y viajeros, los españoles están en el top 3 de quienes más visitan la isla. Atraídos en invierno por la posibilidad de ver auroras boreales -más habituales entre los meses de septiembre a abril-, y la naturaleza entre el negro volcánico y el verde de la tundra en un país que durante el verano no conoce la noche - durante el solsticio de verano solo se pone el sol unas horas-.
Sin embargo, este pequeño país, cuya segunda ciudad es más pequeña que Villena, tiene un atractivo que ha hecho que casi un 15% de la población sea migrante, según datos de la ONU.
Quizás sea porque este pequeño país se encuentra en el tercer lugar del Índice de Desarrollo Humano de 2021, solo por detrás de Suiza y Noruega. España está en el puesto 27.
«Aquí es muy diferente el ritmo de vida, la gente es mucho más tranquila y por ejemplo en el tema laboral no tienes ningún problema, si tienes que pedirte un día libre te lo aceptan y se buscan la vida», explica Rosa. Esta mujer, originaria de Aspe, decidió mudarse en 2019 a Islandia tras acabar un Máster de Conservación y Restauración de Bienes Culturales.
«Una carrera muy bonita pero muy inutil», ironiza. «Tenía que buscar trabajo y me daba lo mismo hacerlo aquí que en España», afirma.
Rosa África Navarro
De Aspe
Y logró oportunidades laborales, primero en el sector turístico y, tras la pandemia, en una escuela infantil. «Es super fácil encontrar trabajo aquí en algo como esto, en Islandia para trabajar en una guardería no necesitas titulación», explica esta aspense.
Sofía, en cambio, piensa que no es tan sencillo encontrar un trabajo fuera del sector turístico si no hablas islandés. «Trabajaba en un banco antes de venirme y cuando llegué me puse a buscar y encontré a una mujer que debía estar desesperada porque se le había ido un pinche y me dijo que no quería hablar inglés en la cocina y yo le dije que para cortar lechugas y lavar platos no hace falta hablar. Me contrató», explica.
Esta alicantina de 42 años sí habla islandés, ahora, después de 12 años desde que decidió cambiar la arena dorada del Postiguet por la negra de Reynisfjara. «Si quieres integrarte en la sociedad y no vivir en un gueto de españoles o de angloparlantes, yo recomiendo hablar el idioma. Al menos para manejarte y también para mostrar un poco de respeto a la gente que vive aquí y al país que te está dando un trabajo y una oportunidad», afirma. Aunque reconoce que es bastante difícil de aprender, «es una lengua antigua, como si se hablara latín hoy en día en Italia».
Sofía García
De Alicante
Aunque Sofía reconoce que los españoles y los islandeses no son tan diferentes a nivel social, «también tienen un humor muy bruto», aunque «son menos chismosos, porque piensa que son poca gente y todos se conocen». Y es que aunque parezca broma no lo es, en Islandia hay un banco de información genética para evitar que por casualidades del destino acabes de cita con un familiar no tan lejano, lo que aumenta las posibilidades de enfermedades genéticas en la descendencia.
Para Sofía, lo más diferente es que allí la vida se hace de puertas para dentro durante casi todo el año, algo muy diferente del 'tardeo' alicantino. Para Rosa el mayor cambio son las las horas de la comida, «en el cole comemos a las 11 de la mañana, y luego a las 2 como una merienda o hora del café con algo de pan y tostadas».
Pero también hay otras curiosidades, como que el agua caliente huela a huevo podrido debido a su origen termal, o que apenas hay edificios antiguos, ya que los primeros pobladores -los vikingos- construyeron todo en madera y con tejados de turba. Algo que para Rosa también llama la atención, «es difícil que encuentre aquí trabajo de restauradora, las iglesias Luteranas no tienen nada, ni santos ni nada, y yo me especialicé en escultura, aquí solo tienen arte contemporáneo», explica.
Otras costumbres diferentes son las culinarias, como el aceite de bacalao que utilizan como complemento alimenticio desde pequeños para suplir la falta de vitaminas por la falta de sol «está malísimo pero te acostumbras», dice Rosa. Sofía explica que se aprovecha todo de los animales, «no es tan diferente de algunas zonas remotas de España, donde si has criado un animal en un clima extremo te lo comes todo».
Rosa dice que lo que más echa de menos de Alicante es la comida, los Panettones de Raúl Asencio, el lomo y el queso manchego. Para Sofía lo que más extraña es «hacer senderismo por la montaña alicantina», «poder coger el coche en cualquier momento del año e irte a cualquier pueblo a hacer una ruta, el olor del monte».
Y es que, la climatología condiciona totalmente el ritmo de vida en Islandia «hay días donde para ir a coger el autobús tienes que ir agarrándote de las farolas. A veces no puedes ir a tomarte un café porque todo es caro, ni pasear al aire libre porque hace demasiado frío. Cambias tu percepción de libertad, no puedes coger el coche e irte a 30 kilómetros a despejarte porque está todo nevado e incluso puede llegar a ser peligroso si te pierdes en mitad del páramo de lava».
Sofía y su pareja islandesa tienen dos hijos que comparten nombre «español y vikingo», y reconoce que no volvería a Alicante a no ser que sea necesidad familiar. Ella trabaja en una farmacéutica y ha estudiado un grado de Islandés en la Universidad de Reykyabik.
Para Rosa, las condiciones de vida de Islandia también son mejores que en España, «la gente aquí tiene hijos muy pronto, entre los 20 y los 30 años, no se preocupan tanto por el 'voy casarme, tener un trabajo estable, una casa y luego tengo un niño'. Aquí, como pueden encontrar casa o trabajo cuando quieran, lo hacen al revés, primero hijos y luego ya veremos. No hay divorcios porque no se casan», explica. Ella tampoco planea volver a Alicante.
Entre Alicante y el país de las auroras boreales, los Géiser y los volcanes, parece que hay poco en común. Sin embargo dos alicantinas han conseguido convertir en su hogar ese pequeña isla en medio del Atlántico que es Islandia.
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