El taller donde nace la Navidad: un año de trabajo para crear el Belén que emociona a Elche
En un pequeño local lleno de arcilla, pinturas y bocetos, los belenistas ilicitanos dan forma durante meses a un universo que cada invierno conmueve a miles de visitantes
En la sede de la Asociación de Belenistas de Elche, la Navidad empieza cuando aún nadie piensa en ella. Es enero, quizá 18/19, y mientras la ciudad recoge los últimos adornos festivos, un grupo de artesanos reinicia un ciclo que lleva más de tres décadas repitiéndose. Allí, en un ambiente donde conviven herramientas, miniaturas y un silencio concentrado, nace cada año el Belén Municipal de la Glorieta: una obra monumental que en su última edición reunió a más de 130.000 visitantes.
El proceso arranca siempre igual. Los belenistas se sientan alrededor de una mesa improvisada y comienzan a lanzar ideas. Escenas, paisajes, momentos bíblicos y detalles imaginados. «Lo primero es proponer qué vamos a hacer», explica Francisco Guilabert, presidente de la asociación. «No todo lo que se imagina puede hacerse realidad; hay escenas que, cuando intentas llevarlas a tres dimensiones, simplemente no funcionan».
Tras el debate, llega la fase técnica: convertir las ideas en bocetos, dividir los quince metros de largo y cinco de fondo del Belén y planificar cómo se distribuirá cada rincón del universo navideño.
La ilusión se renueva año tras año con una fuerza que sorprende incluso a quienes llevan media vida dedicándose a esto. Guilabert lo explica con sencillez: «Lo que nos motiva es ver la cantidad de gente que pasa por el Belén. El año pasado fueron 130.000 personas haciendo cola. Eso ya es para nosotros una emoción enorme que nos impulsa a hacerlo de nuevo». La respuesta del público es un motor imbatible.
Noticia relacionada
Luz, música y multitud: Elche da la bienvenida a la Navidad
Pero la parte favorita del proceso llega mucho después, cuando la obra empieza a tomar forma definitiva. Ahí, donde se colocan las figuras, donde se afinan proporciones, donde se ajusta cada elemento para que encaje en esa geografía imaginaria. «La decoración final es lo que más disfrutamos», admite el presidente. «Es también lo más complicado, porque tienes que decidir qué elementos van con cada figura y cómo se integran. Pero es el momento mágico».
Y mágico es también el número de horas invertidas. El Belén de un año reciente acumuló 8.500 horas de trabajo realizadas por unas 25 personas. Nadie lleva la cuenta exacta cada año porque, en palabras de Guilabert, «no trabajamos por récord, sino por pasión». Cada figura colocada, cada piedra pegada, cada paisaje modelado es una pequeña apuesta por mantener viva una tradición que en Elche tiene un peso emocional propio.
En paralelo, la asociación organiza cursos y concursos que buscan acercar el belenismo a nuevas generaciones. Existen categorías para monumentales, bíblicos, entidades, parroquias, colegios e infantiles. El jurado valora originalidad, creatividad y renovación, porque «no puedes premiar el mismo belén todos los años». En cada edición se elaboran decenas de montajes ciudadanos y escolares. «Nuestro objetivo es que haya belenes en todas las casas», insiste Guilabert. Y si de sembrar tradición se trata, los talleres infantiles son su principal esperanza: cada niño que sale con un belén hecho por él mismo es, quizá, un futuro belenista.
La asociación nació en 1987, inicialmente como filial de la de Alicante, y ha crecido al ritmo en que crecía también su propio sueño. «Cuando vemos fotos de años atrás, nos damos cuenta de la evolución. Ha sido tremenda», recuerda el presidente. El gran salto llegó en 2011, cuando Elche acogió el Congreso Nacional de Belenismo: «Fue un éxito enorme y un reconocimiento para la ciudad». Hoy, pese a que el perfil del belenista suele ser el de una persona mayor, la entidad mantiene lleno cada año el cupo de sus cursos. La tradición, de momento, no se extingue.
Pero si hay un momento que define el trabajo de todo un año, es el de la inauguración. El instante en que las luces se encienden, el público accede y cientos de miradas descubren el Belén por primera vez. «Ese momento es especial. Ver las caras de satisfacción de miles de personas es nuestro pago», confiesa Guilabert. Lo viven casi como un ritual íntimo. «A veces nos sentamos delante del belén iluminado y tenemos cara de críos. Es la satisfacción de un año entero de trabajo».
Esa ilusión que construyen para los demás, dicen, acaba también construyéndolos a ellos. «Transmitimos la ilusión que tenemos nosotros», asegura el presidente. «Y en Elche se está consiguiendo gracias a la gran afluencia de gente y a todos los apoyos que recibimos. Esperamos que sea algo duradero». Porque, al final, lo que nace en ese pequeño taller cada enero no es solo un belén: es una forma de entender la Navidad. Una que se crea con manos, con esfuerzo y, sobre todo, con corazón.