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La Bodega Escoda, uno de los bares más emblemáticos de la plaza de Orán baja la persiana tras más de 60 años abierto al público. Su cierre viene dado por la jubilación de sus actuales propietarios, quienes han decidido poner fin a esta etapa de sus vidas. Con esta decisión, Virgen del Remedio pierde uno de sus puntos de encuentro, donde todos los clientes han formado parte de la familia.
Ha sido este fin de semana cuando su titular ha decidido recoger las mesas por última vez. Al enterarse, los vecinos han decidido acudir para darle una sorpresa: devolverle todo lo que ha hecho por su barrio. Entre ellos, los integrantes de la hoguera Virgen del Remedio-La Paz se han presentado a las puertas de la Bodega para hacerle entrega de una placa con la que homenajear toda una vida dedicada a su barrio y a sus gentes.
Para conocer la historia de este establecimiento es necesario remontarse hacia el año 1962, cuando los padres de Salvador Escoda Ivars -Salva para los amigos, vecinos y clientes- decidieron emprender en Alicante y abrir el Bar Bodega Escoda en esta plaza de la Zona Norte. Esto fue un reto para la familia, ya que a los dos años desde su apertura se dieron cuenta de que la hostelería es un oficio «muy duro y muy pesado».
Por ello, estos vecinos del distrito -con origen en Benissa- decidieron alquilar el local a familias de la zona, «que gracias a Dios, en esos tiempos fueron todos adelante», con el fin de que su uso y función continuase. Mientras tanto, la familia Escoda Ivars abría otros negocios con el fin de ganar el sustento necesario para la educación del -en aquel entonces- pequeño Salva. «Me lo dieron todo», recuerda con emoción mientras relata su propia historia. Hasta el punto de enviarlo a estudiar al colegio Santo Domingo de Orihuela, donde Salva internó debido a que «pasaban mucho tiempo trabajando». Eso sí, lo hacían para garantizarle una «buena educación» de cara a su futuro.
Sin embargo, Salva reconoce que «no hice caso a mis padres». A pesar de que se formó como Ayudante Técnico Sanitario (ATS), dejó los estudios cuando le quedaban dos asignaturas. En aquella época fue cuando coincidió también con «grandes profesionales» de la talla de Julio de España, de quien habla con especial admiración, en el Hospital Provincial de Alicante (la actual sede del Marq). «Teniéndolo todo, no supe aprovechar».
Tras este episodio, del que hace ya 40 años, Salva decidió hacerse cargo del local familiar. «No había pisado un bar en mi vida», pero «luchando» consiguió tomar las riendas de la Bodega Escoda y hacerla suya. Y también de todo el vecindario. No se arrepiente de ello; al revés, se alegra. Y es que gracias a este nuevo capítulo -el definitivo en su vida-, este hombre conoció a Loli -originaria de Alcoleja-, el amor de su vida. «Trabajaba en una tienda de ultramarinos que había al lado del bar». Y allí permaneció hasta hace seis años, momento en el que decidió echar una mano a su marido en la Bodega Escoda de la plaza de Orán.
El matrimonio ha tenido dos hijos, Salva y Ángel, a quienes su padre les repitió una y otra vez eso de «no cometas el mismo error». Por ello, presume de los logros profesionales que ambos han alcanzado, además de poner en valor sus temperamentos. «Son muy buenas personas y luchan cada día por todo».
Esta ha sido la forma de ser, la cual su padre se ha encargado de inculcar siguiendo su mismo ejemplo. «Es imposible contar la de cosas que he hecho para bien. Jamás he tenido maldad», reconoce Escoda. De hecho, algo que sorprende a sus clientes es su sonrisa. «Desde que abro a las 7.30 de la mañana hasta que cierro la persiana, la llevo en la cara». Una de las frases que más escucha es esa de '¿cómo puedes estar con la sonrisa todo el día?', sin saber su secreto: es capaz de hacerlo gracias a lo que le enseñaron sus padres, «comerciantes de toda la vida, que llevaron una vida digna».
Con esfuerzo y bondad es como Salva logró ganarse el cariño de todo un barrio y sus alrededores, convirtiendo este bar en «mi casa y la de todos los del barrio». Esto lo ha conseguido dejando de lado los prejuicios. «Dicen que este es un barrio conflictivo, pero en 40 años jamás he tenido una pelea», denuncia, mientras insiste en la necesidad de «hablar bien con las personas» y ponerse «a su nivel». Algo que este hombre de 65 años -»y tres meses», reconoce jovial y emocionado- ha sabido hacer muy bien.
Es en estos momentos, mientras recoge las últimas mesas y sillas cuando desvela que «es muy bueno esto que está pasando», en referencia a jubilarse para descansar y arrancar con su nueva vida junto a Loli, así como recordar todas las muestras de cariño recibidas a lo largo de toda su historia. Entre ellas, recuerda a las asistentes sociales del centro Gastón Castelló «haciendo cola en la barra para darme besos y abrazos», tanto a él como su mujer. Además, también aparece en su memoria «otra chica vino a vivir aquí por circunstancia y, llorando, nos dijo que jamás la habían tratado como nosotros lo hicimos».
Y es que su intención en la vida ha sido, con su bar, «intentar formar una familia» entre todas las personas que acudían para tomar un café, almorzar o, simplemente, pedir ayuda. Con el objetivo cumplido, Salva solo tiene una reivindicación pendiente. «Me merezco una estatua en la plaza de Orán, aunque la manchen las palomas», bromea mientras hace un breve repaso por el que ha sido durante 40 años su hogar.
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