Vicenta, la activista de 80 años que frenó un desahucio en Alicante con su andador
«Si Jesucristo viviera hoy lo veríamos parando desalojos»
Vicenta Navarro Baeza tiene ya más de 80 años, y por mucho que los estereotipos digan que a su edad debería pasar el día en su residencia de ancianos haciendo calceta, esta mujer nunca ha encajado en esos moldes. En realidad, jamás lo hizo. Desde joven comenzó a militar en la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y, desde entonces, no ha dejado de luchar.
Ni siquiera ahora, que el pasado 27 de mayo acudió con su andador a intentar frenar el desahucio de Olga, en una convocatoria lanzada por el Sindicat de Barri de Carolines. «Era una mujer mayor a la que iban a echar de su casa», explica Vicenta. «Yo fui con mi andador y me senté allí. Los policías me miraban con cariño. Había dos chicos jóvenes que era para haberles sacado una foto. Parecía que pensaban: '¿Qué hace aquí? ¡Podría ser mi abuela!'», recuerda entre risas.
Ese día recorrió la distancia entre su residencia —ubicada en San Blas— y el barrio de Carolinas Bajas. «Era verano, a buena hora, y podía acercarme», cuenta. Allí se reencontró con amigos y antiguos compañeros. «Donde hay una injusticia tiene que estar un cristiano», resume con claridad.
Su activismo nace de su juventud y está profundamente vinculado a su fe. «A Jesucristo lo asesinaron por defender a los pobres, a las prostitutas y a los leprosos, a los que no tenían dónde caerse muertos. Si viviera hoy, lo veríamos parando desahucios», afirma con convicción.
Esa idea de justicia es la que la llevó a implicarse en la HOAC siendo muy joven. Y desde entonces no paró. A finales de los 70, pedían libertad para los presos. «¡Para Navidad, todos a casa!», gritábamos entonces», recuerda. Más tarde, en la parroquia de las Mil Viviendas —«una iglesia de inmigrantes y gitanos»— participaba en reuniones abiertas y en todo tipo de actividades. «Ahora, el obispo de Alicante es de la vertiente más tradicionalista y las cosas son diferentes», reconoce.
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El camino que llevó a Vicenta hasta la puerta de ese portal en Carolinas está lleno de cuidados y compromiso: con su madre, enferma de artritis desde muy joven; con su familia, a la que ayudó en la crianza de sus sobrinos cuando su hermano enviudó; y con la población en general, desde su trabajo como enfermera, primero en digestivo y luego en un centro de salud. De aquella época recuerda también su implicación en el comité de empresa.
Cuando la artritis reumatoide la obligó a prejubilarse, entró en contacto con la Marea Blanca, la CNT y los movimientos antidesahucios. Fue durante la Gran Crisis de 2008. En aquellos años, Vicenta y una amiga —ambas de más de 70— llevaban bocadillos a los jóvenes de las plazas y participaban en reuniones. «Paramos un desahucio de una familia marroquí de mi barrio. Ella me ayudaba en casa porque yo ya no podía andar bien, fuimos al juzgado y lo frenamos», recuerda.
De aquella etapa mantiene los contactos. Es una mujer que se maneja con WhatsApp mejor que muchos adolescentes. Aunque ahora ya no puede acudir a reuniones por los horarios y sus problemas de movilidad, su opinión sigue siendo importante en la HOAC y colabora cuando puede. «Me dicen que soy como una madrina», cuenta con una sonrisa.
Desde su residencia, Vicenta continúa luchando sus pequeñas revoluciones cotidianas. Quiere mudarse a una pública, aunque eso suponga compartir habitación. La suya, de gestión del Obispado hasta hace pocos años, fue vendida a un fondo y ha sufrido varios cambios, como la retirada de la capilla. También busca mejorar su barrio, actuando como enlace entre la asociación de vecinos y los residentes del centro.
Toda una vida dedicada a cuidar, acompañar y construir ese mundo un poco más justo que ella ve reflejado en el Evangelio.