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Los cofrades y los pirotécnicos colocan las carcasas sobre las plataformas NVL
Tonelada y media de pólvora flota sobre el Mediterráneo esperando una chispa

Tonelada y media de pólvora flota sobre el Mediterráneo esperando una chispa

Los cofrades del Castell de l'Olla de Altea ultiman el montaje y colocación de las cinco enormes plataformas que sustentan el castillo de fuegos artificiales

Nicolás Van Looy

Sábado, 12 de agosto 2023, 10:01

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Cantábale Joan Manuel Serrat al rojo atardecer del mar Mediterráneo en la que para muchos es la obra cumbre de la música popular española del siglo XX. Una obra maestra en la que el 'Noi del Poble-Sec' no le dedicó ni una sola línea a los espectaculares amaneceres de ese mismo mar eterno. Será que 'El Nano', cantor y embustero, jugador y bebedor y marinero en tierra, era más de aprovechar la noche que la primera parte del día.

Tampoco tiene muchas referencias a la mañana Rafael Alberti, el hombre que, seguramente, con más sensibilidad supo escribir sobre ese mar sobre el que la humanidad ha escrito las mejores y las peores páginas de su historia.

Y, sin embargo, aquí están, a la orilla del Mediterráneo de cuyo horizonte infinito sólo les separa un pequeño montículo que emerge de la negrura y que alguna vez alguien decidió llamar Illeta de la Olla, un grupo de hombres cansados y sudorosos después de una noche, la última de faena agotadora. Aquí están, mirando al infinito y viendo cómo el sol se despereza tiñendo de rojos y naranjas indescriptibles lo que hasta hace un momento era una cúpula negra moteada de pequeños puntos blancos.

Ellos son los cofrades del Castell de l'Olla de Altea y llevan más de una semana mirando a ese mismo mar que en ellos últimos días ha dado no pocos recordatorios que él y sólo él tiene la última palabra sobre lo que sucederá esta medianoche en la bahía de Altea.

O quizás no. Quizás sea el Mediterráneo el que esté equivocado y haya un tipo, uno de esos a los que les encantaba jugar a ser un poco cabrón sólo por intentar ocultar, aunque resultaba imposible, que su corazón, generosidad y visión estaban fuera del alcance de comprensión de la mayoría de los que lo rodeaban.

Así, sólo así, pudimos entender todos los que allí estuvimos el 13 de agosto de 2022, que un disparo que estaba abocado a la cancelación, el primero tras la pandemia y el primero sin él, no sólo se pudiese disparar; sino que fuese el mejor de la historia. Que el viento y la mar se calmaran sobre la bocina. Y es que jugar con los nervios de los demás es algo que a muchos les encantó siempre, ¿verdad Barranquí? «Te fuiste, marinerito, /en una noche lunada, / ¡tan alegre, tan bonito, / cantando, a la mar salada!», escribió Alberti y parece que lo escribió para ti, ¿verdad?

El Mediterráneo, o Barranquí, o los dos, que a estas alturas es posible que sean la misma cosa, ha jugado con la paciencia de todos esos hombres, que han tenido que pelear más de la cuenta con las enormes cinco plataformas que cargan los 1.500 kilos de pólvora que volarán por los aires esta medianoche.

Además, el calor agobiante, pegajoso, intenso y abrumador de estos días, les ha obligado a trabajar en la oscuridad de la noche. Como contrabandistas. Como piratas. Y cada mañana, cuando el negro cielo se tornaba rojo para dar paso al más intenso de los azules, contemplaban su obra y veían lo que habían avanzado. Y volvían a mirar al mar, que es lo mismo que mirar al líder que se fue, y sabían que Dios aprieta, pero no ahoga. Que el mar se resiste, pero claudica. Que Barranquí estaba ahí, jugando con ellos; pero protegiéndoles.

Y así, día tras día, hasta que, en la mañana de este sábado, pocas horas antes de volver a llenar el cielo con el mayor espectáculo piroacuático del planeta, todo ha ido a su sitio. Hasta que entre órdenes concisas y una perfecta coreografía de hombres y máquinas como las que sus antepasados protagonizaban cada año calando almadrabas en ese mismo mar, cada una de esas cinco plataformas han quedado ancladas en su sitio.

Tonelada y media de pólvora que flota sobre el Mediterráneo. Abrazada por Barranquí, que sigue ahí, tan presente, con cada ola que se convierte en espuma blanca contra la borda de la plataforma y hace imposible olvidar su melena gris que, como la blusa marinera de Alberti, se inflaba al viento aquí, junto a su creación.

Son las nueve de la mañana. El sol ya está en lo alto y los hombres brindan, junto a la orilla del mismo mar, por el trabajo bien hecho. Esta noche, disfrutarán de su obra.

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