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La bola que da el Gordo en el sorteo de la Lotería de Navidad Eduardo Parra / Europa Press
LOTERÍA DE NAVIDAD | Yo viví un Gordo de El Niño en Alicante

Yo viví un Gordo de El Niño en Alicante

El primer premio de este sorteo sonrió hace 13 años al barrio de Benalúa y a su Hoguera con el número 30875, vendido en 'El Negrito'

Adrián Mazón

Alicante

Viernes, 23 de diciembre 2022

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Doce años tenía cuando todo sucedió. En pijama y con el desayuno recién preparado. En casa de mis tíos -en el barrio de Benalúa-, los tres juntos en el sofá con el café -en mi caso el cacao- todavía humeante y la televisión preparada. Quedaban escasos minutos para que el sorteo de El Niño diese comienzo. Las bolas salían mientras sus números eran cantados por un par de jóvenes que introducían la alegría en numerosos hogares.

Todavía recuerdo como mi tía preparaba sus décimos y papeletas en la mesa, todos ellos ordenador por números para facilitar la tarea. Los sacaba de su cuartilla, una de esas que utilizaba para guardar recetas y quinielas junto a los nuevos inquilinos que visitaban su interior cada Navidad.

Era salir un número y revisar cada décimo. Eso sí, siempre con una comprobación en el teletexto. Esa pantalla que con el mando del televisor te permitía acceder a canales internos en los que buscar la información más relevante de cada jornada. Todo ello con una conversación en la que ambos me explicaban cómo funcionaba el sorteo y por qué esos niños salían cada año a cantar en antena.

Los minutos pasaban y todo seguía igual. Número tras número, bola tras bola y revisión tras revisión. Un momento paralizado en el tiempo que, a cada segundo que pasaba, se me hacía más pesado. Sin embargo, una serie de truenos fueron los que nos sacaron de la monotonía.

El ruido de las tracas se colaba por los ventanales de la terraza. «¿Qué ha pasado?», nos preguntamos. Hasta que un grito de la calle nos resolvió la duda. «Sí, sí, sí. ¡Nos ha tocado El Niño!», escuchamos a lo que, acto seguido, fuimos corriendo a revisar la hojarasca de décimos y papeletas que cubrían la mesita del salón.

Fue alzar la vista y ver la cara de mi tía repleta de lágrimas. Con los dientes apretados en una sonrisa de oreja a oreja y los ojos cerrados por la ilusión era su reacción, acompañada de una agitación de brazos con los puños cerrados que apretaban un trozo de papel en el que resalta el número 30875. El primer premio del sorteo cayó en el barrio de Benalúa, vendido por la administración 'El Negrito'.

«¡Nos ha tocado el Niño!», acertó a gritar. «Una papeleta de la Hoguera» y acto seguido, el teléfono no dejó de sonar. Era su hermana que también tenía una participación y llamaba para dar la noticia. La sorpresa y la alegría tomó la voz de ambas, algo normal en mi familia, quienes mientras hablan de cualquier cosa -sea buena o mala- se echan a llorar. Dura solo unos segundos, pero así lo hacen.

Fue colgar y comenzar a llamar a más familiares. Entre ellas a mi madre, para darle la noticia y preguntarle si a nosotros también nos había «tocado la lotería», recuerdo que le pregunté. Pero la desilusión llegó pronto, cuando me dijo que no teníamos ninguna de estas papeletas que vendía la Hoguera Benalúa. Y es que al mudarnos de este barrio, el contacto con sus gentes se fue perdiendo.

«No pasa nada, Adrián», me dijo mi madre para tranquilizar a un niño que jamás había vivido tal situación. «Seguro que si hubiéramos tenido alguna no habría tocado», bromeó para restar importancia a la reacción de un chiquillo que solo era eso, un chiquillo. Acto seguido, mi tía cogió el teléfono y compartió la alegría con mi madre, a quien le propuso celebrarlo con una comida todos juntos.

Y es que la papeleta no daba para más. Costó un euro, una cifra proporcional al primer premio de El Niño. Poco menos de 10.000 euros, quitando los impuestos. Y como en estas fechas lo importante es compartir, así se hizo. Con un cuscús en las semanas próximas, cuando nos juntamos también antes de recibir otro regalo: el nacimiento de mi ahijado al mes siguiente.

La celebración no la compartimos solo los tres, no. Una vez colgado el teléfono, tras nosecuantas llamadas que hizo y recibió mi tía, sonó el telefonillo. Teníamos visita allí, en una casa en la que me siempre me ha gustado estar con la compañía de mis tíos, porque como siempre ha dicho mi madre: «Ahí te han dejado hacer siempre lo que te ha dado la gana». Desde pintar las paredes hasta construir hogueras de papel.

Y fue gracias a estas, en especial la Hoguera Benalúa, por lo que pude disfrutar de la celebración de un primer premio en mis propias carnes y junto a la familia. Sus hijos, primos, nietos y más allegados no dudaron en coger el coche y visitar este trocito de barrio, en el que sus gentes animadas por las calles acudían en masa al 'racó' para celebrar en conjunto este regalo de 'El Niño'.

De hecho, momentos después a la hora de comer, en los informativos de la televisión, pudimos ver a otros vecinos y comerciantes del barrio, además de festeros, mostrando su felicidad en la pantalla. Regina la de los trajes, la presidenta de la Hoguera, el 'Cuqui' y otros tantos que pasaron por la cámara para compartir la alegría de una comisión muy cercana a la familia con la barraca en la que nos hemos criado: 'No tenim un quinzet', un nombre muy lejano a la situación que se vivió trece años atrás.

Han pasado doce años y en el sorteo del Gordo de Navidad tampoco me ha tocado ningún décimo. No he tenido la suerte todavía de disfrutar de un primer premio -ni de cualquier otro de la lotería-, pero sé que siempre me queda El Niño.

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