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Jorge Edwards.
Fallece el escritor y premio Cervantes Jorge Edwards

Fallece el escritor y premio Cervantes Jorge Edwards

El escritor chileno, diplomático de carrera y ganador del Cervantes, falleció este viernes en Madrid a los 91 años

Viernes, 17 de marzo 2023, 18:54

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Jorge Edwards, una de las últimas voces del 'boom' latinoamericano, no logró la celebridad de Borges, Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa. Pero tiene en su haber un mérito que ninguno de ellos pudo igualar: con un solo libro fue capaz de irritar a un dictador de izquierdas y a uno de derechas hasta el extremo de que ambos prohibieron su publicación. El libro es 'Persona non grata' y en él narra su breve estancia, apenas tres meses, como embajador de Chile en Cuba, en 1971. Es su obra más conocida, la que siempre se cita y la que seguramente le valió el Cervantes en 1999 aunque este estrictamente sea el premio a toda una carrera. Edwards, que tenía también nacionalidad española desde 2010, murió este viernes en Madrid a los 91 años.

LAS CLAVES

  • Su carrera Además de diplomático, durante un tiempo fue también director de una editorial en España

  • Celebridad Muy apreciado por sus colegas, nunca consiguió la fama y el éxito popular de los grandes del 'boom'

El escritor chileno nació en Santiago el 29 de junio de 1931 en el seno de una familia acomodada. Estudió primero en los jesuitas de la capital chilena, donde tocó el cielo y el infierno. El cielo porque fue alumno de un santo en el sentido más estricto, puesto que su profesor fue canonizado hace unos años. El infierno porque, según reconoció cuando ya era octogenario, sufrió abusos sexuales por parte de otro sacerdote. Luego cursó Derecho y siendo aún estudiante publicó una colección de cuentos. Completó su formación en Princeton y se inició en la carrera diplomática. El servicio exterior lo llevó a ocupar cargos relevantes en las embajadas de Lima, París (en varias ocasiones) y La Habana.

Tres meses de embajador

A la capital cubana llegó como embajador enviado por Allende en plena efervescencia del 'caso Padilla'. Sus críticas al juicio-farsa al que el poeta fue sometido -y que dividió políticamente para siempre a los autores del 'boom'- le valieron la declaración de 'persona non grata' por parte del Gobierno de Castro. La breve experiencia como embajador, solo tres meses en el cargo, le sirvió para escribir una crónica que se convertiría en su libro más célebre. Una obra publicada en 1973, que fue prohibida en Cuba y también en Chile, donde Pinochet se había instalado en el palacio de La Moneda tras un golpe de Estado y dirigía una brutal represión.

Precisamente fue ese carácter de cronista, por encima de su carrera como creador de ficciones, lo que destacó el jurado del Cervantes cuando le concedió el premio. Para entonces, Edwards había trabajado en España como editor, había vuelto un tiempo a la diplomacia -fue embajador ante la Unesco- y había ido publicando, con cierta parsimonia, una serie de obras de temática urbana. Obras que con frecuencia recurren a personajes reales (por ahí aparece Neruda, a cuyas órdenes trabajó un tiempo en la Embajada de París) y que están escritas con un lenguaje de elegante concisión, bastante lejos de las hipérboles del 'realismo mágico'.

El autor de 'El peso de la noche' y 'El origen del mundo', sus dos novelas más leídas, fue también un articulista afilado que publicó sus textos en distintos periódicos latinoamericanos y españoles, entre ellos EL CORREO. Pese a que a lo largo de su trayectoria ganó numerosos premios y fue distinguido como Caballero de la Legión de Honor en Francia y con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio en España, entre otros muchos honores, nunca alcanzó la popularidad ni el favor mayoritario de los lectores de los que gozaron las grandes figuras de su generación.

Precisamente el Cervantes trató de paliar ese menor reconocimiento. Lo dijo Vargas Llosa al anunciar el premio: «Es un maestro de la biografía, un gran memorialista y sobre todo un gran cronista, que ha sabido dar a este género de la crónica una variedad infrecuente». Unos valores literarios que las dictaduras no han apreciado.

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