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Se estima que en torno al 1% de la población en nuestro país ha podido estar en contacto con alguna secta. Extrapolando esos datos a nuestra provincia, podemos decir que cerca de 20.000 alicantinos se han cruzado con estos grupos alguna vez en su vida. En toda la Comunitat hay en torno a unos 60 grupos sectarios bien establecidos, aunque su potencial «camaleónico» hace difícil cuantificar la dimensión real del problema. Así lo explica el psicólogo clínico Miguel Perlado, fundador de la Asociación para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP).
La entidad ha convocado para el próximo marzo en Alicante un encuentro nacional sobre sectas, lo que evidencia que nuestra provincia no está exenta de sufrir esta amenaza. Perlado tiene 26 años de experiencia ayudando a víctimas de sectas, algunas de ellas en Alicante. Ese trabajo le ha llevado a identificar tres corrientes principales de grupos que operan en nuestra provincia.
En una primera categoría, el psicólogo incluye a las sectas de tinte parapsicológico o esotérico; un «cajón de sastre muy amplio donde podemos encontrar incluso 'cazadores' de platillos volantes». Otro segmento está relacionado con esquemas de inversión piramidal o negocios multinivel. Y en último lugar, las prácticas indigenistas relacionadas con la santería. Estas últimas «se suelen relacionar con ritos satánicos, pero nada más lejos de la realidad, son más rituales de origen afro caribeño como la religión palo mayambé.
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«Hay que entender que uno no entra en una secta, sino que es introducido por otra persona, a veces incluso por un allegado». De esta forma explica el fundador de la AIIAP el primer paso para caer en estas redes, que con mucha frecuencia enmascaran su verdadera naturaleza. «La gente se interesa por ellas ya que desde fuera presentan temáticas de interés como la filosofía, la ecología o la ayuda al tercer mundo. En los primeros encuentros, hay gente entrenada para ir filtrando a los asistentes y detectar quién puede ser arrastrado al núcleo duro de la organización con mayor facilidad».
Perlado diferencia dos perspectivas para identificar a las potenciales víctimas. «Desde el punto de vista del grupo, el perfil más atractivo son personas jóvenes, idealistas o universitarios. Gente que quiere cambiar el mundo, inconformistas, y que, en definitiva, son productivas».
Desde la óptica del individuo, «los más vulnerables son quienes viven situaciones vitales complicadas. Aquí se incluye desde separaciones matrimoniales a crisis ligadas a la edad, que nos pueden predisponer a la atracción de estos grupos».
La motivación de una secta no es solo monetaria, como se puede llegar a pensar, sino que también les mueve el simple control del mayor número de gente posible. Para ello, «te puede hacer caer un vecino, un compañero de trabajo, o incluso un familiar. Es decir, alguien para quien no tienes una percepción de riesgo», apunta el terapeuta.
Entre los perfiles de las víctimas también se cuelan los usuarios de redes sociales, convertidas en una plataforma propicia para la expansión sectaria. Las nuevas generaciones son muy vulnerables en ese sentido, y es que a pesar de ser nativos digitales, «muchas veces no son conscientes de las señales de riesgo, por lo que necesitan de educación digital. Está demostrado que los adolescentes presentan un alto índice de captación».
Según la experiencia de Perlado, hay casos en los que la pertenencia a una secta se puede prolongar hasta dos décadas, así que «la salida es un proceso lento», seguida de una terapia que puede requerir de años para que se recupere la estabilidad mental.
El experto señala cuatro formas en las que se produce la ruptura con una secta. Puede ser de manera espontánea, cuando la persona llega a su límite tanto físico como mental. «Acaban rotos emocionalmente, explotados económicamente, y desconectados socialmente. La secta hace que te conviertas en un trabajador compulsivo, sirviendo a la causa durante 24 horas los siete días a la semana. Todo para alcanzar la iluminación, sanación, salvación, o cualquier otra cosa que te prometan».
La salida también puede llegar mediante la expulsión, «lo cual deja a la persona con un gran sentido de la culpabilidad al sentir que no era apto para el grupo»; o tras la simple desarticulación de la organización. La psicoterapia es otra de las vías de escape, a través de las llamadas 'desprogramaciones'. «El tratamiento no va contra la voluntad de la persona captada. Hay que hacerle reflexionar con la ayuda de gente de su entorno».
Toda esta angustiosa realidad la ilustra el psicoterapeuta mediante un símil literario. «Es como acabar dentro en la madriguera de Alicia en el País de las Maravillas. Cuanto más te adentras en ella, más difícil es la salida. Es un proceso asfixiante con el que se acaba en un sitio angosto que dificulta pensar por uno mismo».
El estudio exhaustivo de las sectas ha permitido a los expertos establecer una serie de elementos característicos para poder identificar su modus operandi. «No son las ideas lo que caracteriza a las sectas, sino sus patrones de relación que ocasionan un daño a diferentes niveles. Destacan por tener líderes autoproclamados, cuya autoridad es incuestionable y exige una dedicación excesiva. También presentan un control coercitivo sobre relaciones sociales, pensamientos o sentimientos; así como una dinámica de explotación con daño que puede ser psicológico, económico o moral».
Conocer las señales de alarma también puede prevenir a las potenciales víctimas de caer en estas redes. «Debemos tener cuidado con las reuniones en las que debamos mantener en secreto lo que se hable en las mismas. Ya sea porque esa información no se entenderá fuera de contexto, o porque está reservada solo para unos pocos elegidos. Atención también a quien nos diga que pensamos demasiado, o que tenemos que conectar con nuestra esencia y dejarnos llevar. También cabe alarmarse cuando se presenta ante nosotros una persona cuya puesta en escena es grandiosa, que se reivindica como alguien incomprendido y valedor de un sistema que solo entienden sus seguidores».
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