Gabriel Alonso-Carro y García-Crespo
Defiende en su libro 'Globalizar la solidaridad' una visión ética y humanista de las relaciones internacionales ante los desafíos globales del siglo XXI
Profesor, ensayista y ex Jefe de Estudios de la Escuela Diplomática, Gabriel Alonso-Carro y García-Crespo propone una mirada lúcida sobre el papel de la ética en la política internacional. En su conversación con TodoAlicante sobre su último libro 'Globalizar la solidaridad: ética política internacional', el autor alerta del riesgo de un mundo dominado por el cinismo y el interés nacional, y reclama una solidaridad global «realista y compartida» frente a crisis como la guerra, el cambio climático o la inteligencia artificial. «El destino no está escrito, pero dependerá de la conciencia ética de la humanidad», afirma.
¿Qué momento o experiencia concreta que le ha llevado a plantearse la necesidad de una «ética política internacional» y a escribir este libro?
Mi trayectoria profesional como Jefe de Estudios en la Escuela Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores me condujo a extraer dos conclusiones: existen elementos muy positivos en las relaciones internacionales -junto con los más negativos, que nos sirven a diario los mass media- y, por otro lado, ver únicamente lo más desesperanzador, que no niego, conduce a un escepticismo y cinismo que justifica la 'Realpolitik'. Este «realismo crudo», de matriz hobbesiana («el hombre es lobo para el hombre»), alimenta las conductas amorales en la convivencia mundial.
¿Puede dar un ejemplo contemporáneo donde considere que la solidaridad internacional -tal como usted la entiende- ha marcado una diferencia real en el terreno de la política global?
Fíjese que las Naciones Unidas se rigen por el principio de solidaridad internacional, fundado en la Carta fundacional de S. Francisco, que compromete a la cooperación y colaboración en la paz y seguridad mundiales de los estados miembros. Con sus importantes fallos, sin embargo, como se ha dicho, si no existiera la ONU, habría que inventarla. Es un foro internacional fundamental, aún con sus serias limitaciones. En otro orden, en el de la sociedad civil y empresarial, el esfuerzo de colaboración e intercambio científico para obtener con celeridad la vacuna contra la covid-19 es otro claro ejemplo. Otro cuestión es el reparto desigual de la misma y la barrera económica para acceder a las más eficaces: pero esto ya pertenece al ámbito industrial y comercial y yo me refiero a la colaboración científica.
¿Cuáles son los principales obstáculos éticos que hoy impiden que las estructuras internacionales actúen con mayor solidaridad (por ejemplo la soberanía nacional, el poder económico, la cultura política)?
En relación con lo que expuse antes, la ONU está estudiando convertir el principio de solidaridad internacional en un derecho para los individuos y los estados. Por su importancia, pasaría de ser un principio ético a ser un derecho y un deber. El obstáculo a salvar para lograr una política internacional más ética es dejar de priorizar en exclusiva los interese nacionales y, con altura de miras, anteponer la dignidad humana, el respeto a sus derechos fundamentales y a su plena realización y-por fin- caer en la cuenta de que ante un mundo cada vez más globalizado muchos de los retos y amenazas afectan al conjunto de los países y sólo se superarán actuando de manera conjunta. El propio interés, se convierte así en el interés de todos (y viceversa). No es una visión romántica, sino muy real: o nos salvamos o nos hundimos todos, no hay término medio.
En su libro señala que la globalización puede ser canalizada de forma solidaria. ¿Cómo cree que deberían reformularse las instituciones globales para fomentar ese canal solidario?
En relación con lo anterior, las instituciones globales son lo que deciden que sean los estados que las conforman. La progresiva mundialización (traducción del francés del término globalización) debería orientarse hacia el bien común del conjunto de la humanidad. Por ello se ha hablado y discutido mucho de la gobernanza global e incluso de una autoridad mundial que pueda imponer las medidas necesarias con este fin. Siendo prácticos, aunque sería muy necesario, estamos aún lejos de ello: sin embargo, por esta vía nos situaremos en la buena dirección. Históricamente se ha advertido de la peligrosidad de autoridades globales, y no es baladí, pero también se han esbozado soluciones como posibles autoridades mundiales democráticas formadas por estados democráticos y con un funcionamiento respetuoso con el Derecho Internacional.
¿Hasta qué punto tecnologías como la IA, la globalización digital y las redes sociales representan una oportunidad o un riesgo para la ética política internacional y la solidaridad global?
La tecnificación progresiva de la cultura y sociedades actuales son ambivalentes desde el punto de vista ético. Tiene sus pros y sus contras. Desgraciadamente hemos comprobado con demasiada frecuencia que los adelantos tecnológicos tienen primero un uso militar o económico (energía nuclear, internet, física cuántica, etc.) y sólo después un uso civil. Lo importante es equilibrar lo que los sociólogos de la Escuela de Frankfurt denominaban «razón técnica» y «razón moral». Sin este balance la tecnología termina siendo instrumentalizada en perjuicio -en vez de en beneficio- de la sociedad. En este sentido, las moratorias solicitadas ante el avance descontrolado de la IA, la regulación implementada por la UE ante este fenómeno, así como la progresiva conciencia social ante el uso abusivo de redes sociales (por parte de los usuarios, y la explotación de datos por parte de las multinacionales tecnológicas) son ejemplos de una preocupación ética global y solidaria en un terreno que supera con mucho las fronteras territoriales de los respectivos países.
«Sin este balance la tecnología termina siendo instrumentalizada en perjuicio -en vez de en beneficio- de la sociedad».
¿Qué papel juegan las grandes potencias en su visión de una ética internacional? ¿Son parte del problema o pueden convertirse en motor del cambio?
Las dos cosas. El papel que juegan es decisivo dado que son las que lideran el destino del mundo. Por ello habría que hablar de la necesidad de liderazgos estatales éticos: que ejemplifican y guíen en la senda más correcta para el bien común del conjunto de la comunidad humana global. En EE.UU. hay interesantes debates con contribuciones de interés sobre el papel de la ética en el liderazgo USA (p.ej. J. 'Nye', 'Carnegie Council for Ethics and International Relations', 'Ethics and Public Policy Center', etc.). Como primera potencia mundial están obligados a hacer esta reflexión, al igual que Carlos V y Felipe II buscaron soluciones morales a la expansión del Imperio español. Ya sabemos que el alcance total de estas orientaciones es imposible pero no es poco que se formulen y estén en el horizonte de la opinión pública y de los gobernantes. Esto no sucede, más bien al contrario, en sociedades totalitarias -como China- pero ese es un reto y un obstáculo: hacer converger hacia el bien del conjunto a regímenes que por su ideología tienden a ser endogámicos.
La conciencia de la interdependencia mundial es cada vez mayor, como indica el libro. ¿Cómo se traduce esto -en su opinión- en política práctica a nivel estatal o multinacional? ¿Qué medidas concretas propone?
En ámbitos sectoriales ya se impulsan medidas prácticas a nivel mundial, en la medida del compromiso de los países. La próxima COP30, a los diez años de los Acuerdos de París del 2015 en materia medioambiental, persigue la mayor concreción y aplicación de lo pactado entonces. La peligrosa incertidumbre mundial a causa del conflicto en Oriente Medio, junto con la desproporcionada respuesta de Israel, han conducido a la comunidad internacional a frenar la guerra de Gaza: bajo el liderazgo de EE.UU. pero con la mediación imprescindible de países árabes (Egipto, Qatar, etc.). En el terreno nacional, el contexto español y su pertenencia a la UE, hacen que nos unamos a las políticas supranacionales dictadas por las directivas europeas -que muchas van más allá de la organización interna de la propia Unión-. La política exterior cada vez está más coordinada entre los diversos países por su pertenencia a espacios de integración o de cooperación internacionales, que obligan en el interior y en el exterior a implementar medidas que van más allá del estricto interés nacional y apuntan a esa interdependencia cada vez mayor que se apuntaba.
La política exterior cada vez está más coordinada entre los diversos países por su pertenencia a espacios de integración o de cooperación internacionales, que obligan a implementar medidas que van más allá del estricto interés nacional».
Ante escándalos o crisis humanitarias, por ejemplo conflictos, migraciones o cambio climático, ¿cómo articularía usted el equilibrio entre responsabilidad moral internacional y respetar las condiciones y contextos locales?
Es un debate muy interesante que dio lugar primero al concepto de injerencia humanitaria y, después, al de responsabilidad de proteger. Evidentemente, para evitar abusos e injustificadas intervenciones bajo capa benéfica el equilibrio ha de provenir del acuerdo mayoritario en la comunidad internacional y por causas objetivas, siempre desde el Derecho Internacional como referencia. El consenso total ya sabemos es imposible por diversos condicionamientos (por ejemplo el derecho de veto en el Consejo de Seguridad de NN.UU.) pero sí existen mecanismos de amplio consenso sobre las circunstancias en las que la comunidad internacional, o parte de ella, puede anteponer la responsabilidad de proteger a cualquier consideración de carácter local.
Mirando al futuro de aquí a 20 o 30 años, ¿qué escenario le parece más probable para la ética política internacional?
Sinceramente, creo que cada vez jugará un papel mayor. La complejidad del mundo futuro, la necesidad de un horizonte de esperanza para el género humano, los graves retos y necesidades globales que se plantearán en las próximas décadas obligarán a una reflexión más cuidadosa en lo ético y, ojalá en la misma medida, una práctica política internacional con más altura de miras moral y humanamente hablando. En ese sentido, nos estamos jugando nuestro destino colectivo. O bien, como pensaba S. Hawkins, el célebre físico (y otros científicos con él), habremos de buscar refugio en otro planeta para dar continuidad a la especie humana en uno o dos siglos, o bien permaneceremos en nuestro planeta pudiendo convivir pacíficamente y legando un futuro digno a las generaciones posteriores. El destino no está escrito: está por hacer, de la conciencia ética de la humanidad dependerá nuestro futuro común.