La Xylella fastidiosa, asesina de almendros y pirómana en potencia
Antiguos agricultores apuntan al abandono del campo como principal causa de los grandes incendios
«Aquí antes vivíamos del campo. Había incendios, pero no eran tan graves porque los bancales estaban limpios. Los cuidábamos». Antonio es un agricultor jubilado al que ya hace muchos años que la salida y la puesta del sol no le marca las horas de sueño. Ahora, pasa el tiempo hablando con los vecinos, jugando la partida y, de vez en cuando, «cuando no me ve la mujer», disfrutando de un vaso de vino tinto que el médico le tiene prohibido.
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Él, como muchos de sus quintos, han vivido sin ningún tipo de sorpresa el incendio que desde el pasado domingo ha afectado a cerca de 700 hectáreas en los montes cercanos de su pueblo. Unos y otros hablan, mientras observan el ir y venir de autobombas, helicópteros y camiones de la UME, de otros tiempos en los que todos esos montes, convertidos en terrazas abancaladas desde siempre, «estaban limpios».
La conclusión de todos ellos es la misma: «esto tenía que pasar». Y resulta curioso comprobar como el fatalismo del que ha visto muchas cosas en la vida es tan similar aquí, tierra adentro, como en el mar. Allá donde un marino ve el peligro mucho antes de que el iceberg que siempre hay a proa se cruce en su camino, estos antiguos agricultores ven la llama mucho antes de que se inicie la chispa.
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«El campo ya no da dinero. Ni siquiera, para poder sobrevivir», afirman. Ese es el motivo por el que sus hijos y sus nietos marcharon hacia la costa. Allí, al menos, «hay turismo y hay oportunidades». Otros, los menos, se quedaron, «pero también se han dedicado a otras cosas». Y esas «cosas» también tienen que ver con el turismo, una industria todavía en pañales en el interior de la Marina Baixa donde las casas rurales han empezado a florecer con mucha fuerza.
La tarde va cayendo y el sol abrasador que hacía subir la temperatura hasta rozar los 30º este martes en Tárbena da un respiro. Es el momento de salir a la fresca y comentar la jornada. Unos hablan de los partidos de Champions que deben afrontar el Barça, el Madrid y al Atlético (por este orden de preferencia), y otros siguen lamentando que el abandono del oficio del que vivieron ellos y sus antepasados esté en vías de extinción.
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La cosa viene de lejos, pero la gota que colmó el vaso, aseguran, llegó con la Xylella fastidiosa. «El bicho», así se refieren a él, que obligó a arrancar buena parte de los almendros que llenaban los bancales que rodean el pueblo y que alguno de ellos, más por afición que por negocio, se dedicaba a mantener.
Una enfermedad que no sólo ha podido con buena parte de esos almendros, sino que es señalada, en última instancia, como una pirómana en potencia. «En estos bancales ya no se puede plantar nada y, por lo tanto, los propietarios dejan de cuidarlos. Además, no se puede construir ni se pueden aprovechar para nada más», lamentan.
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En esas condiciones, lanzan una pregunta al aire: «¿quién va a limpiarlos? ¿Quién va a meter el dinero para mantenerlos si no va a recuperar nada?». La respuesta, por obvia, no necesita verbalizarse.
Y así, con ese fatalismo atávico reflejado en la mirada de unos ojos rodeados de arrugas labradas a conciencia por el sol y el trabajo duro de la tierra, lanzan un aviso pavoroso: «ahora, ha tocado en el monte; pero si esto sigue así y no se cuidan y se limpian los bancales, la próxima vez el fuego será aquí, al lado del pueblo».
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