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Durante el reciente apagón que dejó a buena parte del país a oscuras —y sin cobertura—, en Pedreguer se vivió una escena digna de película de los 90. En pleno siglo XXI, con smartphones que hacen de todo menos café, el alcalde Sergi Ferrús reveló --en el foro de Emergencia y Prevención organizado por TodoAlicante-- que la única forma de comunicación que les quedó operativa fue… el walkie talkie. Sí, ese aparato que muchos recordamos de juegos infantiles o películas de acción.
La Policía Local desempolvó sus emisoras y las repartió con tino: una al centro médico, otra al ayuntamiento… y así, a base de «cambio y corto», lograron mantener el pueblo conectado. La estampa fue tan pintoresca como efectiva.
Pero Ferrús no fue el único con anécdota. José Ramiro, alcalde de Ondara, relató que él mismo sufrió la incomunicación en sus propias carnes. Con la red caída y sin información oficial accesible, tuvo que llamar personalmente de la Subdelegación del Gobierno en Alicante para saber si debía suspender las clases. Aunque esa decisión es competencia de los ayuntamientos, la falta de datos puede convertir una decisión urgente en una ruleta rusa. ¿Cerrar los colegios o no? Difícil acertar sin saber si lo peor ha pasado o está por venir.
Mientras tanto, en todo el país se vendían radios de pilas como si no hubiera un mañana. Porque cuando cae la red, lo único que no falla es lo analógico. Una lección que nos deja este episodio: la modernidad es cómoda, sí, pero la resiliencia también se construye con pilas, emisoras... y algo de instinto.
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