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Mercedes Gallego
Martes, 1 de octubre 2024, 08:44
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Los estadounidenses tendrán este martes una nueva oportunidad de comparar en un debate los programas de Kamala Harris y Donald Trump, pero no será a través de los dos candidatos que se enfrentarán en las urnas el 5 de noviembre, sino de sus segundos. Tanto el gobernador de Minnesota, Tim Walz, de 60 años, como el senador J.D. Vance, de 40, apelan a la América obrera y rural, pero presentan ideologías diametralmente opuestas.
Por un lado, Walz evoca la clásica figura del entrenador de instituto, un pilar de la moralidad en el imaginario estadounidense. Por el otro, Vance, autor de 'Hillbilly', una elegía rural, se vende como el mito del hombre hecho a sí mismo, un superviviente de la clase obrera empobrecida del cinturón industrial, que logró escapar del pantano de drogas y violencia doméstica en el que creció.
«Como todas las personas normales con las que crecí en el corazón del país», le atacó Walz con sarcasmo cuando se presentó en Filadelfia, «J.D. estudió en Yale, le financiaron su carrera multimillonarios de Silicon Valley, y luego escribió un 'bestseller' arrastrando por el suelo a la comunidad de la que salió. ¡Venga ya, eso no representa a la América del Medio Oeste! No veo la hora de debatir con ese tipo».
Esa hora llega esta noche a las nueve en Nueva York, la ciudad en la que no se ha celebrado ningún otro debate presidencial desde que lo hicieran Kennedy y Nixon en octubre de 1960 para confrontar su política exterior en plena Guerra de Vietnam. Será en el estudio 45, otro recinto histórico de la televisión, en pleno corazón de Manhattan, propiedad de CBS desde 1952, que en su día fuese el más grande y moderno del mundo. En España podrá verse a partir de las tres de la madrugada.
En el formato pactado, ambos candidatos estarán de pie detrás de sus atriles durante 90 minutos con dos intermedios de cuatro minutos cada uno para los anuncios, en los que no podrán interactuar con sus asesores. A diferencia de sus jefes, los micrófonos estarán abiertos, lo que les dará la posibilidad de interrumpirse, pero los moderadores tendrán el privilegio de cerrarlos si ven que se les escapa de las manos. Entrarán directamente a las preguntas, sin presentaciones orales, ni notas en las que apoyarse, y dispondrán de dos minutos para cada respuesta, a los que los moderadores podrían añadir hasta un minuto, a discreción.
Con la moneda lanzada al aire Walz se ganó la última palabra en el minuto de oro, mientras que Vance será la cara que los espectadores vean a la derecha de la pantalla. Los debates presidenciales han resultado ser los mayores espectáculos televisivos del año, después de la Superbowl y muy por encima de los Oscar. Hace tres semanas el de Trump con Harris sentó frente a los televisores a 67 millones de personas, según Nielsen, un 31% más que el del 27 de junio que acabó con la reelección de Biden a sus 81 años.
Trump no ha querido una revancha con Harris, que a todas luces logró picar su ego para exponer sus desatinos frente a la audiencia, aunque le diese pocos réditos en las encuestas. Le toca, por tanto, a su delfín completar la faena en su única oportunidad en un cara a cara ante las cámaras de demostrar que la vicepresidenta forma parte del Gobierno que quiere cambiar y que ha dispuesto de cuatro años para aplicar las políticas que ahora propone en plena campaña electoral. Como brillante graduado de Yale, que hizo carrera en Silicón Valley antes de convertirse en senador por Ohio, Vance se ha preparado este examen a conciencia con el congresista Tom Emmers, otro hijo de Minnesota que le ha acostumbrado al acento y los manierismos de Walz, al que conoce desde hace dos décadas, para que pueda anticiparse a sus salidas y ponerle contra las cuerdas.
Por su parte, el segundo de Harris ha elegido para su entrenamiento a otro milenial, el secretario de Transporte, Pete Buttigieg, que no conoce personalmente a Vance pero dice haber conocido en Yale «a otros oportunistas como él». Es de esperar que ataque su «falso populismo» y le pase factura por sus denigrantes comentarios hacia las mujeres sin hijos que, según Vance, «se juegan menos» en las elecciones, así como por sus críticas pasadas a Trump, al que llegó a comparar con Hitler antes de intentar ganarse sus favores políticos.
En lo que Walz debe estar preparado es para defender su servicio militar, porque el otro veterano al que se enfrenta ha estado más cerca del frente y criticará sus deslices al presentarse como un guerrero en combate. Como gobernador en Minnesota durante los disturbios que siguieron al asesinato policial de George Floyd, Walz tendrá que defender su actuación y hasta las políticas de Harris, que en su día se alinearon con el movimiento para restar fondos a los cuerpos de policía en favor de otras fuerzas de arbitraje social.
Al final, el mejor resultado será no dar ninguna respuesta que se haga viral, como la de los perros y gatos de Springfield, que Vance puso en el radar de Trump antes del debate del 10 de septiembre. La realidad es que los segundos de a bordo inclinan poco la balanza de cara a las elecciones, porque según la Constitución su única función definida es asumir el poder en caso de que le ocurra algo al presidente, cosa que en Estados Unidos ha sucedido en nueve ocasiones. Dada la edad de los candidatos -Trump tiene 78 años y Harris 59-, es Vance quien tiene más posibilidades de suceder a su jefe en el Despacho Oval y, por tanto, el que más se juega en este primer y único debate.
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