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Un equipo de frescate en el río Swannanoa Reuters
«¿El pueblo? No queda nada» tras el paso de Helene

«¿El pueblo? No queda nada» tras el paso de Helene

El huracán arrasa el interior de diez estados sin experiencia en estos fenómenos y pasa a la historia con más de cien muertos y 600 desaparecidos

Mercedes Gallego

Corresponsal. Nueva York

Lunes, 30 de septiembre 2024, 23:53

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Parecía que EEUU se había salvado los efectos devastadores de un monstruo huracanado que tuvo a bien tocar tierra en una zona poca poblada de Florida, la Bahía de los Apalaches, en el llamado Big Bend. Pero Helene no solo era solo «un huracán catastrófico, también histórico», dijo ayer el presidente Joe Biden, porque nunca se había visto un huracán de categoría 4 en esa zona. Además, tiene detrás otras dos tormentas -Isaac y Joyce-, que pueden rematar su ya devastadora faena.

Debilitado pero con vientos sostenidos y cargada de agua, Helene ha dejado a lo largo de mil kilómetros a su paso por Alabama, Georgia, Tennessee, las Carolinas y Virginia, más de cien heridos, cientos de desaparecidos, un millón de personas sin luz y poblaciones totalmente reducidas a escombros.

«¿El pueblo? No queda nada», contó Chris Murray, jefe de los servicios de rescate, al diario local The News and Observer. Se refería a la pintoresca localidad de Chimney Rock (Carolina del Norte), uno de esos pueblos de apenas 140 habitantes, colgado en las montañas junto al Lago Lure, que en verano se llena de veraneantes. Basta ver las imágenes para entender que quienes lo buscaban no lo encontraran. Las lluvias torrenciales habían desbordado los pantanos y lagos. Los diques del lago se rompieron y la avalancha de agua que entró por la calle principal se llevó por delante todas las casas, bares y restaurantes con vistas al río, así como los puentes y estructuras que encontró. Detrás quedaron grandes extensiones de escombros, hasta donde se extendía la inmensidad de la vista. Auténticos pantanos de maderas y piedras de entre los que, de vez en cuando, emergía alguna segunda planta que extrañamente había quedado intacta, o algún porche que navegaba sobre la desolación. «Devastación no empieza a describir lo que hemos visto», dijo en conferencia de prensa Quentin Miller, sheriff del condado de Buncombe, que aseguraba haber confirmado 35 muertos solo en su condado, algunos flotando ahogados y otros dentro de sus vehículos.

Chimney Rock, Como Red Hill o Bat Cave, son algunos de esos pueblos idílicos que habían encontrado una nueva vida turística a la luz del renacer de Asheville, una población de cerca de cien mil habitantes, convertida en meca de artistas y bohemios en busca de paz y tranquilidad. En la última década había florecido la cultura y los restaurantes de alta cocina, galardonados con premios gastronómicos, para completar la experiencia de quienes iban a hacer kayak o senderismo en las Black Mountains. A casi 500 kilómetros de la costa, sus habitantes nunca pensaron en verse inundados por un huracán. De pronto, «la ladera se vino abajo», contaron los rescatistas del condado de Pamlico.

Anoche el balance de víctimas mortales iba por 120 personas que habrían perdido la vida y más de 600 desaparecidas, aunque las autoridades creen que la mayoría de estas simplemente están ilocalizables, al no haber cobertura de teléfono ni accesos por tierra. El presidente Joe Biden no daba nada por hecho, salvo que, para cuando se dirigió al país desde la Casa Blanca, tras declarar el estado de emergencia, la tormenta tropical seguía devastando los Apalaches a lo largo de diez estados. La urgencia era encontrar los que se temían enterrados bajo el tsunami de escombros que cubrió hasta los tejados de las casas.

«No hay nada como la angustia de preguntarse si tu esposo, mujer, hijo, hija, madre o padre está vivo», se lamentó. «Mucha de esta gente no tiene ni idea de si algún día podrá volver a vivir allí donde estaban sus casas. Quiero que sepan que no nos iremos hasta que el trabajo esté terminado y que estoy comprometido a viajar a las áreas afectadas tan pronto como sea posible, pero me han dicho que si lo hiciera en este momento entorpecería las tareas de rescate», explicó el mandatario.

En plena campaña electoral, el ex presidente Donald Trump se apresuró a viajar a Georgia, que, junto con Carolina del Norte, parecía ser uno de los dos estados más afectados, con al menos medio centenar de muertos en el primero y una treintena en el segundo. Desde allí criticó a su rival, la vicepresidenta Kamala Harris, por no haber suspendido la campaña, cosa que esta ya ha hecho, pendiente a acompañar al presidente a la zona cuando sea posible. También criticó a Biden al decir que, al gobernador de ese estado, Brian Kemp, le estaba costando hablar con el presidente. El propio gobernador, un republicano, le corrigió después al contar que la Casa Blanca le llamó el domingo y él estaba tan ocupado que perdió la llamada. «Se la devolví rápidamente, hablamos, y el presidente me preguntó: '¿Qué necesitas?'», explicó.

Como muestra de su estrategia para reclutar la ayuda del sector privado para resolver los problemas nacionales, Trump dijo haber hablado con su donante y benefactor, el fundador de Tesla y comprador de Twitter, Elon Musk, para pedirle que redirija su red de satélites de Starlink a la zona afectada con objeto de restablecer las comunicaciones. Una iniciativa en la que ya estaba involucrado el gobierno federal, que decía haber instalado este fin de semana 30 receptores de esa señal en las áreas más afectadas. Como contrapunto, la campaña de Harris resucitó en las redes los vídeos de Trump lanzando rollos de papel de cocina a los damnificados puertorriqueños tras el huracán María en 2017. F

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