Víctor Elías
Vermú de domingo ·
El inolvidable Guille de 'Los Serrano' hace repaso a una vida marcada por las adicciones de sus padres y luego suyas y dice que la música ha sido su salvaciónSecciones
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Víctor Elías
Vermú de domingo ·
El inolvidable Guille de 'Los Serrano' hace repaso a una vida marcada por las adicciones de sus padres y luego suyas y dice que la música ha sido su salvaciónNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Su padre era músico y su madre actriz, por lo que Víctor Elías pisó un escenario cuando apenas levantaba un palmo del suelo. Con unos cuantos palmos más consiguió el papel de Guille en 'Los Serrano', y mientras en el plató todo era un juego, en su casa vivía un drama a causa de las adicciones de sus padres, algo que marcó una época de peleas y 'bullying', denuncias y juicios. Pocos años después, sería el actor quien caería en el alcohol y en la cocaína, pero, ya rehabilitado y tras reencontrarse con su vocación musical y con él mismo, volcó su vida en una obra teatral. Ahora la cuenta en '#YoSostenido. Historia de un juguete casi roto' (Planeta), donde se reconcilia con el pasado desde la tranquilidad que le proporcionan su reconocimiento como director musical y su reciente matrimonio con la 'triunfita' Ana Guerra, con quien aún no ha podido irse de luna de miel. «Pero estamos felices, felices».
–En 'Los Serrano' tomaban jamón de aperitivo, de merienda, de cena…
–Comíamos todo el jamón que podíamos. Todo el que nos dejaban, mejor dicho.
–Usted era feliz trabajando en la serie, pero su vida familiar era un infierno.
–Era un momento duro. Tampoco me gusta llamarlo infierno porque, joder, con todo lo que pasa en el mundo, este es un problema más. La idea de contarlo y hacerlo público es naturalizar que cuando piensas que a alguien le va muy bien, pues a lo mejor no le va tan bien. Intento romper un poco ese prejuicio que tenemos todos, y yo me incluyo en ocasiones, de «mira a este qué bien le tiene que ir, que está todo el día en la tele» sin saber lo que hay detrás.
–Pero cuenta episodios extraordinariamente dolorosos, como que denunció a su madre a los trece años para quitarle su custodia.
–Es que cuando tienes trece años tampoco sabes calibrar lo que es correcto y lo que no. Pero, al final, todas las decisiones te llevan a algo, y yo tengo una parte muy positiva, que es poder contarlo porque tengo la suerte de tener el foco y el altavoz.
–Tiene que haberle resultado muy difícil escribir este libro.
–Bueno, más que escribirlo con Pablo [Díaz Morilla, coautor del libro], me resultó más duro leerlo. Yo le decía «Pablo, es que yo no miro mi vida así», pero él me respondía «no he puesto ni una palabra que no sea tuya». Pero ahí es donde ya empieza la aceptación, el perdón a terceros, el perdón a uno mismo y el trabajo terapéutico de verdad, trabajo que ya había empezado con la función de teatro, con la que volvemos en diciembre, y que he rematado con el disco que saco poniendo música a cada capítulo del libro.
–¿Hubiera podido contar lo que cuenta de seguir vivos sus padres?
—Supongo que no, porque ya entras en una controversia de opiniones distintas sobre la misma historia. Al fin y al cabo, cada uno la ha vivido desde un punto, y es mucho más complicado contarla cuando hay que discutir con alguien y llegar a un consenso.
–Con 20 años cayó en las mismas adicciones que sus padres. Acabó repitiendo ese patrón que tanto daño le había hecho.
–Bueno, aunque no lo creamos es el que más se repite, con la diferencia que hasta hace muy poco no se hablaba de las adicciones, y parecía que el adicto solo era el heroinómano. Ahora se le está dando un valor que antes no tenía, y es que adictos hay muchos y a muchas cosas, no solo a las sustancias, sino al alcohol, al trabajo, al sexo, a la comida…
–«Me hice adicto porque quise», afirma. Es muy duro consigo mismo.
–Puede ser. No lo sé; hay una parte que no es decisión propia, porque nadie decide entrar ahí y es la propia enfermedad la que no te permite salir, pero nadie tiene la culpa de que tú sigas dentro.
–¿Cuántos años lleva rehabilitado?
–Eso es secreto de sumario, pero el suficiente para poder contar esta historia. Ya unos cuantos, bastantes. Hay un peligro muy latente, porque adicto se es todos los días. Esto es 24 horas a 24 horas.
–Habla de cómo muchos niños prodigio se acaban convirtiendo en juguetes rotos. ¿Ha cambiado en algo la situación?
–El problema no son las leyes, ni las productoras, ni el trato a los chavales en los trabajos; el problema es la sociedad, ya que intentan colocar a alguien en un lugar que ellos creen que debe ser el idóneo para esa persona, o te obligan a tener que seguir unos parámetros ya no solo vitales, sino de estado físico. El problema de convertirte en un juguete roto es social, es la gente la que te endiosa diciéndote que vas a estar ahí toda la vida y la que, cuando no estás, te deja de lado porque piensa que eres una mierda. En ese sentido las redes sociales no hacen ningún favor.
–A los siete años tocó un piano por primera vez y pensó «yo quiero hacer esto toda mi vida». Ahora lo hace.
–Pues ha sido esa vocación que tuve la suerte de encontrar la que ha hecho que no me considere un juguete roto. La música es mi pasión, mi salvación, mi vida a fecha de hoy.
–¿Le va a enviar el libro a la reina Letizia? (son primos segundos).
–No lo sé, todavía no me he planteado poder mandárselo ni a la gente que ha colaborado en el libro. Con respecto a la Reina, yo siempre digo que esto es como una familia normal.
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