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Raquel C. Pico
Viernes, 3 de marzo 2023, 07:14
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No la vemos, pero está por todas partes. La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un elemento omnipresente en nuestro día a día. A medida que la tecnología se ha adentrado en la cotidianidad y que dependemos más —y para más cosas— de ella, también ha ido aumentando la presencia de la IA.
Los avances tecnológicos de las últimas décadas han ido permitiendo perfeccionarla y que se vuelva mucho más eficiente y eficaz. Y si bien términos como algoritmos, automatización, 'bots' y otros por el estilo se quedan, sobre todo, en las secciones de tecnología de las noticias —y en los análisis de hacia dónde va el mundo empresarial—, cualquier persona de a pie está en contacto con ella mucho más a menudo de lo que piensa.
«Si te levantas y desbloqueas tu teléfono con la imagen de tu cara, ya es inteligencia artificial», ejemplifica Verónica Bolón, investigadora del Centro de Investigación en Tecnoloxías da Información e das Comunicacións (CITIC) de la Universidad de A Coruña, donde lidera un estudio sobre algoritmos verdes.
«En los móviles todo es prácticamente IA», añade. Igualmente, cada vez más cosas se están dotando de inteligencia, lo que implica que están generando flujos de datos para responder a los servicios que se les piden y gastando energía. «Una nevera inteligente, o lo que sea, puede estar enviando esos datos a un superordenador que consume mucho», explica la experta.
No existen mediciones exactas de cuánta energía consume cada año a nivel global la inteligencia artificial —sobre la que las consultoras de negocio no paran de señalar que crece ejercicio tras ejercicio— pero las estimaciones sobre aspectos concretos permiten hacerse una idea. Según investigadores de la Universidad de Massachusetts Amherst, entrenar a un solo modelo de IA tiene unas emisiones parecidas a las de cinco coches en toda su vida útil.
Y el tan viral ChatGPT posiblemente haya necesitado muchísimos recursos para llegar a ser lo que es. «No lo piensas cuando lo utilizas, pero todo lo que ha tenido que aprender han sido muchas, muchas horas de cómputo en ordenadores que obviamente consumen energía», indica Bolón, que indica que algunas estimaciones sobre un modelo anterior del servicio hablan de consumos equivalentes a los de 136 casas danesas en un año.
La experta recuerda que en para hacer el balance energético final no entran solo las horas de computación, sino también otros elementos como los sistemas de refrigeración de los centros de datos que respaldan a ese servicio.
A medida que la inteligencia artificial se va haciendo más precisa, también va subiendo la cantidad de recursos que necesita para ejecutarla. «He leído artículos que dicen que hay nuevos algoritmos con un consumo enorme que solo mejoran en 0,01% a su predecesor», cuenta Bolón, apuntando que en ocasiones compensa evitar ese consumo energético «enorme» porque la ganancia en exactitud ni es tan elevada ni realmente, en algunos casos, tan necesaria.
Pero, aun así, la inteligencia artificial está ahí, está llamada a ser una parte cada vez más importante de nuestra economía y se irá haciendo cada vez más sofisticada, más usable y más omnipresente. ¿Debería entonces cambiar ya desde la base qué es lo que hace y cómo? Esa es el punto de partida de los llamados «algoritmos verdes», que servirán para crear a su vez una inteligencia artificial verde. Es «más eficiencia en términos de consumo», sintetiza Bolón.
«Un algoritmo es la forma de hacer las aplicaciones 'software' que usan los dispositivos», explica Coral Calero, directora del área de Algoritmos Verdes de OdiseIA y catedrática de lenguajes y sistemas informáticos de la Universidad de Castilla La Mancha. «Es la receta que escribimos para que el ordenador la entienda y haga el plato», ejemplifica de un modo accesible a todos los públicos. Como las recetas dicen qué se debe hacer antes y después para conseguir un plato apetitoso y sabroso, los algoritmos van diciendo el orden de las cosas para llegar a un resultado final. «Hay muchas maneras de hacer el mismo plato y con los algoritmos pasa igual», indica.
«Hay muchas maneras de programar una funcionalidad», apunta, y señala que para hacer un algoritmo verde hay que «coger aquella que hace un mejor uso de los recursos». La mejor manera de entenderlo es con un sándwich mixto, como nos lo explicó Calero. Puedes ir a la nevera a coger cada uno de los ingredientes por separado, dando también una vuelta por el armario del pan, o puedes directamente coger todo lo que necesitas en tu primera visita al frigorífico, ahorrando trabajo. Un algoritmo verde no esperaría a haber puesto las rebanadas de pan y el jamón york para irse al otro lado de la cocina a buscar el queso.
Los algoritmos verdes podrían ser el futuro de un escenario en el que, por ahora, no hay nada marcado y solo existen recomendaciones. «Este problema del consumo energético no está regulado», apunta Bolón. «Por ahora hay buenas intenciones, pero se espera que en un futuro próximo ya empiece a haber leyes y reglamentos [sobre la IA] y que también consideren el consumo energético», suma.
España acaba de lanzar, desde el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, el Plan Nacional de Algoritmos Verdes, que quiere impulsar «una inteligencia artificial respetuosa con el medioambiente y que aporte soluciones inteligentes a los desafíos ecológicos». El plan se ha dotado con 257,7 millones de los fondos europeos. «Me parece tanto una buena idea como que debería ir más allá», indica Calero, señalando que crear políticas está bien pero que «el problema» es saber si esta va a tener una continuidad. Es «un primer paso importantísimo», asegura, con «cosas mejorables».
En Europa, también existe un interés en esta cuestión y en legislar, en general, sobre la IA, no solo a un nivel ético y legal sino también sobre su impacto en el entorno. Esto puede tener un efecto directo sobre el mercado global, si nos fijamos en lo que ocurrió con la normativa de protección de datos europea de hace unos años.
Entonces, la Unión Europea adoptó un marco que protegía mucho más los derechos de la ciudadanía sobre sus datos online de lo que era habitual. La norma no solo fue el espejo en el que se miraron legislaciones posteriores en otros lugares, sino que además se convirtió en un estándar por defecto puesto que no compensa hacer un servicio para Europa y luego uno para los demás lugares.
Esto puede ser un espaldarazo importante porque, ahora mismo, los algoritmos verdes son más una teoría que la práctica. Es algo en lo que se está trabajando e investigando para traer el cambio en el futuro cercano. Bolón es una de esas investigadoras que están trabajando en este terreno, para hacer que, por un lado, «los algoritmos sean verdes por diseño, optimizados en su consumo energético» y, por otro, para «aplicar algoritmos de inteligencia artificial para problemas relacionados con el cambio climático desarrollo sostenible»
Y, como señalan las expertas, tampoco existe ahora mismo algo que desde fuera permita medir el consumo que se está haciendo en la IA. «Comprobarlo no es fácil», indica Calero, «que ya se empiece a hablar de ello es un primer paso». Al fin y al cabo, como reconoce Bolón, «hasta los propios investigadores no éramos conscientes de esto hace unos años».
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