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En la mayor parte del material promocional turístico de l'Alfàs del Pi, aparece omnipresente el Parc Natural de la Serra Gelada y la gran joya de la corona del municipio en ese espacio protegido: el Faro de l'Albir. Esa montaña, cuyos acantilados parecen sumergirse como un fiordo en las profundidades del Mediterráneo, esconde no pocos secretos de los motivos por los que este enclave de la Marina Baixa se ha convertido en la segunda colonia mundial de súbditos noruegos después de Londres.
«A los noruegos les gustan las montañas y, por eso, ellos prefieren la Marina Baixa y l'Alfàs del Pi. A nosotros, los suecos, no nos gustan tanto y, por eso, preferimos la zona sur de la provincia», explica Björn, uno de los pocos suecos que, con montañas o no, aterrizó en l'Alfàs para quedarse hace ya muchos años. Preguntados por la certeza de esa afirmación, sus vecinos noruegos dicen no habérselo planteado nunca; pero no niegan que algo de cierto hay en ella.
En cualquier caso, sea por la orografía, por el clima o por cualquier otro motivo, durante el último medio siglo los súbditos noruegos que han llegado hasta este municipio alicantino se cuentan por miles y han contribuido de forma muy importante al crecimiento de un censo que hoy en día supera con creces las 20.000 personas.
Cada vez, cosas de la edad, cada vez quedan menos de aquellos 'pioneros' que arribaron a un pequeño pueblo de algo menos de mil habitantes a mediados del siglo pasado; pero muchos de los que ahora residen en este cosmopolita rincón, compartido por más de cien nacionalidades distintas, llevan allí tres, cuatro e, incluso, cinco décadas.
Es el caso de una de las más veteranas y conocidas vecinas noruegas de l'Alfàs. Merette Ihlen Marandi llegó en mayo del 68: «Me llamaron desde España diciendo que habían construido 80 casas vendidas y ninguno de los clientes entendía español y ellos apenas hablaban inglés. Yo estaba en el último año de instituto y había optado por aprender español en el primer grupo de seis personas de toda Noruega que lo hacía. Yo no quería. Tenía otros planes, pero al final me convencieron. Llegué a l'Alfàs a través de un vuelo a Niza, Barcelona y Valencia y desde allí, con la Unión de Benissa, hasta la Plaza Triangular de Benidorm».
Aunque parezca mentira, visto con ojos actuales, la llegada de una noruega a la Marina Baixa de finales de los 60 se podía comparar, en cuanto al impacto inicial, con el aterrizaje en una gran ciudad llena de luces de neón y oportunidades de ocio. Noruega no era todavía la potencia económica que es hoy en día, pero las diferencias eran también muy grandes entre las dos culturas.
«Cuando llegué aquí, como el resto de las compañeras de clase, lo que pretendía era salir a cualquier sitio del mundo. Es una costumbre muy arraigada en Noruega», explica Merette sobre su desembarco en aquella España predemocrática.
«Lo primero que vi cuando llegué fueron las luces de la discoteca 007 de Benidorm. Nunca lo olvidaré. Yo venía de una ciudad sencilla. Noruega no había descubierto el petróleo todavía y encontrar un lugar para que los jóvenes se pudieran divertir era difícil. Vi aquello y dije ¡madre mía! Pero cuando llegué a l'Alfàs me di cuenta de que esto era auténtico».
Pero ya desde aquellos arranques, el destino parecía confabular para que aquella joven noruega que no había cumplido los 20 años acabara asentándose en l'Alfàs del Pi. «Mi madre había comprado la casa un año antes, así que aprovechamos para venir y amueblarla. Eso nos permitió conocer el pueblo poco a poco. No había apenas calles asfaltadas. Sólo lo estaba la Calle del Generalísimo, que, por supuesto, no se llamaba García Lorca. Era como si el poeta no existiese, pero en mi mundo sí, porque yo ya había comprado todos los libros para seguir estudiando».
Merette fue una de las fundadoras del Club Noruego de l'Alfàs del Pi, una de las agrupaciones de residentes más potentes de la comarca y espejo en el que se han mirado otras muchas para nacer y crecer. En un primer momento, fueron puntos de encuentro en los que los recién llegados podían encontrar consejo y guía para su nueva vida.
Con el tiempo, es cierto, se han ido encerrando más en su propia endogamia. Merette habla un español perfecto, pero no todos los casos son iguales. Personas que residen en la Marina Baixa tantos o más años que ellas, apenas son capaces de juntar dos palabras en el idioma local. «No lo apruebo, pero lo entiendo», dice al ser preguntada si no les molesta que no todos hayan hecho el mismo esfuerzo por integrarse.
Al fin y al cabo, muchos de los que vienen son personas de cierta edad que vienen con muy buenas intenciones de aprender el idioma hasta que conocen gente de su misma nacionalidad. Llegan a esas asociaciones y clubes de residentes, que están muy bien organizados y tienen una gran oferta de actividades, y esa necesidad de aprender español desaparece porque ya tienen una vida social.
Y, ¿por qué quedarse tantos años en l'Alfàs del Pi? Más allá de si hay o no montañas, algo que es una mera anécdota, «es un pack. Lo hablamos muchas veces. Sobre todo, con los noruegos. A pesar de que ellos ganan mucho más que nosotros y que pueden comprarlo todo con su dinero, yo no lo cambiaría por nada».
Pero incluso eso ha cambiado. Ya lo había hecho antes, pero la pandemia disparó las posibilidades de teletrabajar y desde entonces son muchas las familias y personas jóvenes, muchas con hijos, las que han encontrado la posibilidad de seguir trabajando 'en' Noruega desde l'Alfàs del Pi.
Para ellos, la situación ofrece muchísimas ventajas. Desde hace más de medio siglo existe en el municipio un colegio público noruego, por lo que los más pequeños pueden seguir escolarizados como si no se hubiesen movido 'de casa' y, además, este nuevo modelo laboral permite a sus progenitores vivir en un país, España, con un nivel de renta (y, por lo tanto, precios) mucho más bajos con sueldos noruegos.
Y todo ello en un contexto en el que la inmigración se ha convertido, según la última encuesta del CIS, en el problema que más preocupa a los españoles. Una realidad que, en l'Alfàs del Pi es muy distinta. Primero, claro está, por la idiosincrasia de la inmigración del municipio, mayoritariamente de personas mayores provenientes de otros países de la Unión Europea. Segundo, y de ello presume su alcalde, Vicente Arques, porque la mezcla de orígenes, culturas e idiomas es algo «completamente normalizado» en sus calles.
Hablando a medio camino entre el punto de vista nacional y local, Arques explica que «la inmigración no es el problema, es la oportunidad. España necesita 250.000 inmigrantes todos los años. Eso no lo dice Vicente Arques, un alcalde de una población con un 50% de vecinos de otras nacionalidades; lo dice el INE. España tiene un índice de natalidad bajísimo y una población envejecida y, con todo el respeto, necesitamos 250.000 inmigrantes anuales y eso es una oportunidad».
Centrado ya en la realidad del municipio, el primer edil alfasino habla de la historia reciente de l'Alfàs afirmando que «no tenemos ningún problema de convivencia. Si l'Alfàs del Pi no hubiese tenido tantos residentes de otras nacionalidades, hoy estaría con almendras, olivos y cabras. Sin embargo, desde los años 60 o 70 hemos tenido una gran progresión gracias al turismo».
Además, y tras tanto tiempo de convivencia, subraya que «es verdad que ya somos la tercera generación. Los primeros se asentaron en l'Alfàs, sus hijos se quedaron a vivir y los nietos ya han nacido aquí y son de la 'terreta'».
Esa evolución ha permitido, insiste Arques, que esa multiculturalidad «se vea en nuestro día a día. Se ve en la mesa, con gente hablando en valenciano, en inglés, en noruego, en alemán o en castellano. Esa riqueza se ve. También, por ejemplo, en el deporte, en el que en un equipo de once niños hay siete nacionalidades; o en la banda de música, con componentes de todas las nacionalidades; o en los colegios… Esto nunca puede ser un problema. Es una suerte y un privilegio».
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