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«Su forma de contactar con sus feligreses era revolucionaria. En su parroquia se hacían colectas para impulsar huelgas obreras, y fue de los primeros en oficiar misas en valenciano». El historiador Pedro Juan Parra introduce así a una figura que fue todo un verso suelto en el seno de la Iglesia, y cuyo legado aún se conserva entre las montañas del norte de Alicante. Vicent Micó i Garcia -conocido como el Pare Vicent- rompió en vida muchos estereotipos y ayudó a ofrecer una visión disidente de la fe católica.
Turballos es el ejemplo más manifiesto de su comprometida labor; la pedanía de Muro cuya recuperación ayudó a impulsar a partir de los 70 y donde estableció una comunidad rural basada en el ecologismo y la no violencia. Micó exhaló su último aliento en 2018, dejando atrás una existencia de 90 años en los que llegó a desafiar a obispos e incluso a renombrar como 'Santa Rusia' un barrio de Alcoi.
Una de las mejores formas de aproximarse a la vida y obra del Pare Vicent es a través de la biografía -'Vicent Micó i García, un rector compromés'- escrita a cuatro manos por Pedro Juan Parra y Pep Frasés, integrante este último de las comunidades de base impulsadas por el párroco en Alcoi.
Micó nació en el municipio valenciano de l'Olleria en 1928, en el seno de una familia de agricultores. Su crianza en plena posguerra la invirtió trabajando en el campo hasta que sintió la llamada de la fe, tras lo que marchó al Seminario de Valencia-Montcada para hacerse sacerdote. Según apunta Parra, Micó no se sentía identificado con el nacionalcatolicismo impulsado por el régimen franquista, por lo que empezó a configurar su particular visión de la fe.
Ontinyent fue su primera destinación como párroco, municipio que abandonó a los dos años para seguir con su formación religiosa en Teruel. Allí siguió desarrollando su idea de una iglesia apegada al pueblo, cosa que no encajaba bien en un seminario dirigido por un obispo del Opus Dei.
A esta etapa se remontan sus primeros desencuentros con el clero, algo que motivó su vuelta a tierras valencianas. Tras pasar por diferentes parroquias de la comarca de la Ribera, recaló en Alcoi, donde a lo largo de la década de los 70 empezó a fraguar su idea de crear una comunidad cristiana de base.
El Pare Vicent convirtió la parroquia del barrio de Santa Rosa en un centro de difusión de sus ideas. Como apunta Parra, el párroco empezó a inculcar el espíritu crítico en sus feligreses; una doctrina entre cuyos referentes se encontraban los primeros apóstoles, activistas de la talla de Ghandi o Martin Luther King, o defensores de la lengua valenciana como Joan Fuster o Vicent Andrés Estellés.
Los jóvenes se convirtieron en una de las principales preocupaciones de Micó, a los que quiso acercar su visión de la Iglesia. Dos de aquellos jóvenes fueron Aleixandre Sanfrancisco y Pepa Alba, sobre quienes la honda huella del párroco aún perdura. «Nosotros veníamos de una concepción muy tradicional de la Iglesia, y él nos mostró su vertiente más cultural, social y política. Su propuesta era muy rompedora, evidenciando un activismo que incluso a día de hoy se echa en falta».
Auspiciados por el Pare Micó, los jóvenes acólitos organizaban reuniones y convivencias en plena naturaleza, formaban grupos de teatro y música… Estas actividades no gustaron ni a los progenitores, ni a los poderes públicos, ni a la jerarquía eclesiástica. Lola Alba recuerda que a los padres «les escocía especialmente la idea de una comunidad cristiana de base; con chicos y chicas juntos sin estar emparejados. Pensaban que eso iba a ser como la comuna de París, celebrando el amor libre. Les daba pavor». Estos planes despertaron los recelos del obispado de Valencia, motivando un enfrentamiento que acabaría con la salida de Micó de Alcoi.
El clero tampoco veía con buenos ojos que el ollerià promoviera colectas para apoyar las huelgas obreras, o que cediera locales parroquiales para que los trabajadores se pudieran reunir. Con semejante talante, no es de extrañar que la prensa local rebautizara al barrio de Santa Rosa de Alcoi como 'Santa Rusia', tal y como recuerda el historiador Juan Pedro Parra.
El Pare Micó tuvo incluso que declarar en comisaría y en el cuartel de la Guardia Civil en diversas ocasiones, y además aseguraba que tenía la correspondencia y el teléfono intervenido por la policía. Las amenazas anónimas por teléfono empezaron a convertirse en una costumbre, y hasta aparecieron pintadas en la fachada de su parroquia acusándole de pertenecer a la banda terrorista ETA.
Tras su convulsa estancia en Alcoi, Micó pasó cuatro años por diversas parroquias de la Vall de Gallinera hasta recalar en Turballos, donde materializó su idealizada comunidad rural. Pep Frasés recuerda que la elección de Turballos se fraguó tras leer él mismo una noticia en prensa, en la que se hacía constar el carácter ruinoso de la pedanía y su exigua población -apenas un matrimonio de agricultores-.
A partir de la adquisición de una finca que habilitaron como casa comunitaria, el grupo fue floreciendo poco a poco gracias a las contribuciones de los fieles. Su propuesta de vida autosuficiente y alternativa al sistema de consumo atrajo a personas de diferentes procedencias, que debieron hacer del ganado y los cultivos sus medios de subsistencia. El referente de aquella experiencia era el pacifista Lanza del Vasto -principal discípulo cristiano de Ghandi- impulsor al sur de Francia de una comunidad rural llamada El Arca.
El trabajo en la comunidad de Turballos no impidió que Micó siguiera oficiando misas en diferentes pueblos del Comtat, donde optaba por el valenciano como lengua vehicular, tal y como ya había hecho previamente en Alcoi. Ese compromiso por la lengua también lo adoptó con respecto a la paz y la no violencia, defendiendo la objeción de conciencia y la amnistía para presos políticos.
La comunidad de Turballos dio origen a cursos de agricultura ecológica, jornadas de recogimiento y reflexión, y a la creación de la plataforma 0,7%. Este último era un movimiento estatal nacido en Madrid que pedía al Gobierno destinar el 0,7% del PIB para la cooperación y el desarrollo. La vinculación de Micó al activismo de l'Alcoià y el Comtat fue una constante, llevándole a ser un asiduo en las marchas antimilitaristas a la base de Aitana, las cuales se siguen celebrando hoy en día.
Toda aquella intensa actividad propició que la vida se volviera a instaurar en Turballos, recuperando sus fiestas patronales, e integrándose su mantenimiento en los presupuestos municipales de Muro a partir de los 2000. Desde entonces, muchos se han acercado a esta pedanía para conocer sus proyectos comunitarios (huertos, molino, telares, hornos…), así como los encuentros antimilitaristas o jornadas de intercambio de semillas que allí se celebran.
Aleixandre y su mujer Pepa estuvieron en la comunidad durante su andadura inicial, aunque aquel carácter puramente rural impidió que su vinculación fuera más prolongada. «Nosotros veníamos de un contexto más urbano. Nuestras costumbres tenían poco acomodo allí, aunque coincidimos mucho en el fomento del valenciano, la no violencia y el aspecto más social de la fe».
Vicent Micó fue despedido hace un lustro en Turballos por numerosos feligreses y demás allegados. La suya fue posiblemente una fe pura, y como buen discípulo de Cristo vivió y murió sin bienes pero en posesión de todo.
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