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Apenas había amanecido en la ciudad cuando la lluvia comenzó a golpear fuertemente Alicante el 30 de septiembre de 1997. Fue sobre las 8.00 horas cuando las primeras precipitaciones empezaron a caer, la hora punta en muchas calles de la ciudad para llevar a los niños al colegio y acudir al lugar de trabajo, a estudiar a la universidad o a arrancar la jornada. Un diluvio que en solo una hora y media, hasta las 9.30 horas, recogió más de 156 litros por metro cuadrado.
Con esas lluvias la ciudad quedó medio paralizada, las ramblas y barrancos reclamaron su hueco, ahora ocupado por asfalto, calles y aceras, para llegar hacia el mar y por la calle Calderón en dirección a la rambla el agua corría sin freno buscando el mar. Tras dejar sótanos y bajos anegados, calles inundadas y vehículos y mobiliario urbano flotando, el agua dio una tregua a la ciudad durante varias horas, pero lo peor estaba por llegar.
La pausa no fue más que un descanso y a partir de las 13 horas la lluvia se recrudeció sobre el mediodía, con todo el mundo fuera de casa y con una tormenta que superó los 260 litros por metro cuadrado en San Vicente. Más combustible para una ciudad anegada que ya había visto convertirse las obras del aparcamiento de Alfonso el Sabio -en plena construcción- en la piscina más grande de la ciudad.
Con la vuelta de las lluvias llegó el caos. El suministro eléctrico se vio interrumpido en amplias zonas de la ciudad, la estación de Renfe quedó inundada por la fuerza del agua de la 'gota fría' y el tráfico ferroviario cortado. Quienes lo vivieron recuerdan con desesperación que el episodio provocó cuatro fallecidos e innumerables daños materiales.
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Tere Compañy Martínez
Adrián Mazón
El agua llegó a superar en algunos puntos de la ciudad el metro y medio de altura, especialmente en las calles más cercanas a barrancos como el de Juncaret, Bonhivern o el de Orgegia que recuperaron su fuerza e inundaron zonas como La Albufereta, Sangueta o la playa de San Juan.
Si en las anteriores inundaciones en 1987 y 1982 la zona más afectada había sido el sur de la ciudad con San Gabriel como zona cero y un barrio entero incomunicado, en 1997 el agua se desplazó hacia el norte, a apenas unos kilómetros que hicieron que la zona de playas de la ciudad acabara convertida en un lodazal.
Cuando las aguas se fueron retirando y dieron paso a la calma surgió el germen del plan antirriadas, una obra faraónica de más de 40 kilómetros de canalizaciones de gran tamaño, 18 de ellas por debajo de la ciudad que pusieron calles como la Rambla patas arriba. Bajo las arterias de la capital hay una red paralela a sus calles y avenidas, las obras que permiten absorber el agua en caso de inundación y que, junto al estanque de tormentas de San Gabriel y el parque inundable de la Marjal, han sido efectivas para evitar que se repita desastres como el del 30 de septiembre de 1997.
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