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El puesto número 216 del Mercado Central destila alegría desde las siete de la mañana hasta las 14.30 horas desde hace más de cien años. Muchos son los que se preguntan si fue antes el mercado o el negocio de Dolores Bermejo, la abuela de Eladio Perea, que cada mañana de 1920 esperaba a que los marineros llegasen a puerto para llevar el producto a su puesto y de ahí poder llegar a las cocinas de Alicante.
Un siglo después, el joven Perea ha tomado el testigo de la conocida como 'Lola'. Lleva haciéndolo desde 1999. Es la tercera generación. Su abuela regentó la pescadería desde el primer día del Mercado Central, incluso en el «provisional que había antes».
El actual propietario del centenario puesto empezó a trabajar en el negocio familiar por herencia cuando aún no había alcanzado la mayoría de edad. Sus maestros fueron Antonio y Paco, dos pescadores nacidos y criados en Santa Pola, que conocieron a su abuela cuando la pesca no atravesaba buenos momentos.
Le contaron que «la señora Lola», como ellos la llamaban, les sacó de la mar, por lo que estuvieron eternamente agradecidos al cambiarles la vida. Ambas partes se vieron beneficiadas debido a que estos dos pescadores conocían a la perfección el producto y supieron manejar con maestría el mundo de las ventas. Perea cuenta que fueron ellos «los que sacaron el puesto adelante» cuando su abuela falleció.
Todo lo aprendido lo pone en práctica de martes a sábado en su esquina, que son dos puestos. El propietario de Bermejo 1920 cuenta que el puesto de toda la vida era el 216, pero que cuando murió su vecino en 2020 le compró a su hermano el número 205. En el mercado los negocios no son correlativos, por lo que el 205 y el 216 son dos puestos colindantes. Eladio optó por derribar la pared y llevar a cabo una reforma convirtiéndolos en su casa, la de los moluscos, e inaugurándolo en la Semana Santa del 2021.
El día a día en este trabajo no es fácil, el gerente de Bermejo 1920 se levanta a las cuatro y media de la madrugada para irse al mercado de mayoristas donde recoge el producto que previamente ha comprado. El 80% del género que vende son moluscos y crustáceos que llegan del norte de España en camiones, aunque no tiene problema en conseguir «lo que le pida el cliente».
Desde las siete y media de la mañana el mostrador está impecable y repleto de producto fresco, que va desapareciendo con el paso de las horas. Ostras, mejillones, chirlas, berberechos, navajas, tellinas, caviar, y un enorme bogavante, entre otros productos, dan color, y el olor a mar hace difícil no pecar.
Dos personas ayudan al protagonista cada día, su hijo Pablo y Jessica. Pablo es la cuarta generación, pero por poco tiempo, o quién sabe. A sus 19 años está ayudando a su padre, pero «solo por un año», aclara el joven. Tras estudiar el grado medio de mecánica de barcos echa una mano en la pescadería mientras espera a comenzar otro grado medio el próximo curso. «Quiero que estudie, pero sé que si no lo coge él, el puesto morirá conmigo», comenta Eladio.
Eladio Perea
A pesar de la fuerza y el nombre que tienen las grandes cadenas de supermercados, el negocio va bien. Eladio hace frente a los transatlánticos «apretando los dientes cada día» y con la ayuda de los clientes fieles, los de «toda la vida». «Los abuelos traen a los hijos, y los hijos a los nietos; es una clientela generacional», aclara Eladio. En vacaciones el edificio se llena, pero los que sostienen el negocio «son ellos».
Su producto estrella son los mejillones. «Es lo que más vendemos porque es el producto más barato», asegura Pablo. También vende mucha navaja, berberecho y ostras, «unas 250 a la semana». El marisco te lo cuecen al momento con el punto de sal perfecto de manera gratuita.
Paseando por el laberinto de este edifico histórico se observa que el cambio generacional marcará el porvenir del negocio. La clientela peina canas y pasea tranquila, las charlas son interminables, como las colas de los puestos más antiguos.
A pesar de la media de edad de los compradores, Eladio ve que el mercado tiene futuro, ya que se está solucionando uno de los lastres que han tenido siempre, la publicidad. «El negocio siempre se ha conocido por el boca a boca, ahora el futuro es de internet, y en esto está trabajando muy bien Paco Alemany», presidente de la Asociación de Comerciantes Concesionarios de Mercados Municipales.
Una pandemia y una guerra después, el mercado sigue en pie. «Hemos pasado por momentos muy difíciles y los hemos superado todos, nos estamos poniendo al día y vamos para arriba». Eladio defiende el producto de mercado y afirma que no tiene nada que ver con el de los grandes almacenes. «La diferencia de los moluscos es brutal; pequeños, muertos y lleno de arena. El que quiere producto bueno elige el mercado. Aquí llevamos toda la vida y a día de hoy seguimos. Esto no es casualidad».
Además, afirma que la ciudad no sería lo mismo sin los mercados, en concreto este. «El edificio arquitectónicamente es precioso. No es casualidad que lleve un siglo de vida, los trabajadores nos dejamos la piel en un mundo en el que cada día es más difícil encontrar buen género».
Las monedas se pierden y los móviles se encienden. La tecnología avanza y se impone como método de pago, de vida. Por los pasillos se escucha la palabra «kibus», una aplicación que se utiliza para realizar envíos a domicilio y que se lleva el 15% de la compra. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos en los que cada día tenemos menos horas libres, como cuenta Jessica. «La gente trabaja y va con prisas, ir a un gran supermercado es mas fácil por el aparcamiento y el horario, nosotros a las 14:30 h cerramos, ellos lo hacen por la noche».
La pandemia les golpeó en menor medida, ya que no llegaron a cerrar, pero la afluencia disminuyó. «La gente entraba de uno en uno, nunca pensaba que iba a ver el mercado así». Los puestos tuvieron que adaptarse, otra vez. Eladio desvela que la salvación del negocio fueron los pedidos por WhatsApp, «tengo un chat con más de cien personas que no paraban de hacerme pedidos, repartía por toda la provincia, estaba todo el día en la carretera».
Eladio Perea
El tiempo y el interés de las nuevas generaciones marcará el futuro de los puestos del mercado a los que le quedan veinte años de concesión, según cuenta Mar, la administradora del edificio emblemático, «aunque la ley durante los próximos años puede cambiar».
Los establecimientos seguirán llevando buen género y atendiendo con cariño a los alicantinos que deseen comprar producto fresco. El Mercado Central de Alicante seguirá; porque Eladio, Paco Tono, Maite, los hermanos Moltó, los Campana, Limiñana, Sendrá, Gironés y los demás puestos lo merecen. Ellos son Alicante.
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