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A una ciudad se la conoce por sus monumentos y detalles. En el caso de Alicante, el agua está presente en cada uno de ellos. Ya sea en sus playas o en su puerto, así como en cada una de sus plazas, este elemento marca la historia de la localidad. Son muchas las esculturas y estatuas que desvelan el rumbo de este elemento desde siglos atrás. Uno de ellos es la fuente de La Aguadora, en la plaza de Gabriel Miró.
Fue a comienzos del siglo pasado, allá por 1917, cuando la ciudad agradeció la llegada del agua del norte de la provincia con la inauguración de esta estatua, la cual -a través de su gesto y posición- honra la bondad de Sax y Villena para mantener la vida en la capital de la provincia. Basada en la modelo Susana Llaneras, el escultor Vicente Bañuls -padre del autor del monumento de Luceros- elaboró esta figura que coronó una fuente que, cerca de 20 años atrás, sirvió como lugar de albergue de tres días de celebración.
La fiesta sucedió en 1898, con la llegada de estas aguas para sustentar «los episodios de sequía y desabastecimiento» que azotaron la ciudad en el siglo XIX, narra el guía del Museo de Aguas, Javier Masutier. Este hito supuso también la creación de la Sociedad Aguas de Alicante, «una de las empresas más antiguas de Europa».
El trasvase permitió respirar a Alicante tras un aumento considerable de su población, la cual osciló entre 30.000 y 40.000 personas a pesar de las grandes caídas sufridas por el cólera. Este hecho acabó con un quebradero de cabeza: la falta de abastecimiento por parte de las fuentes de La Goteta y la Fuensanta, y del manantial de la Alcoraya.
Asimismo, también puso fin a otros proyectos de la época, como los -ahora denominados- Pozos de Garrigós, los cuales contaron -en su día- con una doble función. Acabar con las «inundaciones de la ladera del Benacantil», evitando así que el agua ahogara las casas bajas de este barrio de la Villavieja, y obtener así una «solución para tener agua acumulada», explica Masutier, con la que abastecer a la población de la antigua villa.
Estos aljibes «prestaron un gran servicio a la población, hasta 1898 se carecía aquí de aguas potables para los usos más indispensables de la vida», narra en el reverendo Gonzalo Vidal Tur en sus crónicas 'Alicante sus calles antiguas y modernas'. Su funcionamiento fue breve, pero tuvo tesón en la ciudad a la hora de contar con un sistema de agua que permitió subsistir a sus habitantes en un momento crítico.
Fue entre los años 1862 y 1863 cuando Antonio Garrigós, ingeniero y maestro de Obras, luchó contra viento y marea, tocando puertas de todas las instituciones, para aprovechar el suelo de la ladera del Benacantil y excavar tres aljibes. Eso sí, basados en los antiguos modelos que todavía perduran en muchos espacios tras la época musulmana. Tras el visto bueno, el alicantino y sus operarios trabajaron la roca para construir este espacio de almacenaje.
El agua se extraía desde lo alto de la bóveda de los aljibes. Allí se depositaba en las canalizaciones que abastecían la ciudad. El primero en vaciarse era el más pequeño, el más cercano a la puerta de acceso del Museo de Aguas. Cuenta con 141.000 litros de capacidad.
Una vez extraída la reserva de agua del primer depósitco, se procedía al vaciado de su contiguo, el mediano en tamaño. Cuenta con 275.000 litros de agua y, una vez seco, se limpiaba antes de volver a rellenarse. Era imprescindible encalar para garantizar la desinfección del agua.
El último de los pozos cuenta con capacidad de 425.000 litros de agua. Este, de construcción árabe, cuenta con una escalera que permite bajar hasta su fondo. En la actualidad, el Museo de Aguas proyecta la figura de un limpiador que muestra el trabajo desempeñado a finales del siglo XIX.
«Garrigós dio la forma, posiblemente se apañara o fijara en el aljibe antiguo de la ladera para empezar a hacerlo», apunta Masutier, ante las formas similares de dos de estas cuevas respecto a una tercera datada, según las crónicas, del siglo XVI. Estos fueron «recuperados» y puestos en marcha, con capacidades de 141.000, 275.000 y 425.000 litros en cada uno de ellos respectivamente.
Con el fin de cubrirlos y evitar que cualquier toque de luz penetrara en los depósitos, los pozos se «coronaron con bóvedas de fábrica de ladrillos», detallan Concepción Bru y Carlos Cabrera también en el tomo 'Aguas de Alicante'. Para mantener su garantía y potabilidad en estos depósitos de recogida de aguas pluviales, las entradas contaban «con filtros» que permitían dejar pasar el líquido sin impurezas.
De hecho, el químico José Soler y Sánchez, en uno de sus análisis efectuado en 1887, calificó este agua de «eminentemente potable», según recoge Vidal Tur. Así, con un sistema de canalización desde los aljibes hasta la casa número 47 de la calle Mayor esquina con Maldonado, el agua «se vendía a un precio que estaba al alcance de todos».
Fue en los años 90 del siglo XIX cuando la familia de Antonio Garrigós -fallecido en los últimos meses de 1870 por fiebre amarilla- construyó una casa anexa a los pozos, utilizando la infraestructura de los mismos como una conexión del hogar. Su viuda, Adamina García Sánchez solicitó al Ayuntamiento de Alicante «poder hacer una vivienda al lado de los pozos de su marido», rememora Masutier, así como habilitar la actual entrada como una «casa cueva».
La casa de la viuda de Garrigós quedó destruida durante la guerra civil por el impacto de una bomba. De hecho, los propios pozos excavados en la roca se emplearon como refugio para los vecinos del actual barrio Puente-Villavieja. Según el guía del Museo de Aguas de Alicante, la capacidad de acogida permitió recibir a 600 personas en sus 165 metros cuadrados para esconderse y protegerse de los bombardeos que azotaron la ciudad entre 1937 y 1939.
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Óscar Bartual Bardisa
Años después del trágico episodio, el desuso se apoderó de la construcción por lo que el Consistorio alicantino decidió comprar los pozos en 1967 por una cuantía de 225.000 pesetas, que llevada a cifras en la actualidad corresponde a 3.500 euros. Desde entonces, los aljibes se convirtieron en talleres y centro de muestras de exposiciones de cerámica «donde la gente compraba botijos».
El experto detalla que el espacio sirvió también como «el primer museo arqueológico de la ciudad» al exponer en su interior «las primeras tallas del Tossal de les Basses». Este fue uno de los motivos por los que se propició la compra desde el Ayuntamiento, «crear un museo en un lugar idóneo» que permitiera albergar «una exposición permanente de productos típicos alicantinos», así como una «exhibición de obras de arte, pasando por otras manifestaciones culturales».
Gonzalo Vidal Tur plasmó en su obra 'Alicante sus calles antiguas y modernas' otras obras de Antonio Garrigós, como los baños 'La Estrella' en la playa del Postiguet. Se trató de un espacio «muy frecuentado» por la ciudadanía local y también «por los madrileños que visitaban durante el verano nuestra población y nuestra playa».
Asimismo, el barrio también ha estado vinculado con el espacio, pues en su día albergó el racó de la Festa de la hoguera del distrito la cual todavía realiza sus actos festeros en su interior, así como la propia ciudadanía que promovió un espacio de cinefórum en una de las bóvedas. Prueba de ellos son los resquicios que han dejado a su paso en la piedra. Desde las marcas de agua y cincel que señalaban el nivel de llenado de cada uno de los pozos hasta finas hendiduras por las que pasaban los cables que conectaban los proyectores.
Cuatro décadas después de su compra y, con motivo de la celebración del 110 aniversario de al constitución de Aguas de Alicante, el Ayuntamiento -a través del Patronato Municipal de Cultura- y la empresa mixta crean el Museo del Agua, dividido en cuatro espacios.
Con el objetivo de concienciar sobre la importancia del agua, como bien escaso y recurso necesario para la vida, el lugar se ha configurado como un espacio cultural y didáctico para conocer la historia del agua en la ciudad y los proyectos que desde la sociedad Aguas de Alicante se desarrollan para convertir la capital en una de las más sostenibles de Europa.
La historia arranca en su planta baja con los diferentes asentamientos y culturas que vivió la ciudad a lo largo de los siglos. En ella se aprecia la evolución de las técnicas y usos del agua, así como sus métodos de obtención y distribución junto a las crónicas de la concesión para el abastecimiento del agua en Alicante.
La educación también está presente a través de una primera planta que dispone de juegos y nuevas tecnologías para conocer los estados del agua y cómo este bien abastece a la ciudad a través del ciclo integral del agua. Además, dispone de una sala de cine en donde se proyectan contenidos relacionados con el recurso hídrico. Asimismo, su segundo piso incluye un espacio dedicado a los principales proyectos y obras realizados por Aguas de Alicante junto a las acciones que la compañía realiza para conseguir el Desarrollo Sostenible.
El último lugar de visita del museo son los Pozos de Garrigós, el sistema de aljibes que abasteció la ciudad durante una dura época de sequia y que, a día de hoy, sirve como epicentro cultural del municipio en el que convive la historia del agua con literatura, música, exposiciones y actuaciones. Todo ello sumado a la sensación y experiencia de estar inmerso dentro de un pozo.
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Alicia Negre, Raúl Hernández y Álex Sánchez
Rocío Mendoza, Leticia Aróstegui y Álex Sánchez
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