Yasmina muestra un retrato hecho por 'sus niños' del centro de menores y un dibujo. Debajo, una pegatina: 'Esto no es Disneyland'. Miriam Gil

Los 50 niños de Yasmina: dentro de uno de los centros de inmigrantes de Alicante

«No son pelotas para apilar, son personas». TodoAlicante visita uno de los centros de inmigrantes no acompañados. El día a día real en medio de la guerra de cifras entre Gobierno y Consell. «Esto siempre está lleno. Tenemos hasta a niños internados que han pedido entrar. En casa no pueden ni estudiar»

Arturo Checa

Alicante

Lunes, 15 de septiembre 2025, 07:15

La hija de Yasmina creía de pequeña que su madre era médico. No podía entender otra cosa cuando su madre desaparecía de madrugada. Al comprobar cómo su móvil sonaba sin cesar y ella salía corriendo. «Se pensaba que me iba de urgencias». Pero Yasmina tiene mucho más que una hija. Es 'madre' de 50 niños y niñas. «Me dan la vida. Me dan juventud. Cuando uno entra en Bachillerato, ¡hasta cuando sale el adolescente que llevan dentro!», subraya con una carcajada. Porque el rostro de Yasmina lo preside eternamente una sonrisa. En las casi dos horas que dura esta entrevista, sonríe sin cesar. Solo se vuelve serio y preocupado su semblante cuando recibe una llamada. Contesta en árabe. Lo domina junto al español y el francés. «¿Ves? Es una familia», explica para argumentar que ella es 'madre' las 24 horas del día. Son los padres de un menor que pasó hace años por el centro. «Acabó en la cárcel». Aquí no todos los finales son felices.

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'Aquí' es el centro de menores Lucentum de Alicante. Uno de los principales de recepción de menores inmigrantes no acompañados de la Comunitat. Con 50 plazas. Los niños de la directora, Yasmina Benchiheub Pérez. Sus apellidos ya son su primera carta de presentación. «Soy de aquí y de allá». De padre argelino y madre de San Vicente del Raspeig. Cuando mira a sus niños, se ve en un espejo. A sus 49 años recuerda cuando tenía 18 y salió de Argelia «de manera apresurada. Yo iba a hacer mi selectividad y mis padres me dijeron 'tenemos que irnos a Alicante. Mi familia materna es de aquí». Y salieron «no huyendo pero casi». Aquí estudio en la Universidad y hoy es el 'alma mater' de un centro por el que pasan cada año 300 chavales.

No todo son 'menas'. Entre los muros del recinto hay también menores tutelados por la Generalitat. Críos en riesgo de exclusión. Chavales con problemas de adicción a las drogas que ahora luchan contra esa esclavitud entre deporte y un huerto que luce en el exterior. «Tenemos incluso niños ingresados que han venido ellos mismos a pedir entrar. En casa no pueden ni estudiar porque sus padres tienen enfermedades mentales».

Un monitor del centro escribe en una de las aulas. Miriam Gil

El móvil de Yasmina suena muchas madrugadas. «Cuando llega una patera, mi teléfono es el primero al que llama la Policía Nacional o la Guardia Civil». En su despacho lucen los diplomas de ambos cuerpos «por la imprescindible colaboración» de la profesional. A la pregunta de cuántas pateras habrá recibido en su carrera, suspira y sonríe. «Imposible saberlo. Es que esto es mi vida. A la hora que sea, yo bajo».

El futbolista raptado

'Bajar' es ir al puerto. O alguna playa de la costa de la Comunitat. O al ferry con Argel, «donde hay viajeros que llegan, dejan a los niños y se van». Yasmina está ahí para que los menores que llegan vean una cara amiga. La cara que nunca deja de sonreír. Para romper la barrera del idioma. «Y también para ayudar a la Policía. En la pateras no solo viajan menores o mujeres a las que quieren explotar sexualmente. Allí está el que les trae. Con mafias detrás. En cada barcaza acaban varios en la cárcel». Su implicación con las Fuerzas de Seguridad también han ayudado a dar con no pocos barcos nodriza de los usados mar adentro de aguas valencianas para lanzar las pateras.

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Sus ojos no olvidan los dramas a bordo de las barcas. «Esta semana pasada llegó una patera con fallecidos. Había también una niña de cinco años, sola. Hace no mucho encontramos a un niño que lo habían secuestrado en Argelia. Jugaba allí tranquilamente al fútbol y los mafiosos se acercaron y le dijeron: '¿Quieres jugar al fútbol en Europa? ¡Ven, ven! Iba a ser víctima de algún tipo de explotación». Oaquella niña que viajó engañada. «Le quedaban 15 días para cumplir los 18 y le hicieron pagar por el viaje. Sin saber que en apenas nada se iba a a quedar en la calle al ser mayor de edad. La acogimos mientras tanto e informamos al consulado. Su padre había denunciado su desaparición», recuerda Yasmina.

No verán en este reportaje imágenes ni palabras de los menores internados. Yasmina levanta un férreo muro de protección a su alrededor. «Aquí se sienten seguros. Es la única forma de que se reconstruyan como personas». Aislados también del ruido externo y la batalla política entre el Gobierno y el Consell sobre el envío a la Comunitat de más de medio millar de menores inmigrantes llegados a las Islas Canarias. Con el Ejecutivo acusando al Consell de falta de solidaridad tras su decisión unilateral. Con la Generalitat aduciendo que sus plazas son 317. Y la última cifra habla de 469 'menas' en los centros. Imposible tener más y atenderlos como es debido. Por eso la conselleria ya ha reclamado a municipios un listado de instalaciones en las que poder alojarlos.

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«Estamos llenos. Siempre. Cuando se vacía una plaza se llena al instante. Yo atendería a todos. Pero hacen falta recursos. Y sobre todo humanizar el discurso. Estudiar bien los perfiles y ver qué tiene cada autonomía. No son pelotas que apilar en cualquier sitio. Son personas», lamenta Yasmina en su despacho, al lado de dibujos de 'sus niños'. Uno de ellos, un retrato suyo. Debajo, una pegatina. 'Esto no es Disneyland', dice. Realidad sin edulcorar.

Vienen porque no tienen elección. «Llegan porque dicen que la única opción en sus países es acabar en una guerrilla u otra y matar». La directora ha escuchado estos relatos de chavales de Mali, Senegal o Sierra Leona. Andando por desiertos hasta llegar a Argelia y pasar quién sabe cuánto más hacinado en sus montañas. «Meses como mínimo así, a veces años. Alguno viene tras ver cómo han matado a su madre y la han violado. Eso les hace explotar aquí muchas veces. Hasta que les damos las herramientas para combatir eso y evolucionar».

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Dibujos hechos por los adolescentes del centro de menores. Miriam Gil

De la oscuridad a la luz. «Estoy muy feliz de que haya aquí periodistas. Hay que romper los mitos de que los centros son lugares conflictivos. Siempre que sale alguna noticia relacionada con ellos es por una fuga o algo violento». Entre los muros del Lucentum, los menores hacen obras de teatro. Cultivan un huerto. Un gimnasio al que acuden monitores del mismísimo gimnasio en el que empezó en Alicante Ilia Topuria. En el despacho de Yasmina posan con los chavales en una foto. Argelinos, sudamericanos y españoles de entre 13 y 18 años mezclados casi siempre con armonía. «Esto es como la ONU». Varios de ellos observan curiosos a los reporteros en su visita mientras dibujan y practican un juego de mesa en un aula. Cuchichean entre ellos y miran con sonrisa socarrona. Como adolescentes. «Es que son adolescentes, la imagen que se tiene de los mal llamados 'menas' es muy injusta», subraya Yasmina.

'Ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos'. Es la frase que se puede leer en el estado de WhatsApp de la directora del centro. La prueba de que ella no es nadie sin su equipo. El núcleo duro lo forman los tres hombres y una mujer que aparecen junto a estas líneas. Pasean por el centro llamando a cada chaval por su nombre. Chocando las manos como amigos. 'Todo logro empieza con la decisión de intentarlo'. Es uno de los lemas de motivación que se puede leer en la escalera que conduce al segundo piso de Lucentum, dependiente de la Conselleria de Asuntos Sociales y gestionado por la Fundación Diagrama. 'La educación no crea al hombre, le ayuda a crearse a sí mismo'; 'vivir cada momento'; 'darte tu tiempo'; 'esfuérzate al máximo, lo que siembras hoy dará sus frutos mañana'... Medicina para el alma.

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Al instituto y de tiendas

Aquí estudian Eso, Bachillerato, módulos de FP. Salen a institutos cercanos y compran ellos mismos en tiendas la ropa que les gusta. Debaten, llevan la contraria y son a menudo insoportables. Nada diferente a cualquier adolescente. En la cocina ultiman la comida del día. En un carro lucen varios platos de ensalada valenciana y paella. En un corcho lucen sendas hojas con los menús semanales. Uno normal y otro musulmán. 'Si cres en ti mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades', se lee en otro de los escalones de la subida al segundo piso.

Dos de los chavales juegan al futbito a pleno sol en el patio del centro. No les importa el calor. Adolescentes. Dos de los integrantes del equipo de Yasmina charlan sobre su día a día junto a ellos. «Este es el mejor trabajo del mundo. Es muy vocacional pero no hay nada igual». Lamentan el uso político del tema de menores. A uno y otro extremo. «Llevas más de doras horas aquí, y como verás ni se oyen gritos, ni jaleo ni peleas». A la salida del centro, Yasmina sueña en voz alta con uno de sus inminentes proyectos. Un musical entre los chavales del Lucentum y vecinos de Alicante. «Hacemos barrio». Se despide. Y otra vez sonríe.

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