Cuando el mar enciende la memoria: vuelve el Castell de l'Olla
La bahía volverá a arder este sábado con un espectáculo único en Europa que rinde homenaje a la belleza, la tradición y a quienes encendieron por primera vez la magia
Cada agosto, cuando el calor del día comienza a ceder y el cielo se tiñe de púrpura sobre la bahía de Altea, un silencio expectante se apodera del mar. Es un silencio distinto, casi atávico, cargado de promesas. De emoción. De memoria. Como aquellos silencios que antaño sucedían a los grandes temporales y en tierra las mujeres aguantaban la respiración tratando de divisar en el horizonte el regreso seguro de los hombres. El del deseo del triunfo del hombre sobre el mar. Porque no hay noche más esperada, ni instante más sentido, que el del disparo del Castell de l'Olla, la joya más luminosa del verano en el Mediterráneo.
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Este sábado, 9 de agosto de 2025, la tradición volverá a arder sobre las aguas para ofrecer un espectáculo único en Europa: un castillo de fuegos artificiales disparado íntegramente desde el mar. Un ritual de belleza, música y luz que cumple este año su 37ª edición y convierte la pequeña cala de l'Olla y su isla en epicentro del asombro, la cultura y la emoción compartida.
El Castell de l'Olla no es sólo un espectáculo pirotécnico. Es un homenaje. Un legado. Una forma de honrar la memoria de Felipe Jorro, primer presidente de la Cofradía del Castell de l'Olla y que falleció hace menos de un mes, cosas de la vida (y la muerte) el mismo día en el que un emocionadísimo José Pérez Gorgoll, actual cabeza visible de ese maravilloso grupo de hombres y mujeres que siguen su legado, presidía el acto de entrega de las 'Illetas d'Or', el máximo galardón del evento.
Semanas de preparativos
Faltan más de doce horas para que suene el primer aviso, a cinco minutos de la medianoche, y la playa de La Olla parece el escenario del Teatro Bolshói porque lo que protagonizan un par de decenas de hombres y mujeres sobre sus cantos rodados, en embarcaciones y bajo el agua es un ballet de precisión perfecta por tantas veces ensayado y ejecutado.
Al frente de todos ellos, sin perder detalle de lo que allí acontece, Fernando Trotonda. Bajo los ojos, que tratan de acostumbrarse a la primera luz del amanecer, el sol enciende la sombra de unas ojeras que evidencias las horas robadas al sueño. Junto a él, los operarios de la pirotecnia Vulcano comprueban la correcta colocación y conexión de casi dos toneladas de pólvora y a su vera, como un práctico del puerto, José Pérez Gorgoll, 'Picarraco', se entiende con patrones de embarcaciones, buzos y demás cofrades en lo que son los últimos minutos antes de dejar cada plataforma, cada pantalán y cada boya fijados en su sitio exacto.
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El sol sigue levantándose y las muchas semanas de preparación tocan a su fin. Todo está en su sitio y ahora sólo queda esperar. Y todos se sientan alrededor de la mesa para disfrutar del merecido 'esmorsar' mientras se observa la obra finalizada. Mientras se otea el horizonte con el temor (no sería la primera vez) de detectar un último imprevisto, un fallo, un error que, por mínimo que sea, debe ser solventado con urgencia.
Noche de recuerdos
Con puntualidad exquisita, a las doce de la noche, la absoluta oscuridad de la noche se iluminará sobre el mar y se reflejará en los ojos de decenas de miles de espectadores incluidos los miembros de una Cofradía que, seguro, dejarán caer lágrimas recordando a Felipe, a Barranquí, Julio Alvado y a todos aquellos que ya no están, pero que fueron fundamentales (como miembros de la Cofradía o simples amigos, una palabra que aquí adquiere su más profundo significado) para hacer realidad el sueño de encender el mar para regalar a su pueblo una noche eterna. Con su impulso, iniciaron una tradición que, desde entonces, cada edición se dispara con el corazón: por los que están, por los que ya no están y por los que vendrán.
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La cita, organizada por la Cofradía del Castell de l'Olla, conserva intacta su esencia: conjugar el arte efímero del fuego con el respeto al entorno natural y patrimonial. Es una noche donde se cruzan generaciones, donde los recuerdos familiares se mezclan con la emoción del presente y donde la piel se eriza —inevitablemente— cuando la primera palmera de luz rasga el cielo y todo comienza.
La emoción eterna del Mediterráneo
Durante más de 20 minutos, las barcazas pirotécnicas sincronizarán sus disparos de fuego para narrar una historia sin palabras, tejida de silencios rotos por aplausos, de luces que parecen caricias, de colores que evocan sentimientos dormidos.
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Cientos de embarcaciones fondearán frente a la costa para disfrutar del espectáculo desde el agua, mientras decenas de miles de personas abarrotarán los márgenes de la bahía para no perder detalle. No importa cuántas veces lo hayas vivido: el Castell siempre emociona como la primera vez.
Será, un año más, una noche para dejarse llevar. Para mirar al cielo como quien busca respuestas. Para abrazar fuerte. Para guardar en los ojos el reflejo de una magia que no se explica, pero se siente. Porque el Castell de l'Olla no se ve: se vive.
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