Cuando el cielo se abrió en Valencia: la solidaridad alicantina tras la dana
El 29 de octubre de 2024 las lluvias intensas y la posterior riada provocaron inundaciones en varias localidades valencianas que dejaron 229 muertos, una tragedia que hizo que desde Alicante la ciudadanía se volcase para ayudar
El 29 de octubre de 2024 el cielo se abrió en Valencia y una terrible dana provocó inundaciones en pueblos y ciudades a su paso, dejando 229 muertos. Ante la magnitud de la tragedia, los alicantinos se volcaron desde el primer momento. Primero con recogidas de alimentos, mantas y material de limpieza, y después con ríos de solidaridad que ayudaron a limpiar calles y casas. Muchos recuerdan todavía aquellos días, cuando fueron incapaces de quedarse en casa como simples espectadores.
De Alicante a Paiporta
José Muñoz lo tuvo claro el 30 de octubre: «Voy a llegar», afirmaba con determinación este alicantino de adopción, natural de Paiporta. En apenas dos días organizó una recogida de material, -una de las primeras en la ciudad-, movilizó a medio barrio y cargó una furgoneta rumbo a su pueblo. Confiaba en que sus conocimientos como guía de montaña le ayudarían a sortear los obstáculos.
En ese primer intento no pudo llegar. Pero, un día después, gracias a su conocimiento del terreno y a la ayuda de un conocido, consiguió alcanzar Paiporta con la furgoneta llena de material. Desde ese momento, todo fue una vorágine. Su novia, en Alicante, coordinaba los envíos de donaciones que llegaban al local de la Federación Alicantina de Fútbol Sala -que había cedido sus instalaciones en la calle Padre Mariana-. José, desde las afueras del municipio, recibía las cargas y organizaba a los voluntarios para repartir donde más falta hacía.
Recuerda aquellos días con emoción contenida: el caos, la incertidumbre y los primeros intentos de llevar comida a casa de su hermana. Los coches y el barro llegaban hasta la primera planta, pero lograron limpiar la casa de un amigo y convertirla en centro de reparto.
«Comíamos latas y cosas frías porque no había electricidad ni agua. Por la noche accedíamos por los tejados de una casa a otra para poder dormir. En el auditorio de Paiporta repartían comida caliente, y bajábamos con los frontales y el casco por calles con el barro hasta las rodillas. Parecía una película de terror, y veías la cara de la gente y pensabas: «¿Cómo puede ser que estemos viviendo esto?», rememora.
La solidaridad de las Hogueras
Toda la sociedad alicantina se volcó con los afectados por la dana de Valencia. También las Hogueras, como Carolines Baixes, fue una de las primeras en movilizarse. Mari Carmen Sáez, comisionada de la foguera, pasó días y noches en el racó, convertido en un improvisado almacén. A esta mujer se le quiebra la voz al recordar cómo, tras ver las noticias, decidió junto a una compañera que no podían quedarse de brazos cruzados.
«Desde el primer momento la gente se volcó. Llegamos a llenar seis furgonetas y un camión con destino a las zonas afectadas», cuenta Sáez. Por el racó pasaron decenas de personas, entre ellas, una mujer que llegaba en tren desde Valencia todavía temblando por lo vivido.
«Me llamaron de un supermercado y me mandaron palés de agua y lejía. Un grupo de jóvenes se movilizó por redes y donó 500 euros para comprar material. Las señoras del barrio traían pilas o preguntaban qué hacía falta», recuerda.
Durante dos semanas, la actividad en el racó fue frenética. El teléfono no dejaba de sonar y los comisionados se turnaban para mantener las puertas abiertas. Después llegaba lo más duro: trasladar todo ese esfuerzo a la zona cero de la dana.
Organizando la solidaridad
Juan Carlos Gómez fue uno de los voluntarios scouts que coordinaron la recepción de ayuda en el Centro de Tecnificación de Alicante durante el fin de semana posterior a la dana. En apenas unos días, un millar de jóvenes se ha organizado para clasificar 260 toneladas de material que partieron hacia los pueblos afectados por las devastadoras lluvias.
La Asociación de Scouts de Alicante, en colaboración con Mensajeros de la Paz, lanzó el llamamiento a la ciudadanía. Juan Carlos se apuntó desde el primer momento: «Era lo justo. Lo que más me impactó fue ver la cantidad de gente ayudando y la montaña de cosas que llegaban a los afectados», explica.
Durante horas, jóvenes como él recibían carros de compra y maleteros llenos de donaciones, los clasificaban y empaquetaban para su envío. «Aunque había muchísima gente, el ambiente era solemne. Cuando terminaba una tarea, preguntaba qué más podía hacer», recuerda.
El barro en Algemesí
«No quiero descansar. Limpio una habitación y al salir veo toda la destrucción y las caras de desesperación de la gente», contaba Manuel Sala pocos días después del desastre. Este alicantino se desplazó hasta Algemesí, caminando desde Valencia, hacia los pueblos del sur a los que aún no había llegado la ayuda.
Sala viajó con doble propósito. Por un lado, su trabajo en una fábrica de electrónica le permitía conseguir material técnico para la zona; por otro, su experiencia como fotoperiodista le llevó a documentar y difundir lo que allí ocurría.
En Algemesí contactó con un vecino que coordinaba la ayuda priorizando las casas con mayores o niños pequeños. Además, consiguió donaciones poco comunes pero muy útiles: limpiadoras de agua a presión y alargaderas resistentes al agua que permitían llevar electricidad donde las inundaciones habían destrozado todo el cableado existente antes de la gran ola que anegó los pueblos de Valencia.
«En las casas situadas junto al río Magro el agua había derribado tabiques y paredes, dejando un gran pasillo lleno de barro», recuerda. En una de ellas, un hombre mayor le pidió ayuda para rescatar la bicicleta con la que su abuelo le había enseñado a montar. Nunca la encontraron.
«Te pone la piel de gallina pensar en alguien que lo ha perdido todo y que busca con desesperación ese recuerdo de su infancia», confiesa aún estremecido para aquella caótica situación.
Una enfermera en la primera línea
Lidia Isabel Montero, enfermera de 43 años, está acostumbrada a actuar en emergencias. Junto a su compañera Gemma coordina el grupo de cooperación del Colegio de Enfermería de Alicante, y desde el primer momento supo que debía ayudar. Aunque tardaron quince días en acceder a la zona cero, su primera labor fue atender en la centralita telefónica organizada en el Hospital de Valencia.
«Llamábamos a personas afectadas que necesitaban medicación, oxígeno o atención sanitaria. Se tardó mucho en coordinar la respuesta, pero la población respondió antes que nadie», reconoce Montero.
Después, se trasladaron a Paiporta para limpiar y reactivar un centro de salud. «Había barro hasta metro y medio de altura. Aunque ya tenían internet y se había hecho una primera limpieza, las salas y el material estaban muy deteriorados». Con ayuda de voluntarios lograron habilitar dos salas de curas y una consulta, además de clasificar el material médico que llegaba.
Lidia recuerda aquellos días con emoción: «Lo más impactante ha sido comprobar la capacidad que tenemos los humanos para ayudarnos. Sentías que todos estaban llenos de adrenalina, pero sabías que pronto llegaría el agotamiento».
«Quince días después todo seguía siendo desolador. No podemos imaginar cómo fueron los primeros», confiesa.