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Alicante como una ciudad cálida, pintada por la luz del Mediterráneo, con calles desiertas al mediodía y alegres mercados con frutas, con los baños en el Postiguet y los paseos junto al mar. Podría ser lo que cualquier turista diría de la ciudad del Benacantil, pero en este caso el viajero que lo describe es uno de los que ya en el siglo XIX se alojaban en la 'terreta' buscando el buen tiempo.
«Llegó y pasó por fin la calurosa estación de los baños, y el otoño empieza ya a halagarnos con sus frescas brisas. Después de visitar a Santander o Alicante, el Brighton y el Margate de Madrid respectivamente». Así empieza un corresponsal ocasional anónimo del Times londinense su artículo sobre la ciudad en 1875, bajo el título 'Juicios Extranjeros'.
El texto original fue publicado el 23 de octubre de ese año en el periódico de referencia de la City, y llegó a la ciudad española un mes después, de la mano del periódico liberal El Constitucional, que entre el 2 y el 4 de diciembre de ese mismo año lo difundió por entregas.
«Habla de que la época de baños es del 15 de julio al 15 de septiembre, de que la gente se alojaba en fondas de 4 a 6 semanas, de las zonas de baños para hombres y mujeres, de lo que se paga por la comida», explica la profesora de Didáctica de Lengua y Literatura en Inglés de la Universidad de Valencia, Lola Miralles, quien ha descurbierto recientemente la versión original en inglés de este texto en el archivo histórico del The Times.
En él se recogen detalles de la vida diaria de los alicantinos y turistas que ya visitaban las playas alicantinas a finales del siglo XIX. «Si entráis en la ciudad a las 12 del día, creeríais llegar a una población completamente desierta. La vida se desliza lánguida como las olas del mar que mueren en esta tranquila playa», describen los ojos de este viajero en una visión que podría ser la de cualquier día de verano del siglo XXI.
La visión era muy distinta por la mañana. Desde las 6 el mercado empezaba a llenar de vida la ciudad, con el paso de «pequeños vehículos y caballerías cargados de frutas y verduras que convierten la calle en una verdadera Babel».
El turismo del Alicante de 1800 se alojaba en fondas o casas de huéspedes, donde se daban dos comidas al día, a las 11 y a las 6, que costaban entre un duro y un duro y medio. Con platos que incluían en el almuerzo pescado frito, guisos «suculentos», vino y frutas de estación, y en la cena se añadían sopas y dulces.
La principal atracción eran las casas de baños, que describe como casetas vistosamente pintadas con dos alas que se adentran en el mar. En uno de los lados se situaban los hombres y en el otro las mujeres.
Los baños en el Postiguet empezaban entre las 7 y las 8 de la mañana, y la jornada continuaba con un recorrido por el paseo de palmeras de la costa, para comprar los periódicos y contemplar el sol o los buques de carga del puerto.
«Desde la 1 a las 6, la fonda parece un cementerio, todo el mundo duerme la siesta», describe este visitante que encontró en el «excesivo y pegajoso calor, interrumpido solo por alguna tormenta» la excusa perfecta para una vida «tan lánguida como podría desearse al mayor perezoso del mundo».
La vida continuaba para un turista a partir de las 6 de la tarde, cuando los hombres acudían al Casino, a jugar al dominó, al ajedrez o a las cartas, o acompañaban a las damas al café a tomar «esos refrescos empalagosos que aquí se acostumbran, como horchata, limonada, argaz» -una bebida hecha con racimos de uva verde, hoy en desuso-. Después, de vuelta a casa «hasta que suena la primera campanada a las 12, canta el sereno y la luna se levanta tendiendo su plateada cinta sobre las tranquilas aguas del Mediterráneo». Así concluía la jornada del turista en las tierras alicantinas de hace un siglo y medio.
«Esta es la vida que aquí se hace, estos son sus poco variados placeres, y, sin embargo, todo el mundo parece contento y satisfecho», recoge este visitante anónimo que recorrió Alicante en 1875.
Pero no acaban ahí las observaciones del corresponsal ocasional del Times. «También habla de la economía de la ciudad, sobre todo de las exportaciones del puerto, como el esparto. También dedica una parte a describir la fábrica de tabacos, el ambiente que se vive dentro. Comenta que las mujeres son muy alegres y que la fábrica da independencia económica a unas 4.500 trabajadoras», explica Miralles. Quien ve en este texto una oportunidad para enseñar a las nuevas generaciones cómo era la vida a finales del siglo XIX.
Y es que en el Alicante de 1875 la fábrica de tabaco era la industria más importante de la ciudad y en ella trabajaban principalmente mujeres. Eso se refleja en este artículo. «La fábrica de cigarros presenta, en su interior, el golpe de vista más interesante y animado que se pueda imaginar», recoge el autor del texto.
También detalla tradiciones perdidas. Por ejemplo, en 1875 los alicantinos celebraban, como cada 15 de septiembre, la muerte de Quijano en su panteón. Hacía poco más de 20 años que el prohombre alicantino había dirigido la operación contra la epidemia de cólera que asoló la ciudad en 1854.
Otra de las atracciones para el «extranjero» era visitar y recorrer el mercado de fruta y pescado de Alicante. Eso sí, el recinto de entonces no tenía nada que ver con el edificio actual, construido en 1911. En 1875 era un inmueble cuadrangular, cuyos lados interiores estaban escalonados de puestos donde se podía observar la fruta y la verdura «barata», «un golpe de vista arrebatador para el habitante de países fríos no acostumbrados a tales espectáculos». Además de fruta barata, de la que describe el precio en libras, y de otros artículos como el pescado salado o incluso el fresco como el salmonete, el dentón, el verderón o el pajel.
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Isaac Asenjo | Madrid y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
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