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Un año después

Historias de vida y muerte tras la dana

Testimonios de un desastre que arrasó hogares, quebró vidas y dejó una profunda huella donde el agua lo arrastró todo a su paso el 29 de octubre de 2024

Miércoles, 29 de octubre 2025, 07:10

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La dana que paralizó España hace ahora un año, y se cobró la vida de más de 237 personas en Valencia, Albacete, Málaga y Cuenca, golpeó de manera brutal a los vecinos de la rambla del Poyo y del río Magro. Las predicciones meteorológicas anunciaban en estas zonas precipitaciones de más de 180 litros por metro cuadrado y advertían de riesgo extremo para las personas. En algunas localidades las lluvias fueron todavía más intensas. El agua corrió descontrolada por las calles de cientos de municipios, anegó viviendas y plantas bajas, derribó puentes, colapsó carreteras y arrasó campos. 229 personas perdieron su vida como consecuencia del aciago temporal en la provincia valenciana.

Cuando se envió la alerta la mayoría de víctimas habían fallecido. Otras muchas resultaron afectadas y a día de hoy recuerdan con dolor lo que sucedió y tratan de superar la gran tragedia.

Estos son algunos relatos de esas historias de vida y muerte tras la dana recogidos por el diario LAS PROVINCIAS (pincha sobre el testimonio para leerlo completo):

Foto de María Luisa Z. F.

María Luisa Z. F.

«Me voy a morir ahogada»

María Luisa expresó su desesperación durante una agónica conversación telefónica con su hija

Por Alberto Martínez

María Luisa Z. F., de 79 años, vivía sola en casa de Catarroja. Sin embargo, al tener una dependencia de grado 2, su hija, también llamada María Luisa, ejercía como su cuidadora y tutora legal. Por la calle empleaba un andador, aunque dentro de casa se desplazaba con mayor seguridad. Vivía en una planta baja, que contaba con un pequeño patio interior con vistas al deslunado. El 29 de octubre por la tarde, los acontecimientos se precipitaron. Cerca de las 19 horas, el teléfono de María Luisa Z. F. sonó varias veces. Era su hija, quien le avisó de que se preparara la cena y cogiera una linterna. Posteriormente, le pidió que estuviera lista porque la iba a recoger. Pese a la insistencia, ella se negó. El barranco del Poyo ya se estaba desbordando.
En la última comunicación entre ambas, la madre avisó de que ya estaba entrando agua en su casa. «Me voy a morir ahogada», llegó a decir. Su hija, desesperada, salió en busca de su madre, pero no pudo llegar debido al caos generado por las inundaciones. Una barrera de coches le impedía el paso y acabó refugiándose en un patio de una conocida. Sobre las dos de la madrugada, tras vivir una odisea, consiguió alcanzar el domicilio de María Luisa Z. F. Sin embargo, no pudo acceder. El agua había llegado al techo.
Al día siguiente por la mañana, la hija regresó para tratar de localizar a su progenitora. Un vecino de la planta superior le comunicó el fatal desenlace: su madre no había podido salir. Él contó que se escucharon sus gritos («socorro, me ahogo»), pero nadie pudo auxiliarla. La policía arrancó la reja de la ventana. Ahí se encontraba el cuerpo.

Foto de Débora Gwendolyne T. S.

Débora Gwendolyne T. S.

Los sueños rotos de una joven pareja

Débora y su novio, que preveían casarse próximamente, perdieron la vida en un garaje de La Torre

Por Alberto Martínez

Tenían previsto casarse próximamente. Incluso habían contactado con el alcalde de Olocau, donde planeaban celebrar la ceremonia. Débora Gwendolyne, de 27 años, y su novio, Carlos, perdieron la vida en un garaje de La Torre que se convirtió en una trampa mortal durante la noche del 29 de octubre.
Débora, nacida en Llíria, vivía con su pareja en la pedanía valenciana de La Torre. Ambos se encontraban en casa cuando comenzaron a observar que las calles se inundaban pese a que no estaba lloviendo. Ella empezó a ponerse nerviosa. Una inquietud que le transmitió a su madre durante una conversación telefónica sobre las 19 horas.
La joven, hija única, avisó a su progenitora de que iban a salir de casa para acudir al garaje, que se encontraba en otra finca, y sacar el coche y la motocicleta como medida preventiva. Posteriormente, cuando la madre intentó comunicarse nuevamente con Débora, ya no obtuvo respuesta. A las 20:27 horas, el padre de Carlos escuchó un estruendo muy fuerte y una llamada de auxilio que decía «la puerta, la puerta». Ese fue el último contacto con la pareja.

Foto de Zhihua G.

Zhihua G.

Arrastrada sin saber nadar

Zhihua, acompañada de su hijo, estaba en su tienda cuando se produjo una repentina inundación

Por Alberto Martínez

A las 19:45 horas, Zhihua se percató de que estaba empezando a correr agua por las calles de Massanassa. Ella, viuda, se encontraba en su tienda colocando unas flores junto a su hijo, Junliang Zhang. Ante la repentina inundación, colocó maderas a modo de barrera en la entrada. Pero no eran suficientes.Entonces, una furgoneta que estaba flotando quedó encajada en la puerta de la tienda, impidiendo que Zhihua y su hijo pudiesen salir de la misma. Quedaron atrapados. Eso sí, al subir el nivel del agua, ambos lograron colocarse en el techo del vehículo empotrado. En ese momento, se sintieron a salvo, aunque la madre no tenía nociones de natación. Para mayor seguridad, se agarraron con las manos a una rejilla metálica del comercio.
La situación se complicó cuando el agua comenzó a llegar con más fuerza y desplazó la furgoneta sobre la que se habían colocado. El vehículo fue engullido y Zhihua y su hijo pendieron únicamente de la rejilla. La madre apenas pudo resistir unos segundos sosteniéndose. Su hijo la agarró por la axila y, nadando, llegó junto a ella a la altura de la ventana de un bar. En ese punto, un vecino lanzó una sábana atada al balcón para socorrerlos. Fueron instantes de máxima angustia. Trataron sin éxito de subirse a un contenedor y Zhihua fue arrastrada por la corriente. Junliang Zhang la perdió de vista.

Foto de Hui S.

Hui S.

La niña de la plaza Lepanto

La pequeña, de once años, fue arrastrada por el agua tras inundarse el bar familiar

Por Alberto Martínez / Joaquín Batista

Como cada día, Hui estaba en el popular bar Chaos, en la plaza Lepanto de Benetússer. Un local regentado por sus padres. La pequeña, de once años, falleció al ser arrastrada por el agua. Su cuerpo fue hallado después de dos días de búsqueda a un kilómetro de distancia, cerca del centro comercial MN4. A las 19:50 horas, comenzó a entrar agua en el bar. A las 20:00, ya le llegaba por la cadera a Lihu Sun, padre de Hui. A las 20:30, por el cuello. La fuerza de la corriente rompió la puerta del establecimiento, ya que la persiana estaba subida. En medio del pánico, la familia, de origen chino, intentó subir al piso de arriba de la finca desde la acera por medio de una escalera que sacaron unos vecinos. Sin embargo, era demasiado corta para alcanzar la altura necesaria. Hui, la mediana de tres hermanos, lo intentó, pero no llegó y se cayó al agua. El padre trató de sujetarla sin éxito, ya que se quedó bloqueado en un tapón de coches. Le perdió la pista.
En noviembre, un mes después de la dana, las dos ventanas del bar Chaos se convirtieron en un altar improvisado en recuerdo de Hui. En los alféizares se colocaron velas, juguetes, peluches, chucherías, flores, pegatinas infantiles y diferentes mensajes y dibujos, escritos desde el cariño y a modo de despedida.Hui fue la niña de la plaza Lepanto, donde pasaba su tiempo libre. Era habitual verla en el columpio del parque, incluso sola, esperando a que bajaran los amigos a jugar. Estudiaba en el colegio Nuestra Señora del Socorro, hacía gimnasia rítmica en el polideportivo y ayudaba a los padres en el bar cuando no estaba en clase o jugando.
Los vecinos la describen como «especialmente simpática y sonriente» y «más española que la paella». Una muestra de su capacidad de integración. «Sociable, amable y bromista con los clientes», añade Rosalía Liche, quien reside en un portal contiguo. Hui era un «un sol».

Foto de Francisco M. G.

Francisco M. G.

Toda una vida dedicada a la agricultura

Paco, jubilado y con movilidad reducida, acudía cada mañana a algún bar de Picanya para tomar café y charlar

Por Alberto Martínez

Pertenecía a una familia con profundas raíces en Picanya. Francisco, a sus 77 años, estaba jubilado tras toda una vida dedicado a la agricultura, concretamente, al cultivo de la naranja. Residía solo en casa. Aquel 29 de octubre, recibió la visita de su hermana, Amparo, quien se marchó sobre las 14:10 horas. Francisco, cuyo hermano falleció tiempo atrás, solía acostarse pronto, entre las 18 y las 19 horas. Tenía movilidad reducida y caminaba con la ayuda de un bastón. Estaba soltero y no tenía hijos. Conocido como Paco por familiares y amigos, llevaba una vida tranquila y feliz. Cada mañana, dentro de sus rutinas, acudía a algún bar del municipio para tomar café y charlar.
Su allegados le recuerdan como una persona «buena y sociable». Una de sus grandes aficiones, el ciclismo. Se quedaba pegado al televisor cada vez que retransmitían una vuelta. Su hermana, Amparo, le visitaba frecuentemente y le ayudaba cuando tenía problemas de salud. Incluso tenía una habitación preparada en su casa.Aquel fatídico día 29, sobre las 19 horas, empezó a inundarse la calle Sant Francesc, donde residía Paco. Una de las dos puertas de la vivienda miraba al barranco del Poyo. Y el agua, imparable, atravesó su casa, alcanzando una altura de un metro y medio. Su cuerpo fue hallado siete días después en una cuneta a la altura de Catarroja.

Foto de José C. A.

José C. A.

Trágico descenso al garaje

José estaba en su vivienda, en una cuarta planta, y bajó al garaje porque el agua sólo llegaba a la altura de los tobillos

Por Alberto Martínez

Una tromba de agua acabó con la vida de José cuando bajaba al garaje en busca de su vehículo. Un triste desenlace que se extendió por varios puntos de la provincia de Valencia durante la noche del 29 de octubre.José, de 67 años y soltero, residía con su hermana melliza Engracia en la cuarta planta de un piso situado en la plaza Lepanto de la localidad de Benetússer. Tenía otro hermano, Andrés. Cerca de las 18:00 horas, una vecina les avisó del inicio de las inundaciones en la zona y les explicó que, en el garaje, el agua sólo llegaba a la altura de los tobillos.
De esta forma, ambos optaron por bajar en busca del vehículo. La intención era aparcarlo en un lugar más protegido del aluvión.
Engracia se detuvo en el patio de la finca, mientras que José descendió al parking subterráneo. Entonces una feroz avenida de agua les sorprendió. Ella regresó a casa para refugiarse, mientras que él quedó atrapado en el garaje. La corriente destrozó la puerta del aparcamiento y a José no le dio tiempo ni a subir a su coche. Dos días después, un equipo de buzos sacó su cuerpo sin vida. «Estuvimos viviendo juntos toda la vida. Todo el mundo le quería», comenta Amparo recordando a su hermano.

Foto de María Luz A. G.

María Luz A. G.

Atrapada en la pista de Silla

María Luz, de 61 años, salía de trabajar de una empresa de manipulación y distribución de naranjas

Por Alberto Martínez / Alberto Rallo

María Luz, de 61 años, salió de trabajar sobre las 18 horas de Fontestad, una empresa de manipulación y distribución de naranjas. El trayecto resultó turbulento. Mientras, se iba comunicando telefónicamente con su marido, Ricardo. Cuando se encontraba cerca de Alfafar, las autoridades le indicaron que debía buscar un camino alternativo por los riesgos que existían.
Entonces, María Luz llamó a su esposo para que le orientara en la carretera. Finalmente, trató de llegar a Alfafar dirigiéndose hacia La Torre y tomando la pista de Silla. Se quedó en la vía de servicio a la altura de Flexicar, concesionario de vehículos de segunda mano. Se detuvo detrás de un camión. Le avisó a su pareja de que estaba subiendo demasiado el nivel del agua. Posteriormente, se cortó la comunicación y ya no pudieron volver a hablar. Eran las 21 horas, una franja temporal marcada ya para siempre con el desastre. «En ese punto se cortó la llamada. Me dijo que los coches pasaban flotando», recuerda Ricardo. El 6 de noviembre, fue hallado el cuerpo sin vida de María Luz, quien deja dos hijos que rondan los 20 años.

Foto de María Dolors M. F.

María Dolors M. F.

Agarrándose a las rejas de las plantas bajas

María Dolors fue golpeada por una furgoneta en medio de la corriente, según varios testimonios

Por Alberto Martínez

Eran cuatro hermanos en total. María Dolors, soltera y sin hijos, compartía domicilio con dos de ellas. Sobre las 18 horas, el aluvión se asomó a la avenida Blasco Ibáñez de Massanassa, encendiendo la luz de alarma entre los vecinos. Concepción, una de las hermanas con las que convivía María Dolors, se encontraba en casa, situada en la primera planta. Al comprobar que, apenas unos instantes después, el agua comenzaba a llegar con lodo, se asustó y cogió el teléfono.
Concepción llamó a María Dolors a las 18:15 horas, pero la única respuesta era la del buzón de voz. Después de comer, como solía hacer cada día, se había marchado a escuchar música a otra vivienda, la que poseía en la segunda planta de una finca muy cercana.
María Dolors padecía una enfermedad mental. Al jubilarse, dejó de tomar la medicación recetada por su psiquiatra porque, según decía, se sentía bien. También era diabética, por lo que se pinchaba insulina tres veces al día.Sin embargo, María Dolors no estaba en su piso cuando la dana irrumpió en Massanassa. Según los testimonios ofrecidos por diferentes vecinos, se encontraba en la calle y se iba agarrando a las rejas de las plantas bajas hasta que una furgoneta arrastrada por la corriente la embistió.

Foto de Rafael S. L.

Rafael S. L.

Atrapado en el garaje tras huir del agua

El cuerpo de Rafael fue hallado sin vida cinco días después por un equipo de buzos

Por Alberto Martínez

Rafael era gruista y trabajaba en la Malvarrosa. De su matrimonio con Esther, nació Elena, de 23 años. Ese día, la jornada laboral fue especialmente complicada por las fuertes rachas de viento que azotaron a Valencia. Regresó a su casa en Catarroja a las 18:30 y, apenas unos minutos después, le llamó su hermano Miguel Ángel para advertirle de que se había desbordado el barranco del Poyo.
Entonces Rafael y Esther salieron de casa, pero a la altura de la Iglesia María Madre vieron que comenzaba a circular por las calles el agua procedente del barranco. Para evitar riesgos, decidieron dar la vuelta.
De camino a casa, Esther se detuvo en una tienda de azulejos y saneamiento para avisar al trabajador de que se estaba desbordando el barranco. Rafael continuó corriendo hacia delante. El agua subió de nivel súbitamente y avanzaba con una fuerza imponente. Los coches comenzaron a flotar. La inundación anegó calles en cuestión de minutos. Esther no veía a su esposo y buscó caminos alternativos para llegar a su vivienda. Se vio atrapada y acabó encontrando refugio en el domicilio de una mujer que le auxilió. Eran cerca de las 19 horas. Se fue la luz.
A través de la ventana de esta vivienda, observaba la procesión de coches flotando y los embudos que se formaban.Cinco días después, un equipo de buzos encontró el cuerpo de Rafael en el garaje donde aparcaban el coche. Había quedado atrapado. Su hermano José Julián había puesto la denuncia por su desaparición.

Foto de Esther R. R.

Esther R. R.

Auxiliada por otra mujer

Esther, atrapada en la calle en medio de la corriente, se refugió en una casa mientras observaba por la ventana el desastre

Por Alberto Martínez

Esther y Rafael salieron de casa pasadas las 18:30, pero a la altura de la Iglesia María Madre vieron que comenzaba a circular por las calles el agua procedente del barranco. Para evitar riesgos, decidieron dar la vuelta, pero acabarían tomando caminos diferentes.Rafael era gruista y trabajaba en la Malvarrosa. De su matrimonio con Esther, nació Elena, de 23 años. Ese día, la jornada laboral fue especialmente complicada por las fuertes rachas de viento que azotaron a Valencia. Regresó a su casa en Catarroja a las 18:30 y, apenas unos minutos después, le llamó su hermano Miguel Ángel para advertirle de que se había desbordado el barranco del Poyo.
La pareja salió a la calle y, al comprobar el desbordamiento, emprendió el camino de retorno a su domicilio. Esther se detuvo en una tienda de azulejos y saneamiento para avisar al trabajador de que se estaba desbordando el barranco. Rafael continuó corriendo hacia delante. El agua subió de nivel súbitamente y avanzaba con una fuerza imponente. Los coches comenzaron a flotar. La inundación anegó calles en cuestión de minutos. Esther no veía a su esposo y buscó caminos alternativos para llegar a su vivienda. Se vio atrapada y acabó encontrando refugio en el domicilio de una mujer que le auxilió. Eran cerca de las 19 horas. Se fue la luz. A través de la ventana de esta vivienda, observaba la procesión de coches flotando y los embudos que se formaban.
Cinco días después, un equipo de buzos encontró el cuerpo de Rafael en el garaje donde aparcaban el coche. Había quedado atrapado. Su hermano José Julián había puesto la denuncia por su desaparición.

Foto de Francisco R. M.

Francisco R. M.

El abuelo que salvó a sus dos nietos

Francisco, cuyo cuerpo todavía no ha sido hallado, fue dado por fallecido el pasado mes de marzo

Por Alberto Martínez

El pasado mes de marzo, Francisco fue declarado como fallecido por los juzgados al seguir desaparecido desde el 29 de octubre. El 29 de enero se cumplió el plazo de tres meses contemplado en el artículo 193 del Código Civil para emprender el proceso, por lo que sus familiares iniciaron los trámites legales. Este hombre de 64 años protagonizó una de las historias más sobrecogedoras de la agónica dana. Logró salvar a sus dos nietos, pero él fue arrastrado por la corriente. Por la mañana, Francisco salió de su casa, en Montroy, y se desplazó al domicilio de su hija Saray en Montserrat para recoger a sus dos nietos, ya que las clases habían sido suspendidas por motivos meteorológicos.
Luego se desplazó con los pequeños a Montroy, donde residía en un chalet de una planta. El temporal hizo que se fuera la luz en la casa. Saray, quien estaba trabajando en Torrent, fue autorizada por su jefa para marcharse a casa a las 15 horas. Llegó a su vivienda en Montserrat sobre las 17:30 después de haber superado el granizo y las acumulaciones de agua en la carretera. Llegó a tener problemas para circular porque el agua cubría las ruedas. Su preocupación fue en aumento, ya que no conseguía comunicarse con sus padres.
Sobre las 18 horas, Francisco había salido de Montroy con la intención de llevar a sus nietos a casa de Saray. Sin embargo, se quedó atrapado en el polígono de Montserrat. Al observar la temible crecida de agua en la carretera, puso a los dos niños a salvo colocándolos en el techo del vehículo. Según testigos, los tres estuvieron cerca de dos horas subidos en el coche. Francisco acabó siendo arrastrado por la corriente, mientras que los pequeños fueron rescatados por agentes de la policía. A las 23:30 horas, Saray escuchó el timbre de su casa en Montserrat. Eran dos agentes con sus hijos.

Foto de Blas M. A.

Blas M. A.

Drama en el Parque Alcosa

Blas, quien tenía una pierna ortopédica, residía en una vivienda donde el agua alcanzó prácticamente el techo

Por Alberto Martínez

Blas, soltero y sin hijos, residía solo en una planta baja ubicada en el Parque Alcosa. Una de sus ventanas daba a la calle. Son una familia extensa, de siete hermanos en total. Uno de ellos, Vicente, con quien mantenía una relación muy estrecha, le ayudaba con los asuntos médicos y todas las semanas le visitaba. «Hablábamos todos los días», recuerda.
Blas tenía una pierna ortopédica a raíz de un accidente de moto que sufrió cuando tenía 16 años. Por ese motivo, caminaba empleando muletas. Blas convivió con su madre hasta que falleció ocho años atrás. El pasado 29 de octubre, Vicente no consiguió comunicarse con él y se puso en alerta. Sí lo hizo sobre las 20 horas otro de sus hermanos, Paulino.
Las inundaciones se ensañaron especialmente con esta zona de Alfafar. En la vivienda de Blas, el agua alcanzó prácticamente el techo. La preocupación invadió a Vicente al no poder contactar con su hermano, condicionado por los problemas de movilidad: «No cogía el teléfono y llamamos a la policía».Según testigos, los vecinos llamaron a la puerta de Blas para ofrecerle refugio en los pisos superiores, pero no contestó. Entienden que, en ese momento, ya había fallecido. Dos días después, fue hallado su cuerpo en el interior del domicilio. «Era un muy buen hermano», concluye Vicente.

Foto de Manuel S. E.

Manuel S. E.

Fallecido antes de llegar la UME

Manuel, quien usaba andador, se quedó atrapado junto a su esposa en su casa de Sedaví

Por Alberto Martínez

Manuel y su esposa, Dolores, fallecieron como consecuencia de la dana, pero en fechas diferentes. Ambos se encontraban en la casa en la que residían, situada en Sedaví, junto a su cuidadora, Carmen. Sobre las 20:30 horas, Carmen llamó al hijo del matrimonio, José Manuel, para avisarle de que se estaba inundando la vivienda. Él, actualmente de 64 años, se apresuró para auxiliar a sus padres pero, cuando estaba a punto de llegar, los bomberos le prohibieron el paso porque se concentraban tres corrientes de agua que hacían imposible el paso. Había coches flotando y amontonados. Los teléfonos móviles no funcionaban.El agua llegaba a la altura del pecho en la vivienda de Manuel y Dolores. Los vecinos trataron de rescatarles a través de la puerta de su casa, pero sólo lograron socorrer a la cuidadora. La pareja se vio superada por la fuerza del agua.
La cama de hospital en la que estaba Dolores flotó. Y la UME pudo rescatarla cinco o seis horas después de los momentos críticos. Sin embargo, Manuel, quien usaba andador, ya había fallecido cuando entraron los efectivos.Dolores, con ciertos problemas de demencia, fue trasladada al hospital Doctor Peset con hipotermia y estuvo una semana ingresada. La consiguieron estabilizar. Posteriormente, el 5 de noviembre, fue derivada a la residencia de Carcaixent. Y a mediados de enero, ingresó en el Hospital de la Ribera, donde acabó falleciendo el 18 de enero. Padecía patologías que se agravaron.

Foto de Dolores A. C.

Dolores A. C.

Calvario después de ser rescatada

Dolores, quien arrastraba patologías, falleció en enero tras pasar por dos hospitales y una residencia

Por Alberto Martínez

El pasado 29 de octubre, a última hora de la tarde, Dolores y su marido, Manuel, se encontraban en el piso en el que residían, situado en Sedaví, junto a su cuidadora, Carmen. Ambos fallecieron como consecuencia de la dana, pero en fechas diferentes. Sobre las 20:30 horas, Carmen llamó al hijo del matrimonio, José Manuel, para avisarle de que se estaba inundando la vivienda.
Él, actualmente de 64 años, se apresuró para auxiliar a sus padres pero, cuando estaba a punto de llegar, los bomberos le prohibieron el paso porque se concentraban tres corrientes de agua que hacían imposible el paso. Había coches flotando y amontonados. Los teléfonos móviles no funcionabanEl agua llegaba a la altura del pecho en la vivienda de Manuel y Dolores. Los vecinos trataron de rescatarles a través de la puerta de su casa, pero sólo lograron socorrer a la cuidadora. La pareja se vio superada por la fuerza del agua.
La cama de hospital en la que estaba Dolores flotó. Y la UME pudo rescatarla cinco o seis horas después de los momentos críticos. Sin embargo, Manuel, quien usaba andador, ya había fallecido cuando entraron los efectivos.Dolores, con ciertos problemas de demencia, fue trasladada al hospital Doctor Peset con hipotermia y estuvo una semana ingresada. La consiguieron estabilizar. Posteriormente, el 5 de noviembre, fue derivada a la residencia de Carcaixent. Y a mediados de enero, ingresó en el Hospital de la Ribera, donde acabó falleciendo el 18 de enero. Padecía patologías que se agravaron.

Foto de Rubén L. R.

Rubén L. R.

Trampa mortal en La Torre

El policía local se quedó atrapado al bajar al garaje para colocar su coche y su moto en el primer sótano

Por Alberto Martínez

El garaje situado en la calle Mariano Benlliure de la pedanía de La Torre fue una trampa mortal en la que perdieron la vida siete personas. Entre ellas, Rubén L. R., policía local de Valencia.Rubén, de 33 años, estaba en casa solo cuando se percató del desbordamiento del barranco del Poyo. A las 20:21 horas, llamó a su padre, Julio, para comentarle que iba a bajar al garaje para mover su coche y su motocicleta, que estaban aparcados en el segundo sótano. Su progenitor le advirtió de que evitara el ascensor y utilizara la escalera. Tras subir los dos vehículos a la primera planta del parking, los contactos entre padre e hijo se produjeron a través de WhatsApp. Por esa vía, Rubén explicó que, al tratar de salir a la calle por la escalera, observó que había un metro de agua en el exterior. Intento frustrado. La tensión se disparaba. A las 20:37 escribió a su progenitor: «Esto está jodido». 36 minutos después, Rubén dejó de contestar. La presión del agua destrozó los accesos al parking y se produjo una avalancha letal. Falleció, según los juzgados, a las 22 horas. Su cuerpo fue encontrado en el primer sótano del garaje.

No hay un perfil único de damnificado por la tromba de agua en la comunidad valenciana. 71 víctimas de la tragedia tenían entre 50 y 70 años y 22 entre 30 y 50. El 60% de las víctimas eran hombres.

En Letur (Albacete) fallecieron ese mismo días otras seis personas, una en Alhaurín de la Torre (Málaga) y otra el Mira (Cuenca). La dana impactó en toda la población, más allá de cuál fuese su edad, su género o su nacionalidad.

Foto de María de los Desamparados G. C.

María de los Desamparados G. C.

El drama de las residencias

María de los de Desamparados no pudo ser evacuada del complejo de la tercera edad en el que vivía

Por Alberto Martínez

María de los Desamparados, nacida en Valencia en 1929, fue una de las numerosas personas ancianas que perdieron la vida durante la tarde y la noche del 29 de octubre de 2024. A sus 95 años de edad, esta vecina de Picanya vivía en un complejo de la tercera edad de titularidad municipal.
Cuando se desbordó el barranco del Poyo y las instalaciones comenzaron a inundarse, buena parte de los internos fueron evacuados a la residencia de mayores Solimar, en la misma localidad de Picanya. Agentes de la policía informaron a su nieta Diana de que María de los Desamparados G. C. no figuraba en la lista de personas desalojadas durante la crisis.
Por otro lado, su nieto, antes de que Diana se comunicara con la policía, había acudido al complejo en el que residía María de los Desamparados con la esperanza de encontrarla allí. No estaba. A esta señora casi centenaria se le perdió el rastro a raíz de la dana, pero posteriormente las autoridades localizaron e identificaron su cuerpo.
La residencia Solimar estaba a punto de celebrar su apertura cuando la riada dio un vuelco a la realidad de todos los valencianos. El centro, a pesar de estar situado cerca del barranco, simplemente se vio afectado en el sótano y las cocinas. De esta forma, ante la crisis que desencadenó la dana, se reconvirtió para alojar a ancianos y familias que se habían quedado sin hogar. Además, dio cabida a sanitarios y al equipamiento del centro de salud del municipio, que había quedado anegado. En diciembre, finalmente, se llevó a cabo la inauguración oficial del centro.

Foto de Hipólita O. L.

Hipólita O. L.

Dramáticas evacuaciones

Hipólita, que residía en un centro de Paiporta, no pudo ser auxiliada para subir a la primera planta

Por Alberto Martínez

Nació en 1937 en Cazorla (Jaén). Hipólita fue una de las seis personas mayores que perdieron la vida en la residencia Savia ubicada en Paiporta. En plena zona cero de la dana, este centro fue una cruda representación del drama vivido el 29 de octubre en numerosos municipios valencianos.
Hipólita, de 87 años, era viuda con tres hijos. No pudo sobrevivir a las inundaciones. Un fatal desenlace que fue transmitido a la familia a las diez de la mañana del día 30 de octubre. Los responsables de la residencia comunicaron su fallecimiento y explicaron que la tromba de agua cubrió completamente la planta baja de las instalaciones.
Los trabajadores se afanaron para ayudar a subir a la primera planta a algunos residentes, pero no pudieron salvar a todos. Momentos de desesperación que se saldaron con seis víctimas mortales.

Foto de Carmen V. G.

Carmen V. G.

Fallecida junto a sus animales

Carmen, de 92 años, se reunió con sus hijas un día antes para acudir al cementerio

Por Alberto Martínez

Nacida en 1932 en Valencia, Carmen V. G. vivía sola en su casa de planta baja en Picanya. El 28 de octubre, el día previo a uno de los mayores desastres naturales de la historia de la Comunitat, se citó con sus hijas Carmen y Laura para ir juntas al cementerio.
En el cementerio, visitaron el nicho de un hermano y del padre. «Ahora mi madre está ahí con ellos», comenta con dolor Carmen. La anciana, de 92 años, falleció como consecuencia de la inundación de su vivienda.
Después del encuentro en el cementerio, las hijas dejaron a Carmen V. G. en su domicilio. Al día siguiente, el 29 de octubre, la dana terminó con su vida. «Era muy alegre y muy amante de los animales», recuerda su hija Carmen. En su vivienda, le acompañaban un perro y dos pájaros, que también murieron como consecuencias de las inundaciones. «Además, le gustaba hacer punto», añade.
Agentes de la policía local de Picanya acudieron a la casa de Carmen V. G. durante las horas posteriores al desbordamiento del barranco del Poyo y se encontraron a todos los animales de compañía muertos.
A partir de ahí, llegaron varios días de inquietud para los familiares, ya que desconocían el paradero de Carmen V. G., quien tuvo cinco hijos. Las autoridades tardaron una semana en comunicar su fallecimiento.

Foto de Fidel M. R.

Fidel M. R.

Atrapado después de poner el coche salvo

Fidel, quien salió de su domicilio para mover el vehículo, no pudo caminar hasta casa

Por Alberto Martínez

Fidel tuvo un impulso habitual en estos casos: poner el vehículo a salvo. Este valenciano de 49 años, al ver que comenzaba a circular el agua por las calles de Paiporta, salió de su vivienda para sacar su coche del garaje. Finalmente, lo estacionó en una zona más segura y le entregó las llaves a su sobrina.
A las 19:52 horas, llamó a su esposa, Cristina, para explicarle que estaba atrapado en la plaza Xúquer y no podía caminar hasta casa. Sobre las 23 horas, su mujer y su hijo le observaron desde la ventana de su domicilio. Lograron hablar. Se encontraba bien. Fue el último contacto de Fidel con su familia.
Cristina no conseguía comunicarse telefónicamente con Fidel. Los días siguientes fueron angustiosos, ya que su móvil continuaba apagado. Estaba desaparecido. Finalmente, las autoridades hallaron su cuerpo sin vida.
El 8 de noviembre, después de once días de incertidumbre, el Ayuntamiento de la localidad manchega de Casas de Fernando Alonso, donde Fidel tenía raíces, hizo pública la muerte. Según informó el alcalde Antonio Medina en ‘Voces de Cuenca’, fue encontrado a sólo cien metros de su casa.

Foto de Adelina A. T.

Adelina A. T.

Atrapada y con problemas de movilidad

Adelina, con una prótesis de rodilla, no logró subir a la planta superior de su vivienda

Por Alberto Martínez

A sus 87 años, Adelina vivió con gran tensión los instantes posteriores al desbordamiento del barranco del Poyo. Residía en una tradicional casa de pueblo, pero sus problemas de movilidad le impidieron situarse en una zona de seguridad. Finalmente, su cuerpo fue hallado en la misma casa.
Sobre las 19 horas del 29 de octubre, su hija, María Adelina, le llamó para comprobar cómo se encontraba. La madre le comentó que ya estaba entrando agua en su domicilio. Ante esta situación, la hija le aconsejó que subiera a la planta superior de la casa para guarecerse de las temibles inundaciones.
Apenas media hora después, María Adelina volvió a comunicarse con su madre, pero en ese momento ya le escuchaba con gran dificultad. Fueron instantes caóticos. La hija le insistió en que se colocara en la planta de arriba, pero se perdió el contacto entre ambas. La señora, con una prótesis de rodilla, se quedó atrapada.
María Adelina estuvo varios días sin saber qué le había ocurrido a su madre. Finalmente, le comunicaron que había sido encontrada muerta en el mismo domicilio.

Foto de José P. R.

José P. R.

Arrastrado tras mover el coche

José, como tantos otros vecinos, salió de casa para trasladar su vehículo a una zona más segura

Por Alberto Martínez

Fue una decisión generalizada: salir apresuradamente de casa para trasladar el vehículo a una zona donde estuviese protegido de las inundaciones. José, de 81 años, lo hizo. Tras varios días desaparecido, fue hallado muerto en la calle después de que le arrastrara el agua.
Durante la tarde del 29 de octubre, Inmaculada Concepción, hija de José y Pilar, les llamó para preguntarles cómo se encontraban. Algunos municipios valencianos estaban viéndose afectados por el temporal y quería quedarse tranquila. Descolgó su madre, Pilar, quien atravesaba un ostensible estado de nervios porque no sabía nada de su padre.
Numerosos vecinos salieron de sus casas para aparcar los coches en zonas más seguras y José hizo lo mismo. Se marchó con el batín con la idea de regresar muy pronto. Sin embargo, se le perdió el rastro.
En las horas siguientes a la dana, al continuar sin comunicación, la hija rastreó la zona y vio el coche de su padre junto a la carretera de Albal. Estaba aparcado y sin daños. Inmaculada denunció su desaparición y, días después, el cuerpo fue encontrado en el exterior.

Foto de Manuel C. A.

Manuel C. A.

Sorprendido en la planta baja

Manuel se encontraba en el piso inferior de su vivienda cuando se produjo un corte de luz y llegó la tromba

Por Alberto Martínez

Mientras que su mujer se encontraba en el piso superior de la vivienda, Manuel estaba en la planta baja cuando se produjo el momento fatídico. Un problema eléctrico relacionado con el temporal dejó a su casa sin luz y, en ese instante, llegó la demoledora tromba de agua.
Manuel, nacido en 1935 en Picanya, seguía residiendo en su localidad. Durante la noche del 29 de octubre, estaba en casa con su mujer. Precisamente, cuando sucedió el corte eléctrico y un aluvión inundó repentinamente la vivienda, este valenciano de 89 años estaba en la planta baja. No tuvo tiempo para subir al piso superior, donde se encontraba su esposa.
Manuel quedó atrapado. Su mujer, desde arriba, le llamaba a gritos, pero no hallaba respuesta. Se perdió el contacto entre ambos. Entonces se asomó a la terraza de la casa para solicitar ayuda de manera desesperada. Sin embargo, nadie pudo acceder para socorrer a Manuel.
Sobre las 14 horas del día 30, los autoridades accedieron a la vivienda y retiraron el cuerpo.

Foto de Rafaela N. N.

Rafaela N. N.

En los brazos de su hijo

Rafaela falleció por la inundación de su vivienda sin que pudiera hacer nada Mateo

Por Alberto Martínez

Rafaela llevaba unos meses conviviendo con su hijo Mateo. Nacida en Jaén en 1939, la señora afincada en Paiporta estaba en casa, una planta baja. Y la tarde del 29 de octubre, cuando el agua procedente del barranco del Poyo se abrió paso por las calles de la localidad de l’Horta Sud, comenzó la pesadilla.
«Llevaba unos meses en casa de mi madre porque ella se rompió la cadera e iba en silla de ruedas. La estaba cuidando», cuenta Mateo, quien rememora el instante en que todo cambió: «Pasó la policía local avisando de que se iba a desbordar el barranco, pero no dio tiempo a reaccionar. Cien metros por detrás, ya venía el agua».
El agua reventó la puerta de la vivienda y empezó a colarse. El nivel subía de una manera desenfrenada. «En unos minutos, ya me llegaba por la cintura», explica el hijo, de 60 años. Entonces, con la esperanza de evitar su ahogamiento, Mateo agarró a su madre en brazos y la mantuvo en esa postura hasta que el torrente les cubrió.
«La sostuve todo el tiempo que pude. Murió en mis brazos», lamenta con crudeza Mateo, uno de los dos hijos de Rafaela. Posteriormente, en medio del caos y la angustia, el hijo salió al patio de la casa: «Saltando por una escalera, conseguí llegar a una terracita de una casa abandonada que está al lado. Ahí pasé la noche».
Dos días después, durante la tarde del 31, un forense se personó en la vivienda para confirmar la defunción de Rafaela, de 85 años.

Foto de Isaam A.

Isaam A.

Arrasados por un tornado

El viento asoló la vivienda familia y, cuando huían del temporal, el pequeño Issam y su hermana fueron arrastrados por el agua

Por Alberto Martínez

Un tornado destrozó la vida de Mireia Murgui. Esta valenciana de 34 años se encontraba en su casa de Alginet junto a sus tres hijos cuando unas fortísimas rachas de viento arrasaron la vivienda familiar. Nada pudo hacer para evitar el fallecimiento de dos de sus hijos, Issam y Angels-Jazmin, de cinco y tres años, respectivamente.
La vivienda se derrumbó. Entonces, la pareja de la madre acudió al domicilio en su vehículo para socorrerlos. Los cinco tomaron la carretera huyendo del tornado y la lluvia. Al llegar a una gasolinera ubicada en las afueras de Alginet, se detuvieron y encontraron refugio. Pretendían esperar a que el temporal amainara. Después de 40 minutos aproximadamente, retomaron el camino en dirección Barcelona, pero en la A7, a la altura de Calicanto, se vieron obligados a parar debido a la sobrecogedora inundación de la autovía.
Se trataba de una situación límite. Así, decidieron salir del vehículo y fueron arrastrados por el agua sin poder sujetar a dos de sus hijos. Ya por la noche, una patrulla de la policía local de Torrent les recogió y les trasladó al centro de salud del mismo municipio mientras bomberos, Guardia Civil y UME intensificaban las labores de búsqueda de los dos pequeños desaparecidos.
Cuando llevaban una hora en el centro de salud, la misma patrulla de la policía local comunicó a la pareja que habían sido hallados sin vida los cuerpos de Issam y Angels-Jazmin. Estaban juntos y muy cerca de donde se habían quedado bloqueados con el coche.

Foto de Angels-Jazmín A.

Angels-Jazmín A.

Arrasados por un tornado

El viento asoló la vivienda familia y, cuando huían del temporal, la pequeña Angels-Jazmin y su hermano fueron arrastrados por el agua

Por Alberto Martínez

Angels-Jazmin e Issam, de tres y cinco años, respectivamente, pusieron rostro a un drama familiar. Mireia Murgui, valenciana de 34 años, se encontraba en su casa de Alginet junto a sus tres hijos cuando unas fortísimas rachas de viento arrasaron la vivienda. El tornado dio paso a una odisea que terminó con el dramático fallecimiento de los dos pequeños.
Un tornado destrozó la vida de esta familia. La vivienda se derrumbó. Entonces, la pareja de la madre acudió al domicilio en su vehículo para socorrerlos. Los cinco tomaron la carretera huyendo del viento y la lluvia. Al llegar a una gasolinera ubicada en las afueras de Alginet, se detuvieron y encontraron refugio. Pretendían esperar a que el temporal amainara. Después de 40 minutos aproximadamente, retomaron el camino en dirección Barcelona, pero en la A7, a la altura de Calicanto, se vieron obligados a parar debido a la sobrecogedora inundación de la autovía.
Se trataba de una situación límite. Así, decidieron salir del vehículo y fueron arrastrados por el agua sin poder sujetar a dos de sus hijos. Ya por la noche, una patrulla de la policía local de Torrent les recogió y les trasladó al centro de salud del mismo municipio mientras bomberos, Guardia Civil y UME intensificaban las labores de búsqueda de los dos pequeños desaparecidos.
Cuando llevaban una hora en el centro de salud, la misma patrulla de la policía local comunicó a la pareja que habían sido hallados sin vida los cuerpos de Issam y Angels-Jazmin. Estaban juntos y muy cerca de donde se habían quedado bloqueados con el coche.

Foto de Consuelo D. T.

Consuelo D. T.

Recorriendo Europa en autocaravana

Consuelo, cuya mayor ilusión era viajar con su marido, padecía Alzheimer y problemas de movilidad y falleció unas horas después de la dana por hipotermia

Por Alberto Martínez

«Era una persona muy cariñosa, amable. Muy buena persona. Viajó con mi padre en autocaravana por toda Europa. Era lo que más les gustaba, su mayor ilusión». Así describe María José a su madre, Consuelo, quien falleció unas horas después de la dana por hipotermia. Esta valenciana, de Paiporta, murió a los 82 años al no poder remontar tras el sufrimiento al que se vio sometida. Padecía diferentes patologías y la situación crítica atravesada el 29 de octubre tuvo consecuencias fatales.
«Ella nunca estaba sola. Siempre estaba acompañada. Ese día se encontraba en casa con mi hermana Xelo», cuenta María José. Fueron sorprendidas por las inundaciones. El agua entró en el domicilio y dejó a ambas atrapadas.
Consuelo residía en una planta baja reformada. «La fuerza del agua rompió la puerta y la empujó hasta el final de la casa con la silla de ruedas. Xelo consiguió llevarla hasta la parte delantera de la casa, a una habitación. Allí se engancharon a una ventana. El techo estaba a 2,40 metros de altura y el agua llegó a 2,20. Mi hermana estuvo sujetando a mi madre durante horas. Fue muy fuerte aguantándola», relata María José. Los vecinos, desde sus viviendas de la calle Benlliure, les hablaban e iluminaban con linternas.
Al contar con familiares en la misma calle, hubo una movilización para tratar de rescatarlas. Fue el joven Raúl quien se enganchó a una cuerda para entrar en la vivienda y, buceando, agarrarlas y sacarlas al exterior. Lo consiguió. Ambas seguían con vida.
«Las llevaron a una casa de enfrente, de unos vecinos», añade María José. Consuelo, quien padecía Alzheimer y se desplazaba en silla de ruedas, se sentía débil. Tenía hipotermia. Acabó falleciendo el día 30 por la mañana en la vivienda en la que se refugió. La dana acabó con la vida de tres personas en la pequeña calle Benlliure.

Foto de Andrés T. M.

Andrés T. M.

El cruel final para un antiguo marinero mercante

Andrés, quien navegó durante años antes de ejercer como encofrador, falleció en una residencia de Paiporta

Por Alberto Martínez / Belén Hernández

Durante la tarde y noche del 29 de octubre, Raquel llamó una y otra vez a la residencia Savia de Paiporta para preguntar por su padre, Andrés. No encontró respuesta. Imposible. El caos había superado todas las previsiones. Al día siguiente por la mañana, una fisioterapeuta del centro se puso en contacto con la hija. El motivo, desolador. Le comunicaron que Andrés era uno de los usuarios que no había podido ser evacuado durante las inundaciones. Había fallecido.
Andrés, nacido en Tarifa, falleció a los 76 años. Ingresó en la residencia en febrero de 2023 debido a su estado de salud. Padecía Alzheimer. Buena parte de la vida de este hombre transcurrió dentro de un barco de mercancías. Y no le hacía falta saber nadar para disfrutar apasionadamente de ese oficio. Era una persona que derrochaba vitalidad.
Al nacer su hija Raquel, quien actualmente tiene 47 años, dejó el mar para asentarse en Valencia. Buscaba la estabilidad. Entonces comenzó su etapa como encofrador.
Le encantaba pasear y compartir tiempo con la familia. «Nunca olvidaré los veranos que pasaba con mi padre», comentaba Raquel. Solían disfrutar de las vacaciones en un camping en Altura o en las lagunas de Ruidera.

Foto de Miguel Manuel B. C.

Miguel Manuel B. C.

Una huella imborrable en la Ciudad del Aprendiz

Brilló como futbolista en el filial del Valencia y fue profesor de FP antes de que la riada acabara con su vida

Por J. A. Marrahí

Miguel tenía su casa familiar en Paiporta. Allí crecieron sus dos hijos, Adrián y Thais, antes de independizarse. En el momento del desastre, la víctima estaba en la vivienda junto a su esposa, María Ángeles.
Cuando el agua empezaba a llenarlo todo en las calles del municipio, Miguel intentó proteger su casa atrancando una puerta para que la inundación no llegara al sótano. Pero la fuerza de la tromba lo arrastró y su cuerpo fue hallado después en el exterior.
Su pérdida dejó una honda pena en el centro de estudios Ciudad del Aprendiz. Allí lo recuerdan en una publicación de Instagram como «un joven estudiante de Artes gráficas que destacó como futbolista y hasta llegó a jugar en el Mestalla», el filial del Valencia CF.
Tras concluir el servicio militar Miguel se decantó por la enseñanza, dedicando toda su vida al IPFP San Vicente Ferrer, actualmente CIPFP Ciudad del Aprendiz. Se implicó en la parte académica y organizativa, como jefe de estudios. «Ha sido nuestro profesor y compañero, en el más elevado sentido de la palabra, y el vacío que deja nada lo podrá llenar», aseguran desde el centro docente. «Su madre, Manolita, estimada conserje del centro, su mujer María Ángeles, y sus hijos y su nieto, siempre en nuestros pensamientos», agregan. Un aula lleva hoy el nombre de Miguel y un cómic de su hijo Adrián sobre la ficción de Star Trek publicado en Estados Unidos rinde memoria a esta víctima de Paiporta.

Foto de Guangming H.

Guangming H.

Tragedia en un bazar

Guangming vio subir el nivel de agua en su tienda, se agarró a una farola y fue arrastrado por el agua

Por Alberto Martínez

Como cada día, Guangming estaba trabajando en el bazar que regentaba en Massanassa. Cerca de las 19 horas, ya había coches arrastrados por el agua en calles del municipio. Pensaba que iba a ser algo anecdótico, pero 30 minutos después el aluvión creció de una manera alarmante. Se agigantó.
Los cristales de un supermercado próxima no aguantaron la presión y se resquebrajaron. Pasaban las 20 horas. Entonces llegó el Es Alert a los teléfonos móviles. Intentaron salir del bazar, pero el agua corría a una velocidad feroz. Y al subir el nivel dentro de la tienda, Guangming y su esposa intentaron escalar a la parte más alta del local, pero las estanterías no aguantaban el peso de un adulto.
El agua alcanzó una altura de dos metros y medio. Guangming ayudó a su mujer a subir sobre una puerta. Él resistió durante mucho tiempo en la misma postura. Hasta que el agua lo arrastró. Se agarró a una farola, que fue golpeada por un camión. Sus fuerzas menguaron. Después de varios días desaparecido, el 13 de noviembre fue hallado su cuerpo sin vida en la calle Vinalopó.

Foto de Adolfo T. L.

Adolfo T. L.

Atrapado en el garaje del cuartel

Adolfo, guardia civil de Paiporta, estaba ayudando en la retirada de coches oficiales cuando se vio sorprendido por una avenida de agua

Por Alberto Martínez

Por la tarde, Adolfo estaba en su domicilio del cuartel de la Guardia Civil de Paiporta ayudando a su hija Leire, de 14 años, a realizar los deberes del colegio. Entonces, un fuerte ruido procedente del exterior le llevó a asomarse a la ventana. En ese momento se percató de las primeras consecuencias de la dana en la comarca de l’Horta Sud.
Adolfo, quien estaba a punto de cumplir 52 años, vio a varios compañeros del cuartel sacando coches oficiales de la Guardia Civil del garaje, situado en el sótano. Decidió bajar para colaborar.
Mientras realizaba la tarea, se vio atrapado dentro del garaje por una tromba de agua que, al mismo tiempo, provocó el derrumbamiento de un muro. No pudo salir ante la impotencia de otros guardias civiles que no lograron entrar para rescatarle. Falleció junto a la mujer de un compañero. El drama se confirmó al día siguiente.
«Se desvivía por los suyos», recuerda su hermana María Pilar. Adolfo ingresó en el Cuerpo de la Guardia Civil con sólo 18 años: «No se veía en una oficina sentado. Era muy inquieto y activo. Probó varios deportes, fútbol, bici… En los últimos años, hacía bastantes caminatas. Y viajó todo lo que pudo. Era muy familiar. Todo corazón».
El pasado mes de mayo, se le otorgó la Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil, con distintivo rojo a título póstumo. Recogieron la condecoración sus dos hijas, Leire y Carlota, esta última guardia civil de 28 años.

Muchos fueron los que tomaron inconscientemente decisiones equivocadas aquel día que les condujeron a su propia muerte o los que no tuvieron posibilidad de reaccionar cuando percibieron la magnitud de lo que estaba sucediendo. La falta de avisos generó estupor e indignación entre los habitantes de l'Horta Sud, un territorio que sigue recuperándose de las pérdidas y de los destrozos.

Foto de Isabel I. S.

Isabel I. S.

Aislada en la planta baja de la residencia

Isabel fue uno de los seis ancianos que fallecieron en el centro Savia de Paiporta al no poder ser evacuados

Por Alberto Martínez

Había cerca de 120 ancianos en la residencia Savia de Paiporta. Estaban repartidos equitativamente entre la planta baja y la superior. Isabel, de 81 años, se encontraba en la inferior. Era la hora de la cena. De repente, la normalidad se resquebrajó. Pasadas las 19 horas, una trabajadora gritó: «¡Agua, agua!». Los trabajadores se movilizaron, pero no lograron evacuar a todos. Isabel, nacida en Guadalajara, fue una de las seis víctimas mortales en el centro.
Marco Antonio, hijo de Isabel, estaba inquieto porque desconocía el estado de su madre. Realizó varias gestiones telefónicas con la esperanza de obtener alguna información. Finalmente, el día 30 por la tarde, recibió la llamada de la psicóloga de la residencia. Le informó del fallecimiento de su madre, que se quedó aislada en la planta baja.
Según le indicó la psicóloga, los trabajadores no pudieron hacer nada para salvar a Isabel. Otros ancianos que se encontraban en la misma zona del centro tampoco pudieron ser evacuados.
Sobre las 19 comenzó a entrar agua en las instalaciones. Los trabajadores advirtieron a los residentes de que no utilizaran el ascensor, ya que había fallos en la corriente eléctrica. Los empleados formaron una escalera humana para que los ancianos subieran a pie al piso superior. No lograron desalojar a todos los que se encontraban en la planta baja. Los muebles se movían y se fue la luz.

Foto de Lourdes María G. M.

Lourdes María G. M.

Un periplo que termina en tragedia

Lourdes María, que iba en el coche con su marido y su bebé, falleció junto a su hija tras unas compras

Por Alberto Martínez / Javier Martínez

Iban a ser unas compras rápidas. Y la dana se cruzó de una forma trágica en su camino. Lourdes María, de 32 años y nacida en Venezuela, salió de su casa en Paiporta sobre las 18 horas. Lo hizo junto a su marido, Antonio, y su bebé de tres meses y medio, Angelina, para adquirir leche de fórmula en una farmacia de Torrent. Después, sobre las 18:45, pusieron rumbo a una tienda de electrónica de Sedaví. Y cerca de las 19:30, regresaron a Paiporta. Al entrar en el municipio, agentes de Protección Civil les advirtieron de que el barranco del Poyo se iba a desbordar. Entonces, intentaron salir en dirección a Valencia. Ahí arrancó la odisea para esta familia.
El nivel del agua comenzó a subir a una velocidad vertiginosa. Antonio, quien conducía, intentó situar el vehículo en una rotonda elevada junto a una gasolinera. Sin embargo, la corriente desplazó el coche, que quedó encajado junto a una señal de tráfico.
Antonio salió por la ventanilla y ayudó a Lourdes María a subir con su bebé al techo del vehículo. Sin embargo, él fue arrastrado por el aluvión. «Lo último que vi fue cómo pedían auxilio desde el coche», recordó. Intentó ir a por ellas, pero le resultó imposible.
Mientras, Lourdes María, quien llevaba un lustro residiendo en Valencia, llamó al 112 para pedir auxilio y también habló por teléfono con una amiga. Eran cerca de las 20:30 horas. Le pidió que cuidara de sus otros dos hijos, de 10 y 13 años, por lo que la mujer caminó desde Torrent hasta Paiporta para atenderlos. Antonio consiguió agarrarse a un hierro hasta que fue rescatado por voluntarios de Protección Civil. Sobrevivió. En cambio, al día siguiente, fueron hallados sin vida los cuerpos de Lourdes María y la pequeña Angelina. La corriente las arrastró. La bebé es una de las siete víctimas de la dana menores de diez años.

Foto de Angelina T. G.

Angelina T. G.

Una vida segada por la tragedia

Angelina, una bebé de tres meses y medio, es una de las siete víctimas de la dana menores de diez años

Por Alberto Martínez / Javier Martínez

Angelina nació tres meses y medio antes de la dana. Su padres, Lourdes María y Antonio, salieron de su casa en Paiporta sobre las 18 horas. Lo hicieron con su bebé. Iban a ser unas compras rápidas. Primero, acudieron a una farmacia de Torrent para adquirir leche de fórmula. Después, sobre las 18:45, pusieron rumbo a una tienda de electrónica de Sedaví. Y cerca de las 19:30, regresaron a Paiporta. Al entrar en el municipio, agentes de Protección Civil les advirtieron de que el barranco del Poyo se iba a desbordar. Entonces, intentaron salir en dirección a Valencia. Ahí arrancó la odisea para esta familia. La dana se cruzó de una forma trágica en su camino.
El nivel del agua comenzó a subir a una velocidad vertiginosa. Antonio, quien conducía, intentó situar el vehículo en una rotonda elevada junto a una gasolinera. Sin embargo, la corriente desplazó el coche, que quedó encajado junto a una señal de tráfico.
Antonio salió por la ventanilla y ayudó a Lourdes María a subir con su bebé al techo del vehículo. Sin embargo, él fue arrastrado por el aluvión. «Lo último que vi fue cómo pedían auxilio desde el coche», recordó. Intentó ir a por ellas, pero le resultó imposible.
Mientras, Lourdes María, quien llevaba un lustro residiendo en Valencia, llamó al 112 para pedir auxilio y también habló por teléfono con una amiga. Eran cerca de las 20:30 horas. Le pidió que cuidara de sus otros dos hijos, de 10 y 13 años, por lo que la mujer caminó desde Torrent a Paiporta para atenderlos.
Antonio consiguió agarrarse a un hierro hasta que fue rescatado por voluntarios de Protección Civil. Sobrevivió. En cambio, al día siguiente, fueron hallados sin vida los cuerpos de Lourdes María y la pequeña Angelina. La corriente las arrastró. La bebé es una de las siete víctimas de la dana menores de diez años.

Foto de Antonio T. S.

Antonio T. S.

Un periplo que termina en tragedia

Antonio, que iba en el coche con su esposa y su bebé, sobrevive tras ser arrastrado por la corriente, pero su familia fallece

Por Alberto Martínez / Javier Martínez

Antonio, de 59 años, salió de su casa en Paiporta sobre las 18 horas. Lo hizo junto a su esposa, Lourdes María, y su bebé de tres meses y medio, Angelina, para adquirir leche de fórmula en una farmacia de Torrent. Después, sobre las 18:45, pusieron rumbo a una tienda de electrónica de Sedaví. Iban a ser unas compras rápidas, pero la dana se cruzó de una forma trágica en su camino. Cerca de las 19:30, regresaron a Paiporta. Al entrar en el municipio, agentes de Protección Civil les advirtieron de que el barranco del Poyo se iba a desbordar. Entonces, intentaron salir en dirección a Valencia. Ahí arrancó la odisea para esta familia.
El nivel del agua comenzó a subir a una velocidad vertiginosa. Antonio, quien conducía, intentó situar el vehículo en una rotonda elevada junto a una gasolinera. Sin embargo, la corriente desplazó el coche, que quedó encajado junto a una señal de tráfico.
Antonio salió por la ventanilla y ayudó a Lourdes María a subir con su bebé al techo del vehículo. Sin embargo, él fue arrastrado por el aluvión. «Lo último que vi fue cómo pedían auxilio desde el coche», recordó. Intentó ir a por ellas, pero le resultó imposible.
Mientras, Lourdes María, venezolana y residente en Valencia desde hacía un lustro, llamó al 112 para pedir auxilio y también habló por teléfono con una amiga. Eran cerca de las 20:30 horas. Le pidió que cuidara de sus otros dos hijos, de 10 y 13 años, por lo que la mujer caminó desde Torrent a Paiporta para atenderlos.
Antonio consiguió agarrarse a un hierro hasta que fue rescatado por voluntarios de Protección Civil. Sobrevivió. En cambio, al día siguiente, fueron hallados sin vida los cuerpos de Lourdes María y la pequeña Angelina. La corriente las arrastró. La bebé es una de las siete víctimas de la dana menores de diez años.

Foto de María Adela R. A.

María Adela R. A.

Pionera en el baloncesto femenino valenciano

María Adela, con un imborrable sentido del humor, regresaba por carretera hacia su casa en la urbanización Masía de Pavía

Por Alberto Martínez

María Adela siempre buscaba la sonrisa de sus allegados. «Me voy a ir antes de que caiga más agua porque, si no, tendré que llegar a casa en barco», comentó a un compañero de trabajo al finalizar su jornada laboral en una empresa de metalurgia de Beniparrell. La dana se cruzó en el camino de esta valenciana de 62 años cuando trataba de regresar a su vivienda en la urbanización Masía de Pavía, en el término de Torrent. «Tenía un buen sentido del humor y era totalmente solidaria», recuerda su hermana mayor, María José.
Sobre las 18:15 horas, María Adela llegaba al vestuario de su empresa para cambiarse de ropa y volver a casa. María José lamenta que la alerta de las autoridades llegara tan tarde: «Si la hubiesen enviado antes, mi hermana estaría viva». Y es que los trabajadores que permanecieron en las instalaciones de la compañía lograron salvarse.
Pasaban los días y el entorno de María Adela seguía sin conocer su paradero. No lograban contactar con ella. Durante su desaparición, los dos hijos de María José agarraron un vehículo todoterreno y accedieron a la vivienda de Masía de Pavía para comprobar si se había quedado aislada en el domicilio. Pero no había rastro de ella. Además, un grupo de personas peinó diferentes zonas en su búsqueda. Batidas infructuosas.
María Adela, quien tomaba medicación habitual para la diabetes, regresaba a casa por carretera. Las inundaciones le arrastraron. La Guardia Civil localizó su cuerpo la misma noche de la dana cerca del Ayuntamiento de Picanya. Sin embargo, debido al pertinente proceso de identificación, las autoridades no notificaron a la familia el fallecimiento hasta ocho días después de la tragedia.
«Fue una pionera en el baloncesto femenino valenciano. Empezó a jugar con 14 o 15 años», rememora María José sobre su hermana. María Adela compitió en equipos de Canals y Godella, entre otros. Fuera de las canchas, se formó como informática para desarrollar su carrera profesional.

Foto de Francisco Miguel P. M.

Francisco Miguel P. M.

Hija asesinada, padre víctima de la dana

Francisco Miguel fue padre coraje en busca de justicia para su hija y falleció protegiendo su hogar de Picanya

Por J. A. Marrahí

La muerte de Francisco Miguel sobrevino cuando estaba junto a su familia en una casa de Picanya. Según la declaración judicial de sus familiares, el hombre, de 73 años, fue testigo de la inundación y trató de proteger la planta baja del hogar cerrando la puerta del garaje, pero la fuerza del desbordamiento del barranco del Poyo lo arrastró y se le perdió el rastro.
Muchos se sumaron al día siguiente a su búsqueda por l’Horta Sud y su fotografía reciente apareció en los carteles de desaparecidos. Poco después fue localizado sin vida.
El vecino de l'Horta Sud había dedicado toda su vida a trabajar como panadero. Fue padre de dos hijas, María José y Carolina, pero ésta última le fue cruelmente arrebatada por un asesinato de 2009: acuchillada junto a una amiga que sobrevivió, Susana. El autor fue un joven que se había obsesionado con Carolina.
Francisco dedicó tiempo, manifestaciones en Valencia y apariciones públicas para intentar hacer justicia a su hija en la exigencia de la máxima pena. Superar semejante mazazo fue muy complicado para él. Años después, ya jubilado, se sumó una enfermedad con la que lidiaba tras ser operado. Pero finalmente fue otra tragedia, la del 29 de octubre, la que puso fin a sus días.

Foto de Antonio P. C.

Antonio P. C.

Debajo de una montaña de coches

Antonio, de 88 años, estaba dentro de su casa de Picanya y su cuerpo fue arrastrado hasta Paiporta

Por Alberto Martínez / J. A. Marrahí

Estaba en su casa de Picanya cuando el temporal estalló. Antonio, de 88 años y nacido en Mislata, tenía una minusvalía de 56 por ciento debido a un enfisema pulmonar, por lo que siempre salía con andador y una botella de oxígeno. La tromba de agua le sorprendió dentro de su vivienda, una planta baja próxima al barranco del Poyo.
Los nervios afloraron en la familia de Antonio, ya que no conseguían comunicarse con él por culpa de las inundaciones. Dos días después de la dana, su hijo, José Emilio Picos, acudió junto a efectivos de la UME a la casa de su padre, pero no lograron encontrarlo.
El cuerpo de Antonio apareció una semana después en la localidad adyacente de Paiporta. La maquinaria pesada del Ejército estaba liberando una calle del municipio y el anciano fue localizado debajo de una montaña de coches.
Como tantos otros, había sido arrastrado al exterior. «Mi padre estaba en su casa, debió de morir en el comedor. El agua lo sacó por la cristalera", explicó José Emilio en su declaración judicial. Falleció ahogado.
Antonio fue un hombre marcado por la posguerra, «de carácter clásico, disciplinado, trabajador y profundamente humilde, no solo en lo material, sino también en su forma de ser», recuerda su hijo. Desde muy joven compartió su vida con su mujer, a quien conoció con 15 años. Juntos permanecieron toda la vida, hasta que ella falleció en 2021, víctima indirecta de la pandemia de covid.
En los últimos años, «mi padre se dedicó por completo al cuidado de mi madre, cuyo alzhéimer se agravó con el tiempo». En ese periodo «me demostró, más que nunca, el amor y la entrega que sentía por ella, acompañándola con ternura hasta el final». Apasionado del ciclismo, practicó este deporte siempre que su salud y las obligaciones se lo permitieron. Otra afición fue la cría de pajarillos, especialmente jilgueros, verderoles y canarios, «a los que dedicaba muchas horas con paciencia y dedicación».
Su salud estuvo condicionada desde muy joven por una EPOC, consecuencia de la exposición a colas y productos químicos en su oficio de ebanista, profesión en la que destacó y a la que dedicó muchos años de su vida.
Antonio tuvo tres hijos. Una hija falleció a los cuatro meses. Más tarde nacieron José Emilio y su hermano, que en 2023 murió repentinamente de un infarto: «Esta pérdida fue un golpe devastador para mi padre. A pesar de todo, logró reorganizar su vida, manteniéndose autónomo y lúcido. Tras la muerte de mi madre, nuestra relación se estrechó aún más, procurando que no se sintiera solo. Por eso, ahora lo extraño tanto».

Foto de José Emilio Picos

José Emilio Picos

La estantería de un supermercado como refugio

José Emilio y su mujer estuvieron a punto de morir ahogados en las calles de Paiporta

Por Alberto Martínez

José Emilio perdió a su padre, de 88 años, Antonio P. C., durante la dana. Él, en cambio, se salvó, pero llegó a verse contra las cuerdas. Este vecino de Paiporta estaba en la calle junto a su mujer, Carmen, y ambos pudieron refugiarse en un supermercado hasta que fueron rescatados por unos vecinos durante la madrugada.
Él mismo tomó fotografías de la evolución del caudal del barranco del Poyo durante la funesta tarde del 29 de octubre. Entre las 17.45 y las 18.45 horas, tal y como él cuenta, subió cerca de diez metros. Antonio, padre de José Emilio, falleció al ser arrastrado por el agua cuando estaba en su casa de Picanya.
José Emilio y su esposa salieron juntos de casa, accedieron al garaje y llevaron los coches a una zona más segura. El camino de vuelta a casa se convirtió en una pesadilla. «Estuve a punto de perder la vida ahogado", explica.
Cuando llegó el Es-Alert a los teléfonos móviles de los valencianos, José Emilio atravesaba una situación crítica. «Me pilló con el agua por la cadera», recuerda.
Junto a otras personas, José Emilio y su mujer pudieron refugiarse en una estantería de un supermercado. Ahí permanecieron hasta la una de la madrugada aproximadamente, cuando fueron auxiliados.

Foto de Milagro M. M.

Milagro M. M.

Manos soltadas por la fuerza de la corriente

Milagro fue arrastraba por el agua mientras trataba de sobrevivir sobre un coche junto a un compañero de trabajo

Por Alberto Martínez

Su última conversación telefónica con su marido se produjo entre las 19:30 y las 20 horas del 29 de octubre. Nacida en Mislata y afincada en Silla, Milagro, de 63 años, conducía su coche por la CV-33 tras finalizar su jornada laboral en una tienda de muebles de Picanya. Iba de camino a casa.
Iba circulando junto al coche de un compañero de trabajo, Paco. Un vehículo detrás del otro. Sin embargo, el tráfico de la CV-33 quedó bloqueado por una tromba de agua. Se detuvieron y permanecieron en sus respectivos automóviles hasta que creció el peligro.
Al subir el nivel de agua de una manera alarmante, Milagro y Paco salieron de sus coches y se colocaron sobre un automóvil para mantenerse a salvo. Él la sujetaba con la mano, pero llegó un momento en que la valenciana no pudo resistir la fuerza de la corriente, se soltó y fue arrastrada por el agua. Su compañero la perdió de vista.
Se le perdió el rastro. Y el 4 de noviembre, el Ayuntamiento de Silla comunicó su fallecimiento: «Con una profunda tristeza, queremos informaros que nos han confirmado que han encontrado sin vida a nuestra vecina Milagro Martínez Martínez. Su trágica muerte que ocurrió cuando volvía a casa después de trabajar a consecuencia de la DANA, nos ha golpeado a todas y a todos». Fuentes del Consistorio la definieron como «una persona muy querida» en el pueblo. Tenía un hijo.

Foto de Nelson Q. A.

Nelson Q. A.

Fallecido dentro de su furgoneta

Nelson, que llevaba tres meses en España, circulaba a la altura de Picanya y se vio sorprendido por una tromba de agua

Por Alberto Martínez

Llevaba sólo tres meses en España. Nelson, de 58 años, era un colombiano afincado en Albal. Había llegado para visitar a su hijo, Diego Armando, pero él y su esposa se estaban acomodando en Valencia. El 29 de octubre trabajó con una furgoneta de reparto y, cuando volvía a casa, se topó con las inundaciones en la carretera.
Estaba circulando cerca de Picanya. La preocupación le invadió. Entre las 19:15 y las 19:55 horas, Nelson y su hijo hablaron por teléfono en tres ocasiones. El padre se sentía muy nervioso. En la última conversación, se mostró algo más tranquilo y contó que había bajado ligeramente el nivel de agua. Además, le comentó a Diego Armando que le iba a mandar una ubicación por el móvil. Eso nunca ocurrió.
Diego Armando, al ver que no le enviaba la ubicación, le llamó insistentemente. No respondía. Entonces, alarmado, salió en su búsqueda junto a unos amigos. No pudieron acceder a la zona en que sospechaba que se encontraba, ya que la vía estaba cortada. Su padre solía hacer la misma ruta cada día.
Volvió al día siguiente y entró caminando entre el barro. Entonces localizó la furgoneta de su padre. Nelson, fallecido, estaba dentro. Era el día 30 sobre las 12 horas.

Foto de Manuel B. T.

Manuel B. T.

Un fatídico movimiento de coche

Manuel, un especialista elaborando paellas, fue arrastrado al salir de su casa para desplazar el vehículo

Por Alberto Martínez

Manuel, de 71 años, se encontraba en su domicilio en la calle Lepanto de Paiporta, una de las más sepultadas por barro y residuos de toda la zona cero. Este valenciano tomó la decisión de salir de casa para desplazar el coche, una acción habitual cuando hay riesgo de inundaciones y que costó la vida a decenas de personas el pasado 29 de octubre.
Eran entre las 19:30 y las 20 horas. El desbordamiento del barranco del Poyo se estaba empezando a notar en las calles de Paiporta. Manuel, desde casa, veía el temible panorama. Sabía que, fuera, el agua le llegaba a la altura de las rodillas.
En cualquier caso, Manolo, como le llamaba su entorno, salió de su vivienda con la intención de trasladar su coche a una zona más protegida. Instantes después, una imponente tromba de agua le arrastró. Se agarró a la reja de una ventana, pero resistió poco tiempo. Se soltó. Los vecinos vieron cómo se alejaba. La familia no supo nada de él hasta que, diez días después, fue hallado su cuerpo sin vida.
Se trataba de una persona llena de vitalidad y muy apreciada en Paiporta. Un especialista elaborando paellas y macarrones. Mantenía una relación sentimental con Natsalia, que sufre una parálisis cerebral.

Foto de Francisco Javier S. P.

Francisco Javier S. P.

Atrapado junto a su hermana

Francisco Javier y María Pilar, con problemas de movilidad, compartían vivienda y no lograron subir al piso superior

Por Alberto Martínez

Rafel vive en un barrio situado en el noreste de Londres. Nació en Aldaia, donde seguían residiendo sus tres hermanos. Desde Inglaterra, sobre las 18 horas de España, contactó con ellos telefónicamente para advertirles de que estaba lloviendo de forma torrencial en Chiva y que ese agua llegaría pronto a su localidad. Sus temores se cumplieron y con un desenlace funesto.
Francisco Javier, conocido como Xavi, tenía 66 años. Y María Pilar, Pili para familiares y amigos, 63. Residían juntos en el domicilio de sus padres, ya fallecidos. Él estaba soltero. Ella, divorciada. Ninguno tenía hijos.
Xavi y Pili murieron ahogados en la casa en la que nacieron y crecieron los cuatro hermanos. Ambos padecían problemas de movilidad y caminaban con muletas por una enfermedad genética de los músculos. La casa tenía dos plantas y los dormitorios se encontraban en la superior. El barranco de la Saleta está cerca, a diez minutos caminando.
Xavi y Pili no se sentían nerviosos. Primero llegó a la calle una lengua de agua. Luego, una tromba descomunal. El pánico se extendió y los vecinos trataron de avisarse unos a otros.
Se formó un tapón de coches en la calle. El agua fue subiendo de nivel hasta que, con una fuerza feroz, rompió el vidrio de la puerta de la casa de Xavi y Pili. El aluvión entró con violencia en la vivienda, dejando atrapados a ambos hermanos, quienes no pudieron subir al piso superior por la escalera. El agua superó los 180 centímetros de altura.
El otro hermano, Marcos, reside en la segunda planta de otra casa. Se salvó. Trató de comunicarse con Pili y Xavi. Al no encontrar respuesta, acudió a su domicilio a las cinco de la madrugada y encontró a ambos fallecidos dentro del hogar. Fueron dos de las seis víctimas mortales de Aldaia.

Foto de María Pilar S. P.

María Pilar S. P.

Atrapada junto a su hermano

María Pilar y Francisco Javier, con problemas de movilidad, compartían vivienda y no lograron subir al piso superior

Por Alberto Martínez

María Pilar, Pili para familiares y amigos, tenía 63 años. Francisco Javier, conocido como Xavi, 66. Ambos hermanos residían juntos en Aldaia en el domicilio de sus padres, ya fallecidos. Él estaba soltero. Ella, divorciada. Ninguno tenía hijos.
Otro hermano, Rafel, vive en un barrio situado en el noreste de Londres. Desde Inglaterra, sobre las 18 horas de España, contactó telefónicamente con Pili y Xavi para advertirles de que estaba lloviendo de forma torrencial en Chiva y que ese agua llegaría pronto a su localidad. Sus temores se cumplieron y con un desenlace funesto.
Pili y Xavi murieron ahogados en la casa en la que nacieron y crecieron los cuatro hermanos. Ambos padecían problemas de movilidad y caminaban con muletas por una enfermedad genética de los músculos. La casa tenía dos plantas y los dormitorios se encontraban en la superior. El barranco de la Saleta estaba cerca, a diez minutos caminando.
Pili y Xavi no se sentían nerviosos. Primero llegó a la calle una lengua de agua. Luego, una tromba descomunal. El pánico se extendió y los vecinos trataron de avisarse unos a otros.
Se formó un tapón de coche en la calle. El agua fue subiendo de nivel hasta que, con una fuerza feroz, rompió el vidrio de la puerta de la casa de Pili y Xavi. El aluvión entró con violencia en la vivienda, dejando atrapados a ambos hermanos, quienes no pudieron subir al piso superior por la escalera. El agua superó los 180 centímetros de altura.
Marcos, otro de los cuatro hermanos, reside en Aldaia en la segunda planta de otra casa. Se salvó. Trató de comunicarse con Pili y Xavi. Al no encontrar respuesta, acudió a su domicilio a las cinco de la madrugada y encontró a ambos fallecidos dentro del hogar. Fueron dos de las seis víctimas mortales de Aldaia.

Foto de Miguel Ángel P. F.

Miguel Ángel P. F.

En el dormitorio junto a la cama

La corriente de agua destrozó la ventana de la habitación de Miguel Ángel, con movilidad reducida

Por Alberto Martínez

Miguel Ángel, igual que un elevado porcentaje de los fallecidos por la dana, era una persona mayor con movilidad reducida. Nacido en 1952 en la localidad francesa de Saint-Dié, residía en Algemesí y fue sorprendido por las inundaciones. No pudo reaccionar.
Al día siguiente por la mañana, María, sobrina de Miguel Ángel, acudió a la vivienda de su tío. La preocupación era máxima teniendo en cuenta los efectos devastadores del temporal. Sus peores pronósticos se cumplieron. Al entrar en el domicilio, vio su cuerpo tendido en el suelo.
Miguel Ángel, divorciado, vivía en una casa de dos plantas. Al hallar su cuerpo sin vida, María llamó al 112 y, sobre las 12:15 horas del día 30, se personaron agentes de la Policía Nacional.
La casa estaba completamente anegada por el fango. Y la ventana del dormitorio de la planta baja había sido reventada por la fortísima corriente de agua. Miguel Ángel fue hallado ahí, en la habitación, acostado en el suelo junto a la cama.

Foto de Janine M. R.

Janine M. R.

La doble muerte de Janine y Scarlett

La joven embarazada volvía a su casa de trabajar y la inundación la envolvió en su coche

Por J. A. Marrahí

El relato más fidedigno de la muerte de Janine lo ofreció a LAS PROVINCIAS su madre, Mary Rodríguez. La joven boliviana, transportista autónoma, vivía sola en Godelleta, en un piso alquilado. «Era muy activa, muy trabajadora», recuerda su madre. «Le quedaban dos días para la baja por embarazo y todos le decíamos que parara, que podría tener un accidente. Pero ella quería terminar el mes de octubre, sacarse el dinero para criar a su hija», asegura Mary.
La cuna ya estaba montada y muchos de los objetos para Escarlett, adquiridos. Por si la niña en camino se adelantaba. «El lunes fue a buscar el carro para la bebé y, el miércoles, tenía la última ecografía». Como tantas otras veces, fue de Godelleta a Ribarroja, cogió el camión en el polígono, e hizo sus repartos. Ya por la tarde, recorrido a la inversa. Y fue ya en coche, de vuelta a casa, cuando el desbordamiento del Poyo le sorprendió en la rotonda de Ribarroja.
«Logró salir de su coche, se refugió en otro junto a otras personas y me telefoneó», relata su afligida madre. «¡Me estoy ahogando!», le decía. «Intenta estar tranquila. Hazlo por la bebé», le aconsejó la abuela antes de recibir una última ubicación desde el móvil de Janine. A partir de ese momento, silencio a mensajes y llamadas. Sin rastro de su hija embarazada.
«La busqué con mi pareja por la última ubicación, pero estaba todo cortado y era imposible. No pude pasar». Siguieron cuatro días de rastreos desesperados, de ayuda suplicada en redes sociales con la foto de Janine. Pero nada. Hasta el 2 de noviembre. «La encontró la pareja de mi exmarido. A unos 200 metros de la última ubicación».
Como destaca Mary, «Janine era tranquila, sociable, trabajadora. Muy responsable. Estudió en Luis Vives, pero orientó su camino al trabajo desde joven. Primero cuidó a personas mayores y, con 26 años, se puso al volante de un camión como autónoma, al igual que su hermano. Después «se quedó embarazada y el padre no quiso hacerse cargo, rompieron e iba a ser madre soltera» de la pequeña Escarlett. Era su ilusión, su primera hija tras una etapa de lucha y altibajos.

Foto de José Carlos M. G.

José Carlos M. G.

Dos amigos volviendo del trabajo

José Carlos, que iba en coche con Juan Vicente, se encontró con la tromba de agua cuando regresaba a Cheste

Por Alberto Martínez / Laura Garcés

José Carlos, de 62 años, y Juan Vicente, de 50, eran amigos de toda la vida. Vivían en Cheste y trabajaban en la misma empresa en Aldaia. Cada semana, cogía uno el coche. Se turnaban. Se les perdió la pista sobre las 18 horas del 29 de octubre, cuando circulaban por la A-3 de vuelta a casa.
Apenas les quedaban 14 kilómetros para llegar a Cheste cuando les sorprendió una tromba de agua. Sus respectivas familias no lograban comunicarse con ellos, por lo que la preocupación fue en aumento con el paso de las horas. Francisco José, hijo de José Carlos, contactó con el encargado de la empresa en la que trabajaban con la esperanza de averiguar su estado. El responsable le explicó que ambos amigos habían emprendido el camino de regreso a casa en el mismo coche. No sabía nada más.
Estuvieron desaparecidos varios días. Las familias, por su cuenta, realizaron labores de búsqueda. Sin éxito. Finalmente, fueron hallados sus cuerpos sin vida. Primero, el de José Carlos. Una semana después, el de Juan Vicente.
Rosana, esposa de Juan Vicente desde 2005, se agarra a todos los recuerdos que le quedan del padre de sus tres hijos. «Me pongo los audios de mi marido, duermo agarrada a la chaqueta de su pijama y tocando el pendiente que él llevaba puesto hasta que me da el sueño», cuenta.
Juan Vicente fue enterrado acompañado de un trofeo de fútbol que ganó su hijo Marcos, de 14 años, así como del brazalete de pichichi y la camiseta. Una de sus mayores pasiones era ver los partidos y los entrenamientos.

Diez de las víctimas de la dana tenían entre 20 y 29 años. Algunos perecieron en carretera. Otros, intentando ayudar a sus mayores, buscando a sus familias o ayudando a mover el coche.

Foto de Juan Vicente M. F.

Juan Vicente M. F.

Dos amigos volviendo del trabajo

Juan Vicente, que iba en coche con José Carlos, se encontró con la tromba de agua cuando regresaba a Cheste

Por Alberto Martínez / Laura Garcés

Vivían en Cheste y trabajaban en la misma empresa en Aldaia. Cada semana, cogía uno el coche. Se turnaban. Juan Vicente, de 50 años, y José Carlos, de 62, eran amigos de toda la vida. Se les perdió la pista sobre las 18 horas del 29 de octubre, cuando circulaban por la A-3 de vuelta a casa.
Apenas les quedaban 14 kilómetros para llegar a Cheste cuando les sorprendió una tromba de agua. Sus respectivas familias no lograban comunicarse con ellos, por lo que la preocupación fue en aumento con el paso de las horas. Francisco José, hijo de José Carlos, contactó con el encargado de la empresa en la que trabajaban con la esperanza de averiguar su estado. El responsable le explicó que ambos amigos habían emprendido el camino de regreso a casa en el mismo coche. No sabía nada más.
Estuvieron desaparecidos varios días. Las familias, por su cuenta, realizaron labores de búsqueda. Sin éxito. Finalmente, fueron hallados sus cuerpos sin vida. Primero, el de José Carlos. Una semana después, el de Juan Vicente.
Rosana, esposa de Juan Vicente desde 2005, se agarra a todos los recuerdos que le quedan del padre de sus tres hijos. «Me pongo los audios de mi marido, duermo agarrada a la chaqueta de su pijama y tocando el pendiente que él llevaba puesto hasta que me da el sueño», cuenta.
Juan Vicente fue enterrado acompañado de un trofeo de fútbol que ganó su hijo Marcos, de 14 años, así como del brazalete de pichichi y la camiseta. Una de sus mayores pasiones era ver los partidos y los entrenamientos.

Foto de José M. T.

José M. T.

Arrastrado por el barranco de la Sechara

José llevaba dos años como director del instituto para deportistas de alto rendimiento en Cheste

Por Alberto Martínez

Era el director del IES número 1 para deportistas de alto rendimiento en el centro de tecnificación de Cheste. José, de 48 años, estuvo diez días desaparecido después de que se le perdiera el rastro cuando cogía el coche para volver a su casa en Valencia.
A las 18:01 horas, José llamó a su marido, Jesús, para comentarle que ya había salido de trabajar y que su coche estaba siendo arrastrado por el agua. Circulaba cerca del barranco de la Sechara. Llegó un momento en que su pareja únicamente escuchaba el ruido de la corriente. Ya no pudieron volver a hablar.
Las autoridades encontraron el coche de José con la puerta abierta y vacío. La señal GPS del teléfono móvil permitió localizar el vehículo. Nadie en su interior. Una circunstancia que alimentó la esperanza de su hermana Rosa durante las labores de búsqueda los días siguientes. Los familiares se organizaron para peinar la zona con la ilusión.
José, quien llevaba dos años como director del instituto para deportistas de alto rendimiento, fue arrollado por el desbordamiento del barranco a la altura de Cheste. Finalmente, su cuerpo fue hallado diez días después de la dana.

Foto de Elvira Benita M. A.

Elvira Benita M. A.

El drama de una madre y su hija

Elvira y Elisabet compartían lugar de trabajo en un hotel y, cuando se desplazaban por la carretera, fueron arrastradas por el agua

Por Alberto Martínez

Elvira y Elisabet, de 61 y 37 años, respectivamente, eran más que madre e hija. Tenían una relación muy especial. Incluso compartían lugar de trabajo. Ambas ejercían como camareras de piso en el hotel restaurante La Carreta, en Chiva. La tarde del 29 de octubre, no llegaron al alojamiento. Mientras iban por la carretera, una tromba las arrastró.
Elvira, quien llevaba prácticamente toda su vida laboral en el hotel, trabajaba en el turno de mañana. Su hija, en el de tarde. Al finalizar su jornada, la madre regresó a casa, en Cheste, para recoger y llevar a Elisabet, quien no tenía el carnet de conducir.
A las 16:08 horas, Iván mandó un mensaje por WhatsApp a su abuela, Elvira: «Tened cuidado». Ella respondió: «Sí, cariño». A las 17:36 le volvió a escribir para preguntarle a qué hora salían del trabajo. Ya no lo recibió. Pidieron auxilio desde el vehículo. Y enviaron un vídeo a la familia que, posteriormente, sirvió para ubicar el lugar aproximado de su desaparición.
Elvira, que tenía seis hermanos, estaba casada con Ismael. Es definida como «una luchadora». Su mayor pasión era la familia. Su cuerpo fue hallado días después, celebrándose el entierro el 12 de noviembre en el cementerio de Cheste.
A partir de ahí, se continúo con las labores de búsqueda de Elisabet, cuyo cuerpo todavía no ha sido localizado. El coche en el que circulaban ambas fue encontrado el 13 de febrero en el barranco del Poyo. Estaba vacío. El vehículo, prácticamente irreconocible, pudo ser identificado por algunas piezas del chasis. Además, en su interior, permanecía la documentación en buen estado.
El cuerpo de Elisabet sigue sin aparecer. No obstante, el pasado mes de mayo, fue declarada oficialmente fallecida por el juzgado después de los trámites legales llevados a cabo por la familia. Deja dos hijos: Iván , 18 años, y Valeria, de cuatro.

Foto de Elisabet G. M.

Elisabet G. M.

El drama de una madre y su hija

Elvira y Elisabet compartían lugar de trabajo en un hotel y, cuando se desplazaban por la carretera, fueron arrastradas por el agua

Por J. A. Marrahí

Elisabet, de 37 años, tenía una relación muy especial con su madre, Elvira. Pasaban muchísimas horas juntas. Incluso compartían lugar de trabajo. Ambas ejercían como camareras de piso en el hotel restaurante La Carreta, en Chiva. La tarde del 29 de octubre, no llegaron al alojamiento. Mientras iban por la carretera, una tromba la arrastró.
Elvira, quien llevaba prácticamente toda su vida laboral en el hotel, trabajaba en el turno de mañana. Su hija, en el de tarde. Al finalizar su jornada, la madre regresó a casa, en Cheste, para recoger y llevar a Elisabet, quien no tenía el carnet de conducir.
A las 16:08 horas, Iván mandó un mensaje por WhatsApp a su abuela, Elvira: “Tened cuidado”. Ella respondió: “Sí, cariño”. A las 17:36 le volvió a escribir para preguntarle a qué hora salían del trabajo. Ya no lo recibió. Pidieron auxilio desde el vehículo. Y enviaron un vídeo a la familia que, posteriormente, sirvió para ubicar el lugar aproximado de su desaparición.
Elvira, que tenía seis hermanos, estaba casada con Ismael. Es definida como “una luchadora”. Su mayor pasión era la familia. Su cuerpo fue hallado días después, celebrándose el entierro el 12 de noviembre en el cementerio de Cheste.
A partir de ahí, se continúo con las labores de búsqueda de Elisabet, cuyo cuerpo todavía no ha sido localizado. El coche en el que circulaban ambas fue encontrado el 13 de febrero en el barranco del Poyo. Estaba vacío. El vehículo, prácticamente irreconocible, pudo ser identificado por algunas piezas del chasis. Además, en su interior, permanecía la documentación en buen estado.
El cuerpo de Elisabet sigue sin aparecer. No obstante, el pasado mes de mayo, fue declarada oficialmente fallecida por el juzgado después de los trámites legales llevados a cabo por la familia. Deja dos hijos: Iván , 18 años, y Valeria, de cuatro.

Foto de Miguel C. E.

Miguel C. E.

El angustioso final de un padre con su hija

Miguel y Sara fallecieron al quedarse atrapados en el garaje cuando pretendía sacar los coches a la calle

Por Alberto Martínez

Miguel, funcionario de la Generalitat de 63 años, y su hija Sara, enfermera de 24, compartieron sus últimos instantes de vida en la oscuridad de un garaje que se inundó en cuestión de minutos. No pudieron salir. Sus cuerpos sin vida fueron sacados el 1 de noviembre, dejando a Antonia completamente rota.
Miguel y su esposa, Antonia, llegaron a su casa en Benetússer sobre las 17:15 horas para comer. Su hija, Sara, estaba en el balcón visiblemente nerviosa, llegando a preguntar si había opciones de que Benetússer se inundara. Su madre trató de tranquilizarla con palabras y un sentido abrazo.
Sobre las 19:15, Sara, quien no se había movido del balcón temiéndose lo peor, llamó enérgicamente a sus padres para que se acercaran y vieran cómo una lengua de agua avanzaba por la calle Vicente Navarro Soler. Once minutos después, Miguel pensó que, para evitar que se dañara el coche que habían comprado recientemente, debía bajar al garaje y aparcarlo en la calle en una zona segura. Entonces su hija, quien también tenía su automóvil en el parking, le acompañó para hacer lo propio.
Pasaron los minutos y, a las 19:44, Antonia, inquieta, decidió bajar para buscar a su marido y su hija. Sin embargo, ya no pudo cruzar el patio de la finca porque el agua había alcanzado los 2,30 metros de altura. Los vecinos le avisaron de que el garaje ya estaba inundado y que era imposible acceder
Antonia regresó a casa y llamó al 112, la Policía y la Guardia Civil, pero no obtenía respuesta. A la 20:07, el agua ya alcanzaba el nivel del balcón del primer piso. Flotaban coches, camiones, contenedores… En la calle, la gente pedía auxilio a gritos.
Finalmente, el 1 de noviembre, un equipo de buceadores de la UME sacó del garaje los cuerpos de Miguel y Sara. No estaban dentro del coche. Habían intentado salir del garaje. Y los dos estaban juntos.
«La vida de Sara fue un ejemplo de amor, generosidad y fortaleza. Tu familia nunca te olvidará», expresó la familia a través de un comunicado. La joven se graduó en Enfermería en 2022.«Una excelente profesional», tal y como la definieron el Colegio Oficial de Enfermería de Valencia (COENEV) y la Escuela de La Fe. «La partida de Sara representa una pérdida irreparable para la enfermería valenciana y para todos aquellos que comparten el compromiso de servir desde la vocación de cuidar», lamentaron desde COENEV.

Foto de Sara C. G.

Sara C. G.

El angustioso final de una hija y su padre

Sara y Miguel fallecieron al quedarse atrapados en el garaje cuando pretendía sacar los coches a la calle

Por Alberto Martínez

«La vida de Sara fue un ejemplo de amor, generosidad y fortaleza». Su familia, derrumbada, definió así a esta enfermera de 24 años. Falleció junto a su padre, Miguel, funcionario de la Generalitat. Compartieron sus últimos instantes de vida en la oscuridad de un garaje que se inundó en cuestión de minutos. No pudieron salir. Sus cuerpos sin vida fueron sacados el 1 de noviembre, dejando a Antonia completamente rota.
Miguel y su esposa, Antonia, llegaron a su casa en Benetússer sobre las 17:15 horas para comer. Su hija, Sara, estaba en el balcón visiblemente nerviosa, llegando a preguntar si había opciones de que Benetússer se inundara. Su madre trató de tranquilizarla con palabras y un sentido abrazo.
Sobre las 19:15, Sara, quien no se había movido del balcón temiéndose lo peor, llamó enérgicamente a sus padres para que se acercaran y vieran cómo una lengua de agua avanzaba por la calle Vicente Navarro Soler. Once minutos después, Miguel pensó que, para evitar que se dañara el coche que habían comprado recientemente, debía bajar al garaje y aparcarlo en la calle en una zona segura. Entonces su hija, quien también tenía su automóvil en el parking, le acompañó para hacer lo propio.
Pasaron los minutos y, a las 19:44, Antonia, inquieta, decidió bajar para buscar a su marido y su hija. Sin embargo, ya no pudo cruzar el patio de la finca porque el agua había alcanzado los 2,30 metros de altura. Los vecinos le avisaron de que el garaje ya estaba inundado y que era imposible acceder.
Antonia regresó a casa y llamó al 112, la Policía y la Guardia Civil, pero no obtenía respuesta. A la 20:07, el agua ya alcanzaba el nivel del balcón del primer piso. Flotaban coches, camiones, contenedores… En la calle, la gente pedía auxilio a gritos.
Finalmente, el 1 de noviembre, un equipo de buceadores de la UME sacó del garaje los cuerpos de Miguel y Sara. No estaban dentro del coche. Habían intentado salir del garaje. Y los dos estaban juntos.
Sara se graduó en Enfermería en 2022. “Una excelente profesional”, tal y como la definieron el Colegio Oficial de Enfermería de Valencia (COENEV) y la Escuela de La Fe. «La partida de Sara representa una pérdida irreparable para la enfermería valenciana y para todos aquellos que comparten el compromiso de servir desde la vocación de cuidar», lamentaron desde COENEV.

Foto de Luciano B. M.

Luciano B. M.

Un extremeño que luchó por sobrevivir

Luciano se subió a un coche y se sujetó a un toldo, pero no pudo vencer la fuerza del torrente en Catarroja

Por J. A. Marrahí

Luciano, de 58 años, es otro de los extremeños fallecidos en tierras valencianas a causa de la dana. En su caso sucedió en Catarroja, donde residía, después de intentar sobrevivir subido a un coche antes de ser arrastrado por la lengua de fango que avanzó por el municipio de l’Horta Nord. Se cuenta entre las 25 víctimas mortales del municipio.
Así anunciaba su sobrino su desaparición en redes sociales, detallando junto a su foto las últimas noticias que tuvieron en su familia: «Es mi tío Luciano, desaparecido a las 19 horas por culpa del agua». Al parecer fue en la zona de la avenida de la Rambleta.
Según su relato, el hombre «iba a por su coche cuando le sorprendió el agua». Entonces «se subió a un coche y se agarró a un toldo». Desde entonces, no supieron de él y comenzó la desesperación para la familia. Decenas de personas compartieron en redes sociales el mensaje de búsqueda, pero todo fue en vano. Menos de una semana después, el lunes siguiente, se confirmó que estaba entre las víctimas.
La familia de Luciano, nacido en Gargáligas, aportó algunos datos sobre su biografía en unas declaraciones de las que se hizo eco El País. El hombre estaba casado y era padre de dos hijos. Trabajaba en una fábrica de colchones y era aficionado a las series y a las películas. En el tiempo libre, disfrutaba de su caravana en un camping junto al mar. Sus allegados lo definen, sencillamente, como «una maravilla de persona», empático, protector y con muy buen sentido del humor. El nombre de Luciano se sumó al de otros extremeños cuyas muertes se habían conocido antes que la suya, como Cándido M. o Fernando D.

Foto de Cándido M. P.

Cándido M. P.

Atrapado tras intentar salvar a sus perros

El camarero extremeño residente en Cheste aguantó la riada subido a una caseta hasta que el agua lo engulló

Por J. A. Marrahí

El extremeño Cándido M. P., de 62 años, vivía junto a la rambla de Chiva y fue una de las muchas víctimas que perecieron en este punto del interior de Valencia, donde las lluvias fueron torrenciales y comenzaron a llenarse los barrancos que dieron paso al desastre en l’Horta Sud.
El diario Hoy de Extremadura ahondó en su historia. Al parecer, estaba en su parcela de Cheste, en un campo que hay justo al lado de la rambla. Su pareja, Victoria, fue la última persona que habló con él. Según la mujer, en un acto de amor y valentía «intentaba salvar a sus tres queridas perritas, Juani, Mambo y Quina, en medio del desastre».
Victoria le llamó varias veces y supo que estaba intentando aguantar las enormes dificultades, subido a una caseta junto a los tres animales. Ya sobre las siete de la tarde, perdió la cobertura y desde ese momento no volvió a saber más de Cándido.
Trabajaba como camarero en un restaurante. El hombre compartió 17 años con su pareja. Era originario de la localidad extremeña de Azuaga, pero emigró a Valencia. Fue la primera víctima extremeña que se conoció a consecuencia del desastre, pero hubo más fallecidos de esta región de España.
Él es una de las siete personas cuya muerte se sitúa en el término municipal de Cheste y uno de los 36 fallecidos de entre 61 y 70 años, según el último desglose de víctimas del Centro de Integración de Datos (CID).

Foto de Concepción T. B

Concepción T. B

Víctima de un letal remolino en Vilamarxant

Concepción falleció en el hospital por las lesiones tras el «tsunami» que arrasó su casa en una parcela

Por J. A. Marrahí

Concepción, de 92 años, residía con su hija María Belén y su yerno Thomas en una vivienda situada en una parcela de Vilamarxant. Como consta en la declaración judicial de su familia, estaban los tres viendo la televisión en aquella tarde nefasta, sin esperar en modo alguno lo que se avecinaba.
Eran conscientes de que hacía «un tiempo raro, pero nada sobre el terreno indicaba peligro y nadie nos había advertido de nada». Fue entonces cuando Thomas se percató de que, en la parte de atrás de la casa, «había un poco de agua, apenas un hilo», por lo que se dispuso a salir a limpiar.
Y, de repente, el horror. Describe la mujer que empezó a «subir una ola, como si fuera un tsunami». Thomas cogió a Concepción, pero el sillón «tambaleaba». Era «como un remolino». El sofá, movido por el azar de la fuerza del agua, les bloqueó la salida.
Todo quedó a oscuras. «Entonces vi a mi madre moviendo los brazos ya mi marido, detrás», relata. Sufrieron numerosos golpes y empujones, perdieron la ropa… La corriente hacía estragos. Thomas resultó lesionado, pero la peor parte se la llevó Concepción por su avanzada edad. Fue hospitalizada y posteriormente falleció a consecuencia de las severas lesiones.
Ella es la única víctima contabilizada en el término de Vilamarxant y una de las 13 personas de entre 91 y 100 años que perdieron la vida el 29 de octubre en la provincia de Valencia a causa de las riadas.

Foto de Felipe G. M.

Felipe G. M.

Una búsqueda con refuerzo desde Albacete

Felipe era muy querido en Alcalá del Júcar y varios vecinos viajaron a Valencia para tratar de encontrarlo

Por J. A. Marrahí

El manchego de Albacete Felipe G. M., de 67 años, residía en Catarroja. Es uno de los muchos vecinos que bajó a la calle para intentar salvar su coche de algún modo y acabó arrastrado por el agua hasta la vecina localidad de Albal.
El cuerpo de este vecino, padre de dos hijos, fue encontrado el 7 de noviembre. Lo localizaron varios voluntarios con un perro, a unos dos kilómetros del punto del municipio de l’Horta en el que se perdió su rastro tras el desbordamiento del Poyo.
Días después, fue enterrado en su localidad natal, Fuentealbilla (Albacete). Aunque residía en Catarroja, de allí era «vecino de toda la vida», como recordó la alcaldesa del municipio, Amparo Gómez. Y allí descansan sus restos.
La Tribuna de Albacete ahondó en su biografía. Pese a su vínculo natal con Fuentealbilla, tenía su segunda residencia en Alcalá del Júcar. Junto a su mujer, natural de Las Eras, Felipe estuvo durante años al frente de un bar muy conocido en esta parte de Albacete. Tanto el alcalde de Alcalá como un grupo de vecinos se trasladaron a Catarroja para brindar su colaboración en los rastreos y todo el apoyo posible a la apenada familia de Felipe. A él le recuerdan con amor tanto en Valencia como en La Mancha.

Foto de Eva María C. M.

Eva María C. M.

Una huida imposible en el polígono de Ribarroja

Eva María fue arrastrada por el agua tras quedar atrapada junto a una compañera en La Reva

Por J. A. Marrahí

Eva María, administrativa de 54 años, murió en Ribarroja, cuando trataba de abandonar el polígono industrial La Reva. Al parecer, fue una compañera la que se ofreció para llevarla en coche ante las crecientes inundaciones en este punto durante la tarde, pero ambas acabaron atrapadas y rodeadas por el agua.
La otra mujer fue localizada herida, pero de Eva María, ni rastro. Su familia comenzó entonces una activa búsqueda y petición de ayuda a través de redes sociales y con la difusión de su fotografía. En estas alertas remarcaban que el último contacto telefónico con ella lo mantuvieron sobre las siete y media de la tarde, cuando se hallaba ya en serios apuros a la altura del número 40 de la Avenida Hostalers del polígono.
Después de cinco días angustiosos de rastreos, su hija Andrea, de 19 años, confirmó el hallazgo del cuerpo sin vida de su progenitora y publicó un mensaje repleto de cariño en X: «Finalmente, mi madre ha fallecido. Millones de gracias a todos por los mensajes de amor e implicación para encontrarla».
La joven ensalzó así a su progenitora: «Se nos ha ido la persona más increíble, maravillosa, luchadora y preciosa del mundo. Sé que vas a estar con nosotros. Te quiero por siempre, mamá».

Foto de Aurelio M. M.

Aurelio M. M.

El último paseo de Aurelio

El empresario de Alfafar jubilado se vio sorprendido por la riada cuando caminaba por la calle

Por J. A. Marrahí

«Mi tío Aurelio desapareció el martes a las seis de la tarde y no sabemos nada de él». Así suplicaba una sobrina de este vecino de Alfafar ayuda para su localización tras perder su rastro en la fatídica tarde del 29 de octubre.
El hombre era originario de Villalba Alta, en Teruel. Vivía en la zona del parque Alcosa de Alfafar y, según sus familiares, solía pasear por la tarde por su barrio o por Benetússer. Además, tenía algunas dificultades para andar a consecuencia de un ictus que le sobrevino hace dos años. No llevaba teléfono encima ni se sabía los contactos de la familia, de ahí la enorme preocupación de los suyos cuando perdieron el contacto.
Su principal sospecha era que la avenida le había sorprendido fuera de casa, en el transcurso de su habitual paseo por el pueblo. Su rostro estuvo varios días entre los carteles de los desaparecidos hasta que los peores presagios se confirmaron al cabo de diez días.
Casado y padre de dos hijos, el hombre estaba ya jubilado y había dirigido una empresa de muebles familiar llamada Muebles Auxiliares Hermanos Martín. Se había repuesto bien del ictus y encaraba su tiempo y las dificultades con una actitud muy positiva que estuvo presente toda su vida. Ya había recuperado prácticamente toda su movilidad. Entre sus aficiones, ir al gimnasio, pasear, charlar con los vecinos o los tiempos de veraneo en su pueblo natal de Teruel, Villalba Alta. Sus más cercanos lo recuerdan como una persona de gran corazón, risueño y respetuoso.
Él fue una de las 15 víctimas halladas en la localidad de Alfafar y una de las 36 personas que perdieron la vida en la franja de entre 61 y 70 años de edad, de acuerdo con el último desglose del Centro de Integración de Datos constituido tras la catástrofe.

Foto de Florin C. B.

Florin C. B.

Muerte junto a su esposa al borde de l’Albufera

Florin trató de aguantar junto a Axinia en lo alto de una furgoneta, pero la fuerza del torrente pudo más

Por J. A. Marrahí

El Poyo desemboca en l’Albufera y sus alrededores se llenaron de muerte y destrucción. Los de Florin C. B. y su esposa Axinia S. son dos de los fallecimientos sobrevenidos en pareja, pues el matrimonio, ambos de 57 años, residía en una humilde caseta de campo en el límite del lago, en el Camí Rabisanxo del término municipal de Alfafar.
A pesar de que se habían preocupado por elevar con tablones la cocina y la habitación principal, lo que aquel día llegaba por el Poyo era, más bien, un tsunami. Una fuerza torrencial nunca vista en la zona. ABC se hizo eco de los momentos más difíciles para el matrimonio en aquellos momentos. Al parecer, ante la gigantesca avenida, salieron de su frágil casa, se subieron a lo alto de una furgoneta y se amarraron.
Pero todo fue en vano. «Mis padres me llamaron para decirme que se los llevaba el agua», explicó una de las hijas del matrimonio». Sus cuerpos sin vida fueron localizados más de una semana después, a unos pocos kilómetros del Cami Rabisanxo. Allí los buscó la UME, entre los arrozales, bajo la mirada desesperada de sus hijas.
El matrimonio se conoció en Rumanía y allí nacieron ellas, hoy ya independizadas y residentes en otros puntos de la Comunitat. Hace aproximadamente dos décadas, Florin y Axinia decidieron labrarse un futuro en Valencia. Siempre se quisieron y se sentían felices junto a l’Albufera, al lado de los campos de arroz. Florin vendía palés y su mujer se encargaba de las labores domésticas, según el diario.

Foto de Axinia S.

Axinia S.

Muerte junto a su marido al borde de l’Albufera

Axinia trató de aguantar junto a Florin en lo alto de una furgoneta, pero la fuerza del torrente pudo más

Por J. A. Marrahí

Axinia S. y su marido Florin C. B., ambos de 57 años, eran un matrimonio que residía en una humilde caseta de campo en el límite del lago, en el Camí Rabisanxo del término municipal de Alfafar. El Poyo desemboca en l’Albufera y sus alrededores se llenaron de muerte y destrucción.
A pesar de que se habían preocupado por elevar con tablones la cocina y la habitación principal, lo que aquel día llegaba por el Poyo era, más bien, un tsunami. Una fuerza torrencial nunca vista en la zona. ABC se hizo eco de los momentos más difíciles para el matrimonio en aquellos momentos. Al parecer, ante la gigantesca avenida, salieron de su frágil casa, se subieron a lo alto de una furgoneta y se amarraron.
Pero todo fue en vano. «Mis padres me llamaron para decirme que se los llevaba el agua», explicó una de las hijas del matrimonio al diario. Sus cuerpos sin vida fueron localizados más de una semana después, a unos pocos kilómetros del Camí Rabisanxo. Allí los buscó la UME, entre los arrozales, bajo la mirada desesperada de sus hijas.
El matrimonio se conoció en Rumanía y allí nacieron ellas, hoy ya independizadas. Hace aproximadamente dos décadas, Florin y Axinia decidieron labrarse un futuro en Valencia. Siempre se quisieron y se sentían felices junto a l’Albufera, al lado de los campos de arroz. Florin vendía palés y su mujer se encargaba de las labores domésticas.

Foto de Bassem Z.

Bassem Z.

Un camionero de Gandia atrapado en Alaquàs

El libanés de 72 años estuvo dos semanas desaparecido tras morir mientras se ganaba el pan en carretera

Por J. A. Marrahí

La dana también fue una trampa para decenas de transportistas que el 29 de octubre estaban ganándose el pan en carretera, sin ninguna suspensión de actividad laboral o advertencia de organismos con competencia vial, a pesar de las malas previsiones del tiempo. Bassem Z., un libanés de 72 años y afincado en Gandia, fue uno de ellos.
Su desaparición se situó en la carretera CV-40, a la altura de Alaquás, el municipio de l’Horta por dónde estaba desarrollando su trabajo cuando se vio sorprendido por las inundaciones. Su rostro también estuvo en los carteles de desaparecidos difundidos por familias y asociaciones.
El hombre fue localizado sin vida dos semanas después. Marius S., rumano y también residente en Gandia, o la transportista embarazada Janine M. R., boliviana afincada en Godelleta, fueron otros de los camioneros que sucumbieron al agua desbocada.
La labor de los transportistas también fue crucial en el rescate de víctimas. Muchas personas que viajaban por carretera con coche y vieron crecer el nivel del agua lograron encontrar refugio en los tráilres, con más altura y robustez ante el empuje de las avenidas.

Foto de Marius S.

Marius S.

Muerte en carretera y dos hijos huérfanos

El camionero Marius S. se vio envuelto por el agua en un desplazamiento a Ribarroja

Por J. A. Marrahí

Marius S., de 42 años y afincado en Gandia, fue la primera víctima conocida con residencia en La Safor. Como cualquier otro día, este camionero se desplazó al polígono de Ribarroja para desarrollar su trabajo, pero en la salida las inundaciones se lo llevaron por delante.
La dana fue una trampa para decenas de transportistas que el 29 de octubre estaban ganándose el pan en carretera, sin ninguna suspensión de actividad laboral o advertencia de organismos con competencia vial, a pesar de las malas previsiones del tiempo.
Hacía casi una década que Marius se había establecido en Valencia y era padre de dos hijos de 8 y 12 años. No tenía una vida fácil, puesto que había perdido a su esposa por enfermedad y era él quien se encargaba de sacar adelante a los menores.
La familia no tuvo más remedio que pedir el auxilio de los servicios sociales del Ayuntamiento de Gandia ante la compleja situación económica y familiar que les ha dejado la pérdida de Serban. Serban tenía un hermano en La Safor y está entre las nueve víctimas de la catástrofe con origen en Rumanía.
Bassem Z., marroquí y también residente de Gandia, o la transportista embarazada Janine M. R., boliviana afincada en Godelleta, fueron otros de los camioneros que sucumbieron al agua desbocada.
La labor de los transportistas también fue crucial en el rescate de víctimas. Muchas personas que viajaban por carretera con coche y vieron crecer el nivel del agua lograron encontrar refugio en los tráilers, con más altura y robustez ante el empuje de las avenidas.

Foto de Rubén M. C.

Rubén M. C.

El mayor dolor, por partida doble

La fuerza del agua se llevó a Rubén y su hermano Izán, de 5 y 3 años, y sumió a sus padres en una desesperada búsqueda de dos semanas

Por J. A. Marrahí / Belén Hernández

La dana segó la vida de diez niños de menos de diez años. En el caso de Rubén M. C., de 5 años, y su hermano Izan M. C., de 3, el dolor para sus padres llegó por partida doble, de un modo terrible. Para colmo, tuvieron que enfrentarse a dos durísimas semanas de búsqueda hasta confirmar que ambos habían fallecido. Fueron arrastrados por la riada desde Torrent a Catarroja y encontrados juntos.
Izan y Rubén estaban en su casa de la urbanización de La Curra, en la zona Mas del Jutge, cuando comenzaron los desbordamientos. Al parecer, el contenedor con el que cargaba un tráiler que circulaba por la zona se soltó e impactó contra la habitación donde se encontraban los pequeños.
La pared se rompió y entró un torrente embravecido de agua que se llevó por delante a los niños, junto a todo lo que había en la habitación. El padre, que también estaba en la casa, intentó salvarlos, pero también se vio arrastrado por la fuerza del agua. Pudo agarrarse a un árbol y fue rescatado después. Acabó hospitalizado con heridas en las piernas.
En unas declaraciones televisivas a Cuatro, Antonia, la abuela de los pequeños detalló así lo sucedido: "Mi hijo (el padre de los niños), con las manos cogió a los niños y la misma corriente rompió los tabiques de la casa. Salió al patio y del patio, la corriente se los llevó. Con un árbol se enganchó y estuvo allí cinco horas".
En las horas y días siguientes, comenzó la costosa búsqueda de los niños. Trabajaron familiares, allegados, los voluntarios de los Topos Aztecas, la UME… Fue a mediados de noviembre cuando el doloroso hallazgo transformó la incertidumbre en una pena terrible.
«Estamos destrozados. No teníamos esperanzas de encontrarlos con vida pero siempre duele que te confirmen que han fallecido», dijo la tía de los niños, devastada, a LAS PROVINCIAS. Este es el mensaje que un familiar expuso: «Nuestros pequeños angelitos ya nos cuidan desde el cielo. Gracias de corazón por vuestras muestras de cariño».
Otro comunicado de la familia expresó su sentir: «Ya podéis descansar en paz los dos juntitos. Hemos luchado hasta el final y jamás nos hemos rendido hasta saber la noticia. Os habéis ido muy pronto y muy injustamente pero jamás nos olvidaremos de vosotros. Descansad en paz». El padre de los niños quedó muy afectado psicológicamente y ha tenido que recibir ayuda para superar sentimientos de culpabilidad por no haber logrado salvar a sus hijos.

Esta parte de la población, los más jóvenes, también será recordada en la dana por su afán de ayudar, de echar una mano a todos los que habían sufrido las inclemencias del tiempo. Fueron ellos los que se echaron a las calles a socorrer a sus vecinos los días siguientes al temporal y los que en los peores momentos de las lluvias trataron de auxiliar a los que corrían mayor peligro. De lo poco positivo que nos ha dejado aquellos días aciagos aparece su esfuerzo. No se mantuvieron ajenos a lo que sucedía en su territorio.

Foto de Izan M. C.

Izan M. C.

El mayor dolor, por partida doble

La fuerza del agua se llevó a Izan y su hermano Rubén, de 3 y 5 años, y sumió a sus padres en una desesperada búsqueda de dos semanas

Por J. A. Marrahí / B. Hernández

Izan M. C., de 3 años, y su hermano Rubén M. C., de 5, fueron arrastrados por la riada desde Torrent a Catarroja y encontrados juntos. El dolor para sus padres llegó por partida doble, de un modo terrible. Para colmo, tuvieron que enfrentarse a dos durísimas semanas de búsqueda hasta confirmar que ambos habían fallecido.
Izan y Rubén estaban en su casa de la urbanización de La Curra, en la zona Mas del Jutge, cuando comenzaron los desbordamientos. Al parecer, el contenedor con el que cargaba un tráiler que circulaba por la zona se soltó e impactó contra la habitación donde se encontraban los pequeños.
La pared se rompió y entró un torrente embravecido de agua que se llevó por delante a los niños, junto a todo lo que había en la habitación. El padre, que también estaba en la casa, intentó salvarlos, pero también se vio arrastrado por la fuerza del agua. Pudo agarrarse a un árbol y fue rescatado después. Acabó hospitalizado con heridas en las piernas.
En unas declaraciones televisivas a Cuatro, Antonia, la abuela de los pequeños detalló así lo sucedido: "Mi hijo (el padre de los niños), con las manos cogió a los niños y la misma corriente rompió los tabiques de la casa. Salió al patio y del patio, la corriente se los llevó. Con un árbol se enganchó y estuvo allí cinco horas".
En las horas y días siguientes, comenzó la costosa búsqueda de los niños. Trabajaron familiares, allegados, los voluntarios de los Topos Aztecas, la UME… Fue a mediados de noviembre cuando el doloroso hallazgo transformó la incertidumbre en una pena terrible.
«Estamos destrozados. No teníamos esperanzas de encontrarlos con vida pero siempre duele que te confirmen que han fallecido», dijo la tía de los niños, devastada, a LAS PROVINCIAS. Este es el mensaje que un familiar expuso: «Nuestros pequeños angelitos ya nos cuidan desde el cielo. Gracias de corazón por vuestras muestras de cariño».
Otro comunicado de la familia expresó su sentir: «Ya podéis descansar en paz los dos juntitos. Hemos luchado hasta el final y jamás nos hemos rendido hasta saber la noticia. Os habéis ido muy pronto y muy injustamente pero jamás nos olvidaremos de vosotros. Descansad en paz». El padre de los niños quedó muy afectado psicológicamente y ha tenido que recibir ayuda para superar sentimientos de culpabilidad por no haber logrado salvar a sus hijos. La dana segó la vida de diez niños de menos de diez años.

Foto de Iluminada R. V.

Iluminada R. V.

Expulsada de su casa por la fuerza del agua

La vecina vivía en el Parque Alcosa y su familia no logró auxiliarla por el estado de las carreteras

Por J. A. Marrahí

La octogenaria es una de las víctimas del desbordamiento del Poyo en las plantas bajas del Parque Alcosa de Alfafar, ya cerca de la desembocadura en l’Albufera. La avanzada edad y el hecho de vivir sola la convirtieron en otra persona vulnerable ante el nivel y fuerza que alcanzó la riada en esta parte de la provincia.
Según publicó El País, cuando comenzaron los problemas por el agua en Alfafar el hijo de la víctima envió al nieto de ésta, su hijo, para intentar recoger a su abuela y ponerla a salvo. Sin embargo, fue un desplazamiento ya imposible porque las carreteras de acceso eran impracticables.
Más tarde, su familia pudo llegar a la casa. Pero no cesó su desesperación. Iluminada no estaba en el interior. Como tantas familias, publicaron carteles y comenzaron a buscar a la anciana con sus propios medios en medio del desastre. Finalmente, les confirmaron que la víctima había aparecido muerta en el exterior. El agua le había sacado de casa, una circunstancia que se dio en otros casos de mayores que habitaban plantas bajas de l’Horta Sud.
En su pueblo, Alfafar, fueron halladas 15 personas sin vida y ella es una de las 52 víctimas del desastre con edades comprendidas entre los 81 y los 90 años, según el último desglose del Centro de Integración de Datos (CID).

Foto de María B. H.

María B. H.

La trampa de resguardarse en un garaje

El torrente arrastró a Mari a un subterráneo cuando salió a la calle a interesarse por su hijo

Por J. A. Marrahí / Belén Hernández

María Benet Hernández residía en la pedanía valenciana de La Torre. Había salido de su casa sobre las seis de la tarde porque se les había caído la antena de televisión de la casa por el fuerte viento. Quiso ir a casa de su hermano, para ver si podía solucionarlo con la aseguradora. Y luego, a interesarse por su hijo ante la inundación. Se resguardó en un garaje y ese fue su final.
Cuando comenzó a inundarse la calle Luego, María estaba en la calle por este último desplazamiento y buscó refugio en un garaje para resguardarse. La familia lo sitúa entre las calles Giménez y Costa y Mariano Brull. Fue en ese punto de la pedanía donde falleció por el empuje y nivel que alcanzó el agua.
Según sus familiares, su última salida al exterior fue cuando trataba de ir de casa de su hermano hasta su domicilio para asegurarse de que su hijo estaba bien. «Si Mari siguiera viva estaría escoba en mano, ayudando a sus vecinos en todo lo que necesitaran», recordaron los suyos.
«Ella era así. Se desvivía por los demás. Te ofrecía ayuda aunque no se lo pidieras. Para mí era como una hermana», confesó su cuñada Carmen. Mari era ama de casa. Se dedicaba por completo a su familia. Mataba el rato haciendo las sopas de letras que vienen con los periódicos. «Muchas veces no quería leer las noticias porque decía que eran muy tristes pero los pasatiempos le ayudaban a distraerse», recuerda su hijo Alberto, de 28 años.
Mari era «muy 'valencianota'». Defensora acérrima de la lengua y de su tierra. Apuntó a su hijo Alberto a la línea en valenciano cuando iba al colegio . «Le hacía mucha ilusión porque ella no podía estudiarlo en la escuela», cuenta el joven. En cada mascletà estaba en primera fila. Sus sobrinos y su hijo la acompañaban. «Era una persona de diez. No lo digo por decir. Era increíble», resaltó su cuñada.

Foto de Eugenio T. A.

Eugenio T. A.

«Un héroe hasta el final»

El vecino de Benetússer y policía portuario en Castellón falleció cuando intentaba auxiliar a sus vecinos

Por J. A. Marrahí

Eugenio estaba en su casa de Benetússer, donde residía junto a su mujer y sus hijos. Fue testigo de cómo la riada del Poyo se adueñaba de las calles de su pueblo y comenzaba a arrastrar vehículos y todo lo que había a su paso. El hombre de 47 años, policía portuario en Castellón, no pudo quedarse de brazos cruzados ante la terrible situación que estaba viviendo. Según describieron desde la Autoridad Portuaria de Castellón, fue consciente de que tres de sus vecinos estaban en apuros y bajó a tratar de auxiliar.
Todo sucedió a las siete de la tarde. Según ha descrito su familia ante la investigación judicial, a esa hora su esposa Cristina llegó a casa de trabajar. Se empezó a ir la luz, a pesar de que no llovía, y comenzó a correr agua por la calle, «cada vez más agua, coches circulando, pero flotando sin control y se oían gritos de la gente dentro de los coches pidiendo auxilio».
Eugenio decidió bajar a ayudar. No cogió el móvil ni su documentación. Al parecer, quiso abrir puertas de los coches y estaba en la entrada del garaje diciendo a los vecinos que dejaran el coche, advirtiéndoles del peligro. Hubo testigos de cómo una furgoneta movida por la tromba de agua le golpeó en la cabeza, y le empujó dentro del garaje. Falleció. Al día siguiente, su cuerpo sin vida fue localizado en el garaje.
El vecino de Benetússer estaba casado con Cristina y era padre de dos hijos de 17 y 9 años. «Fue un héroe hasta el final que recordaremos por su compromiso y vocación de servicio», destacó la Autoridad Portuaria de Castellón.En diciembre, el Port de Tarragona le otorgó, con motivo del Día de la Policía Portuaria, la Medalla al Mérito con distintivo rojo. El presidente, Rubén Ibáñez, destacó «la valentía y espíritu de servicio que honra como persona y como servidor público al agente con número de placa 189». Y añadió: «Eugenio, en un acto de entrega y vocación de servicio a la ciudadanía demostró que un servidor público lo es siempre, hasta estando fuera de servicio». Cristina, su viuda, y su hija, Paula, tomaron el reconocimiento. Quienes conocieron a Eugenio destacan su alegría y su amor por el deporte, en particular, el atletismo.

Foto de Enrique R. I.

Enrique R. I.

Bajo el yugo de la enfermedad y el agua

La nonagenaria madre de Enrique, en silla de ruedas, intentó salvarle durante el desbordamiento del Magro en Utiel

Por J. A. Marrahí

El desbordamiento del Magro a su paso por Utiel dejó una vivencia terrible en una de las casas próximas que no se salvó de la crecida. Allí vivía Enrique, de 58 años. Contaba con la compañía de su madre, Pilar, que a pesar de sus 93 años, se volcaba con los cuidados a su hijo, pues sufría ataxia, una enfermedad degenerativa que le mantenía postrado en silla de ruedas.
Cuando las aguas subieron del río subieron de nivel y comenzaron a penetrar en las casas, la de Enrique y su madre quedó a merced de la avenida. La familia de esta víctima relató a El País que la anciana trató de salvar a su hijo por todos los medios, haciendo un gran esfuerzo por arrastrarlo hasta el piso de arriba. Pero fue imposible.
En las declaraciones destacaron de él su inteligencia, buena memoria y amor por el automovilismo. Aceptaba con resignación su complicada situación, con el amor de su madre como mejor bálsamo ante lo irremediable. Al final no fue la enfermedad, sino la lluvia y la falta de avisos, lo que le llevó al fin de sus días.
Enrique es una de las seis vidas que acabaron en Utiel a causa del desbordamiento, y está entre las 36 personas de entre 51 y 60 años que fallecieron a causa de la dana del 20 de octubre.

Foto de Donald Leslie T.

Donald Leslie T.

Infierno en coche para una pareja británica

Donald fue a buscar combustible con su esposa Terry cuando la crecida del Turia los atrapó en Pedralba

Por J. A. Marrahí / M. García

La de Donald, de 78 años, es una historia de amor que acabó trágicamente lejos de su Inglaterra natal, en Pedralba, donde residía junto a su esposa Terry Elisabeth T. porque amaban la vida rural y el sol de la España mediterránea. Paradójicamente, los aguaceros que llenaron el Turia hasta convertirlo en una bestia se cruzaron mortalmente en su camino.
Al parecer, temerosos por las fuertes lluvias habían abandonado momentáneamente su chalé de la localidad y regresaban en coche tras comprar gasolina y gas butano por si se quedaban aislados a causa de la crecida. Todo apunta a que en su vuelta se quedaron envueltos por un torrente letal.
Su rastro se perdió y cundió la preocupación entre vecinos y familiares residentes en Pedralba y en Staffordshire. No podían localizarlos. Unos amigos fueron a buscarlos a la casa y encontraron a sus mascotas, pero su vehículo había desaparecido. Cinco días después, cuando el agua ya había bajado de nivel fueron localizados sin vida.
Una de las dos hijas del matrimonio británico, Ruth O'Loughlin, residía hace un año en Burntwood (Staffordshire). Desde allí confirmó que los cuerpos de sus padres fueron encontrados en el interior del vehículo. Aseguró, en declaraciones a la BBC, que sus padres se habían mudado a España tras la jubilación hace una década porque «siempre habían querido vivir bajo el sol».

Foto de Terry Elisabeth T.

Terry Elisabeth T.

Infierno en coche para una pareja británica

Terry fue a buscar combustible con su esposo Donald cuando la crecida del Turia los atrapó en Pedralba

Por J. A. Marrahí / M. García

Terry, de 74 años, y su esposo, Donald L. T., amaban la vida rural y el sol de la España mediterránea. La suya es una historia de amor que acabó trágicamente lejos de su Inglaterra natal, en Pedralba, donde residían juntos. Paradójicamente, los aguaceros que llenaron el Turia hasta convertirlo en una bestia se cruzaron mortalmente en su camino.
Al parecer, temerosos por las fuertes lluvias habían abandonado momentáneamente su chalé de la localidad y regresaban en coche tras comprar gasolina y gas butano por si se quedaban aislados a causa de la crecida. Todo apunta a que en su vuelta se quedaron envueltos por un torrente letal.
Su rastro se perdió y cundió la preocupación entre vecinos y familiares residentes en Pedralba y en Staffordshire. No podían localizarlos. Unos amigos fueron a buscarlos a la casa y encontraron a sus mascotas, pero su vehículo había desaparecido. Cinco días después, cuando el agua ya había bajado de nivel fueron localizados sin vida.
Una de las dos hijas del matrimonio británico, Ruth O'Loughlin, residía hace un año en Burntwood (Staffordshire). Desde allí confirmó que los cuerpos de sus padres fueron encontrados en el interior del vehículo. Aseguró, en declaraciones a la BBC, que sus padres se habían mudado a España tras la jubilación hace una década porque «siempre habían querido vivir bajo el sol».

Foto de Francisco José Q. M.

Francisco José Q. M.

Atrapado bajo los escombros de su casa

El Turia arrasó su vivienda de Pedralba y su mujer, familiares y amigos quitaron escombros hasta confirmar la tragedia

Por J. A. Marrahí / M. García

Otra víctima del Turia desbocado a su paso por Pedralba, un pueblo que ha perdido a cinco de sus vecinos a causa de los repentinos derrumbes de casas y arrastre de las aguas embravecidas por las lluvias.
Su mujer, Ruth Rodríguez, explicó a LAS PROVINCIAS cómo vivió ese angustioso martes. A primera hora de la tarde, Francisco le envió por teléfono algunos vídeos de la crecida del río: «Yo le dije que fuera con cuidado», relata. «Me dijo que no me preocupara, pero a las siete de la tarde su móvil ya estaba fuera de servicio», añade.
Ruth se queja de que ningún equipo de emergencia fue en su auxilio en esas primeras horas críticas en las que la casa donde estaba su esposo se había venido abajo. De él no había ni rastro, por lo que pensaban que la fuerte corriente podría haberlo empujado aguas abajo. Pero no fue así.
Fue ya el sábado, 3 de noviembre, cuando Ruth y los familiares y amigos que la apoyaban confirmaron la desgracia. Entre los escombros de la casa derrumbada yacía el cuerpo de Francisco, de 44 años de edad. «Nadie nos ayudó. Ningún servicio de emergencias. Lo tuvimos que hacer nosotros, apartando escombros y lodo en mi casa». Una hora antes, los allegados de Francisco se adentraron en el río al hallar su coche, para verificar que no estaba dentro.
Ruth no alberga ninguna duda: «Tiene que haber responsables. Estoy segura de que se podrían haber evitado muchas muertes. Daños materiales no, pero sí muchas muertes». Su marido ejercía como redactor e informático de páginas web, creador de contenidos, y era originario de Bigastro, en la comarca alicantina de la Vega Baja. Su hermano también se implicó en su desesperada búsqueda. Estaba casado, vivía en Pedralba, no tenía hijos y su viuda lo recuerda como «amigo de sus amigos y muy familiar». En esas últimas horas «sólo pensó en nuestras perras. A una no la encontramos y a otra la consiguió salvar, la encontramos al día siguiente», ensalza Ruth.

Foto de Francisca P. V.

Francisca P. V.

«El agua llegó al primer piso»

Francisca, enfermera jubilada salmantina de 70 años, no pudo resistir cuando la riada anegó su hogar de Paiporta

Por J. A. Marrahí

La estela de muertes de la dana del 29 de octubre le llegó Francisca P. V. con 70 años, cuando se encontraba junto a su marido en una vivienda con planta baja y alturas de la calle Sant Donís del municipio más afectado por el desbordamiento del Poyo.
Según los hechos denunciados por su hijo ante la Guardia Civil, fue entre las seis y las siete de la tarde cuando su padre Francisco Javier comunicó a su madre que iba a mover el coche. Como muchos, estaba preocupado por si la riada que empezaba a aumentar lo arrastraba.
La mujer, Francisca, se quedó sola durante ese rato. A diferencia de otras situaciones semejantes, parece que el hombre logró regresar a su vivienda tras los intentos de maniobrar con su vehículo. Sin embargo, cuando pudo entrar en su casa ya no había rastro de su esposa. «Estaba inundado hasta la planta primera, incluido el garaje», describió el viudo.
Al día siguiente, el hijo de la víctima se acercó al Ayuntamiento de Paiporta y un agente de la Policía Local le comunicó que el cuerpo de Francisca había sido localizado y trasladado a la Ciudad de la Justicia. Sin embargo, como no había ningún dato fehaciente, interpuso la denuncia de desaparición en la Comandancia de la Guardia Civil en Valencia.
Francisca, enfermera jubilada, era natural de Cantalpino (Salamanca). Fue la primera víctima confirmada de Castilla y León. El Colegio de Enfermería expresó en un comunicado su «más profundo dolor y tristeza» por su pérdida, ya que es la segunda enfermera que ha perdido la vida por las graves inclemencias meteorológicas derivadas del temporal. La otra es Sara C. G., que falleció en Benetússer junto a su padre.
Su gremio recordó su «carrera de casi cuatro décadas dedicada a la Enfermería». Además, fue una profesional destacada en el Servicio de Emergencias Sanitarias de Valencia. «Su vocación y compromiso fueron ejemplares y su trabajo como enfermera de emergencias permitió salvar vidas incontables y brindar apoyo en situaciones críticas», añadió.
Francisca fue una ciudadana activa y comprometida. Entre 2010 y 2011, adquirió el cargo de concejala en Paiporta, desde donde promovió iniciativas de apoyo social y de salud pública, según Salamanca Hoy. También formó parte activa de Protección Civil. «Su legado en Paiporta es un ejemplo de entrega y servicio», destacaron.

Foto de José Miguel V. Á.

José Miguel V. Á.

«Estoy en cola para salir del garaje»

El rastro del empresario de Aldaia se perdió cuando trataba de mover un vehículo de un garaje de Xirivella

Por J. A. Marrahí

La última noticia que tuvo la mujer de José Miguel es que su marido, como tantos otros con las inundaciones, había bajado a un subterráneo a sacar su vehículo de un garaje, en esta ocasión en Xirivella.
La denuncia de desaparición situó este instante en la calle Luis Portabella del municipio de l’Horta. «Se encontraba inundado y manifestó que estaba en cola para salir del garaje». A partir de ahí, ausencia e incertidumbre.
Después la mujer se desplazó al garaje y comprobó que no había rastro de su marido. Sospechaba que, quizá, se había desplazado hasta Aldaia para comprobar el estado de su empresa de reciente creación, situada en la calle Solidaridad de este otro municipio, a esas horas anegado por el desbordamiento de La Saleta.
Un amigo de la víctima refirió estos hechos en la denuncia de desaparición interpuesta al día siguiente ante la Policía Nacional. Durante un tiempo, José Miguel estuvo entre las personas desaparecidas, pero a principios de noviembre fue hallado sin vida, para desgarro de su familia y sus muchos amigos y compañeros de trabajo.
José Miguel fue el fundador de Suproval S. L, compañía valenciana especializada en la venta, alquiler y servicio técnico de taller de maquinaria de construcción. «Era uno de los pilares fundamentales de nuestra empresa. Su partida ha dejado un vacío inmenso en nuestros corazones», lamentaron desde la compañía, con sede en Aldaia.
Según sus conocidos, «la empresa que creó con tanto esfuerzo, cariño y compromiso sigue adelante». Y desde Suproval reiteran: «Estamos ayudando y colaborando, como él hubiera querido, comprometidos en continuar su legado. El apreciado empresario de l’Horta fue despedido a principios de noviembre en Beniparrell.

Foto de Jiaqi W.

Jiaqi W.

Vida truncada en plena juventud

La adolescente de 16 años quedó atrapada en el bar de sus padres tras el desbordamiento del Poyo

Por J. A. Marrahí

Jiaqui encarna el dolor de las vidas que la dana se llevó en plena juventud. En su caso, a los 16 años, y durante su corta vida en Paiporta junto a sus padres y a su hermano. Otra víctima de la barrancada del Poyo, esta vez en un establecimiento público, y una de las dos personas fallecidas en la franja de edad de entre 11 y 20 años.
La muerte de la joven se produjo en la plaza de la iglesia de San Jorge, en el bar que su familia regentaba en este céntrico punto del municipio. Quiso la fatalidad, que cuando las calles comenzaron a inundarse, Jiaqi se quedara sola en el local.
Como detalló un familiar cuando denunció los hechos, «el padre se encontraba comprando y su madre, con otro chiquillo». Fue ya más tarde, en torno a las ocho y media de la tarde, cuando Francisco, otro vecino accedió al interior del bar junto con una enfermera y un policía. «Ninguno pudo hacer nada ya por su vida». La víctima había nacido en Barcelona, hija de padres de origen chino, pero su vida, su educación, amigos y futuro truncado estaban ya en Paiporta. El dolor por Jiaqi fue inmenso y también las muestras de amor que recibió su familia.

Foto de Nicasio C. S.

Nicasio C. S.

Una muerte sin el auxilio demandado

La hija del vecino de Massanassa realizó ocho llamadas a varios servicios de emergencia «y no hubo respuesta»

Por J. A. Marrahí

El reloj marcaba las seis y media de la tarde cuando Nicasio recibió una llamada de su hija Ana. En esa comunicación, la mujer se mostraba muy preocupada y avisó a su padre de que el barranco del Poyo llevaba mucha agua y, muy probablemente, iba a desbordarse.
A los cinco minutos, según el relato judicial de Ana, las casas del pueblo ya se estaban inundando. Lo supo porque su madre le dijo que estaba con Nicasio y que en su hogar provisto de planta baja estaba entrando ya «muchísima agua».
La hija de la víctima mortal aseguró que comenzó a realizar llamadas a los equipos de emergencia. «Hasta ocho intentos por pedir ayuda que se quedaron sin respuesta», denunció. «Ni el 112, ni la Policía Local de Massanassa, ni los bomberos».
Ante el torrente y su altura y la imposibilidad de la familia de Nicasio por enviar ayuda profesional en medio de los apuros, sobrevino la tragedia. El hombre falleció esa noche en su garaje. La esposa de la víctima tuvo mejor suerte gracias al empeño de una vecina que la rescató.

Foto de José Vicente F. C.

José Vicente F. C.

El vecino que murió tras ayudar a otros

«Aguantó lo que pudo porque era fuerte», relata su viuda, «y el mensaje llegó mientras intentaba salvarse»

Por J. A. Marrahí

En medio de la alarma por el avance del agua en Catarroja, José Vicente F. C. acudió a ayudar a su hermana Lourdes, que había bajado al garaje. Él penetró allí nadando, pero su hermana ya había salido, como consta en los informes judiciales sobre su fallecimiento.
El hombre consiguió salir del garaje y se subió junto a otras personas al capó de un coche que estaba en la calle. Desde allí, y a pesar de sus apuros, José Vicente ayudó a otras personas para que pudieran alcanzar el primer piso y ponerse así a salvo.
A partir de ahí vivió una situación al límite. El coche que lo sustentaba se movió y él se aferró a los cables de la luz. Otra persona le lanzó una cuerda y se ató un brazo a unos respiraderos de la puerta del garaje. En su angustiosa situación, alguien le echó un flotador que no pudo coger.
El agua ya le pasaba por encima de la cabeza y la corriente se lo llevaba. Según la declaración de su viuda, Rosa, el torrente al que se enfrentaba José Vicente, «era como un río que arrancó la obra de la valla de la escuela, farolas, puertas de garaje…».
José Vicente, manifestó su viuda Rosa, «todavía aguantó más porque era fuerte». Se unieron dos escaleras con bridas, pero estaba debajo del balcón y no podía alcanzarlas las escaleras. Al final, algún objeto en arrastre le golpeó en las piernas y lo volvió hacia abajo. José Vicente gritó el nombre de su esposa. El mensaje de alerta llegó mientras estaba intentando salvarse.

Foto de José S. A.

José S. A.

El drama de un enfermo encamado en casa

Su mujer sufrió con impotencia las nulas opciones de salvar a su esposo cuando el agua irrumpió en su casa

Por J. A. Marrahí

La de José S. A., de 71 años, conocido como Pepe, fue una muerte dolorosa por la impotencia y tensión que pasó tanto la víctima como la única persona que fue testigo del desastre. Su esposa, Concepción.
A las 19.45 horas, Conchi se dio cuenta de que penetraba el agua en su casa de Alfafar, justo en el momento en que iba a la cocina a preparar la cena. La mujer se asomó a la calle y vio una avenida de un metro de altura. Al no poder salir, subió al piso de arriba para pedir auxilio a sus vecinos, pero no encontró a ninguno.
La situación fue dramática, pues José era un gran dependiente, con Alzheimer y sin movilidad: postrado en una cama de hospital que habían ubicado en el salón por la mayor amplitud. Cuando enfiló la escalera para intentar ayudar a Pepe, Conchi se topó con el horror: el agua ya alcanzaba casi dos metros. «Si me hubieran avisado unas horas antes sí habría podido subirlo con la ayuda de algún residente», lamentó en su declaración judicial.
Un primo de la víctima, Toni, habló de su historia a ABC de Córdoba. De allí, del pueblo de Montilla, era Pepe. Su padre emigró a Alemania y su familia regresó tiempo después a Montilla, pero Pepe quiso labrarse su futuro en Valencia y encontró trabajo en Ford.
Esta víctima andaluza no tenía hijos, pero sí una hermana también residente en Alfafar. El hombre era muy religioso, amaba la música flamenca y en ocasiones regresaba a Montilla, pueblo que también lloró el drama de Valencia.

Foto de Amparo Aparisi Latorre

Amparo Aparisi Latorre

Jugarse la vida por salvar a una madre

Amparo y su hija salieron juntas “a salvar a la iaia”, pero el Poyo desbocado casi se las lleva por delante

Por Alberto Martínez

Amparo, gerocultora, vive en Paiporta y perdió a su madre Amparo L. en la tarde del 29 de octubre. Fue la joven nieta de la víctima, también Amparo, quien contactó con la víctima por última vez. Les dijo que estaba bien, pero ante la alarmante subida del nivel de agua madre e hija decidieron salir a la calle en busca de la ‘iaia’, de 90 años.
Fue jugarse la vida. «Era ya todo un río de barro. No había manera de avanzar hasta su casa. Nos golpeaban las maderas, cañas y restos», describen.
Madre e hija acabaron refugiadas en la cornisa de la iglesia parroquial de Sant Ramón, entre un grupo de vecinos de Paiporta que salvaron la vida gracias al párroco, el padre Salvador Romero. «Al día siguiente, el miércoles, la encontramos ya fallecida en su casa», lamenta Amparo.
A pesar de lo que está sufriendo, Amparo no alberga odio, pero sí plantea una reivindicación: «Quisiera que todo esto no sirva para hacer politiqueo. La mejor forma de honrar a las personas que hemos perdido sería crear unos protocolos nuevos y efectivos, hacer leyes y unas buenas organizaciones capaces de frenar los efectos de las trombas. Habría bastado con que nos dijeran que el río venía hasta arriba y había que ir a pisos altos».

Foto de Amparo L. E.

Amparo L. E.

La querida iaia que no pudo con un tsunami

Amparo confió en una tablilla que su esposo dispuso ante inundaciones y no pudo frenar el torrente en Paiporta

Por J. A. Marrahí

La muerte de Amparo L. E., de 90 años, es similar a la de tantas personas mayores que vivían en plantas bajas de l’Horta Sud. La riada penetró irremediablemente en su hogar de la calle San José de Paiporta.
Fue su nieta de 18 años, también Amparo, quien conversó con ella por última vez por teléfono: “Iaia, se ha desbordado el barranco. ¿Estás bien?” La mujer respondió que había usado una tablilla que su difunto marido preparó para proteger la entrada del agua en caso de barrancada.
Sus últimas palabras fueron para tranquilizar a los suyos y decir que se iba a descansar. No imaginaba la magnitud de la tremenda avenida del Poyo que la dejó atrapada sin opción en su vivienda. Su familia intentó acceder a la casa para salvarla, pero la fuerza del agua les dejó sin opción.
Como recuerda su hija, Amparo A. L., «siempre le dije que se viniera conmigo. Muchas veces. Pero no había manera. Era de esas personas que se cree que da faena y no logramos convencerla». Tras trabajar muchos años como tejedora y enviudar, la anciana quería vivir sola a pesar de su avanzada edad. «Era como la gaseosa. Explosiva y dispuesta a comerse el mundo. Trabajadora, fuerte, luchadora y más buena que el pan», resume.

Foto de Enrique G. G.

Enrique G. G.

Una víctima entre el colapso de los coches

El vecino de Benetússer se encontró con el caos y se perdió su rastro cuando bajó a sacar su vehículo del garaje

Por J. A. Marrahí

La pérdida de este vecino de Benetússer se sitúa en la calle Párroco Eduardo Ballester de la localidad. Él y su esposa estaban en su casa, en una segunda planta. Según la declaración judicial de la viuda, Enrique estaba acostado. Piensa que debió recibir un mensaje de que la calle se inundaba porque bajó a quitar el coche del garaje. Estaba aparcado en el primer sótano.
Según supo después la mujer, Enrique se encontró con un auténtico colapso. «Había como 30 personas más. Según un vecino que hizo lo mismo, ninguno de los dos logró salir del garaje con los coches y los dejaron allí». En el exterior, veía los vehículos «como barcos en una bañera». Chocaban entre ellos y asistió al «desastre». Como su esposo no regresaba pensó que, quizá, «se habría refugiado en otra casa».
Pero ya no supo de él en toda la noche. No pudo contactar por teléfono porque no funcionaban las líneas. «Sobre las siete del día siguiente salí a buscar a la Policía Local para denunciar la desaparición de mi marido y allí no había nadie». Al final, Enrique fue localizado sin vida.
El vecino estaba casado con Antonia y era padre de dos hijos, una hija y un hijo ya independizados que viven en Almería y Madrid. Además, tenía tres nietos. Como recuerda su viuda, «nació en Valencia y ejerció en una fábrica de artes gráficas». Era «serio, buena persona, comprometido… Buen padre y buen hijo». Amaba la natación, que practicaba en el polideportivo de Alfafar.

La mayor parte de los fallecidos en la dana eran mayores. La lluvia les pilló desprotegidos, con poca posibilidad de reacción. El agua no se apiadó de sus años, de sus canas, de sus arrugas. 37 muertos tenían entre 70 y 79 años. 52,entre 80 y 89. Y 15, más de 90.

La dana arrasó con los ancianos, no tuvo piedad. Había muchos factores que los hacía vulnerables. En el momento en que las precipitaciones de la tarde se complican mucha gente está trabajando todavía, los que estaban en casa eran mayores.

Foto de Joaquín C. V.

Joaquín C. V.

Un albaceteño, víctima de la trampa de La Saleta

El desbordamiento en Aldaia atrapó al vecino a pesar del esfuerzo de su familia por protegerlo

Por J. A. Marrahí

Joaquín vivía en un domicilio de planta baja y varios pisos de la calle Sant Josep. Ese día había comido en familia junto a su mujer, su hija y su yerno. Cuando faltaban pocos minutos para las ocho de la tarde empezó a engrosar el caudal del barranco de la Saleta, que atraviesa la localidad. Fue un familiar quien alertó de que el agua había penetrado en la casa de Joaquín, en torno a las 21.15 horas. En ese momento estaba solo en casa junto a su esposa.
Su yerno, Guillermo, policía nacional, trató de salvar a sus suegros. Con enormes dificultades y ayuda de vecinos, alcanzó la casa y saltó un muro para poder entrar. «Entonces escuché a mi suegra pedir ayuda porque no encontraba a Joaquín. Entré, se había ido la luz, lo busqué por toda la casa y lo encontré en su habitación, creo que flotando», mencionó el testigo a la jueza.
La situación era ya angustiosa. El agua ya alcanzaba casi dos metros. El yerno de Joaquín lo cogió como pudo por la espalda, ascendió por una escalera y se lo llevó a la primera planta para ponerlo a salvo. Después lo subió más arriba con la ayuda de su suegra. Guillermo intentó reanimarlo «de todas las formas posibles». No fue posible.
La inundación había entrado en tromba en la casa de Joaquín tras reventar una persiana. El chorro sorprendió al matrimonio en la planta baja y la familia sospecha que el empuje del torrente de lodo debió derribar a la víctima con mucha violencia, unido al hecho de que se rompió un espacio donde guardaba herramientas.
Joaquín tuvo unos orígenes muy humildes. Nacido en Tinajeros (Albacete), desde pequeño compartía todo lo que tenía con sus otros siete hermanos. Como describe su hija Ana, «era sencillo y bondadoso, sobre todo una muy buena persona, que siempre estuvo con su mujer, sus dos hijos y ahora con sus dos nietos pequeños». Le gustaba pasar las tardes en su casa de Aldaia. Allí estaba tranquilo y se sentía seguro. A sus 76 años, gozaba de buena salud y disfrutaba de su merecida jubilación, tras una vida de trabajo desde los ocho años. Su pérdida deja un dolor profundo e irreparable en su familia.

Foto de María Dolores A. L.

María Dolores A. L.

El drama de una hija y su madre en l’Alcúdia

Las dos mujeres mayores vivieron horas desesperadas cuando la riada del Magro irrumpió en su casa

Por J. A. Marrahí

La suya es una de las muertes sobrevenidas en familia, en este caso en l’Alcúdia y por la riada del Magro que tanto daño dejó en La Ribera. María Dolores A. L., de 62 años, falleció junto a su madre, Dolores L. A., de 87.
Fue Juan, hijo y nieto de las dos mujeres, quien ofrece el relato más fidedigno de la tragedia. El momento crítico llegó a las 18 horas. «Cuanto la pantanada de Tous también entró agua. Pensamos que sólo era eso y ya había pasado». Pero esta vez era mucho peor, con su madre en casa y su abuela dependiente en cama.
La familia allí reunida subía varios objetos a la parte superior de la casa cuando la fuerza de la riada echó la puerta abajo. Estima que eso sucedió sobre las seis de la tarde. Intentaron frenar el torrente y guiar la corriente hacia el patio con desagüe para evitar la entrada en las habitaciones.
Al final, la prioridad fue intentar salvar a las dos mujeres. «Costó mucho subir a mi abuela a la planta alta y allí nos dimos cuenta de que mi madre no estaba ni contestaba». Fue su tío, también en la casa, el que encontró a Dolores hija flotando en el patio. «La alarma sonó cuando ya había agua en nuestra casa», constata el familiar de las víctimas.
Las dos mujeres tenían problemas de salud y María Dolores visitaba a su madre con asiduidad porque, además de movilidad reducida, padecía del corazón. Eran muy apreciadas en l’Alcúdia, donde su pérdida causa un hondo pesar. Son las dos únicas víctimas de la dana en este municipio.

Foto de Dolores L. A.

Dolores L. A.

El drama de una madre y su hija en l’Alcúdia

Las dos mujeres mayores vivieron horas desesperadas cuando la riada del Magro irrumpió en su casa

Por J. A. Marrahí

«La alarma sonó cuando ya había agua en nuestra casa», constata un familiar de Dolores L. A. Esta anciana de 87 años falleció junto a su hija, María Dolores L. A., de 62. La suya es una de las muertes sobrevenidas en familia, en este caso en l’Alcúdia y por la riada del Magro que tanto daño dejó en La Ribera.
Fue Juan, hijo y nieto de las dos mujeres, quien ofrece el relato más fidedigno de la tragedia. El momento crítico llegó a las 18 horas. «Cuanto la pantanada de Tous también entró agua. Pensamos que sólo era eso y ya había pasado». Pero esta vez era mucho peor, con su madre en casa y su abuela dependiente en cama.
La familia allí reunida subía varios objetos a la parte superior de la casa cuando la fuerza de la riada echó la puerta abajo. Estima que eso sucedió sobre las seis de la tarde. Intentaron frenar el torrente y guiar la corriente hacia el patio con desagüe para evitar la entrada en las habitaciones.
Al final, la prioridad fue intentar salvar a las dos mujeres. «Costó mucho subir a mi abuela a la planta alta y allí nos dimos cuenta de que mi madre no estaba ni contestaba». Fue su tío, también en la casa, el que encontró a Dolores hija flotando en el patio.
Las dos vecinas tenían problemas de salud y María Dolores visitaba a su madre con asiduidad porque, además de movilidad reducida, padecía del corazón. Eran muy apreciadas en l’Alcúdia, donde su pérdida causa un hondo pesar. Son las dos únicas víctimas de la dana en este municipio.

Foto de Jorge G. R.

Jorge G. R.

Padre, madre e hijo, juntos en su final

Jorge, su mujer Raquel y su pequeño Neizan fallecieron de vuelta a casa tras recoger al niño del colegio en Aldaia

Por J. A. Marrahí

Jorge G. R., de 45 años, falleció junto a su mujer Raquel, de 43 años, y su hijo Neizan, de 4. Vivían en la parte alta de Calicanto y la barrancada del Poyo les sorprendió en un itinerario en coche, tal y como describió Yolanda, la hermana de Jorge en declaración judicial.
La pareja se desplazó desde su chalé de Calicanto al colegio de Aldaia donde había pasado la mañana el pequeño Neizan. Yolanda asegura que nadie les avisó del peligro. Según lo que pudo averiguar, cuando estaban de regreso a su hogar y a sólo cuatro minutos de alcanzarlo, «una ola gigante» arrasó el vehículo en el que circulaba la familia. «El conductor que iba detrás lo vio todo y se salvó de milagro». Y se les perdió el rastro.
A partir de ahí comenzó una desesperada búsqueda. Preguntaron en el hospital «y nadie sabía nada». Yolanda asegura que tuvo muchas dificultades para denunciar la desaparición y que comenzaran los rastreos. Los rostros de los tres miembros de la familia de Calicanto se difundieron, pero las esperanzas se consumieron. Fueron localizados sin vida en los días posteriores.
El matrimonio tenía una empresa de desatascos en Torrent, Desatascos Realizat, en la que Raquel se encargaba de la contabilidad y la gestión administrativa. Jorge deja a una afligida hermana y dos padres.

Foto de Raquel P. R.

Raquel P. R.

Madre, padre e hijo, juntos en su final

Raquel, su marido Jorge y su pequeño Neizan fallecieron de vuelta a casa tras recoger al niño del colegio en Aldaia

Por J. A. Marrahí

La pareja se desplazó desde su chalé de Calicanto al colegio de Aldaia donde había pasado la mañana el pequeño Neizan, de 4 años. Raquel P. R., de 43, falleció junto a su marido Jorge G. R., de 45, y su hijo. Vivían en la parte alta de Calicanto y la barrancada del Poyo les sorprendió en un itinerario en coche, tal y como describió Yolanda, la hermana de Jorge en declaración judicial.
Yolanda asegura que nadie les avisó del peligro. Según lo que pudo averiguar, cuando estaban de regreso a su hogar y a sólo cuatro minutos de alcanzarlo, «una ola gigante» arrasó el vehículo en el que circulaba la familia. «El conductor que iba detrás lo vio todo y se salvó de milagro». Y se les perdió el rastro.
A partir de ahí comenzó una desesperada búsqueda. Preguntaron en el hospital «y nadie sabía nada». Yolanda asegura que tuvo muchas dificultades para denunciar la desaparición y que comenzaran los rastreos. Los rostros de los tres miembros de la familia de Calicanto se difundieron, pero las esperanzas se consumieron. Fueron localizados sin vida en los días posteriores.
El matrimonio tenía una empresa de desatascos en Torrent. Desatascos Realizat, en la que Raquel se encargaba de la contabilidad y la gestión administrativa. Además de Neizan, Raquel era madre de otra hija de 21 años.

Foto

Neizan G. P.

Un infierno tras la salida del cole

El pequeño torrentino de 4 años falleció tras verse atrapado junto a sus padres entre Aldaia y Calicanto

Por J. A. Marrahí

Uno de los niños de la tragedia. El pequeño Neizan, de 4 años, falleció junto a sus padres, Jorge G. R., de 45 años, y Raquel P. R, de 43. Vivían en la parte alta de Calicanto y la barrancada del Poyo les sorprendió en un itinerario en coche, tal y como describió Yolanda, la hermana de Jorge en declaración judicial.
La pareja se desplazó desde su chalé de Calicanto al colegio de Aldaia donde había pasado la mañana el pequeño Neizan. Yolanda asegura que nadie les avisó del peligro. Según lo que pudo averiguar, cuando estaban de regreso a su hogar y a sólo cuatro minutos de alcanzarlo, “una ola gigante” arrasó el vehículo en el que circulaba la familia. “El conductor que iba detrás lo vio todo y se salvó de milagro”. Y se les perdió el rastro.
A partir de ahí comenzó una desesperada búsqueda. Preguntaron en el hospital “y nadie sabía nada”. Yolanda asegura que tuvo muchas dificultades para denunciar la desaparición y que comenzaran los rastreos. Los rostros de los tres miembros de la familia de Calicanto se difundieron, pero las esperanzas se consumieron. Fueron localizados sin vida en los días posteriores.

Foto de Francisco Antonio M. L.

Francisco Antonio M. L.

Envuelto por el agua tras una dura lucha por no morir

El vecino de Sedaví se agarró a un árbol durante cinco horas, pero sus fuerzas se agotaron y desapareció

Por J. A. Marrahí

Francisco Antonio, de 57 años, era vecino de Sedaví y es su hija, María, quien ofrece un relato fidedigno de lo que le sucedió el 29 de octubre. «Después de sonar las alarmas a las 20.11 y leyendo que ponía que iba a haber lluvias torrenciales mi padre salió de casa para sacar el coche del descampado que hay enfrente».
Cuando llueve, esa zona «se convierte en un barrizal y no se puede sacar ningún vehículo». A los pocos minutos, «me hizo una llamada para que le bajara las llaves de la moto, que tenía en el garaje». Como pasa una acequia por debajo y se inunda asiduamente, quería sacarla y ponerla en un lugar seguro, «sin saber el todo lo que estaba por venir».
Cuando lo logró se dirigió hacia el instituto de Sedaví, a unos 150 metros de su casa. Debido a la fuerte corriente que llegó tuvo que buscar cómo asegurarse: «Se cogió a un árbol en la misma puerta principal». Durante la noche, «logró contactar con mi madre un par de veces para informarnos de dónde se encontraba».
Su esposa realizó, a lo largo de toda la noche, «83 llamadas al 112. Llamó a la Policia Local, a la Guardia Civil, a los bomberos… Sin respuesta. Fue sobre la 1.45 horas cuando «comenzó poco a poco a descender el nivel del agua». Aunque no había luz, algunos vecinos de la zona consiguieron llegar al descampado. Allí estaba un vecino de Francisco Antonio que pudo ser rescatado.
La familia de Francisco Antonio salió a la calle con unas cuerdas «con la esperanza de que estuviera en el sitio donde nos había dicho que se encontraba, pero ya no estaba allí». Gente del pueblo que consiguió ponerse a salvo encima de un muro les contó que aguantó «hasta alrededor de la una». Entonces «decidimos mi vecino y yo seguir por toda la avenida hacia el final a ver si lográbamos encontrarlo». Ayudaron a varias personas, pero ni rastro de Francisco Antonio. Ante el peligro por el nivel del agua y las alcantarillas levantadas, «decidimos volver para casa y seguir buscándolo al amanecer». Tampoco fue posible. Su cuerpo fue localizado una semana después.
Francisco Antonio nació en Valencia, aunque parte de su infancia y adolescencia la pasó en la Font de la Figuera. Entre otros trabajos, el último y el más largo fue el de vigilante de seguridad. Por motivos de salud se le reconoció una incapacidad y se convirtió en pensionista. Amaba la labor de las fuerzas de seguridad, La Legión, el Ejército… En cuanto a su carácter, «era muy hogareño y lo más importante era su familia». Además, tenía un gran don de gentes «y era una persona con la que se podía contar siempre que la necesitaras", resalta María.
Su familia siente «mucha rabia, dolor e indignación con los maximos responsables». Piden «verdad y justicia», no sólo con éstos últimos, «sino también con todo aquel que, con un comentario u otro, una palabra u otra, incluso en sede judicial, quiere sacar el máximo provecho de la situación». En resumen, piden «dignidad».

Foto de Daniel C. T.

Daniel C. T.

Seis horas en un árbol para salvar la vida

Daniel aguantó un infierno para sobrevivir: «Esquivé casi 40 coches arrastrados»

Por J. A. Marrahí

Daniel es una de las muchas personas que estuvo al límite por culpa de la barrancada del Poyo. Fue testigo de la desaparición de un amigo y vecino al que después hallaron sin vida, Francisco Antonio M. L.
Cuando recibió el mensaje ES Alert bajó al garaje de su finca para trasladar su vehículo. Contempló que sólo había unos 15 centímetros de agua acumulada si bien después el nivel comenzó a ascender desmesuradamente. Tanto que ya resultaba «imposible avanzar sin sujetarse a nada».
Poco a poco y ya sin coche, agarrándose a bancos y árboles, fue desplazándose a su hogar. Tardó «más de una hora» en ese penoso y arriesgado desplazamiento. Su mujer y su hijos le gritaban desde el balcón, «pero no se oía nada por el ruido del agua y todo lo que arrastraba». Vio aterrorizado como un tráiler de contenedores portuarios «venía flotando».
Su salvación fue un árbol en el que pasó 6 horas. En ese momento estima en casi dos metros la altura del agua. «No me cubría porque logré subirme a las raíces», detalla en su declaración judicial. Finalmente, cuando sus fuerzas ya comenzaban a ceder, fue rescatado por unos vecinos con traje de neopreno. Un vecino cirujano lo reanimó en su casa. Calcula que en todo el tiempo que aguantó esquivó 30 o 40 coches arrastrados y hasta un sofá. «Estuve a punto de soltarme porque el dolor era insoportable».

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Erika R. R.

Entre Madrid y Peñíscola, la muerte

Erika viajaba en coche con su pareja por la A-3 cuando un diluvio y un mar se la llevó al poner un pie en el suelo

Por J. A. Marrahí

Erika R. R. perdió la vida con 32 años en un viaje a Peñíscola junto a su pareja, José Manuel V. P., quien ya ha relatado su dramática experiencia ante el juzgado de Catarroja. Ellos fueron dos de los muchos afectados por las riadas que se adueñaron de las carreteras valencianas, en particular de la A-3.
Ella y su novio habían salido de Madrid en torno a las 11.45 horas. Decidieron tomar el itinerario de Valencia al situar la previsión de lluvia en Cataluña. Pararon a comer en Castillejo de Iniesta y siguieron su ruta.
A las 14 horas se encontraron con una gran tromba y un atasco monumental a la altura de Utiel. Por cautela, se salieron de la carretera y buscaron un lugar alto por miedo a que les embistieran otros vehículos a causa de la baja visibilidad. Cuando escampó continuaron el trayecto, pero lo peor estaba por llegar.
José Manuel asegura que preguntaron a una patrulla de la UME sobre las 18.45 horas y un militar les dijo que en Valencia “no había problema”. Siguieron. Pero 35 kilómetros más adelante, en Chiva, se encontraron con un nuevo atasco y les sorprendió un nuevo diluvio acompañado de granizo. Ya a las 19.15 llovía torrencialmente y el agua convirtió la carretera en un lago.
En medio del caos y los movimientos de vehículos, su coche se quedó enganchado a un camión. Decidieron salir por la puerta del acompañante. “Erika salió muy asustada y cuando fue a poner un pie en el suelo cayó y se la llevó el agua”. Ya no la volvió a ver. Erika nació en Madrid, tenía 32 años, y era la pequeña de dos hermanas. Como relata su hermana, Mónica, “ella, al igual que José Manuel, ejercía como vigilante de seguridad en una empresa de Madrid”. Iban a pasar cinco días de vacaciones en Peñíscola aprovechando el puente del 1 de noviembre. Y es que Erika amaba Valencia. “Había ido tres veces, la primera en Fallas, después de la pandemia, y le encantó la Comunitat”. No tenía hijos, pero en su horizonte vital estaba la idea de formar una familia.
A Erika le gustaba componer música con el piano. “Se podía tirar horas tocando y experimentando”, recuerda. Le gustaba leer y le fascinaba conocer ciudades nuevas con su pareja. Era “cariñosa y empática”. En uno de sus trabajos, los niños le regalaban los dibujos que hacían. Mantenía “esa alegría y alma de niña que le ilusionaba todo”. “Una parte de nuestra alma” se ha ido con ella, “tanto para su pareja, padre y hermana”, aquel 29 de octubre en Chiva.

Foto de José Manuel V. P.

José Manuel V. P.

Testigo de la muerte de su pareja

José Manuel perdió a su novia después de quedar atrapados en la A-3 durante un viaje de Madrid a Peñíscola

Por J. A. Marrahí

José Manuel viajaba en coche con su pareja, Erika R. R., una de las víctimas mortales del desastre. Iban desde Madrid con destino a Peñíscola. Ellos fueron dos de los muchos afectados por las riadas que se adueñaron de las carreteras valencianas, en particular de la A-3.
Habían salido de la capital en torno a las 11.45 horas. Decidieron tomar el itinerario de Valencia al situar la previsión de lluvia en Cataluña. Pararon a comer en Castillejo de Iniesta y siguieron su ruta.
A las 14 horas se encontraron con una gran tromba y un atasco monumental a la altura de Utiel. Por cautela, se salieron de la carretera y buscaron un lugar alto por miedo a que les embistieran otros vehículos a causa de la baja visibilidad. Cuando escampó continuaron el trayecto, pero lo peor estaba por llegar.
José Manuel asegura que preguntaron a una patrulla de la UME sobre las 18.45 horas y un militar les dijo que en Valencia «no había problema». Siguieron. Pero 35 kilómetros más adelante, en Chiva, se encontraron con un nuevo atasco y les sorprendió un nuevo diluvio acompañado de granizo. Ya a las 19.15 llovía torrencialmente y el agua convirtió la carretera en un lago.
En medio del caos y los movimientos de vehículos, su coche se quedó enganchado a un camión. Decidieron salir por la puerta del acompañante. «Erika salió muy asustada y cuando fue a poner un pie en el suelo cayó y se la llevó el agua». Ya no la volvió a ver.
José Manuel buscó desesperadamente a su novia. Avanzó 100 metros «pero ya era imposible continuar porque se me llevaba el agua». Había ya mucha gente fuera de los vehículos intentando salvar la vida. Él lo logró tras ascender a un autocar a unos 300 metros de donde había quedado su coche. Al cabo de dos horas, ya entrada la noche, fue rescatado allí por agentes de la Guardia Civil.

Foto de Juan Zacarías. B. M.

Juan Zacarías. B. M.

Víctima de «una cascada» que inundó su coche

Juan Zacarías murió al salir de su coche en busca de ayuda y su mujer se salvó gracias a un tractorista

Por J. A. Marrahí

La de Juan es otra muerte en trayecto. El hombre había comido junto a su esposa Esperanza en una casa familiar de Turis. Juntos regresaban por carretera hacia su otro domicilio en Xirivella. Fue allí, en el municipio de La Ribera, donde la crecida del río Magro les sorprendió a ambos.
Según el relato judicial de Esperanza, empezó a llover con fuerza sobre las 16.30 horas, pasando la rotonda de Montserrat. «Habían piedras en la carretera y mucha agua». Juan frenó el coche y una tromba de agua volteó el vehículo, que acabó con las ruedas traseras incrustadas dentro del barro.
La pareja acabó bajo «una cascada de agua», que empezó a penetrar en el vehículo y les cubría ya por las rodillas. Se desplazaron a los asientos traseros para intentar abandonar el vehículo. Fue entonces cuando Juan quiso adelantarse para examinar lo que pasaba en el exterior.
En cuanto puso los pies en el suelo, el agua lo tumbó. Sus últimas palabras fueron para gritar a su mujer: «¡No salgas!». Su último gesto antes de perderse su rastro fue agitar su mano en señal de despedida.
Esperanza aguardó dentro del vehículo en una situación angustiosa: «Sin poder abrir la puerta, a oscuras, sin móvil, entre mucha lluvia y relámpagos». Entonces vio aproximarse una luz. Era un hombre con un tractor y le dijo que saltara. La recogió en una pala llena de agua y la llevó a un almacén donde pasó la noche más trágica de su vida.
Juan nació en Ciudad Real en 1951, en el municipio de Alcázar de San Juan. Estaba casado y era padre de tres hijos, dos hijos y una chica. Llegó a Valencia en 1976, ya con su familia, y se establecieron en Xirivella. Según recuerda su viuda, Esperanza, «trabajó en la Ford como mecánico de coches y era un enamorado de la automoción» y el coleccionismo relacionado con este universo. «Tenía todos los carnés, incluido el de camión, y hasta condujo un tanque en la mili». Fue una «bellísima persona» que compartió hasta el último instante con la mujer que le acompañó media década en la vida.

Foto de Esperanza L.

Esperanza L.

«¡No salgas del coche!», le dijo su marido antes de morir

La viuda de Juan vio cómo se despedía cuando el torrente se lo llevó en Montserrat

Por J. A. Marrahí

Esperanza vio desaparecer a su esposo Juan Zacarías B. M. arrastrado por el agua y, después, el hombre pasó a engrosar la dolorosa lista de fallecidos. Habían comido juntos en una casa familiar de Turís y regresaban por carretera hacia su otro domicilio en Xirivella. Fue allí, en el municipio de La Ribera, donde la crecida del río Magro les sorprendió a ambos.
Según el relato judicial de Esperanza, empezó a llover con fuerza sobre las 16.30 horas, pasando la rotonda de Montserrat. «Había piedras en la carretera y mucha agua». Juan frenó el coche y una tromba de agua volteó el vehículo, que acabó con las ruedas traseras incrustadas dentro del barro.
La pareja acabó bajo «una cascada de agua», que empezó a penetrar en el vehículo y les cubría ya por las rodillas. Se desplazaron a los asientos traseros para intentar abandonar el vehículo. Fue entonces cuando Juan quiso adelantarse para examinar lo que pasaba en el exterior.
En cuanto puso los pies en el suelo, el agua tumbó a su esposo. Sus últimas palabras fueron para gritar a su mujer: «¡No salgas!». Esperanza pudo apreciar como Juan movía su mano en un gesto final de despedida antes de perder su rastro por obra de la violenta corriente.
Esperanza aguardó dentro del vehículo en una situación angustiosa: «Sin poder abrir la puerta, a oscuras, sin móvil, entre mucha lluvia y relámpagos». Entonces vio aproximarse una luz. Era un hombre con un tractor y le dijo que saltara. La recogió en una pala llena de agua y la llevó a un almacén donde pasó la noche más trágica de su vida.

Foto de José H. M.

José H. M.

El triste final del primer desaparecido

La del camionero valenciano fue la primera ausencia preocupante de la jornada tras decidir parar al verse atrapado por la inundación del Magro

Por J. A. Marrahí

La suya fue la primera desaparición preocupante del 29 de octubre. Curtido camionero, José había salido bien temprano con su vehículo, sobre las seis de la madrugada. Como cada día, se echó a la carretera y se estima que su muerte debió producirse entre los términos de Guadassuar y l’Alcúdia, a causa de los desbordamientos del río Magro que hicieron estragos en Utiel y La Ribera.
Sus familiares perdieron contacto con José en torno a las 13 horas. Al parecer, horas antes, en torno a las 9, había comunicado por teléfono su decisión de detener la marcha en carretera por las fuertes lluvias. Había ido a trabajar a un vivero de l’Alcúdia, pero comunicó a su dueño la prudente determinación de parar y pedir ayuda.
A partir de ahí, preocupación e incertidumbre entre sus allegados. Cuatro días después, se confirmó la desgracia. Su cuerpo sin vida fue localizado cerca del barranco de Benimodo por miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Yacía a unos 400 metros del punto en que, en el mismo día 29, había aparecido su camión sin José en el interior.
El camionero era originario de la localidad conquense de San Lorenzo de la Parrilla. Deja viuda y dos hijos, Samuel y Nerea. Ambos se volcaron tras su desaparición difundiendo información sobre su ruta y la hija recordó que su padre tenía una gran experiencia al volante. Faltaba poco para jubilarse.

Foto de Sergii V.

Sergii V.

Tragedia entre Cavalls y l'Horteta

Sergii desapareció y cuando sus amigos acudieron a su casa «estaba arrasada «no había paredes y ni rastro de Sergio»

Por J. A. Marrahí

Sergii, de origen ucraniano, vivía en una de las zonas más afectadas por los desbordamientos de l’Horta Sud. En concreto, en una planta baja de la calle Maestro Fortella, cerca del punto donde confluyen Cavalls y l’Horteta, según una compañera de trabajo de la víctima.
Según supo, el hombre, que estaba sólo en Torrent, envió a sus padres algunas fotos de la crecida del barranco «y lo que estaba pasando». Fueron algunas de sus últimas señales de vida desde dentro de su hogar, cuando ya estaba bastante amenazado por la crecida.
Después, al día siguiente, la compañera fue a la casa de Sergii a buscarlo, pero ya no lo encontró. El domicilio estaba arrasado y describe un ejemplo de la violencia del torrente: «La cocina estaba destrozada. No había paredes».
La testigo consideró la posibilidad de que Sergii se hubiera salvado al estar con su novia en Torrevieja, pero por si acaso comunicó su ausencia a la Guardia Civil. Tras varios días de búsqueda su cuerpo fue localizado.

Foto de Roberto G. G.

Roberto G. G.

Morir al obedecer un bando municipal

El hijo de Roberto lamenta que su padre acató «un mensaje por megafonía que decía que retiraran los coches»

Por J. A. Marrahí

Roberto vivía en un tercer piso del municipio de l’Horta afectado por la barrancada del Poyo. En el momento del desastre estaba ya en pijama, con la compañía de su esposa enferma en la cama y de su único hijo.Con toda seguridad, el vecino de Massanassa habría salvado la vida de no ser porque obedeció a «un bando del ayuntamiento por megafonía», según el testimonio judicial de su hijo. Aquel mensaje por los altavoces «decía que retiraran los coches».
Roberto tuvo miedo de que le pusieran una multa si no acataba la recomendación y bajó con zapatillas y pijama para tal cometido. Eso fue en torno a las 19.40, según el testigo y familiar de la víctima. «La policía lo dirigió hacia el parque y en ese momento el agua estaba a la altura de la rueda de los coches».
Su familia aguardó en casa y en media hora se fue la luz, tanto en su hogar como en la calle. Perdieron el rastro visual de Roberto, pero supieron después que había actuado heróicamente. Otra testigo, Cristina, les refirió que ayudó a personas en apuros a subir a un árbol y después «se lo llevó una ola de agua al intentar pasar de un árbol a otro porque en el primero no cabían más personas encaramadas».
A pesar de que la situación aún era de mucho riesgo, el hijo de Roberto lo buscó durante casi tres horas. Vio sangre, mucho barro, gritos y un panorama «horrible». Pero ni rastro de su ser querido, cuyo rostro permaneció entre los carteles de desaparecidos hasta su localización 14 días después, ya sin vida.
Roberto deja viuda, un hijo, una hermana y muchos amigos. Cristina, la testigo de su heroicidad hasta el instante final, asegura que fue «una inspiración».
«Mi padre Roberto fue un hombre de honor», resume su hijo. «Vivía con el corazón y ayudaba a quién lo necesitaba». Fue Guardia Civil, viajó en misiones de Paz en Bosnia, obtuvo condecoraciones y estuvo de servicio hasta que se jubiló. «Aquella noche», referido al día de la tragedia, «no fue distinto. Falleció de servicio. Aun retirado, logró salvar a tres personas. Pero desgraciadamente no pudo salvarse él».
Toda su vida fue «un hombre de principios, haciendo siempre lo que creía correcto». Roberto hijo brinda una última reflexión: «Por mucho que ya no esté, vivirá eternamente en mi corazón, como lo que siempre fue. Un héroe».

Foto de Gabriel S.

Gabriel S.

La desgracia de una familia rumana en La Torre

Gabi falleció cuando acompañó a su mujer y a su hija a intentar salvar un coche en el garaje de las siete víctimas

Por J. A. Marrahí

Otra desgracia en familia y con tres víctimas. Gabriel, Gabi como era conocido cariñosamente, tenía alrededor de 50 años. Pereció junto a su mujer Daniela, de similar edad, y su joven hija Alexandra, de 28. Originarios de Rumanía vivían en el edificio de la calle Mariano Brull de la pedanía valenciana de La Torre cuyo garaje se convirtió en una trampa para siete vecinos.
La familia, que estaba a punto de empezar a cenar, siguió la indicación de uno de los residentes, que informó al resto de que no había agua en el garaje y, por tanto, podían bajar a intentar salvar los coches de la inundación que ya avanzaba por algunas calles de la pedanía. Gabi, Daniela y Alexandra bajaron juntos.
Tanto ellos como el resto de vecinos que habían descendido se vieron de repente atrapados por una brusca entrada de agua, una auténtica tromba que no les dejó opción. Los testigos aseguran que la inundación en este subterráneo alcanzó una altura de dos metros.
Unos allegados en Valencia destacaron, en declaraciones a ABC, parte de la historia de esta familia. Eran «buenos amigos y trabajadores», establecidos en Valencia desde hacía más de dos décadas. Llevaban unos tres años en el domicilio de La Torre y de Gabi trascendió que había sido un gran deportista, ex campeón juvenil de fútbol en la Universidad de Craiova, en Rumanía.
El novio de Alexandra, que acudió a la casa donde vivían tras la desgracia, estuvo acompañado de algunos amigos. Definieron a la familia como «muy amigable», personas «de las que siempre tienen una sonrisa en el rostro».

Foto de Daniela S.

Daniela S.

La desgracia de una familia rumana en La Torre

Daniela falleció cuando acompañó a su marido y a su hija a intentar salvar un coche en el garaje de las siete víctimas

Por J. A. Marrahí

Originarios de Rumanía, vivían en el edificio de la calle Mariano Brull de la pedanía valenciana de La Torre cuyo garaje se convirtió en una trampa para siete vecinos. Daniela, de unos 50 años, pereció junto a su esposo Gabriel, de similar edad, y su joven hija Alexandra, de 28. Otra desgracia en familia y con tres víctimas.
La familia, que estaba a punto de empezar a cenar, siguió la indicación de uno de los residentes, que informó al resto de que no había agua en el garaje y, por tanto, podían bajar a intentar salvar los coches de la inundación que ya avanzaba por algunas calles de la pedanía. Gabi, Daniela y Alexandra bajaron juntos.
Tanto ellos como el resto de vecinos que habían descendido se vieron de repente atrapados por una brusca entrada de agua, una auténtica tromba que no les dejó opción. Los testigos aseguran que la inundación en este subterráneo alcanzó una altura de dos metros.
Unos allegados en Valencia destacaron, en declaraciones a ABC, parte de la historia de esta familia. Eran «buenos amigos y trabajadores», establecidos en Valencia desde hacía más de dos décadas. Llevaban unos tres años en el domicilio de La Torre.
El novio de Alexandra, que acudió a la casa donde vivían tras la desgracia, estuvo acompañado de algunos amigos. Definieron a la familia como «muy amigable», personas «de las que siempre tienen una sonrisa en el rostro».

Otros factores fueron determinantes, como que los ancianos se manejan peor con la tecnología a la hora de pedir auxilio, o que su capacidad de moverse, de escapar, o de alcanzar lugares de altura es menor que la de otros en distintas franjas de edad. Los sucesos en residencias, en las que entró el agua y no se pudo evacuar a los residentes, fueron estremecedoras. Los que pudieron salvarse explican con angustia lo que sufrieron. Muchos se convirtieron en víctimas en sus casas de pueblo, donde la vida se hace en las plantas bajas.

Foto de Alexandra S.

Alexandra S.

La joven rumana que sucumbió en el garaje con siete víctimas

Alexandra tenía 28 años y falleció cuando acompañó a sus padres a intentar salvar un coche

Por J. A. Marrahí

Una familia «muy amigable» y personas «de las que siempre tienen una sonrisa en el rostro». Así fueron definidas estas tres víctimas originarias de Rumanía. La joven Alexandra, de 28 años, pereció junto a sus padres, Gabriel S. y Daniela S. Vivían en el edificio de la calle Mariano Brull de la pedanía valenciana de La Torre cuyo garaje se convirtió en una trampa para siete vecinos.
La familia, que estaba a punto de empezar a cenar, siguió la indicación de uno de los residentes, que informó al resto de que no había agua en el garaje y, por tanto, podían bajar a intentar salvar los coches de la inundación que ya avanzaba por algunas calles de la pedanía. Gabi, Daniela y Alexandra bajaron juntos.
Tanto ellos como el resto de vecinos que habían descendido se vieron de repente atrapados por una brusca entrada de agua, una auténtica tromba que no les dejó opción. Los testigos aseguran que la inundación en este subterráneo alcanzó una altura de dos metros.
Unos allegados en Valencia destacaron, en declaraciones a ABC, parte de la historia de esta familia. Eran «buenos amigos y trabajadores», establecidos en Valencia desde hacía más de dos décadas. Llevaban unos tres años en el domicilio de La Torre. El novio de Alexandra, que acudió a la casa donde vivían tras la desgracia, estuvo acompañado de algunos amigos.

Foto de Lorenza M. V.

Lorenza M. V.

La temprana muerte de una joven paraguaya

Una amiga de la víctima sitúa su muerte en Catarroja, cuando acudió a una peluquería

Por J. A. Marrahí

Una de las víctimas extranjeras, en este caso originaria de Caaguazú, en Paraguay. Una de sus amigas, en declaraciones al digital La Nación del país sudamericno, sitúa su muerte en Catarroja, cuando la joven fue a una peluquería y quedó atrapada en el edificio.
Según esta versión, una pared del lugar cedió y tanto Lorenza como la propietaria fueron arrastradas y acabaron en un local anexo durante varias horas. Durante algunos días, la dieron por desaparecida y su rostro en los carteles inundó también las redes sociales en busca de ayuda.
Posteriormente, refirió la misma fuente, fue localizada, unas dos semanas después, en medio de los escombros y el lodo. Su cuerpo fue reconocido por algunas amigas. Los periódicos paraguayos se hicieron eco de un conflicto entre las conocidas de la joven en Valencia y sus familiares en Paraguay. Las primeras querían incinerarla aquí, pero sus progenitores deseaban un entierro en su país, como finalmente sucedió tras el traslado de los restos mortales a finales de noviembre.
La cónsul de Paraguay en Barcelona, María Concepción Domínguez, explicó que Marlene tenía residencia permanente en España y contaba con un pasaporte paraguayo vigente.

Foto de Isabel I. E.

Isabel I. E.

Una octogenaria sin tiempo de reacción

«Debería haber pasando una patrulla alertando a la gente», lamenta el hijo que intentó salvar a Isabel

Por J. A. Marrahí / B. Hernández

La vecina de Catarroja de 84 años estaba cenando cuando el agua penetró, imposible ya de frenar, en su casa de Catarroja. Su hijo, Juan Monrabal, expresó su indignación a LAS PROVINCIAS: «Aunque el aviso lo dieran por los móviles, a las personas mayores les cuesta entenderlos. Debería haber pasado una patrulla por las calles que avisara a la gente y dijera dónde podían resguardarse».
Ni con Isabel ni con otros muchos mayores ocurrió eso. Cuando vio que su progenitora podría estar en apuros, salió a la calle con rumbo a su domicilio para intentar salvarla. Pero el alto nivel que alcanzó el agua se lo impidió. El hombre regresó a su casa, ya de madrugada, sin noticias de Isabel.
A la mañana siguiente regresó y confirmó los peores temores. La anciana había perecido en el interior. Con la ayuda de sus hijos, trasladaron el cadáver a la casa de un vecino para protegerlo. Allí esperaron a que llegaran las fuerzas de seguridad.
Isabel, viuda y madre de dos hijos, era muy conocida en Catarroja. Era la modista del pueblo. Hacía arreglos y confecciones, incluso trajes de fallera. Las vecinas acudían a su taller con fotografías de las revistas de moda y le enseñaban los vestidos que anhelaban Isabel era una todoterreno en el universo textil y materializaba sus deseos. Pasó su vida trabajando y, pese a su avanzada edad, seguía mimando a los suyos. La mujer perdió a su querido Salvador años atrás y su deseo era descansar junto a su marido en el cementerio de Catarroja. Tuvo un feliz y duradero matrimonio de 64 años, según su familia.

Foto de Manuel M. D.

Manuel M. D.

El fallero al que lloran en La Torre

Conocido como ‘El Guitarra’, Manuel fue otra víctima de los problemas de movilidad

Por J. A. Marrahí / B. Hernández

De su muerte han trascendido pocos detalles. Conocido con el apodo de ‘El Guitarra’, vivía en una planta baja de la pedanía valenciana de La Torre y estaba impedido e iba en silla de ruedas.
Cuando el barranco del Poyo se desbordó y la riada alcanzó el término municipal de Valencia, Manuel estaba en compañía de su hermano. Al parecer, éste logró salvarse, pero la víctima, con movilidad reducida y necesitado de una silla de ruedas, lo tuvo imposible.
Horas después, su cuerpo sin vida fue localizado en el interior de la casa de La Torre. Manolo amaba la fiesta valenciana y nuestras tradiciones. Tenía muchos amigos en el barrio. Fue uno de los fundadores de la Falla Hellín Giménez y Costa de la pedanía. Allí se le brindó un sentido homenaje el 24 de noviembre al que acudieron la fallera mayor y su corte de honor. De él siempre quedará el mote que heredó de su padre.

Foto de Amparo M. V.

Amparo M. V.

Un coche vacío, Amparo desaparecdida

El rastro de la vecina de La Torre se perdió durante un trayecto en coche y fue hallada muerta a más de dos semanas después

Por J. A. Marrahí

«Mi tía, Amparo está desaparecida en Sedaví». De esta manera, la sobrina de Amparo M. V. iniciaba en redes sociales la desesperada búsqueda de su familiar. En esta ocasión, el rastro de la vecina de l’Horta Sud se perdió cuando intentaba dejar su coche en una zona alta.
Es su hija Mónica, la que recuerda hoy lo sucedido aquel día. «Vivíamos las dos en un edificio de Sociópolis, en La Torre. Decidimos bajar a sacar los coches cuando no había agua. Ella fue por el ascensor y yo, por las escaleras». Ambas lograron salir al exterior, pero siguieron caminos dispares.
Mónica llevó su coche a un lavadero de la pedanía situado en un punto algo más elevado, pero de repente «llegó toda el agua de golpe y tuve que ponerme a salvo junto a varios vecinos». Treparon a una caseta de cuadros eléctricos y luego al tejado del lavadero.
«De mi madre ya no supe. Horas después, de madrugada, volví a su casa. Llamé por teléfono y comprobé que sonaba allí mismo. Se lo había dejado en casa». En ese instante, Mónica tuvo un convencimiento, un pálpito: «Ahí ya pensé: esta mujer ya no está en este mundo».
Los primeros rastreos de la familia lograron dar con el vehículo junto a unas naves de La Torre, pero ella no estaba en el interior. Todo parecía apuntar a que había tratado de huir para después ser arrastrada por el agua. A la ausencia siguieron los carteles de desaparición con el rostro de Amparo y una ubicación aproximada de su posible paradero: «Entre el barrio de La Torre y la zona de Sociópolis».
Amparo estuvo entre las personas desaparecidas que más tardaron en ser localizadas sin vida. Fue el 17 de noviembre y no por la acción de los equipos de emergencia movilizados. «Un chatarrero levantó unos plásticos y encontró el cuerpo de mi madre», recuerda Mónica.
Amparo nació en Valencia el 22 de agosto de 1948. Trabajó como funcionaria en inspección médica, se casó con 26 años y, al año siguiente, tuvo a su única hija, Mónica. El matrimonio se rompió dos años después. «Le apasionaba viajar con sus amigas» y vio mucho mundo: China, India, Canadá, Perú… Todos los sábados iban al cine y a cenar. «Le gustaba cuidar de su familia y jugar con su nieta Adriana», describe su hija. Las tres convivían juntas y estaban «muy unidas». Amparo era «amable y cariñosa, despistada y con una risa especial y contagiosa, siempre dispuesta a ayudar».

Foto de Ernesto F. L.

Ernesto F. L.

Del dolor del padre, a la lucha de una hija

La víctima de Picanya da nombre a un proyecto nacido para transformar el duelo en prevención y aprendizaje

Por J. A. Marrahí

La muerte de Ernesto se sitúa en Picanya. Al parecer, el hombre estaba en casa junto a su mujer cuando fue testigo del desbordamiento de El Poyo. Se subió a su coche comenzó a recorrer las calles y su esposa ya no volvió a verlo.
Eran las siete de la tarde, el momento en que una de sus hijas, también residente en el municipio, telefoneó a sus padres para avisarles. Expresaron al diario su sospecha de que quizá, salió de su hogar con la intención de buscar un camino para que su hija no quedara atrapada por el agua.
Lo cierto es que, como a muchos, se le perdió el rastro en esa noche confusa y fatídica. Después, fue localizado sin vida. De la tragedia ha nacido un proyecto que lleva su nombre y persigue transformar el duelo en acciones preventivas y aprendizaje.
La iniciativa parte de Sonia, hija de Ernesto, cuenta con el respaldo de la asociación SOS Desaparecidos. Ella, detallan desde la organización, «ha decidido transformar el dolor en compromiso, para que su experiencia sirva de ayuda a otras personas que puedan verse en una situación similar».

Foto de Fernando P. R.

Fernando P. R.

La última visita a su mujer antes de morir

Fernando acabó atrapado por la avenida del Poyo tras desplazarse a un supermercado a interesarse por su esposa

Por J. A. Marrahí

La muerte de Fernando, de 62 años, se ha relacionado con una visita para interesarse por su mujer en medio del caos en que se sumía l’Horta Sud. Ella estaba trabajando en un supermercado de Benetússer bastante próximo a su hogar familiar y hacia allí caminó Fernando.
Un vecino con el que se encontró por la calle le sugirió entonces que debían sacar el vehículo del aparcamiento ante el avance de la riada y la víctima le acompañó en el cometido, con el mismo propósito. «Ese vecino fue el último en salir del garaje. A mi padre le pilló en la rampa el agua, le empujó y lo llevó ya hacia el subterráneo», resumió su hija.
A partir de ese instante le perdieron el rastro. Su coche apareció primero, pero él no estaba en el interior. Su familia, desesperada, difundió carteles en redes sociales apelando a la colaboración ciudadana para su localización. Tenían la esperanza de que hubiera sido arrastrado y, quizás, estuviera con vida en el exterior. «Pero al quinto día la UME encontró el cuerpo de mi padre dentro del garaje». Se convirtió así en una de las diez víctimas contabilizadas en el término municipal de Benetússer.
Fernando nació en Almería, como recuerda su hija. Resalta de él «su buen corazón y ser una persona muy amable y querida por quienes lo conocían, siempre rodeado de sus nietos que lo adoraban». Era «un disfrutón de la vida, alegre, divertido, reservado y sobre todo buena persona». Trabajó en Consum de asesor técnico comercial de charcutería y todos sus compañeros destacan su «nobleza, honradez, espíritu de sacrificio y espíritu luchador». Deja una mujer y compañera de vida con la que tuvo dos hijos, Jose y Vanesa. Ambos se sienten «profundamente orgullosos de haber tenido un padre inmejorable». Sus tres nietos, Aitor, Laia y Eva, «no olvidarán nunca sus bromas y juegos constantes». Y resume Vanesa: «Echarlo de menos es el privilegio de haberlo vivido».

Foto de Fancisco José S. R.

Fancisco José S. R.

El informador de l’Horta que murió tras bajar al garaje

Francisco José ejercía labores de comunicación en el Ayuntamiento de Sedaví y era cronista deportivo

Por J. A. Marrahí

La vida de un gran informador, arrebatada por la dana. Francisco José Sanchis, vecino de Benetússer, informaba para Mundo Deportivo y fue este medio el que realiza una precisa descripción de su vida y muerte a causa de la DANA.
José, como era más conocido, estaba en su casa cuando comenzó a extenderse en el vecindario la alarma de que se inundaba el aparcamiento. Él fue una de tantas personas en l’Horta Sud que bajó a intentar sacar el vehículo sin poder imaginar la tromba que estaba a punto de producirse.
Relata este medio que el agua le arrastró y varios coches le cayeron encima. Pidió ayuda, pero nadie pudo auxiliarle en medio de semejante caos y confusión. Sufrió el arrastre del agua y días después fue localizado sin vida en otro subterráneo.
Este comunicador de l’Horta estaba casado y era padre de dos mellizos de 7 años. En Mundo Deportivo informaba de la actualidad del Valencia Mestalla y también había cubierto el juvenil de la Comunitat. Lo describen como «detallista y metódico, puntual y siempre predispuesto a colaborar». También trabajaba en el Ayuntamiento de Sedaví, en comunicación y Cultura, y su vida profesional discurrió por varias emisoras de radio.

Foto de Emeterio M. G.

Emeterio M. G.

Un padre y sus hijos, engullidos por la riada

Vívían en la Canaleja, intentaron agarrarse a su casa y acabaron arrastrados por un torrente desbocado

Por J. A. Marrahí / H. Esteban

Su historia es la de otra tragedia en familia. En está ocasión, la de su muerte y la de sus dos hijos, Jesús M. y Javier M., en Chiva. LAS PROVINCIAS tuvo acceso al relato judicial de su pérdida que hizo Dolores, una esposa y madre de 70 años que vio como esa tarde el agua arrastraba a su marido, a sus dos hijos y a los tres perros de la familia.
Esa tarde estaban todos juntos en su casa del término de Chiva, en la zona de La Canaleja. Sobre las cinco y media de la tarde, su hijo de menor edad, Javier salió a dar una vuelta y al regresar a casa dijo: «Vámonos de aquí que baja agua por todos los sitios y no sabemos de dónde viene». En ese momento, el otro hermano cogió a uno de los perros y Javier se dispuso a ayudar a su madre.
El agua ya les llegaba a las rodillas, por lo que el hijo ayudó a Dolores y a Emeterio a subirse a una ventana dentro de casa. El hermano se refugió en otra ventana junto a uno de los perros.
El primero en desaparecer fue Andrés, que fue arrastrado por el agua junto al can. Emeterio, al ver la terrible escena del agua arrastrando a uno de sus hijos, gritó. Javier se dispuso a ayudar a su hermano. Se engancharon a las rejas de la casa por fuera y Emeterio salió también dispuesto a socorrer a sus hijos a toda costa.
A las seis de la tarde aún resistían de este modo la fuerte corriente, pero un cuarto de hora después se consumó el drama. Cuando el agua bajaba con más fuerza por La Canaleja cedieron ante el agotamiento y fueron arrastrados los tres junto a los perros de la familia.
Sus tres rostros pasaron a integrar un solo cartel de desaparecidos que situaba su posible paradero cerca de una de las salidas de la A-3. Pero en las siguientes semanas, los peores presagios se confirmaron. Sus cuerpos fueron localizados en diferentes fechas de noviembre, durante los rastreos en la zona en busca de víctimas.

Foto de Jesús M. R.

Jesús M. R.

Engullido por la riada junto a su padre y su hermano

Vívían en la Canaleja, intentaron agarrarse a su casa y acabaron arrastrados por un torrente desbocado

Por J. A. Marrahí / H. Esteban

Sus tres rostros pasaron a integrar un solo cartel de desaparecidos que situaba su posible paradero cerca de una de las salidas de la A-3. Pero en las siguientes semanas, los peores presagios se confirmaron. Sus cuerpos fueron localizados en diferentes fechas de noviembre, durante los rastreos en la zona en busca de víctimas. La historia de Jesús M. R.; su hermano, Javier M. R.; y su padre, Emeterio M. G., es otra tragedia en familia. LAS PROVINCIAS tuvo acceso al relato judicial de su pérdida que hizo Dolores, una esposa y madre de 70 años que vio como esa tarde el agua arrastraba a su marido, a sus dos hijos y a los tres perros de la familia.
Esa tarde estaban todos juntos en su casa del término de Chiva, en la zona de La Canaleja. Sobre las cinco y media de la tarde, su hijo de menor edad, Javier salió a dar una vuelta y al regresar a casa dijo: «Vámonos de aquí que baja agua por todos los sitios y no sabemos de dónde viene». En ese momento, el otro hermano cogió a uno de los perros y Javier se dispuso a ayudar a su madre.
El agua ya les llegaba a las rodillas, por lo que el hijo ayudó a Dolores y a Emeterio a subirse a una ventana dentro de casa. El hermano se refugió en otra ventana junto a uno de los perros.
El primero en desaparecer fue Andrés, que fue arrastrado por el agua junto al can. Emeterio, al ver la terrible escena del agua arrastrando a uno de sus hijos, gritó. Javier se dispuso a ayudar a su hermano. Se engancharon a las rejas de la casa por fuera y Emeterio salió también dispuesto a socorrer a sus hijos a toda costa.
A las seis de la tarde aún resistían de este modo la fuerte corriente, pero un cuarto de hora después se consumó el drama. Cuando el agua bajaba con más fuerza por La Canaleja cedieron ante el agotamiento y fueron arrastrados los tres junto a los perros de la familia.

Foto de Javier M. R.

Javier M. R.

Engullido por la riada junto a su padre y su hermano

Vívían en la Canaleja, intentaron agarrarse a su casa y acabaron arrastrados por un torrente desbocado

Por J. A. Marrahí / H. Esteban

Esa tarde estaban todos juntos en su casa del término de Chiva, en la zona de La Canaleja. Su historia es la de otra tragedia en familia. En está ocasión, la de su muerte, la de su padre, Emeterio M., y la de su hermano, Jesús M. LAS PROVINCIAS tuvo acceso al relato judicial de su pérdida que hizo Dolores, una esposa y madre de 70 años que vio como esa tarde el agua arrastraba a su marido, a sus dos hijos y a los tres perros de la familia.
Sobre las cinco y media de la tarde, su hijo de menor edad, Javier salió a dar una vuelta y al regresar a casa dijo: «Vámonos de aquí que baja agua por todos los sitios y no sabemos de dónde viene». En ese momento, el otro hermano cogió a uno de los perros y Javier se dispuso a ayudar a su madre.
El agua ya les llegaba a las rodillas, por lo que el hijo ayudó a Dolores y a Emeterio a subirse a una ventana dentro de casa. El hermano se refugió en otra ventana junto a uno de los perros.
El primero en desaparecer fue Andrés, que fue arrastrado por el agua junto al can. Emeterio, al ver la terrible escena del agua arrastrando a uno de sus hijos, gritó. Javier se dispuso a ayudar a su hermano. Se engancharon a las rejas de la casa por fuera y Emeterio salió también dispuesto a socorrer a sus hijos a toda costa.A las seis de la tarde aún resistían de este modo la fuerte corriente, pero un cuarto de hora después se consumó el drama. Cuando el agua bajaba con más fuerza por La Canaleja cedieron ante el agotamiento y fueron arrastrados los tres junto a los perros de la familia.
Sus tres rostros pasaron a integrar un solo cartel de desaparecidos que situaba su posible paradero cerca de una de las salidas de la A-3. Pero en las siguientes semanas, los peores presagios se confirmaron. Sus cuerpos fueron localizados en diferentes fechas de noviembre, durante los rastreos en la zona en busca de víctimas.

Foto de Mari Luz S. G.

Mari Luz S. G.

Atrapada por la barrancada de Chiva

La vecina falleció en el centro del pueblo después de que el agua irrumpiera en su vivienda

Por J. A. Marrahí

Es la vecina de Chiva fallecida dentro del casco urbano de esta localidad del interior donde se gestó el drama que luego golpeó l’Horta Sud, con unas precipitaciones de record y una confluencia de barrancos que convirtió el municipio en un infierno.
Las terribles corrientes que se formaron entre las calles empinadas atraparon en su hogar a Mari Luz mientras su familia trataba en vano de contactar con ella en medio de los cortes de comunicación.
Una vecina de la víctima fue testigo de cómo el agua ascendía a niveles muy altos en la planta baja de Mari Luz y se alarmó al ver que no estaba, como otros vecinos, en los pisos superiores, pendientes desde balcones o ventanas, del desastre que se abría paso en las calles. Después fue hallada sin vida. Es una de las diez personas fallecidas en todo el término municipal.

Foto de Vicente T. G.

Vicente T. G.

El desgraciado adiós del presidente de Luanvi

Vicente Tarancón es uno de los cuatro empresarios fallecidos en carretera tras reunirse para comer en Chiva

Por J. A. Marrahí / I. Domingo

Vicente forma parte del grupo de cuatro conocidos empresarios valencianos tristemente fallecidos tras un encuentro para comer en un restaurante de Chiva, la Orza de Ángel. Cuando salieron del local con sus coches se les perdió el rastro en las inmediaciones del circuito de Cheste, en torno a las seis de la tarde.
En la comida coincidieron Miguel Burdeos, presidente de SPB, Vicente Tarancón, presidente de Luanvi, Antonio Noblejas, economista y exdirector general de EDEM, y José Luis Marín, propietario de Colegios Siglo XXI, el grupo que gestiona Mas Camarena. Los cuatro, además, eran personas muy próximas al empresario y presidente de Mercadona, Juan Roig.
Todo apunta a que los cuatro, unidos por vínculos de amistad, se vieron atrapados y arrastrados en carretera cuando la crecida del barranco de Chiva por los fuertes aguaceros allí caídos convirtieron la A-3 y los términos de Chiva y Cheste en lugares completamente intransitables. A merced de la corriente.
Los cuatro estuvieron presentes en los carteles de desaparecidos que se difundieron en los días posteriores, con datos sobre su última ubicación, imágenes recientes y hasta fotos de los vehículos en los que circulaban por si alguien los reconocía entre los hallazgos del lodo. Nada sirvió. Al final, los cuatro reconocidos profesionales fueron hallados sin vida durante el mes de noviembre.
Vicente Tarancón, nacido en Valencia, tenía 72 años. Fue fundador de la marca deportiva Luanvi, que precisamente lleva el nombre de sus tres fundadores (Luis, Antonio y Vicente). Su ropa vistió a los atletas olímpicos españoles y llevaba diez años como patrocinador técnico del medio maratón de Valencia, además de haber vestido a equipos como el Valencia CF, el Levante o el Valencia Basket.

Foto de Miguel B. B.

Miguel B. B.

Las últimas horas del presidente de SPB

Miguel Burdeos es uno de los cuatro empresarios fallecidos en carretera tras reunirse para comer en Chiva

Por J. A. Marrahí


Miguel forma parte del grupo de cuatro conocidos empresarios valencianos tristemente fallecidos tras un encuentro para comer en un restaurante de Chiva, la Orza de Ángel. Cuando salieron del local con sus coches se les perdió el rastro en las inmediaciones del circuito de Cheste, en torno a las seis de la tarde.
En la comida coincidieron Miguel Burdeos, presidente de SPB, Vicente Tarancón, presidente de Luanvi, Antonio Noblejas, economista y exdirector general de EDEM, y José Luis Marín, propietario de Colegios Siglo XXI, el grupo que gestiona Mas Camarena. Los cuatro, además, eran personas muy próximas al empresario y presidente de Mercadona, Juan Roig.
Todo apunta a que los cuatro, unidos por vínculos de amistad, se vieron atrapados y arrastrados en carretera cuando la crecida del barranco de Chiva por los fuertes aguaceros allí caídos convirtieron la A-3 y los términos de Chiva y Cheste en lugares completamente intransitables. A merced de la corriente.
Los cuatro estuvieron presentes en los carteles de desaparecidos que se difundieron en los días posteriores, con datos sobre su última ubicación, imágenes recientes y hasta fotos de los vehículos en los que circulaban por si alguien los reconocía entre los hallazgos del lodo. Nada sirvió. Al final, los cuatro reconocidos profesionales fueron hallados sin vida durante el mes de noviembre.
Nacido en Valencia en 1950, Burdeos se licenció en Ciencias Químicas por la Universitat de València, pero sus dotes de gestión le llevaron a estar al frente de una compañía que el año pasado facturó 204 millones y cuya sede está precisamente en Cheste, una de las localidades más afectadas por el agua.
Casado y con tres hijos (dos de ellos, Gracia y Mariam, ligadas a la compañía como directoras generales de SPB y de Cleanity, respectivamente), Burdeos fue presidente de la Asociación de Empresas de Detergentes y Productos de Limpieza (Adelma) y de la Asociación Química y Medioambiental de la Comunidad Valenciana (Quimacova), además de vicepresidente de la Confederación de Empresarios de Valencia (CEV), entre otros cargos.

Foto de José Luis M. C.

José Luis M. C.

Un impulsor de la educación atrapado por la riada

José Luis Marín, propietario de Colegios Siglo XXI, es uno de los cuatro empresarios fallecidos en carretera tras reunirse para comer en Chiva

Por J. A. Marrahí / I. Domingo

José Luis forma parte del grupo de cuatro conocidos empresarios valencianos tristemente fallecidos tras un encuentro para comer en un restaurante de Chiva, la Orza de Ángel. Cuando salieron del local con sus coches se les perdió el rastro en las inmediaciones del circuito de Cheste, en torno a las seis de la tarde.
En la comida coincidieron Miguel Burdeos, presidente de SPB, Vicente Tarancón, presidente de Luanvi, Antonio Noblejas, economista y exdirector general de EDEM, y José Luis Marín, propietario de Colegios Siglo XXI, el grupo que gestiona Mas Camarena. Los cuatro, además, eran personas muy próximas al empresario y presidente de Mercadona, Juan Roig.
Todo apunta a que los cuatro, unidos por vínculos de amistad, se vieron atrapados y arrastrados en carretera cuando la crecida del barranco de Chiva por los fuertes aguaceros allí caídos convirtieron la A-3 y los términos de Chiva y Cheste en lugares completamente intransitables. A merced de la corriente.
Los cuatro estuvieron presentes en los carteles de desaparecidos que se difundieron en los días posteriores, con datos sobre su última ubicación, imágenes recientes y hasta fotos de los vehículos en los que circulaban por si alguien los reconocía entre los hallazgos del lodo. Nada sirvió. Al final, los cuatro reconocidos profesionales fueron hallados sin vida durante el mes de noviembre.
José Luis Marín, de 85 años, fue el propietario de Colegios Siglo XXI, cuyo buque insignia es Mas Camarena, que gestionaba su hija Maite Marín. Este complejo se inició en 1962 cuando Marín y su esposa, María Teresa Medina, fundaron el Centro de Estudios Marni. Desde entonces esta empresa familiar se ha convertido en referente en la Comunitat y en España, agrupando dos colegios concertados, tres privados del Bachillerato Internacional y una docena de escuelas infantiles.

Siete de las víctimas de la dana no habían cumplido los diez años. Es un dato aterrador. Hubo dos que estaban en la franja de edad entre los 11 y los 19 años. Su vida se truncó prematuramente por la virulencia del temporal. Los relatos de los menores que perdieron la vida a causa de las fuertes precipitaciones conmovieron a los valencianos durante los días posteriores de la dana.

Foto de Antonio N. S

Antonio N. S

El trágico final para el exdirector de EDEM

Antonio es uno de los cuatro empresarios fallecidos en carretera tras reunirse para comer en Chiva

Por J. A. Marrahí / I. Domingo

Antonio forma parte del grupo de cuatro conocidos empresarios valencianos tristemente fallecidos tras un encuentro para comer en un restaurante de Chiva, la Orza de Ángel. Cuando salieron del local con sus coches se les perdió el rastro en las inmediaciones del circuito de Cheste, en torno a las seis de la tarde.
En la comida coincidieron Miguel Burdeos, presidente de SPB, Vicente Tarancón, presidente de Luanvi, Antonio Noblejas, economista y exdirector general de EDEM, y José Luis Marín, propietario de Colegios Siglo XXI, el grupo que gestiona Mas Camarena. Los cuatro, además, eran personas muy próximas al empresario y presidente de Mercadona, Juan Roig.
Todo apunta a que los cuatro, unidos por vínculos de amistad, se vieron atrapados y arrastrados en carretera cuando la crecida del barranco de Chiva por los fuertes aguaceros allí caídos convirtieron la A-3 y los términos de Chiva y Cheste en lugares completamente intransitables. A merced de la corriente.
Los cuatro estuvieron presentes en los carteles de desaparecidos que se difundieron en los días posteriores, con datos sobre su última ubicación, imágenes recientes y hasta fotos de los vehículos en los que circulaban por si alguien los reconocía entre los hallazgos del lodo. Nada sirvió. Al final, los cuatro reconocidos profesionales fueron hallados sin vida durante el mes de noviembre.
Antonio Noblejas tenía 76 años era natural de Manzanares. Estaba casado y tenía una hija y un hijo. Era licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Empezó su carrera profesional con 22 años en la auditora Arthur Andersen, donde en 1981 se responsabilizó de la apertura y dirección de la oficina de Valencia. Fue promocionado a Socio en 1984 y durante 21 años lideró la firma (Deloitte en la actualidad) en la Comunidad Valenciana y en la Región de Murcia.
Desde noviembre de 2005, y durante catorce años, fue director general de EDEM Escuela de Empresarios, una fundación sin ánimo de lucro de carácter privado cuya misión es la formación de empresarios, directivos y emprendedores y el fomento del liderazgo, el espíritu emprendedor y la cultura del esfuerzo. En el momento del desastre era consejero de la consultora Forlopd y patrono de la Fundación Instituto Valenciano de Oncología (IVO).

Foto de Rachid E.

Rachid E.

Un infierno de camino a la ITV de Ribarroja

El marroquí afincado en Ribarroja se apeó de su vehículo y fue arrastrado por el agua

Por J. A. Marrahí

El marroquí Rachid E. es la única víctima mortal contabilizada entre los residentes de Ribarroja, si bien en su término municipal fueron siete las personas halladas sin vida. Otros tres compatriotas de Marruecos fallecieron en otras localidades a causa de las riadas del 29 de octubre.
Según consta en diligencias judiciales, el hombre había salido de su casa de Ribarroja sobre las cinco de la tarde. Tenía la intención de acudir a la ITV del polígono industrial del pueblo, a unos ocho kilómetros de distancia desde su hogar.
Se ha sabido que se quedó parado y no llegó a su destino porque al llegar a la zona del barranco el agua desbordada ya le impidió avanzar. Había otros vehículos atrapados, como el suyo. Su esposa Waafa K. habló con él en torno a las seis y media de la tarde y, al parecer, se apeó para intentar buscar una salida a sus apuros en medio de la inundación. Después fue localizado sin vida.
Según detalló el alcalde de la localidad, Robert Raga, Rachid tenía 45 años y llevaba viviendo con su esposa en Ribarroja desde 2006. Estaba ya muy integrado en la localidad y era «muy apreciado».

Foto de Anunciación P. O.

Anunciación P. O.

Una anciana muy querida a merced del río Magro

La mujer llegó al pueblo de niña y construyó su vida en la casa donde acabó atrapada junto a su perra ‘Crispi’

Por J. A. Marrahí / L. Garcés

Anunciación tenía 90 años. A Utiel llegó procedente de su pueblo conquense «a servir», como relató su nieta Patricia. En la localidad valenciana, junto a quien luego sería su marido, construyó su vida y su casa, la que ha sido el hogar de su familia y el escenario de su final, en la calle Ramón y Cajal.
«Mi abuela construyó lo que ahora es destrucción», resumió su familiar. Anunciación tenía una perrita, 'Crispi', con la que convivía y a la que los bomberos rescataron. Pero la anciana no tuvo opción. La mascota se encontraba en la habitación de la víctima cuando los agentes la encontraron. Es el dato al que se aferra la familia para encontrar una explicación a cómo pudieron suceder los acontecimientos.
Ella llevaba una prótesis de rodilla. No podía salir corriendo, pero estaba relativamente bien pese a su avanzada edad. Contaba con el 'botón' que la unía a los servicios sociales ante cualquier necesidad. «Estaba más que atendida, mis padres y mis tíos viven cerca». Ellos se salvaron al subir a partes altas de sus casas cuando el Magro se desbordó.
«El peligro ha sido la falta de prevención y de respuesta por parte de quien sea», lamentaron. Con la dana, «lo hemos perdido todo», pero lo que más importa es «la muerte de mi abuela, de lo demás nos repondremos», apunta Patricia. Anunciación era muy querida. Acostumbraba a sentarse en el patio de su casa, mimar su frondoso jardín casero o disfrutar del mercadillo. Llegó a Utiel de niña, se casó con Gustavo y enviudó dos décadas antes de su trágica muerte.

Foto de Jorge D. M.

Jorge D. M.

Una riada mortal entre Sagunto y Godelleta

El jugador de baloncesto del Turís pereció cuando buscaba un camino alternativo para regresar a su hogar

Por J. A. Marrahí

Jorge, de 42 años, vivía en Godelleta, donde cuatro personas fueron halladas muertas a causa de la dana. En su caso, la jornada transcurrió como cualquier otro día. Salió de su domicilio en la urbanización Montsec y fue a trabajar a una oficina de Sagunto.
Al acabar su jornada, sobre las cinco y media de la tarde, mantuvo un contacto telefónico con su madre y le comunicó que regresaba de vuelta a casa. La progenitora, Marga, aseguró a LAS PROVINCIAS que estaba «intentando buscar un itinerario alternativo» frente a las lluvias que a esa hora ya colapsaban buena parte de las vías de la provincia.
Comenzó así un costoso rastreo en el que, entre otras personas, participaron la madre de Jorge y un amigo. Juntos recorrieron los tramos por los que sospechaban que había circulado en su tormentoso regreso. Pero toda esperanza se esfumó una semana después, ya entrado noviembre. El hombre fue localizado sin vida en la salida de la A-3 hacia la carretera CV-424, en término de Buñol.
Jorge estaba casado y era padre de dos hijos. Su vida estuvo siempre muy unida a la vida deportiva de La Ribera, pues jugaba en el club de baloncesto de Turís. En el municipio desarrollaba otra de sus pasiones, la fiesta fallera. Sus amigos lo recuerdan sano, alegre y con una enorme disposición para ayudar a quien lo necesitaba.
El Club Baloncesto de Turís manentó así su pérdida: "Nuestro pésame por la pérdida de Jorge D. M., jugador del Club Baloncesto Turís, como consecuencia de los trágicos efectos de la DANA". Y rubricaba: "Imposible pensar que nos tocara tan de cerca. Han sido días agotadores buscando a nuestro compañero y amigo, pero finalmente se confirmó la noticia".

Foto de José Javier V. F.

José Javier V. F.

Padre e hija, unidos en un trágico final

El cuerpo de José Javier fue localizado en Manises casi un año después del desastre

Por J. A. Marrahí / I. Cabanes

El Turia avanzó sin piedad por Pedralba, municipio de Los Serranos donde el drama se tradujo en la pérdida de tres vidas. Dos de ellas, estaban unidas por lazos de sangre. Padre e hija.
José Javier V. F., de 51 años, y su hija, Susana V. V., de 30 años, se encontraban en su casa en Pedralba, en un diseminado a tres kilómetros de la población. Fueron arrastrados por el agua. Su ausencia dio inicio a una costosa labor de búsqueda en la que se implicaron vecinos y fuerzas de seguridad.
Como resultado, el cuerpo de Susana apareció una semana después. El azar del agua desbocada había llevado su cadáver hasta Mareny de Barraquetes, en el litoral del sur de Valencia. El 21 de octubre fue localizado su cuerpo en Manises. Su hallazgo redujo a dos el número de víctimas que permanecían desaparecidas un año después de la dana, a pesar de haber sido dadas por fallecidas a efectos judiciales. Son Elisabet G. M. y Francisco R. M.

Foto de Susana V. V.

Susana V. V.

Hija y padre, unidos en el trágico final

Susana fue arrastrada por el Turia hasta la costa y el cuerpo de su padre fue localizado casi un año después del desastre

Por J. A. Marrahí / M. García

El Turia avanzó sin piedad por Pedralba, municipio de Los Serranos donde el drama se tradujo en la pérdida de tres vidas. Dos de ellas, estaban unidas por lazos de sangre. Padre e hija.
Susana V. V., de 30 años, y su padre José Javier V. F., de 51, se encontraban en su casa en Pedralba, en un diseminado a tres kilómetros de la población. Fueron arrastrados por el agua. Su ausencia dio inicio a una costosa labor de búsqueda en la que se implicaron vecinos y fuerzas de seguridad.
Como resultado, el cuerpo de Susana apareció una semana después. El azar del agua desbocada había llevado su cadáver hasta Mareny de Barraquetes, en el litoral del sur de Valencia. Sin embargo, el de su padre, José Javier, ha tardado casi un año en ser localizado, en Manises.

Foto de Javier S. R.

Javier S. R.

Arrastrado tras el derrumbe de su casa

Javier estuvo un mes desaparecido tras ser arrastrado por un afluente del Turia en Sot de Chera

Por J. A. Marrahí / M. García

El río Sot, afluente del Turia, corrió desbocado esa jornada por impulso de las lluvias registradas aguas arriba. Los desbordamientos causaron estragos en Sot de Chera, donde una familia sufrió un durísimo zarpazo por la dana.
Se trata de Javier S. R., de 51 años, y su hijo, el pequeño Javi. Su pérdida duele un año después en el municipio de menos de 500 habitantes de la comarca de Los Serranos. Fue en la zona de la Fuente de Santa María, a consecuencia del derrumbe de una finca de varias alturas por causa de las fuertes corrientes. El menor falleció y su padre fue arrastrado por el agua.
Según detallaron fuentes municipales, cuando sobrevino la fatalidad, la madre, Ana, y la otra hija se hallaban dentro de la vivienda, pero en la parte opuesta de la planta. Eso les salvó la vida. El niño y su padre estaban asomados por la ventana en la finca y se convirtieron en víctimas.
El río Sot había visto aumentar su caudal de manera exponencial durante toda la jornada. Javier, como muchas otras víctimas de la tragedia, sufrió el efecto del arrastre hasta que finalmente fue localizado en Vilamarxant durante los rastreos en busca de desaparecidos.
Sot de Chera quedó devastado. Hubo otras casas con derrumbes, pero sin víctimas. Las aguas desbocadas empujaron medio centenar de coches y destrozaron dos merenderos. El pueblo se quedó sin luz y sin agua y la fuerza del río arrancó de cuajo el sistema de tuberías.
Según vecinos del pueblo, Javier cuidaba la Fuente de Santa María, proyectada inicialmente como un área residencial. Luego fue centro de rehabilitación de toxicómanos y, más tarde, escenario de un crimen en agosto de 2016. Un lugar, doblemente marcado por tragedias. «Después se vendió y Javier se encargaba del mantenimiento y cuidados en la zona». Era, recuerdan, un hombre «amable, próximo y muy familiar». Estaba casado con Ana y era padre de dos hijos.

Foto de Javier S. C.

Javier S. C.

Una vida de 4 años arrebatada por la furia del agua

El pequeño Javier pereció al hundirse parte de su hogar mientras su madre y una hermana se salvaron en la parte opuesta

Por J. A. Marrahí / M. García

La pérdida del pequeño Javi y su padre, Javier S. R. duele un año después en Sot de Chera, un municipio de menos de 500 habitantes de la comarca de Los Serranos. Fue en la zona de la Fuente de Santa María, a consecuencia del derrumbe de una finca de cuatro alturas por causa de las fuertes corrientes. El menor falleció y su padre fue arrastrado por el agua.
El río Sot, afluente del Turia, corrió desbocado esa jornada por impulso de las lluvias registradas aguas arriba. Los desbordamientos causaron estragos en Sot de Chera, donde esta familia sufrió un durísimo zarpazo por la dana.
Según detallaron fuentes municipales, cuando sobrevino la fatalidad, la madre y la otra hija estaban dentro de la vivienda, pero en la parte opuesta de la planta. Eso les salvó la vida. El niño y su padre estaban asomados por la ventana en la finca y se convirtieron en víctimas.
El río Sot había visto aumentar su caudal de manera exponencial durante toda la jornada. Javier, como muchas otras víctimas de la tragedia, sufrió el efecto del arrastre hasta que finalmente fue localizado en Vilamarxant durante los rastreos en busca de desaparecidos.
Sot de Chera quedó devastado. Hubo otras casas con derrumbres, pero sin víctimas. Las aguas desbocadas empujaron medio centenar de coches y derrumbaron dos merenderos. El pueblo se quedó sin luz y sin agua y la fuerza del río arrancó de cuajo el sistema de tuberías.

Foto de Teresa P. O.

Teresa P. O.

Muerte en casa por el Magro desbocado

Teresa fue la única víctima afincada en Guadassuar y pereció atrapada por un torrente infranqueable

Por J. A. Marrahí

Teresa es una de las dos personas halladas muertas en Guadassuar, víctima de la entrada de agua en viviendas a causa de los desbordamientos del río Magro en los municipios de la Ribera. Sin embargo, la septuagenaria fue la única vecina fallecida afincada en la localidad.
Según relata el alcalde de la localidad, Vicente Estruch, la mujer vivía sola y arrastraba problemas de movilidad. Estima el primer edil que las aguas se adueñaron de las calles en torno a las siete de la tarde y la de Teresa, la calle Algemesí, fue una de las más afectadas.
«Ni los bomberos podían acceder» por la fuerza del torrente, detalla. Tuvieron que esperar a las cuatro de la madrugada del día 30 para, con el agua a un nivel algo más bajo, comenzar a revisar las viviendas «una por una, golpeando en cada puerta». Querían saber si sus habitantes respondían y estaban bien. Cuando llegaron a la casa de Teresa, silencio en su interior. La mujer no había podido resistir a la grave inundación y yacía sin vida en el interior.
Teresa era viuda y tenía 86 años cuando falleció. Nació en Guadassuar. Como recuerda su nieta Leti, «en su juventud trabajaba en una fábrica pero a los pocos años emigró a Francia, donde fue empleada del hogar». Cuando ella y su marido tuvieron suficiente dinero volvieron a su pueblo natal, compraron su primera casa y criaron a sus dos hijas. Continuó de empleada de hogar, pero dedicó gran parte de su vida a ejercer como ama de casa, criar a sus hijas y cuidar de sus cuatro nietos. «Llevaba una vida tranquila. Le gustaba cocinar, hablar con sus hermanas y contarle su juventud a su nieta», resaltan los suyos con cariño.

Foto de Silvana L.

Silvana L.

Una trabajadora holandesa asaltada por la desgracia

Silvana se había establecido en Turís hacía un año y la tromba de agua la sorprendió de vuelta del trabajo

Por J. A. Marrahí

La de Silvana es la historia de la única holandesa fallecida en el desastre y una de los casi treinta residentes extranjeros en tierras valencianas que perdieron la vida hace un año.
Silvana vivía en Turís y trabajaba limpiando hogares. Cuando las aguas desbocadas del río Magro se cruzaron en su camino ella conducía su coche de regreso a casa. Fue en un desplazamiento entre Puçol, en l’Horta Nord, y Turís.
Sus allegados situaron la pérdida de su rastro en una carretera comarcal, la CV-424, y peinaron junto a voluntarios y amigos todo el recorrido con la esperanza de dar con Silvanna.
La mujer quería iniciar una nueva vida en tierras valencianas, eligió Turís y dejó su país natal. Llevaba un año en España antes de verse sorprendida por la tragedia, como tantos otros, en su vida cotidiana.

Foto de Elvira L. de L. H.

Elvira L. de L. H.

Desaparecida y localizada en su propio hogar

La mujer conquense residente en Calicanto habló con su familia a las seis antes de que la riada arrasara su vivienda

Por J. A. Marrahí

Elvira sufrió la violencia de las aguas desbocadas en su casa de la zona residencial de Calicanto, donde tenía su hogar. Ella encarna una de las situaciones paradójicas que se produjo en las horas siguientes al desastre: personas que se dieron por desaparecidas pensando que habían sido arrastradas estaban, en realidad, sepultadas en sus propias casas, bajo escombros o lodo.
El martes por la tarde, sobre las seis de la tarde, Elvira mantuvo un último contacto telefónico con su familia. Pero después perdieron el contacto con ella y cuando sus conocidos se desplazaron a la casa no había ni rastro de Elvira. Aparentemente había sufrido el arrastre y su paradero era un misterio.
Su familia se movilizó por redes y otros medios, con la difusión de su rostro y datos en busca de la colaboración ciudadana. Pero la incertidumbre acabó el 2 de noviembre, cuando la torrentina apareció en su domicilio durante las costosas tareas de limpieza y retirada de los enseres amontonados.
La mujer procedía de la localidad conquense de Tarancón, cuyo alcalde, mostró el hondo pesar y el de su familia. Así selló el final de la búsqueda: "Con todo el dolor que siento en este momento y a petición de la familia, os comunico que hace escasos minutos ha sido encontrada tristemente nuestra vecina Elvira sin vida. Siento una profunda tristeza y, en mi mente, Pedro, Rosi, Alicia, Luisi y toda la familia. Gracias a la Guardia Civil de Tarancón y Aldaya así como a la Policía Local de Tarancón por estar en permanente contacto con los compañeros de Valencia. Y por supuesto a la ciudadanía de Tarancón por volcarse en su lucha, hoy es un día muy muy triste».
Elvira, pertenecía a una familia muy querida y respetada en el municipio. La víctima residía en Valencia desde hacía más de 20 años. En los últimos tiempos, junto a su pareja, había adquirido la finca de Calicanto. Allí construyeron juntos un hogar que quedó golpeado y marcado por la tragedia del 29 de octubre.
La mujer era una enamorada de los animales. Tenía varios perros y había ejercido como ayudante en una clínica veterinaria, según detalló un primo de la víctima en declaraciones a LAS PROVINCIAS. En el momento del desastre colaboraba con su pareja en el mundo de la publicidad. Sus rasgos más destacados, «abierta y extrovertida».

Foto de José R. T.

José R. T.

La desesperada búsqueda de una esposa

La riada se llevó a José en la puerta de su casa y su mujer caminaba 13 kilómetros diarios para encontrarlo

Por J. A. Marrahí

A José se lo llevó la riada en la misma puerta de su casa. Cuando las calles empezaron a inundarse, él bajó junto a varios vecinos a intentar colocar unos tablones en la puerta del garaje con la esperanza de que el agua los respetara y no mojara los coches allí aparcados.
Fue cuestión de segundos. Cuando bajaron a colocar los tablones, el agua empezaba a subirle de los tobillos. Pero el desbordamiento del barranco del Poyo provocó una crecida que José no esperaba. El hombre se vio arrastrado por la corriente calle abajo y sus vecinos lo perdieron de vista.
A la mañana siguiente, Susana salió a buscarlo. Recorrió a pie, sobre el barro, los alrededores de su casa, y fue ampliando el radio a medida que avanzaban las horas. La devastación dificultaba la búsqueda, a la que se sumaron familiares, amigos y vecinos. Era una persona muy querida en el barrio. Susana y él llevaban media vida juntos.
Ella caminó hasta 13 kilómetros diarios, sin descanso, para localizarlo, aunque con el paso de los días las esperanzas se disipaban. Necesitaba, al menos, hallar su cuerpo para tener algo de paz. «Con la ayuda de todos, se le ha encontrado», expresó esta vecina de Catarroja tras el hallazgo.
Fue el 6 de noviembre. Cuando estaba a punto de cumplirse una semana de su búsqueda, pasó a ser una de las víctimas mortales. Su cadáver fue localizado a escasos metros de su domicilio, en un edificio de nueva construcción próximo al cementerio. Estaba en un parque cercano que quedó sepultado entre lodo, cañas y vehículos amontonados.
Según su esposa, Susana, José era un estallido de vitalidad. «Le gustaba jugar al billar, los videojuegos, escuchar música, pasear por la montaña…». Ante todo, «disfrutaba junto a su familia y nos quedó pendiente hacer un crucero e ir a Benidorm». José y Susana querían, ya jubilados, recorrer España y el extranjero. El hombre trabajó durante muchos años de tornero de CNC, «hasta que la riada y su mala gestión se lo llevó de nuestro lado con 59 años».

Foto de Sebastián B. G.

Sebastián B. G.

«La inundación ya llega hasta el cuello»

Sebastián, de 82 años y con problemas respiratorios, desapareció de las viviendas subvencionadas para mayores en Picanya

Por J. A. Marrahí

El suyo fue unos de los dramas que vivieron muchos mayores en el grupo de viviendas subvencionadas para de la calle Zenobia Campurri de Picanya. Como se trata de casas de planta baja, personas con dificultades de movilidad y otros problemas de salud quedaron a merced del agrandado barranco del Poyo, cuyo desbordamiento dejó diez muertes en la localidad.
Las últimas horas de Sebastián se conocen por la información que aportó su nieta Natalia tras la desaparición. Ella conversó por última vez con su abuelo sobre las nueve de la mañana. Sin embargo, cuando las lluvias ya causaban estragos en muchos puntos de la provincia pudo contactar con una vecina residente de su abuelo y le aportó noticias muy preocupantes.
La mujer mencionó que todas las casas para mayores se habían inundado y que el agua les había llegado a algunos «a la altura del cuello». Varios policías locales se habían dejado la piel por auxiliar a los más vulnerables y, según la testigo, habían podido llevar a 16 vecinos a los tejados.
Sin embargo, faltaba Sebastián, de 82 años y necesitado de botella de oxígeno por sus problemas respiratorios. Al día siguiente, su familia denunció su desaparición y unas horas después se confirmó el fallecimiento. Estaba dentro de la residencia. Su franja de edad es la más numerosa entre las víctimas de la dana: más de medio centenar de fallecidos de entre 81 y 90 años.
Sebastián nació en Jódar, municipio de Jaen. Tuvo tres hermanos y se casó allí con Manuela, su viuda. Fueron padres de seis hijos y tenía siete nietos, entre ellos Natalia. Fue albañil. Ejerció primero en Andalucía y luego en Valencia, tras echar raíces en Paterna y aumentar su familia en nuestra tierra.
Aquí siguió trabajando en la construcción hasta que se jubiló. En octubre del año pasado vivía solo en las viviendas subvencionadas de Picanya, «pero con toda la atención y cariño de su familia». Según su nieta, «era testarudo pero muy buen abuelo». Se iba «con otros jubilados por las tardes, tomaba café con ellos… A pesar de sus problemas respiratorios, era un hombre autónomo y con mucha ilusión que también amaba la jardinería», rememora Natalia.

Foto de Silverio N. B.

Silverio N. B.

Un angustioso final junto a su mujer

Silverio sufrió una caída cuando el desbordamiento del Magro anegó su casa de Algemesí

Por J. A. Marrahí

Silverio N. B. fue una de las tres personas halladas sin vida en el municipio de Algemesí, otro de los puntos por los que los desbordamientos del río Magro hizo estragos antes de que, ya por la tarde, la barrancada del Poyo desatara el caos en l’Horta Sud.
El hombre estaba en su casa, provista de planta baja junto a su esposa, Amelia. Ambos vivían allí solos. La calle comenzó a inundarse y, después, el torrente peneteró impetuosamente en la casa del matrimonio de La Ribera. A partir de ahí, el miedo y el caos.
El nivel del agua fue ascendiendo a gran velocidad hasta alcanzar el metro de altura. Al parecer, en medio de la tensión y con todo inestable en las inundadas habitaciones de su casa, Silverio cayó. Su desesperada esposa trató por todos los medios de auxiliarle. También intentó telefonear a su hijos, pero todo fue en vano por los problemas de cobertura a causa de los diluvios que ya causaban estragos en varios puntos de la provincia.
La muerte de Silverio, padre de tres hijos, se confirmó después. Tampoco podían llegar a la casa de sus padres porque el desbordamiento del río Magro había convertido la calle en un río. Todo intento de sus familiares por pedir apoyo a los servicios de emergencia acabó en saco roto. Todo parecía estaba desbordado, incluso quienes debían auxiliar a la población.

Foto de Isabel V. P.

Isabel V. P.

Dolor entre un torrente repentino y falta de movilidad

Los familiares de la octogenaria contactaron con ella, pero confió en que no llovía y la tromba la acorraló en su planta baja

Por J. A. Marrahí

Otra de las víctimas para las que las limitaciones a la movilidad fue un obstáculo a la hora de evitar la riada. La octogenaria de Sedaví estaba en su hogar cuando un familiar le telefoneó para ponerle en aviso de las inundaciones. Sin embargo, en la zona donde Isabel vivía no parecía haber problemas. Ella se sentía tranquila porque las lluvias no habían llegado ese día al municipio de l’Horta Sud.
Pero a los pocos minutos, todo cambió radicalmente. Un torrente desbocado avanzó por su calle, entró en su planta baja y la mujer quedó atrapada en el interior, sin lograr hallar escapatoria. Allí la encontraron ya sin vida.
Familiares de esta víctima aportaron algunos datos biográficos de los que se hizo eco El País. Según sus parientes, estaba soltera y no tuvo hijos, pero volvó todo su cariño con sus tres sobrinos y los hijos de éstos.
Aseguraron que los niños «la adoraban» por lo mucho que se implicaba en los juegos. Además, Isabel amaba la fiesta de Moros y Cristianos, donde llegó a desfilar, los viajes, el fútbol o los buenos ratos que pasaba con sus amigas del pueblo.

Todos recordamos a los pequeños de Torrent, a los que se estuvo buscando varios días y se convirtieron en un triste símbolo de la catástrofe. O la niña de Benetúser o la bebé de Paiporta.

Foto de Juan M. P.

Juan M. P.

Un nonagenario atrapado cuando veía la televisión

Juan estaba con los pies en alto en su hogar cuando su cuidadora le informó por teléfono de que la casa se inundaba

Por J. A. Marrahí

Juan es una de las personas de más edad entre las víctimas de la dana. A pesar de sus 93 años, seguía haciendo una vida relativamente normal en Paiporta, con el auxilio de una mujer que le prestaba auxilios domésticos y el cariño de sus cuatro hijos. Hasta que la barrancada se lo llevó todo por delante.
Su hija Rosa describió, en unas declaraciones a El País, lo que sucedió aquella tarde fatal. Según su versión, su padre estaba viendo un programa de televisión con los pies en alto. La mujer que le cuidaba se interesó por él ante las noticias que llegaban de Paiporta y le llamó por teléfono. Fue así como descubrió que su salón de planta baja se estaba inundando.
Uno de sus hijos llegó a desplazarse a la casa para auxiliar a Juan, pero como tantos otros familiares que fueron en socorro de los suyos se topó con lo imposible. El metro y medio de agua en la zona donde vivía su padre fue una barrera insalvable. En el salón donde se hallaba, el nivel alcanzó los dos metros.
Como describió la hija en declaraciones al mencionado diario, Juan había nacido en Paiporta, al igual que sus cuatro hijos. Vivía solo porque decía encontrarse bien y ser autosuficiente. Le gustaba jugar con sus amigos en el bar, disfrutar de los paseos o de los ratos con su familia los fines de semana.

Foto de María Amparo I. B.

María Amparo I. B.

Aferrada a la vida en un colchón a flote

La vecina de Paiporta se vio atrapada en un bajo, fue hospitalizada pero falleció al cabo de una semana

Por J. A. Marrahí

Para muchas personas con salud delicada, vivir en una planta baja fue una sentencia de muerte ante la violenta crecida del barranco del Poyo. Ese fue el caso de Amparo, una mujer de 84 años conocida con el apodo cariñoso de La Barrina.
Ella padecía serios problemas de movilidad, además de un deterioro mental por el alzheimer. Ambos problemas y la falta de aviso de las autoridades la convirtieron en una residente muy vulnerable.
Para ella, el auxilio llegó gracias a un familiar, al parecer su nuera. En las primeras horas de la madrugada más complicada aguantó con vida flotando en un colchón hasta que otros vecinos de su calle se sumaron al esfuerzo por mantenerla a salvo.
A pesar de sus lesiones en esa tarde infernal, los médicos lucharon por su vida. Fue trasladada a un hospital de Valencia al día siguiente de las inundaciones, pero su estado empeoró tras la dramática inundación de su casa y falleció a los pocos días, ya en noviembre.

Foto de Isabel S. S.

Isabel S. S.

Gritos de auxilio en la noche más dolorosa

Un familiar de la víctima trató de llegar a la casa de la octogenaria de Paiporta, pero las riadas se lo impidieron

Por J. A. Marrahí

Ella es una de las muchas mujeres mayores de Paiporta para las que vivir en una planta baja fue una trampa mortal. La octogenaria pidió auxilio a su familia e intentaron salvarla, pero el torrente fue una barrera que atajó toda esperanza para los que iban en camino.
El día de la dana, la mujer pudo contactar con su hija para decirle que el barranco se había desbordado y el agua comenzaba a entrar en la vivienda. Ésta, desde la distancia, le aconsejó que ascendiera al primer piso de la vivienda.
Sin embargó, los problemas con las comunicaciones interrumpieron este contacto entre madre e hija y ésta se quedó sin saber nada de su progenitora. Ante la incertidumbre, un familiar de Isabel, al parecer su yerno, trató de llegar a la casa de la víctima de Paiporta, pero las carreteras inundadas hacían ya inútil cualquier intento por aproximarse al pueblo.
Los vecinos de Isabel escucharon sus gritos de auxilio en medio del apagón, impotentes ante la desgracia. El agua alcanzaba ya tal nivel en esos momentos que cualquier intento por aproximarse a la casa era, prácticamente, entregar la vida al azar.

Foto de Nuria M. S.

Nuria M. S.

Trágico adiós a la chica del Vora Barranc

La mujer, vinculada por su familia al histórico bar de Paiporta, acababa de establecerse con su pareja en un bajo al lado del Poyo

Por J. A. Marrahí

Vidas y proyectos personales arrastrados por el agua. Llegar para morir. Es la cruel realidad de Nuria, una vecina de Paiporta que acaba de establecerse con su pareja en un nuevo hogar, un bajo prácticamente pegado al barranco del Poyo.
Según conocidos de la víctima, la mujer estaba viendo una película en esta vivienda cuando el agua penetró con fuerza y la arrastró luego al exterior. Después localizaron su cuerpo sin vida.
Era una persona muy querida en el pueblo, con una vida unida a Paiporta y, en concreto, al célebre e histórico Vora Barranc, el bar de su familia que sigue «temporalmente cerrado» tras la desgracia. Era un referente en el tapeo y la vida social del pueblo. «Su padre lo inauguró hace cuatro décadas y luego murió en accidente de tráfico. La madre de Nuria vive, se salvó del siniestro y también de la riada», recuerda Enrique, el último propietario del Vora.
Nuria trabajó en el dañado establecimiento de su familia. Actualmente tenía pareja y era madre de una hija en plena juventud. De ella recuerdan en el pueblo su simpatía, su sonrisa franca, su amor por el mar o su afición a las actividades deportivas y saludables, confirma Enrique. Pura vida llevada a pique por la barrancada. También lloraron su pérdida en el Hospital La Fe, donde ejerció en la plantilla de lavandería. «Era una persona especial, entrañable», ensalza.

Foto de José Vicente

José Vicente

Una víctima de la trampa de La Saleta

José Vicente bajó junto a su esposa a intentar sacar el coche del garaje y la tromba acabó con su vida

Por J. A. Marrahí

Él fue otra de las víctimas de la desinformación ante el riesgo de descender cuando tocaba, en realidad, refugiarse en lugares altos. En el momento en que se inundó el pueblo, esta víctima y su esposa estaban en casa.
Como tantos vecinos de la población, la pareja había insistido en el peligro de que La Saleta atraviese el municipio, el consabido peligro de este barranco que acabó convertido en trampa mortal a causa de las lluvias torrenciales aguas arriba.
En esa fatídica tarde los dos bajaron al garaje de su casa con la intención de sacar el coche. Emilia, la esposa de José Vicente, salvó la vida. En muy poco tiempo, el nivel del agua empezó a crecer en el subterráneo y José Vicente quedó atrapado.

Foto de Sixto D. D.

Sixto D. D.

El último trayecto de un pastelero cántabro

Sixto circulaba de vuelta de su trabajo cuando su coche fue arrastrado a su paso por Valencia

Por J. A. Marrahí

Sixto fue la primera víctima cántabra de las inundaciones en Valencia y una de tantas vidas acabadas ese día durante los desplazamientos. Quiso la desgracia que circulara de vuelta de su trabajo en la provincia cuando las carreteras comenzaron a inundarse. En su caso, el arrastre del agua fue superior a sus intentos por sobrevivir.
Fue su pareja la que comenzó a preocuparse ante la dificultad para contactar con él y, acto seguido, lo comunicó a los familiares de Sixto. Los suyos se movilizaron en la búsqueda: llamadas, su foto y datos compartidos en redes sociales.
Mientras en otros casos las desapariciones duraron semanas, en el suyo la tragedia se confirmó al día siguiente. Unos compañeros de la pastelería donde trabajaba encontraron su coche con la víctima en el interior, ya sin vida. Según han descrito allegados en redes sociales, «se quedaron allí, custodiando el cadaver». Más tarde, sus familiares se desplazaron desde el norte de España para hacerse cargo del cuerpo y conocer los detalles de su pérdida.
Era el pequeño de ocho hermanos, un pastelero muy conocido en Torrelavega que había trabajado por varios negocios hasta recalar en Valencia. Quienes lo conocieron lo definieron como «amigo, compañero, y buena persona».

Foto de Luis V. A.

Luis V. A.

Sorprendido por la barrancada cuando practicaba baile

El vecino de Benetússer se vio engullido por el agua en un bajo donde disfrutaba de su afición

Por J. A. Marrahí

En casa, en carreteras, en garajes, en bajos…. El azar quiso que Luis, vecino de Benetússer, estuviera practicando baile cuando la barrancada del Poyo desató el miedo y la confusión en el municipio de l’Horta Sud.
El vecino estaba apuntado a bailes de salón y sevillanas. Tenía un bajo familiar al que solía acudir todas las tardes para ensayar y el día 29 no fue una excepción. Allí le sorprendió el desbordamiento.
Su familia sabía de la afición del hombre y que, probablemente, a las ocho y media de la tarde debería estar en este punto de Benetússer. Tras varias conversaciones entre familiares preocupados por Luis fue su hija Vicenta quien intentó acceder al lugar. Pero resultó ya imposible.
Vicenta regresó a casa de su hermano, donde pasó la noche hasta el amanecer en espera de que descendiera el nivel del agua y con la esperanza de que su padre hubiera logrado refugiarse o resguardarse en algún punto alto. Con las primeras luces del día 30 avanzaron por el infierno de las calles de Benetússer hasta llegar al bajo. Vicenta no se atrevió a entrar. Fue su marido quien le confirmó que el hombre estaba allí sin vida.

Foto de Pura Feliciano

Pura Feliciano

La esperanza que lleguó por la ventana

Eduardo, un vecino de la nonagenaria, salvó a Pura cuando el agua irrumpió en su casa

Por J. A. Marrahí / M. J. Carchano

Pura Feliciano podría haber engrosado la larga lista de personas de avanzada edad que perecieron por la barrancada del Poyo. Con 96 años, todavía se viste de luto después de que perdiera a su esposo hace 70 años. Apenas estuvo nueve meses casada antes de que su joven marido muriera de un cáncer. No les dio tiempo a tener hijos y la vida de Pura ha estado marcada por la soledad en su antigua casa del centro de Paiporta.
Cuando el barranco se desbordó, su casa fue de las más vulnerables. Fue un vecino, Eduardo, quien se acordó de ella cuando el agua ascendió peligrosamente. El hombre saltó por una ventana y la salvó de una muerte casi segura. Contó a LAS PROVINCIAS que se han cuidado siempre: «¡Cuatro generaciones hemos estado sin reñir!».
Ella no habría podido subir a solas las escaleras hasta el único lugar elevado del inmueble: la andana. Fue el único espacio que quedó seco y a salvo de la humedad, donde tuvo que vivir durante semanas envuelta en pena y dificultad, pero con el apoyo y cariño de efectivos de La Legión movilizados a l’Horta Sud.
El violento torrente se lo llevó todo en su hogar de planta baja. Se quedó sin nada. Vio con tristeza cómo sus muebles antiguos, muchos con más de un siglo de vida, se convirtieron en madera podrida por acción del agua y el fango. Después de lo vivido tiene un convencimiento, un temor anclado: «No quiero bajar a la calle mientras viva».

Foto de Vicente Rodríguez

Vicente Rodríguez

Salvados in extremis por un policía nacional

El dueño de la Mercería Paqui y su mujer reviven la odisea que vivieron junto a su histórico local

Por J. A. Marrahí / J. Gascó

En media hora, el agua alcanzó una altura superior a los dos metros. Arrasó el comercio y la casa de los damnificados, ubicada en una planta baja colindante. La suya es la historia de un rescate al límite y un negocio arrasado. Vicente, de 81 años, estaba, junto a su esposa Paqui Iniesta., al frente de la histórica Mercería Paqui, en la calle Alicante de Catarroja. Según Marien, hija de la propietaria y gerente durante los últimos cinco años, era como «un Corte Inglés, pero en pequeño» que había abastecido al pueblo durante más de medio siglo.
Vicente y Paqui se salvaron in extremis gracias a la heroicidad de un policía nacional que los rescató cuando el agua comenzó a entrar en su local. «Han estado toda la vida trabajando y luchando para que sus hijos tuvieran algo y de repente se vieron con una mano delante y otra detrás», lamentaba la hija del matrimonio en declaraciones a LAS PROVINCIAS a los pocos días del desastre.
Según Vicente, «nuestra vida se nos fue en cuestión de treinta minutos. Yo he tenido una vida hasta el día 28 y otra a partir de ese momento». Sin embargo, han luchado por salir adelante y la mercería tiene hoy otra vida. El local ha sido arreglado y reformado y se llama ‘Nueva Casa Paqui’.

Foto de Paqui Iniesta

Paqui Iniesta

Salvados in extremis por un policía nacional

La dueña de la Mercería Paqui y su marido reviven la odisea que vivieron junto a su histórico local

Por J. A. Marrahí / J. Gascó

La suya es la historia de un rescate al límite y un negocio arrasado. Paqui, de 76 años, estaba, junto a su esposo Vicente Rodríguez, de 81, al frente de la histórica Mercería Paqui, en la calle Alicante de Catarroja. Según Marien, hija de la propietaria y gerente durante los últimos cinco años, era como «un Corte Inglés, pero en pequeño» que había abastecido al pueblo durante más de medio siglo.
En media hora, el agua alcanzó una altura superior a los dos metros. Arrasó el comercio y la casa de los damnificados, ubicada en una planta baja colindante. De hecho, Vicente y Paqui se salvaron in extremis gracias a la heroicidad de un policía nacional que los rescató cuando el agua comenzó a entrar en su local.
«Han estado toda la vida trabajando y luchando para que sus hijos tuvieran algo y de repente se vieron con una mano delante y otra detrás», lamentaba la hija del matrimonio en declaraciones a LAS PROVINCIAS a los pocos días del desastre.
Según el matrimonio, «nuestra vida se nos fue en cuestión de treinta minutos. Yo he tenido una vida hasta el día 28 y otra a partir de ese momento». Sin embargo, han luchado por salir adelante y la mercería tiene hoy otra vida. El local ha sido arreglado y reformado y se llama hoy ‘Nueva Casa Paqui’.

Foto de Salvador Romero Abuín

Salvador Romero Abuín

El párroco que evitó seis muertes

El padre Salvador abrió su iglesia y organizó una cadena humana para salvar a vecinas encaramadas a una esquina del templo

Por J. A. Marrahí

La Iglesia estuvo al lado de los desfavorecidos. Empezando por el párroco de Paiporta, el padre Salvador Romero, que auxilió en el templo de San Ramón a seis mujeres atrapadas por la riada, entre ellas Amparo Aparisi, otra de las historias humanas descritas en este reportaje especial, e hija de una mujer mayor fallecida por el desastre.
A Salvador, la barrancada le sorprendió en plena misa. Antes de terminar su oficio, el agua ya llegaba a los allí congregados por las rodillas. El grupo se congregó en la vivienda parroquial que se ubica junto al templo, en una parte más elevada.
Entonces, una llamada desde Valencia le puso en alerta de lo que sucedía en el exterior: «Me avisaron que había seis mujeres en una esquina de la pared de la Iglesia, agarradas. Esta zona, que es como una pequeña avenida del pueblo, era como el río Amazonas», describió en unas declaraciones televisivas.
El religioso abrió la puerta como pudo y organizó una cadena humana para trasladar a las seis vecinas en apuros junto a la iglesia y subir a las víctimas a la parte alta. Gritaban angustiadas con el convencimiento de que si les arrastraba la corriente ya no lo contaban. Amparo ensalzó: «El párrocó nos salvó la vida».

Foto de Laia García Escriche

Laia García Escriche

De la pesadilla a un nuevo ‘Somnis de Paper’

Laia y su marido sufrieron daños en su casa y en su librería, pero salvaron la vida y su negocio ha renacido

Por J. A. Marrahí / C. Velasco

Laia está al frente de la librería ‘Somnis de paper’ de Benetússer, junto a su marido, Jorge Cabezas. Según relató a este diario, el día de la dana fue a trabajar como cualquier otra jornada en su local de la calle Mayor de la localidad, un referente cultural en l’Horta Sud.
Por la tarde, no tuvo problema en recoger a sus hijos del colegio y llevarlos a casa. Estaban en su hogar del municipio cuando fueron testigos de la barrancada del Poyo. La librera de Benetússer y su familia salvaron la vida al reaccionar a tiempo y refugiarse en un piso alto de su vivienda.
Pero el agua penetró en su negocio, que acabó arrasado. La librería, que vio la luz el 1 de abril de 2012, se fundió a negro. Y con la inundación, toda la actividad cultural que aportaba al municipio: encuentros, presentaciones, cuentacuentos y hasta pequeños conciertos acústicos.
Se quedaron sin local pero siguieron luchando por subsistir. Habilitaron la venta online con pedidos que llegaban desde Madrid, Barcelona, Las Palmas, Ibiza… Y lo más curioso: se mudaron a la carnicería del mercado municipal de modo que los libros sustituyeron a las piezas de alimentos en el expositor. «La vida de librero en la carnicería era muy tranquila, diferente», rememoraron.
‘Somnis de Paper’ sobrevivió unos meses en este puesto y a mediados de mayo reabrió sus puertas en su ubicación original. Según los dueños ha sido posible gracias a «subvenciones a nivel nacional, autonómico y privado». Muchos ciudadanos anónimos ayudaron y lograron ser beneficiarios de una línea de ayuda. Laia simboliza la esperanza y el resucitar, en parte, de la cultura en las zonas devastadas.

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Nicolás Hidalgo Navarrete

La fortaleza de un héroe entre el torrente

El camionero de Catarroja salvó a una joven del pueblo arrastrada por la riada del Poyo

Por J. A. Marrahí / J. Cano

Nicolás estuvo a punto de morir arrastrado por el agua. No sólo resistió, sino que se convirtió en un ángel salvador para otra vecina del pueblo, la joven Conchi Serrano, de 31 años, cuando la mujer corría la misma fatalidad en las inundadas calles de Catarroja.
Nico, camionero de 51 años, caminaba entre Catarroja y Albal. A dos esquinas de su casa, el agua ya le alcanzaba la cintura. En la calle Victoria Costa Mayo el torrente ya podía con él. «Me dejé llevar con la intención de acercarme a la pared y me deslicé hasta que vi un bajo con una reja y me agarré a ella», relató a este diario
Conchi, al frente de una empresa de limpieza, venía del lado opuesto arrastrada por la riada. Había intentado salvar su furgoneta cuando se vio envuelta por el torrente. «Me sujeté a un árbol. Unos vecinos me lanzaban sábanas y una escalera, pero no las podía coger. Aguanté todo lo que pude, pero la corriente era muy fuerte, me solté y salí disparada calle abajo». Conchi aún no lo sabía, pero iba en dirección a la reja donde estaba Nico.
«Venía directamente hacia mí, pero no iba a pasar al lado. Hubo un momento en que la perdí, se hundió unos segundos, pero luego la vi asomar la cabeza. Había un árbol enfrente de mí. Me agarré a él, me alargué todo lo que pude y la cogí de la chaqueta que llevaba puesta. Después tiré de ella y me la llevé hacia la pared para intentar subirla a la reja, pero no pude. La corriente era demasiado fuerte y la pobre estaba cansadísima».
Conchi rememora ese momento en que sintió la mano de Nico sacándola de aquel infierno: «Él estaba a salvo. Se lo podía haber pensado, pero no lo hizo. Se arriesgó y saltó para cogerme. Ya no volvió a soltarme. No lo hizo en ningún momento». Nico tiró de ella hacia un portal, se sujetó al buzón y empezó a pedir un martillo a los vecinos para romper el cristal y entrar. Ella no paraba de gritar y pedir socorro, y él intentaba calmarla: «Tranquila, que de esta salimos».
Tras ser arrastrados nuevamente encontraron refugio en un portal que se abrió de repente por la fuerza del agua. Allí se encontraron con el riesgo de ser succionados por el agua que descendía por el hueco del ascensor. Agarrándose a duras penas a varios puntos lograron ponerse a salvo con la ayuda de un vecino. Ambos salvaron la vida.

Foto de Conchi Serrano Asunción

Conchi Serrano Asunción

La resistencia de una superviviente

Un árbol, un vecino al rescate, un patio… El infierno de Conchi refleja la delgada línea entre vida y muerte

Por J. A. Marrahí / J. Cano

Conchi estuvo a punto de morir con 31 años arrastrada por el agua en Catarroja. Pero resistió y se encontró con un salvador providencial, Nicolás Hidalgo., un camionero del municipio que la auxilió pese a que también estaba en serios apuros por la barrancada del Poyo.
Nico, camionero de 51 años, caminaba entre Catarroja y Albal. A dos esquinas de su casa, el agua ya le alcanzaba la cintura. En la calle Victoria Costa Mayo el torrente ya podía con él. «Me dejé llevar con la intención de acercarme a la pared y me deslicé hasta que vi un bajo con una reja y me agarré a ella», relató a este diario.
Conchi, al frente de una empresa de limpieza, venía del lado opuesto arrastrada por la riada. Había intentado salvar su furgoneta cuando se vio envuelta por el torrente. «Me sujeté a un árbol. Unos vecinos me lanzaban sábanas y una escalera, pero no las podía coger. Aguanté todo lo que pude, pero la corriente era muy fuerte, me solté y salí disparada calle abajo». Conchi aún no lo sabía, pero iba en dirección a la reja donde estaba Nico.
«Venía directamente hacia mí, pero no iba a pasar al lado. Hubo un momento en que la perdí, se hundió unos segundos, pero luego la vi asomar la cabeza. Había un árbol enfrente de mí. Me agarré a él, me alargué todo lo que pude y la cogí de la chaqueta que llevaba puesta. Después tiré de ella y me la llevé hacia la pared para intentar subirla a la reja, pero no pude. La corriente era demasiado fuerte y la pobre estaba cansadísima».
Conchi rememora ese momento en que sintió la mano de Nico sacándola de aquel infierno: «Él estaba a salvo. Se lo podía haber pensado, pero no lo hizo. Se arriesgó y saltó para cogerme. Ya no volvió a soltarme. No lo hizo en ningún momento». Nico tiró de ella hacia un portal, se sujetó al buzón y empezó a pedir un martillo a los vecinos para romper el cristal y entrar. Ella no paraba de gritar y pedir socorro, y él intentaba calmarla: «Tranquila, que de esta salimos».
Tras ser arrastrados nuevamente encontraron refugio en un portal que se abrió de repente por la fuerza del agua. Allí se encontraron con el riesgo de ser succionados por el agua que descendía por el hueco del ascensor. Agarrándose a duras penas a varios puntos lograron ponerse a salvo con la ayuda de un vecino. Ambos salvaron la vida.

Foto de Joel Andreu

Joel Andreu

El rostro de la infancia dañada

Joel ayudó en todo a sus padres y encaró con valentía la desgracia que ha vivido con 10 años

Por J. A. Marrahí

El niño Joel Andreu fue portada de LAS PROVINCIAS con una imagen en la que rescataba a una muñeca del fango con una pequeña tablilla con ruedas, rodeado por escombros y muebles arrasados por el barro. La instantánea valió el premio Mingote de fotografía a su autor, Txema Rodríguez, y puso luz sobre las muchas y penosas experiencias que han tenido que vivir los más pequeños a causa del desastre.
A diferencia de Neizan, Izan y otros menores fallecidos, Joel, de 10 años, pudo contarlo. Como describió su padre, el menor fue al colegio ese día con normalidad. Nada hacía presagiar lo que iba a vivir por la tarde.
«La madre de Joel fue a recogerle», recuerda su progenitor en declaraciones a este diario. La familia estaba ya en su hogar del municipio cuando vieron con preocupación cómo el agua comenzaba a penetrar en la parte baja. «Nos fuimos a la parte alta y así nos salvamos», rememora el padre del menor. Pese a su corta edad, ha encajado con coraje y resignación lo vivido y ayudó en todo lo posible a sus padres en medio de la dificultad de los días siguientes.

Foto de Mario Martínez

Mario Martínez

Un infierno en la peluquería

El dueño de un negocio de Catarroja sufrió el arrastre del agua y trepó por una fachada para salvar la vida

Por Alberto Martínez

La peluquería y academia HMG, en Catarroja, vivió momentos infernales en la tarde del 29 de octubre. Según su responsable, Mario Martínez, cuando el agua penetró dentro del negocio estaba en su interior junto a una empleada y un cliente.
El instinto de supervivencia les llevó a salir del local de la calle San Vicente Ferrer para no quedar atrapados. Sufrieron el arrastre del torrente durante algunos instantes, pero lograron subirse a lo alto de un coche. Desde allí vieron que no tenían escapatoria mientras a su alrededor el agua ascendía en altura y fuerza de empuje.
Mario y los otros afectados por la barrancada del Poyo treparon por una fachada hasta alcanzar un primer piso. «Ha sido muy duro psicológicamente», valoró el empresario en declaraciones a LAS PROVINCIAS.
En los días que siguieron a la inundación, Mario dedicó diez horas diarias a la limpieza del bajo con la ayuda de familiares y amigos. Con su esfuerzo y el de todos ellos, la peluquería de Catarroja en la que tres personas esquivaron la muerte ha resucitado.
«Soy la tercera generación en el oficio. Pensé en dejarlo, pero sigo por mi hijo». Él estaba en formación cuando sobrevino el desastre y tenía la idea de continuar con el negocio de su padre. «También por la chica que estaba trabajando con nosotros», reflexionó Mario.

Las historias de padres y madres que fallecieron junto a sus hijos o que no pudieron hacer nada para salvarles fueron las más complicadas de procesar. O la de la nonata Escarlett, víctima en el vientre de su madre Janine.

Foto de Melisa Vera

Melisa Vera

«Mamá, ¿vamos a morir?»

La vecina de Catarroja vio su casa arrasada y su imagen fue protagonista en el mensaje navideño del Rey

Por Alberto Martínez

Melisa se mudó hace dos años a la calle Colón de Paiporta, su pueblo natal. Su vivienda cuenta con una buhardilla que planeaba reformar por las fechas en las que la dana dio un vuelco a su vida. Ese espacio salvó la vida a su familia en las horas más angustiosas de la riada del Poyo: a ella, a su pareja y a sus dos hijas de 5 y 11 años.
«Menos mal que tenemos la buhardilla», valoró en declaraciones a LAS PROVINCIAS. Cuando se produjo el desbordamiento y el agua penetró en su hogar «nos subimos los cuatro y ahí pasamos la noche con dos colchones que nos dio tiempo a llevar y un paquete de galletas». Mientras, su hija mayor le preguntaba atemorizada: «¿Mamá, vamos a morir?».
Ella fue una más entre los miles de damnificados de la provincia. Pero en Nochebuena, cuando la televisión emitió el tradicional discurso navideño del Rey, su rostro saltó al primer plano. En la austera decoración que envolvió el mensaje de Felipe VI había un marco con una fotografía. Se veía a un un voluntario y un militar que empujaban una carretilla con escombros. Y una vecina caminaba entre el lodo. Era Melisa.
«Me dio vergüenza cuando vi la foto, pero me encanta que se refleje lo que vivimos esos días. El esfuerzo que hicimos entre todos limpiando nuestras calles. La solidaridad ante la desgracia», valoró tras la emisión. Por esas fechas, Melisa, su marido y sus dos hijas estaban alojados en la casa de sus padres. Ante la magnitud de los destrozos en su hogar no se marcaban un plazo para regresar.

Foto de Santiago Alarcón

Santiago Alarcón

Un superviviente en el templo de Enrique Ponce

El dueño del bar de Chiva que es casi un museo dedicado al torero quedó atrapado y ha recuperado el local

Por Alberto Martínez

Santiago encarna otra historia de resistencia y superación tras el daño económico de las inundaciones. Regenta la cafetería de Chiva que alumbró su padre hace casi 41 años, un local que parecía un museo dedicado al torero Enrique Ponce, leyenda en el municipio donde se gestó el desastre.
Según describió a este diario, había cerrado la cafetería Alarcón cuando comenzó a inundarse a causa del desbordamiento del barranco de Chiva. Así lo recuerda: «Esa tarde no abrimos y tratamos de parar un poquito el agua. Nos quedamos mis dos hermanas, mi cuñado y yo. Nos tocó subirnos a la escalera. Se nos llevaba el agua».
Junto a varios familiares trató de frenar la inundación, pero nada podían hacer ante la furia de una corriente desbocada. Al final, no hubo más remedio que ascender. «Se nos llevaba el agua», describe.
Del local «se salvaron dos cabezas de toro y dos fotografías porque estaban a una altura considerable. Y tenemos un traje que se quedó hecho cisco, de cuando Ponce salió a hombros la primera vez, en México. Vamos a tratar de recuperarlo». Ya han recuperado la vitrina donde estaba.
Para el hostelero de Chiva, «lo más impresionante ha sido la entrega de la gente. Hubo momentos que me emocionaba al ver a 50 o 60 personas sacando cosas y limpiando. Te veías desbordado por la cantidad de personas que querían ayudar», relató agradecido.
El dueño de Alarcón fue uno de los beneficiarios de la inyección de Marina de Empresas «en menos de 24 horas». Empleó los 8.000 euros en «ir pagando albañiles, carpintero, cristalero…». Tomó aire: «Sirvió para arrancar. Ya no es en sí la cantidad de dinero, sino el empuje y el ánimo que te da el hecho de ver que alguien te respalda. La única condición que te ponían era que fueras a reabrir y justificarlo». El histórico negocio ha resucitado.

Foto de Franklin Faustin

Franklin Faustin

Cuerdas salvadoras desde un puente

El vecino de Valencia estuvo a punto de morir en carretera cuando regresaba de trabajar en Alcàsser

Por Alberto Martínez

Franklin salió de Valencia a las 15.30 horas para poner rumbo al polígono de Alcàsser, donde tiene su puesto de trabajo. Posteriormente, cogió el teléfono para avisar a su esposa, Laura, de que la tarde se estaba complicando en cuanto a la meteorología. Sin embargo, él no pudo salir de la empresa hasta que sonó alarma en los móviles. Le esperaba un infierno en la carretera.
Junto a un compañero, se dirigió en coche hacia Valencia. El tráfico era horrible. Y a la altura de Silla, se toparon con una tromba de agua que comenzó a inundar el coche. Fueron instantes críticos. Franklin y su amigo pudieron salir del automóvil por las ventanillas.
Entonces recibieron una ayuda que, quizás, les salvó la vida. Unas personas arrojaron cuerdas desde un puente para que ambos pudiesen subir por una pendiente lateral, ya que les estaba arrastrando el agua. Ahí estuvieron refugiados hasta las cuatro de la madrugada. Fue entonces cuando unos agentes de la policía les avisaron de que, con cuidado, podían emprender el camino de vuelta a casa caminando por la pista de Silla. Franklin llegó pasadas las nueve de la mañana.

Foto de Maruja Rodrigo

Maruja Rodrigo

«¡Mi abuela, ayudad a mi abuela!»

La nonagenaria de Alfafar salvó la vida gracias a varios vecinos y un policía

Por J. A. Marrahí / J. Martínez

Casi centenaria, Maruja Rodrigo vivió momentos de gran angustia. Su vivienda se inundó en pocos minutos en la calle Rafael Ridaura en Alfafar. Una veintena de escalones separaban a la mujer de su salvación, la planta superior, donde vive su nuera. En silla de ruedas y con la calle convertida en torrente, la anciana no tenía escapatoria.
Para esta vecina fue providencial la aparición de varias personas: sus vecinos Pedro y David, un policía local y un mecánico. «¡Mi abuela, mi abuela! ¡Ayudad a mi abuela!», gritó su nieta. Pedro y David intentaron cogerla en volandas. Uno agarraba por las axilas a la mujer y el otro levantaba sus piernas, pero la estrechez de la escalera y los nervios dificultaron el rescate.
«El esfuerzo que hicieron entre todos era para verlo. Mi abuela pesa mucho y la subieron a la primera planta poco a poco, escalón a escalón, con pequeños descansos para no hacerle daño», detalló Verónica. «Nunca vamos a olvidar lo que hicieron!», añade la joven con gratitud.
Cuando iban por la mitad de las escaleras, Maruja dijo: «Dejadme aquí, ya no puedo más». Pero sus salvadores no le hicieron caso. Faltaban una decena de peldaños. Era necesario un último esfuerzo. No pararon de estirar y forcejear hasta que la pusieron a salvo.

Foto de Juan Manuel Romeu

Juan Manuel Romeu

«Llegué a pensar que moríamos tres»

Un mando de la Policía Local de Alfafar estuvo a punto de desfallecer entre angustiosos salvamentos

Por J. A. Marrahí / J. Martínez

Juan Manuel Romeu, mando de la Policía Local de Alfafar, estaba a punto de jubilarse cuando intervino en la emergencia que casi le cuesta la vida. Vivió momentos de gran angustia cuando auxiliaba a un hombre y su hija en un centro de reconocimientos médicos del municipio. Las tres personas se refugiaron dentro del establecimiento con el agua hasta el cuello, y fue entonces cuando se rozó la tragedia.
«La corriente nos sacó a la calle. Me agarré a una farola con un brazo y sujeté al padre, pero no pudimos aguantar. Braceaba a oscuras para esquivar los coches que flotaban, y oía los gritos de la joven y de otros vecinos que pedían socorro», relató. Tras ser arrastrado unos 400 metros, su mano quedó atrapada entre un tronco y un coche. «Me costó mucho sacarla y me rompí un tendón por el esfuerzo», explicó el inspector, que estuvo varias horas agarrado a un árbol.
Cuando bajó el nivel del agua, Romeu comenzó a andar con gran dificultad. Las voces que escuchaba le guiaban en la oscuridad de la noche. «Eran dos chicas que estaban subidas en coches. Llegué hasta ellas y los tres caminamos por el agua hasta una zona más segura», señala. Una vez a salvo, dos vecinos de Sedaví se apiadaron del inspector y lo acogieron en la casa de uno de ellos. También le dieron ropa seca para que se quitara el uniforme mojado.
El agente pidió a un vecino que le dejara su móvil para llamar a su mujer: «Quería tranquilizarla porque no sabía nada de mí». Y horas después recibió una buena noticia. «Me dijeron que la joven y su padre también se habían salvado. Tuvimos mucha suerte. La chica pudo agarrarse a un toldo y unos vecinos la ayudaron, y su padre fue arrastrado hasta un semáforo. Llegamos a pensar que esa noche moríamos los tres», confesó.

Foto de Santiago Posteguillo

Santiago Posteguillo

La mirada indignada de un literato

El novelista Santiago Posteguillo vivió el drama en Paiporta y elevó su relato crítico al Senado

Por J. A. Marrahí / C. Velasco

La dana rompió el alma a personas anónimas y también a otras muy conocidas. El prestigioso escritor valenciano Santiago Posteguillo vivió el horror desde una vivienda de Paiporta. Y lo contó después, durante una conferencia en el Senado que se hizo viral por la fuerza crítica de sus palabras y su precisión descriptiva.
Eran las 18.40 horas cuando Posteguillo revisaba su intervención pública en Paiporta. Y su pareja le interrumpió: «Me dice que subamos a la terraza. Estamos a 50 metros del barranco del Poyo y se está desbordando, pero no está lloviendo en Paiporta. Tenía el coche en el garaje y bajamos las seis plantas del inmueble cuando vimos que un palmo de agua cubría toda la plaza. Los vecinos convinieron que no era una buena idea cambiar el coche del sitio. No fuimos a por el coche». Probablemente esa decisión le salvó la vida, pues el vehículo apareció después a un kilómetro de donde lo aparcó.
«En 13 minutos había un torrente brutal de dos metros de agua avanzando sin control, arrastrando armas, árboles, coches, todo. Se llevó por delante una nave industrial enfrente del edificio donde estábamos. El agua se llevó la puerta del portal del inmueble, el muro de la fachada, la librería de al lado, La Moixaranga... Tuve miedo por la estructura del edificio. Hubo seis horas sin parar de torrentera y vimos a gente desaparecer en el agua», narró.
«Nos acostamos sin luz ni agua, pensando que al amanecer estaría la Guardia Civil, los bomberos, el Ejército. Pero al amanecer no había nadie. Sí estaban el cadáver de una joven china y, al lado, su madre, velando el cadáver. No había Polícia, ni Ejército. No vino nadie en todo un día. Los coches estaban volcados, todo lleno de barro, silencio, miedo…».
Posteguillo también describió la segunda noche: «No viene nadie. Hay saqueos. Al amanecer, no había venido nadie. Los vecinos habían retirado el cadáver de la chica a un bajo. ¿Cómo puede ser que en 48 horas no venga nadie? ¿Alguien me lo puede explicar? ¿En España? ¿En el siglo XXI?», se preguntaba incrédulo.
Al tercer amanecer, el escritor y su pareja optaron por huir. Por escapar de aquel infierno en el que nadie, salvo voluntarios, parecía entrar. Lo contó así: «Mi pareja y yo arrastramos la maleta por kilómetros y kilómetros, por un espectáculo devastador como no he visto en la vida y como creo que la gente no se imagina. Vimos cadáveres, coches volcados, todos los edificios destrozados... hasta llegar a Valencia, donde tengo un piso».

Foto de Teresa Cru

Teresa Cru

Cuatro horas en lo alto de una escalera

Teresa y su marido vivieron la riada juntos, aferrados a la vida en una planta baja resucitada

Por J. A. Marrahí

Teresa Cru y su marido Miguel, ambos de edad avanzada, sobrevivieron en circunstancias muy similares a las que a otros costó la vida. Cuando el agua penetró con fuerza en su vivienda de planta baja de Catarroja, la mujer aguantó cuatro horas subida a una escalera.
«Mi miedo era que se cayera», confesó su esposo. «No sabía qué le podía pasar». Pero las débiles piernas de la octogenaria sacaron una fuerza sobrehumana. Resistieron firmes en el peldaño superior de la escalera hasta que su hijo llegó a salvarlos.
El hombre estuvo tres horas nadando por Catarroja hasta lograr alcanzar la casa de sus padres y cerciorarse de que estaban bien. Brazadas desesperadas para no ser arrastrado. «No sabíamos si llegaría, pero lo consiguió», rememoró Miguel.
Además de perder sus recuerdos más emotivos, el matrimonio supone un ejemplo del tremendo trasiego habitacional que ha conllevado la riada para los habitantes mayores con plantas bajas. Cuatro meses de aquí para allá. Las primeras dos noches las pasaron en casa de su vecina del piso superior. Los acogió hasta que las calles de Catarroja fueran, al menos, un poco transitables. Mientras, los voluntarios y sus palas sacaron barro y escombros de la vivienda de la pareja de mayores.
Más tarde, residieron durante un mes en casa de una de sus hijas, también en la misma localidad. El dolor les acompañaba. La madre de su yerno, Juan, fue una de las víctimas mortales de Catarroja. Los familiares de Teresa y Miguel pasaron casi cuatro meses limpiando el bajo para que volviera a ser habitable. El agua alcanzó un metro setenta de altura, pero en febrero el matrimonio ya había logrado recuperar su hogar.

Foto de Marc D.

Marc D.

El mensaje de la tranquilidad: «¡Mamá, tot bé!»

Marc y su hermano Biel sobrevivieron subidos en los muebles tras quedarse solos en casa

Por J. A. Marrahí

Marc quedó atrapado junto a su hermano Biel en un un bajo de Catarroja en el que, como tantos otros, el agua penetró con fuerza. Para su madre, María Teresa, fue «la noche más terrible» de su vida. Su caso es un ejemplo de cómo los teléfonos móviles, en algunos casos, trajeron también esperanza.
La mujer perdió el contacto con ellos a falta de pocos minutos para las nueve de la noche. Lo último que supo es que se habían subido a una mesa. Un vecino de María Teresa, Ikbal, intentó acceder a la vivienda ya al filo de la medianoche, pero no lo logró. Al menos, el residente pudo confirmar a la madre que ambos estaban con vida.
Ya de madrugada, María Teresa volvió a suplicar al vecino si podía entrar. Logró asomar el teléfono a un balcón y los niños gritaron para que su madre respirara tranquila. «¡Mamá, tot bé!». Marc y su hermano se salvaron porque se subieron a los muebles. Aguantaron dentro del local hasta la mañana siguiente porque les recomendaron no salir.

Foto de Biel D.

Biel D.

El mensaje de la tranquilidad: «¡Mamá, tot bé!»

Biel y su hermano Marc sobrevivieron subidos en los muebles tras quedarse solos en casa

Por J. A. Marrahí

Su caso es un ejemplo de cómo los teléfonos móviles, en algunos casos, trajeron también esperanza. Biel quedó atrapado junto a su hermano Marc en un un bajo de Catarroja en el que, como tantos otros, el agua penetró con fuerza. Para su madre, María Teresa, fue «la noche más terrible» de su vida, pues se hallaba en otro lugar cuando el desastre puso en serios apuros a sus hijos.
La mujer perdió el contacto con ellos a falta de pocos minutos para las nueve de la noche. Lo último que supo es que se habían subido a una mesa. Un vecino de María Teresa, Ikbal, intentó acceder a la vivienda ya al filo de la medianoche, pero no lo logró. Al menos, el residente pudo confirmar a la madre que ambos estaban con vida.
Ya de madrugada, María Teresa volvió a suplicar al vecino si podía entrar. Logró asomar el teléfono a un balcón y los niños gritaron para que su madre respirara tranquila. «¡Mamá, tot bé!». Biel y su hermano se salvaron porque se subieron a los muebles. Aguantaron dentro del local hasta la mañana siguiente porque les recomendaron no salir.

Foto de Manuel Pino Berlanga

Manuel Pino Berlanga

El militar con su hogar anegado que apoyó en el despliegue

El teniente coronel sufrió la inundación de su casa de Alfafar y coordinó a compañeros de las Fuerzas Armadas

Por J. A. Marrahí

El teniente coronel del Ejército de Tierra Manuel P. B. fue uno de los damnificados por la barrancada del Poyo en Alfafar. La emergencia en su hogar y lo que se le vino encima hizo que no fuera oficialmente activado, sin embargo no dudó en coordinar y ayudar en medio del enorme despliegue de Fuerzas Armadas activado tras el desastre.
Como cada jornada, Manuel se había desplazado desde Alfafar a su puesto de trabajo, en el Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad (GTAD) de Bétera. Por la tarde, regresó a su casa en l’Horta Sud, con planta baja y pisos altos. Cuando las calles comenzaron a inundarse se sumó a esa reacción colectiva que tantas vidas costó, la de intentar poner a salvo los coches.
En su caso, pudo volver a casa con los suyos. Y allí estaba cuando el torrente que se formó penetró en su vivienda y arrasó con todo. Salvó la vida al buscar refugio en la parte alta. En los días posteriores, el teniente coronel quedó libre de servicio para hacer frente a los problemas en su domicilio y con su familia, pero su voluntad de ayudar hizo que fuera más allá de las necesidades propias. Comenzó a coordinar a sus compañeros militares llegados de toda España.

Foto de Luis Miguel Benavent

Luis Miguel Benavent

Un policía local en el momento más desesperado

Luis Miguel y un compañero salvaron a una niña de 4 años después de que el agua arrastrara su patrulla

Por J. Martínez/ J. A. Marrahí

Los policías locales Luis Miguel Benavent y su compañero Cristóbal rescataron a una niña de cuatro años cuando intentaban llegar con el coche patrulla a El Oliveral para desalojar a los vecinos. «Vimos que el agua arrastraba e inundaba varios vehículos, entre ellos un autobús con dos adultos y una niña pequeña», relató el primer agente.
Al no poder abrir las puertas, el policía local pidió al conductor que le diera por la ventana a la menor. «Llevé a la niña al coche, pero tuvimos que salir porque el agua arrastraba el vehículo. Salí con la pequeña en brazos y crucé la autovía para ponerla a salvo», relata el agente. «La pobre me dijo varias veces que no la soltara. Estaba muy asustada pero no lloró», añade Benavent.
El policía entró con la menor en las oficinas de Mercadona, donde los trabajadores les prestaron auxilio. «Nos dieron comida y bebida. La niña se durmió luego en el coche patrulla y estuvimos con ella hasta las siete y media», explica Benavent. Poco después, la abuela de la niña llamó al retén de la Policía Local. Estaba angustiada porque no sabía nada de su nieta, y un agente le dijo que estaba a salvo. Una profesora de la menor acudió luego al retén de la Policía Local de Ribarroja para hacerse cargo de ella hasta que su abuela pudiera recogerla.

Foto

Alejandro Guillén

“Papá me ahogo”: la angustia de un padre en medio del desastre

El hombre sufrió las inundaciones y el drama de tener a un hijo solo y encaramado al tejado de su casa

Por Alberto Martínez / J. A. Marrahí

Alejandro vivió una auténtica odisea de supervivencia junto a su mujer Laura Torregrosa y su hijo, Álex, un adolescente de 14 años. Los dramáticos acontecimientos de la tarde del 29 les obligaron a dispersarse por diferentes puntos de riesgo hasta que, superadas un sinfín de adversidades, lograron reencontrarse al día siguiente.
Viven en una casa de campo a escasos 40 metros de la V-30, en Valencia, y allí estaba la familia, sin lluvia, a las siete de la tarde, cuando saltó la alarma en su otra casa de Ribarroja. “Nos dijeron que había dos intrusos dentro y fuimos a llevar las llaves a la Policía. Nuestro hijo se quedó aquí”, recuerda Alejandro.
Fueron en coche. A la altura de Bonaire, el matrimonio quedó bloqueado por “un mar”. El hombre le dijo a su esposa que se quedara a salvo en el vehículo en un puente y él caminó contracorriente dos kilómetros hasta llegar a la casa de Ribarroja para descubrir lo ocurrido: “Un coche había tirado una puerta y dentro estaban una vecina de 60 años y su padre de 93. Salvaron la vida porque pudieron entrar”.
Entonces el desbordamiento de La Saleta puso en serio riesgo a su hijo Álex, solo en la casa de Valencia. “Me ahogo”, expresó a su padre por teléfono. El joven rompió una mosquitera que comunica el salón con el patio y subió a la terraza. Allí permaneció toda la noche, en ropa interior y refugiado en una improvisada cabaña con corchos para aislarse en lo posible de la humedad.
El matrimonio se reencontró y, ya al día siguiente, fueron angustiados en busca de su hijo. No fue fácil por los cortes de carretera. Lograron aproximarse y hablarle de lejos, porque la casa era “una isla” en medio del agua. Al final, volvieron a abrazarse a mediodía.

Foto de Niña de 4 años rescatada

Niña de 4 años rescatada

La súplica de una niña: «¡No me sueltes!»

La menor de 4 años fue auxiliada por dos policías locales que la sacaron en brazos de un coche en apuros

Por J. Martínez/ J. A. Marrahí

Una pequeña de cuatro años se vio atrapada por el agua cuando viajaba en un autobús en la zona del Oliveral, en Ribarroja. Empezaba a arrastrar el transporte con la menor y dos adultos en el interior, pero fue providencial la intervención de dos agentes de la Policía Local, Luis Miguel Benavent y su compañero Cristóbal.
Ellos la rescataron cuando intentaban llegar con el coche patrulla a esta parte del municipio para desalojar a los vecinos. «Vimos que el agua arrastraba e inundaba varios vehículos, entre ellos un autobús con dos adultos y una niña pequeña», relató el primer agente.
Al no poder abrir las puertas, el policía local pidió al conductor que le diera por la ventana a la menor. Y así la pequeña pudo ser trasladada. La subieron al coche patrulla, pero los problemas para ella no terminaron. Los agentes tuvieron que apearse porque el agua estaba ya empujando a su merced el vehículo policial.
Al final, Luis Miguel la tomó en brazos y cruzó la autovía para ponerla a salvo. «¡No me sueltes!», le decía la pequeña muy asustada. Pero no lloró. Al final, se obró el milagro y el salvamento culminó con éxito.
El policía la llevó a las oficinas de Mercadona, donde los trabajadores le prestaron auxilio. Después, agotada de tanta tensión, se durmió en el coche patrulla. Su abuela llamó angustiada al retén de la Policía Local porque no sabía nada de su nieta. Supo así que estaba a salvo. Una profesora de la menor acudió luego al retén de Ribarroja para hacerse cargo de ella hasta que su abuela pudiera recogerla.

Foto de Laura Torregrosa

Laura Torregrosa

Refugiada en un puente y con su hijo en apuros

La vecina de Valencia sufrió una odisea junto a su marido a causa de los daños en dos de sus viviendas

Por J. A. Marrahí / A. Martínez

Viven en una casa de campo a escasos 40 metros de la V-30, en Valencia. Y allí estaba la familia, sin lluvia, a las siete de la tarde del pasado 29 de octubre. La tranquilidad se rompió. Laura vivió una tremenda odisea de supervivencia junto a su marido, Alejandro Guillén, y su hijo, Álex, un adolescente de 14 años. Los dramáticos acontecimientos les obligaron a dispersarse por diferentes puntos de riesgo hasta que, superadas un sinfín de adversidades, lograron reencontrarse al día siguiente.
A las siete de la tarde, saltó la alarma en su otra casa de Ribarroja. «Nos dijeron que había dos intrusos dentro y fuimos a llevar las llaves a la Policía. Nuestro hijo se quedó aquí», recuerda Alejandro.
Fueron en coche. A la altura de Bonaire, el matrimonio quedó bloqueado por «un mar». Su marido le aconsejó que se quedara a salvo en el vehículo en un puente y así lo hicieron. Él caminó contracorriente dos kilómetros hasta llegar a la casa de Ribarroja para descubrir lo ocurrido: «Un coche había tirado una puerta y dentro estaban una vecina de 60 años y su padre de 93. Salvaron la vida porque pudieron entrar».
Entonces el desbordamiento de La Saleta puso en serio riesgo a su hijo Álex, solo en la casa de Valencia. «Me ahogo», expresó a su padre por teléfono. El joven rompió una mosquitera que comunica el salón con el patio y subió a la terraza. Allí permaneció toda la noche, en ropa interior y refugiado en una improvisada cabaña con corchos para aislarse en lo posible de la humedad.
El matrimonio se reencontró y, ya al día siguiente, fueron angustiados en busca de su hijo. No fue fácil por los cortes de carretera. Lograron aproximarse y hablarle de lejos, porque la casa era «una isla» en medio del agua. Al final, volvieron a abrazarse a mediodía.

Foto de Amparo

Amparo

«Que sea lo que Dios quiera»

Amparo, de 69 años, salvó la vida gracias al auxilio del nieto de un vecino en Picanya

Por J. A. Marrahí

Amparo tiene 69 años y vive en Picanya. Ella se salvó entre un vecindario de personas mayores en el que ella era la más joven. «La mitad no consiguieron salir de sus casas», describió apenada la mujer tras su odisea de supervivencia, en unas declaraciones televisivas a Antena 3.
Ella también se quedó atrapada por el agua en el bloque de casas con plantas bajas. «Pero lograron sacarme cuando la inundación me llegaba ya por las axilas», recordó agradecida.
En su caso, el milagro se obró gracias al nieto de uno de sus vecinos. Las muertes de la dana hubieran sido muchas más sin personas como él. Auxilió a la mujer y a otras seis personas a refugiarse en un tejado con la ayuda de una escalera.
Amparo pasó allí, en alto, nueve horas. «Completamente empapada». Se abrazó a su perra mientras se repetía: «Que sea lo que Dios quiera». Después, ya a salvo, no podía quitarse de la cabeza las vidas perdidas. «Era feliz. Lo tenía todo y ahora, con casi 70 años... me veo en la calle», lamentaba en los días que siguieron al desastre.

Foto de Batiste Rubio

Batiste Rubio

«Agarrado a persianas, barrotes, puertas…»

El panadero del Horno Baixauli relata su complicada huida de las calles anegadas de Picanya

Por J. A. Marrahí / L. Uriós

Batiste Rubio y su socio Vicent habían tomado las riendas del Horno Baixauli de Picanya, probablemente el más antiguo de la Comunitat con 275 años de historia. El 29 de octubre su vida y la del negocio estuvieron a punto de terminar juntas.
«Me llamó mi hermano y me dijo que moviera el coche por el riesgo de que se desbordara el barranco», recordó el panadero. Hizo caso a su hermano y lo dejó, primero, en la puerta de su establecimiento. Cuando el agua alcanzaba dos dedos lo alejó aún más del cauce del barranco del Poyo.
Después, trató de proteger el negocio colocando sacos de harina en la puerta a modo de barrera. Pero todo fue en vano. Cuando volvió a comprobar el improvisado dique «los sacos flotaban y el agua me llegaba ya a la altura de la tibia». Batiste telefoneó a su socio y durante la llamada el nivel volvió a crecer hasta alcanzar la cintura.
A partir de ahí, una prioridad: salvar la vida. Batiste salió del horno con una mochila con un portátil, algunas facturas y el dinero de la caja de la jornada. «Agarrado a persianas, barrotes y puertas llegué al portal de la casa de su madre». El hombre se cuenta entre los afortunados que, pese a estar a ras de suelo, lograron salvar la vida.
Con su esfuerzo y una ayuda anónima de 5.000 euros el Horno Baixauli ha revivido tras el zarpazo del fango. «Nunca supimos quién fue ese mecenas, pero aquello me hizo ver que», a pesar de la magnitud del desastre, «teníamos que volver a abrir».

Créditos

  • Especial 'La gran tragedia' Esta información es parte de un desarrollo especial realizado por el diario LAS PROVINCIAS en el que han trabajado Beatriz de Zúñiga, Raúl Gómez, J.A. Marrahí, Alberto Martínez y Mikel Labastida.

  • Adaptación Sara I. Belled y Carlos Muñoz

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