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Pedrinho Matador, en una imagen antigua que circula en las redes sociales sobre una.de sus detenciones.
El final a tiros del 'youtuber' Matador, el mayor asesino en serie de Brasil

El final a tiros del 'youtuber' Matador, el mayor asesino en serie de Brasil

Pedrinho Rodrigues, acribillado por dos sicarios en Sao Paulo, acabó con la vida de un centenar de personas, la mitad de ellas en la cárcel, antes de convertirse en un comentarista de éxito narrando crímenes en internet

M. Pérez

Martes, 14 de marzo 2023, 11:28

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Pedrinho Matador tomaba el fresco a principios de marzo sentado en una silla de playa delante de la casa de su hermana en un populoso barrio de Sao Paulo cuando un coche se detuvo a su altura. Bajaron dos individuos armados. A su sobrina le dijeron que entrara en la vivienda con su hija de corta edad. A él lo acribillaron a tiros inmediatamente después. La silla se rompió. Luego, uno de los atacantes le degolló mientras agonizaba en el suelo con seis agujeros de bala en el cuerpo. Quiso asegurarse de que Pedrinho no volviera a levantarse. Era el diablo. El sicario llevaba puesta una máscara del 'Joker'. La sobrina escuchó los disparos desde la cocina. Ya sabía que su tío era hombre muerto desde que el automóvil frenó en la acera. Nadie en el barrio de Mogi das Cruces salió a la calle. Una venganza. ¿De quién?

La revancha puede haber sido de cualquiera. Traficantes, familiares o amigos de las múltiples víctimas de Matador –por algo se apodaba así–, antiguos compañeros de prisión... El hombre no había hecho amigos, pero sí muchos enemigos en los dos peores submundos de Brasil: el narcotráfico y la cárcel. Pedro Rodrigues Filho, como se llamaba realmente, era un asesino en serie redimido –o así lo aseguraba él– que, a sus 69 años, sumaba un centenar de muertes a sus espaldas. Casi la mitad de sus crímenes, 42, los llevó a cabo en prisión. En el penal encarnó al ángel de la muerte. Mató a violadores, ladrones, pedófilos y traficantes porque «eran gente mala». Y, como dijo en una entrevista en televisión, «yo soy un asesino».

En una ocasión, cinco reclusos le tendieron una emboscada en el patio. A tres les dio la libertad de los muertos y a dos los dejó malheridos. Lo último que vieron los primeros fueron los tatuajes carcelarios de Pedrinho y el cuchillo entrando en su abdomen, la maniobra preferida de Matador para reventar irreversiblemente a sus víctimas. La otra era romperles el cuello. Se le considera el mayor asesino múltiple de la historia en Brasil. Él explicó en una revista que lo hacía «por placer» y como «favor a la sociedad». Lo llevaba escrito en un brazo: 'Mato por placer'. Le diagnosticaron una psicopatía profunda. Su caso ha sido estudiado por decenas de médicos y psiquiatras.

La historia de Matador resulta tan increíble como su sangriento historial. No solo por su pasado criminal, sino por el presente como 'youtuber' que había desarrollado desde su excarcelación hace cinco años. Tenía su propio programa. El éxtasis de la fascinación morbosa por historias sórdidas y atroces comentadas por alguien con las manos llenas de sangre.

Podría decirse de él que era un exitoso comentarista de asesinatos. Un profesional en cualquiera de los sentidos que se busquen. Desde 2018 se dedicó a alimentar un canal en internet donde contaba una y otra vez sus fechorías, hablaba sobre otros homicidios de actualidad y daba consejos a los jóvenes para no volverse violentos. Como se ha dicho, parece que en sus últimos tiempos en presidio atravesó un proceso de expiación muy particular. Tenía entre 125.000 y 200.000 seguidores en YouTube y resultaba muy activo en Instagram y TikTok. La semana pasada anunció en sus redes que estaba de visita en el barrio de Mogi das Cruces. Cuatro días mas tarde lo balearon. Alguien entre todos los que le seguían en internet, le quería mal, muy mal.

El rastro de sangre que dibuja su vida comienza en Santa Rita do Sapucai, en el Estado de Minas Gerais, donde nació. Algunos expertos en salud mental han vinculado su forma de ser, una máquina de odio explosiva carente de cualquier empatía o emoción, a las palizas que su padre, Pedro Rodrigues, propinó a su madre durante el embarazo. En lo más oscuro y profundo del horror que cabe imaginar, él nació literalmente malherido, con lesiones en la cabeza provocadas por los puñetazos que su progenitor le dio a su mujer en el viente instantes antes de dar a luz.

«No hay remordimiento»

Hay dos episodios atroces de la relación con su padre, extremos y vinculados como cabe imaginar con la muerte. El primero sucedió a los 11 años, cuando Pedro Rodrigues fue despedido de su empleo de conserje en una escuela de Alfenas, al sur de Minas Gerais, acusado falsamente de robar el desayuno de los alumnos y el niño Pedrinho asesinó al vicealcalde que firmó el cese. Cogió la escopeta de su abuelo, salió al paso del mandatario, le disparó y más tarde fue en busca de quien él consideraba el auténtico ladrón y le descerrajó dos tiros.

El segundo episodio tiene lugar muchos años después. En la cárcel, donde coincide con su padre. Allí se entera de que éste ha matado a machetazos a su madre en un arrebato de furia. Pedrinho se las compone para visitarle y, tras una breve conversación, le clava un cuchillo 22 veces –el mismo número de puñaladas que acabaron con la vida de la mujer– y le arranca el corazón. Así de breve, así de resolutivo. Así de diabólico.

Sin embargo, conocer su historia exige retroceder al momento en que disparó contra el vicealcalde de Alfenas. De allí se trasladó a Sao Paulo huyendo de la Policía. Para sobrevivir impuso la ley del más fuerte en la jungla de la droga. Implacable, eliminó a varios narcotraficantes y se hizo con sus negocios. Un asesino de narcos. A los 18 años ya era un individuo temido. Pero también perseguido.

Se dice que la quiebra mental de Pedrinho con cualquier amarre a la realidad sucede cuando su novia, viuda de uno de los traficantes a los que él había matado, fue asesinada como un acto de venganza. A la deriva, sumergido en la cólera, Pedrinho torturó a varios camellos y sicarios para identificar al pistolero, un narco rival apodado El Director. Le localizó en una boda, segó su vida y la de otras seis personas y dejó un reguero de dieciséis heridos entre los invitados. Killey Peter.

En una ocasión fue entrevistado en una revista.

– ¿Tienes algún remordimiento?, le preguntó el periodista.

– No. Sólo maté a los que no eran buenos.

– Cuando matas a alguien, ¿qué te viene a la mente?

– Nada.

– ¿Nada?

– Nada, porque ha muerto un inútil. No hay remordimiento, no hay nada. Tengo una filosofía: el traidor debe morir.

– ¿Y eso de asesinar rompiendo el cuello a las víctimas?

– Ahí es cuando hay que matar a mano. Es fácil.

En realidad, nunca se sabrá a ciencia cierta a cuantas personas Matador arrebató la vida. La Policía contabilizó 71 asesinatos probados (entre ellos, el de uno de sus cuñados) por los que fue condenado a 400 años de cárcel. Sin embargo, él siempre ha admitido más de un centenar, pese a que las investigaciones oficiales nunca han logrado confirmarlo ni tampoco se han encontrado los cadáveres de estas supuestas víctimas.

Los psiquiatras determinaron que Pedrinho tenía una enorme capacidad para fabular y alternar la realidad con la ficción. También es posible que los despistes policiales hayan ayudado a rebajar falsamente la lista de homicidios. Una mañana, Pedrinho arrojó a un recluso por el hueco del ascensor de la cárcel, pero el caso no quedó registrado en ninguna parte. A los carceleros no les importaba demasiado el reo reventado varios metros más abajo.

Estrangulado en el furgón policial

Su primer ingreso en prisión fue en 1973. En el furgón que le condujo al penal iba esposado y aun así logró asfixiar a un otro recluso sentado a su lado que había sido condenado por violación. Pasó por varias cárceles. Disfrutó matando a otros presos durante treinta años, según cuenta la crónica negra brasileña. Al parecer, a unos los asfixiaba, a otros los apuñalaba y hubo un puñado de ellos a quienes lanzó desde lo alto de las escaleras. Un compañero de celda pagó con la vida su costumbre de roncar. Cansado de que le despertara, parece ser que Pedrinho le aplastó una noche la cabeza. Nadie quería ser destinado a su calabozo. Diez años al menos estuvo en aislamiento.

Obtuvo la libertad en 2003 en medio de una fuerte polémica por el hecho de que la Justicia soltara al peor asesino en serie de Brasil.Sin embargo, la legislación brasileña ordena que nadie pase más de treinta años seguidos entre rejas y Pedrinho resultaba un caso muy singular. En la historia penal del país solo tres reclusos habían sobrevivido hasta entonces a un encierro tan largo. Todos morían antes. No obstante, fue encarcelado de nuevo en 2011 por algunos casos pendientes.

Quedó definitivamente libre en 2018. Ya en la calle, una gran parte de la sociedad siguió considerándole un criminal despiadado, pero también abundaban quienes le tildaban de «justiciero» por quitar la vida a otros delincuentes. Entre unos y otros, empezó a estar en boca de todo Brasil y él decidió aprovechar la popularidad abriendo un canal en internet. Lo llamó Pedrinho ExMatador. A muchos policías les extrañó que su exposición mediática no atrajera a antiguos enemigos en busca de venganza. Vive de prestado, opinaban. Hasta la mañana del pasado domingo en que salió a tomar el fresco en la calle y su crédito se acabó.

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