En algún momento, el 8 de marzo pasó de ser el día de la mujer trabajadora a ser el de la mujer a ser el del feminismo. Como no se sabe bien qué es, a día de hoy, ser feminista, la fecha, que en el calendario litúrgico de los partidos de izquierda ha desbancado en prestigio al 1 de mayo, se ha convertido en motivo de disputa. Y es por estas calendas que a muchos (y muchas) se les hace una pregunta que, bajo un inocente disfraz retórico, esconde un inmenso puercoespín:
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-¿Es usted feminista?
Sigo rumiando mi respuesta a una pregunta capaz de dejarme tieso como al asno de Buridán. Para mí, la igualdad entre hombre y mujer -tesis nuclear del feminismo- no es, como diría Ortega, una idea que tengo, sino una creencia en la que estoy. Se me hace innecesario volver de la creencia a la idea para estamparte la idea en una camiseta. Se diría incluso un escarnio a las feministas que lucharon por que la idea que pocos tenían llegara a ser creencia en que la mayoría está (#muchoporhacer sugiere que aquellas mujeres hicieron poco). Así, la pregunta únicamente cobra sentido si alude, no al núcleo indiscutido de la igualdad, sino a proposiciones complementarias abiertas a discusión entre personas reflexivas.
Hay hombres y mujeres que saben que la brecha salarial existe, pero dudan de que la causa sea enteramente reducible a una discriminación por sexo; que quieren que el Estado proteja a las mujeres de una violencia que sufren en mucha mayor medida, pero no creen en explicaciones monocausales ni en asimetrías penales; que simpatizan con la mujer que denuncia, pero no hasta el punto de hacer la prueba prescindible; que piensan que el machismo de ciertos usos de la lengua no se extiende a la gramática y su sistema de formación del género; que hay lugares y momentos donde el piropo no es acoso; que comparten cargas domésticas como fruto del amor, no como imposición sindical; que están a favor de que el aborto sea un derecho, pero no creen aberrante dedicar recursos a prevenirlo; que están abiertos a debatir si hay modos de regular la gestación subrogada o la prostitución no denigrantes para la mujer; hay hombres y mujeres que saben que el límite entre cultura y biología es borroso, pero existe; que albergan reservas acerca de si toda desproporción equivale a discriminación y que, en suma, no ven machismo donde otros sí lo ven, y tanto si aciertan como si se equivocan merecen ser escuchados sin descalificativos ni excomuniones.
Será más fácil ser feminista si hablar de todo esto no está prohibido.
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